Por María del Pilar Carabús – Fuente: www.nuevarioja.com.ar / 1591 Cultura+Espectáculos
En tiempos de una gran falsificación del mundo real, donde el compás de la melodía es un narcisismo universal, la “simulación” es la pantalla que proyecta un acting-out: actuación, mecanismo de defensa como resistencia, en el cual una conducta es llevada a cabo de forma impulsiva e inconsciente, sin comprender los motivos de esa conducta. La pornografía que logra conquistar cada fragmento de esta sociedad actual definitivamente impone su cometido: aniquilar nuestra materia, convirtiéndonos en desagradables voyeristas de una ficción globalista.
La desaparición de nuestro cuerpo como protagonista de un verdadero intercambio con el otro nos deja en un papel pasivo donde sólo podemos mirar. A tal punto que nos quedamos sin ejercer nuestros deberes y derechos dentro del prototipo decadente de las reinantes “democracias demagógicas”. Anuladas nuestras intervenciones como integrantes de un ecosistema sin interacción verdadera. Sin voz ni voto en la esfera institucional y política, bajo una monarquía donde no existen herramientas para trascender.
Hoy somos una especie de divinidad frígida inconcreta que nada en la superficie de la ignorancia y la idiotez, sin tener acceso al ser sensible que somos, imposibilitados de involucrarnos con el real proceso de nuestras vidas. El ingreso económico o empleo es nuestra nueva sexualidad. No tenemos la capacidad de reconocernos como seres deseantes de un otro, todo es intangible. Nos mantiene vivos una fantasía. Muerta cualquier posible verdad, los cánones de la obscenidad de lo prostituido, en donde nada se siente, en donde todo es fugaz, hacen que el mundo se desmorone en su «profano nuevo yo». Digamos que todo da igual, la desacralización fagocita el aire que respiramos. Nadie ni nada es lo suficientemente valioso para ser conquistado por y con los sentidos.

Los relatos y narrativas creadas para levitar en un limbo sin emociones verdaderas llevaron a occidente a esta gran bacanal capitalista, soslayando cualquier mínimo análisis indispensable para seguir construyendo un futuro con valores y prosperidad real, es decir la social.
Oriente que aún parece rescatar algunas bases y valores, empieza a relucir en un apogeo cultural (por sobre nuestra agonía), que además de ser demográfico, tiene que ver con el cuidado de su esencial profundidad, conservada por su aislamiento propio o deliberado.
La sociedad occidental perdida entre números, sin haber planeado o delimitado fronteras de “crecimiento integrales”, se pierde en su propia adicción al poder y al dinero en su autoinflingido “síndrome de hubris”: el trastorno de la arrogancia, el desprecio a lo ajeno, un ego sobredimensionado por el exceso de poder.
La desinversión en educación y el desprestigio del rol de las instituciones como organismos de contención son los signos de agonía de un hemisferio que muere por su propia falta de gestión de contenido.
Desde la revolución Francesa y la Revolución Rusa, buceamos entre totalitarismos y narrativas opuestas en apariencia, que hoy llamativamente se unen en la frivolidad de un vacío de liderazgo.
Insisto: tomar la prostitución de las cosas, las imágenes, los cuerpos, la espiritualidad, las religiones, los espacios, la ciencia, la tecnología como salvavidas existencial, es perder el sentido de todo.
Vayamos al principio del ritmo de Dario Salas Sommer:
Todo fluye y refluye, todo asciende y desciende; la oscilación pendular se manifiesta en todas las cosas; la medida del movimiento hacia la derecha es la misma que la de la oscilación a la izquierda; el ritmo es la compensación.
“Al examinar las funciones vitales del hombre podemos comprobar que la polaridad y el ritmo comandan el organismo en sus más delicados procesos, y que siempre la enfermedad es un quebrantamiento del ritmo o una perturbación de la polaridad. El cuerpo necesita mantenerse en constante estado de equilibrio, y su pérdida implica un estado anormal”.
Hoy estamos en esa pérdida de rumbo, occidente no es más que un gran burdel donde todo se compra, nada se edifica ni se construye. Nos domina la apariencia.
Nada es sagrado en un mundo donde todo es una gran mentira, la máquina de crear falsas verdades es un monstruo que no para. Desde hace un siglo occidente se dedica a falsificar escenarios para legitimar acciones de violencia en todos los planos.
El hiperconsumismo es uno de ellos, una práctica que actúa en silencio.
Murió:
La Filosofía nacida en Grecia
La Espiritualidad judeo cristiana signo de la reflexión ética y moral
El Derecho Romano que organizaba la sociedad en torno a normas y leyes
En este ocaso cultural, nace la cultura de la estupidez -mal llamada globalista- que abandona cualquier identidad posible con rastro de sentido.
El liberalismo extremo trae consigo una crisis del pensamiento, muere el sistema educativo como escalera social. Da lo mismo quién es usted, sólo importa a que puede acceder o lo que muestra.
Hemos vivido con la ingenua esperanza de una mejora progresiva de la realidad. Haber usado la razón para dominar la naturaleza y las personas nos hizo desaparecer en nuestro rol de especie independiente. El avasallamiento del cientificismo como directriz universal es lo que logró despersonalizarnos al punto de quitarnos cualquier pensamiento crítico y entidad.
Sin un desarrollo o progreso integral como seres humanos, abandonados en una secularización cultural, estamos en una secta dominada por la ciencia y la tecnología.
El mensaje es uno solo, al menos el visible.
Haber quebrado el máximo exponente de unión entre las más antiguas naciones de occidente con un Referéndum llamado “Brexit” en el Reino Unido, fue el principio del último suspiro de iluminación de Europa con su socialismo ejemplificador.
Por eso ante la pérdida de la movilidad social y cultural, Oriente con su actual proletariado esclavizado mantiene una fuerza identitaria que lo hace capaz de liderar.
Con muchos principios arcaicos, mantiene sobre todo en el mundo musulmán el crecimiento de su demografía, son ellos los únicos que siguen con el concepto de trascendencia a través de la familia.
Empezar a diseñar un nuevo paradigma es lo que deberíamos hacer como occidentales, animándonos a empaparnos de oriente para rescatar entre los escombros algún resto del componedor sentido de pertenencia. Ese capaz de permitirnos entender que no es posible crecer como espectadores sin valores ni principios. Porque tarde o temprano el hiperconsumismo matará toda conexión emocional y quedaremos en un limbo imposible de ser alcanzado o rescatado. Ser colonizados por un perverso cientificismo tecnológico no es digno de una especie tan poderosa como la humana.
Necesitamos un Carlo Magno que aprenda también a amar la cultura oriental para rearmar la occidental.
Separar es una vieja costumbre que ya no tiene espacio en un mundo muerto de identidades.
Será todo un desafío ver si esta fusión es posible.
El mundo del revés de “María Elena Walsh” debe ser reversionado como una profunda reflexión de la realidad en la que vivimos:
Me dijeron que en el Reino del Revés
Nadie baila con los pies
Que un ladrón es vigilante y otro es juez
Y que dos y dos son tres…
Al menos es la gran pretensión del guion de la obra de teatro “La Sortija”: cuando entre escena y escena, la actriz Mónica Salvador en su instinto superador le transmite a la actriz a Karina Buzeki (su hija en la ficción), que el abuso sufrido como madre no la define a ella como hija. Qué lejos de ser ella fruto de un hecho oscuro -una violación-, es una fuente de vida y energía, capaz de construir un nuevo camino que alumbre esperanza.
LA AUTORA

MARÍA DEL PILAR CARABÚS. ABOGADA, ESCRITORA, COMUNICADORA, MBA “ESPECIALISTA EN DERECHO CONSTITUCIONAL Y DERECHOS HUMANOS” (MINORÍAS Y GRUPOS VULNERABLES) UNIVERSIDAD DE BOLONIA, ITALIA.