Ese susurro que es poesía

Alguien susurra a alguien al oído. Alguien y alguien no se conocen, pero entre ambos se establece, de pronto, una intimidad que se prolonga en un tiempo que no es extenso, pero cuyos efectos se tornan imprevisibles. Para que la experiencia sea posible solo se necesita unos versos, dos personas y un tubo de cartón que dirige la voz y amplifica el sonido de la palabra. El fruto es mágico. Tanto para el susurrador como para el susurrado.
El movimiento nació en París, donde Les Souffleurs se definen como artistas poetas. Pero no es necesario ir tan lejos para descubrir esa sensación tan particular de potenciar el poder de la poesía, desde la voz hacia el oído, en un viaje sin escalas hacia el sentir al desnudo. Y acaso nadie podría explicarlo mejor que una de las más fieles representantes de una práctica que se extendió por el país como recurso artístico y pedagógico en escuelas, bibliotecas, festivales literarios y espacios públicos: Adriana Petrigliano.
La escritora, poeta y narradora, que es además conductora de múltiples y variados talleres literarios, es en La Rioja ese susurro que se vuelve palabra lanzada al viento como una caricia envolvente. Y es también, ella, palabra que da cuenta a diario de una experciencia que se sustenta en el compromiso con el arte que representa y al que se aferra como quien se aferra al sonido del mar al escuchar dentro de un caracol el eco de las olas.
“Si no estamos comprometidos con el arte, el resultado puede ser doloroso”, afirma Petrigliano y suelta, así, una de las primeras definiciones que iran surgiendo a lo largo del diálogo con los conductores del programa radial “Entre Letras y Naranjos”*, por el aire de Radio Libertad. Adriana habla de compromiso, entendiendo a la perfección que la suya es una misión de siembra que, a lo largo del tiempo, se torna cosecha de escritores que van dejando su legado por estos pagos.
“No soy la inventora de los susurradores de poesía; ese es un movimiento que nació en Francia, en París y de a poquito pudimos ir incorporando en nuestra ciudad. Es una maravilla que a través de un tubo de cartón se pueda dar un contacto de dos o tres minutos apenas, un contancto poético con personas desconocidas y en lugares públicos. Lo practico hace varios años en La Rioja y siento que pude poner esta semillita de susurrar poesía, no como me gustaría quizás, pero hay mucha gente que lo replica”, explica Adriana dejando deslizar su satisfacción personal por poder susurrar poesía y por las sensaciones que esto causa en el otro.
“Lo que sucede en ese apenas es tan ondo, tan profundo y es tan necesario, sobre todo en estos tiempos violentos y donde todo es muy rápido; esa pausa se hace a veces eterna y es una eternidad hermosa para quien la da y para quien la recibe”, afirma y prosigue: “susurré en la carcel a gente con problemas muy profundos y en lugares lejanísimos y, aún sin entender el idioma, la gente hace una pausa y uno se da cuenta que algo provoca”.
Dejar una huella, una marca, una señal que perdure en el tiempo. Dejar una palabra. De eso se trata la fina y delicada tarea de Adriana, tan fina y tan delicada como su voz atravesando el aire, como si de un tubo susurrador gigante se tratara, para poner dimensión a cada espacio de sentimiento que replica en el pecho del otro, del susurrado, latiéndole fuerte el corazón.
“Lo que ocurre con los susurros es una prueba fehaciente de lo que provoca la palabra en el otro. Cuando la palabra lleva poesía se producen situaciones muy particulares. Por lo general la gente no quiere y algunos acceden de manera esquiva; siempre digo que hay que observar el rostro de la gente a la que se susurra, porque cuando empieza la voz a correr por el tubo de cartón, los gestos se suavizan. Lo maravilloso es que uno puede susurrar a un desconocido, al que seguramente no va a volver a ver y en actividades públicas, en la calle, en un colectivo, en las ferias, y se produce una intimidad que no se va a repetir. Siempre pienso que lo humano es lo que nos une, nos une al otro, hay un sentimiento común que no vamos a poder descifrar y que dura ese apenas instante del poema y luego no nos vemos más”, define y, de inmediato, sostiene: “es una experiencia maravillosa. Nadie debería privarse de ser susurrador y de ser susurrado”.
Adriana tampoco se priva de ese proceso que se torna mágico. Aún cuando técnicamente sería imposible susurrarse a ella misma, la escritora no deja de estar muy atenta a su voz interior, a ese llamado poético que se conecta de manera directa y estrecha con su sentir, con su palpitar.
Constantemente escucho esa voz interior; yo practico en mí muchos mantras. Me conecto con el cerro azul, me conecto mucho con la naturaleza; tengo la belleza del cerro que me mira. Ahí sí me susurro y siento que esos mantras que uno se dedica, y ahora me doy cuenta que son también susurros. La poesía nace de observar; y no es observar tampoco, es ver. Los poetas tenemos un ojito más; hay un ver que pasa desapercibido para otros y luego lo damos en palabras. Siempre insisto en que si pudiéramos transmitirle a los otros que en todo hay magia y poesía, sería bastante distinta toda la humanidad”.

UNA VIDA HECHA PALABRA
Claro que no sólo hau susurros en el día a día de Adriana Petrigliano. Muy por el contrario, hay también una compleja construcción de un universo propio que se traslada hacia el afuera, como abrazos que contienen a muchas personas que encuentran en la escritura y en sus talleres de escritura, una contención que se vuelve sustancial a lo largo del tiempo. “Trabajé durante 35 años en la Dirección de Cultura dependiente de la Municipalidad de la Ciudad. Mi tarea era generar espacios y algunos de esos espacios realmente me llenaron de satisfacción”, cuenta y recuerda una de sus tareas fundamentales: el ciclo literario “Los papeles que nunca nos unieron”.
“Fueron dos años de ediciones mensuales. Invitaba a dos escritores por mes y les hacíamos una pequeña edición de 200 o 300 libros. Pensaba que a los escritores no nos une la intimidad de un libro. Simpre me preocupó esto de que los escritores pasemos y no dejemos nada impreso. Siempre que presentaba esta colección, incluso en otras provincias, no podían creer que sea la Municipalidad la que financiara esto y luego se regalara al escritor invitado. Las políticas van cambiando. Eso duró dos años y a mi me llenó de orgullo. Dimos la posibilidad a muchos escritores. La realidad es que si no está el libro, el día de mañana nuestros nietos no lo van a poder ver; pero no hablo de nuestros nietos biológicos, hablo de los nietos generacionales. Hay que dejar testimonio”.
“Decires y cantares” fue otro de los espacios que Petrigliano supo concebir, siempre desde una mirada sensible y comprometida con la realidad que le toca al arte en La Rioja. En aquel ciclo se unían escritores y músicos, conformando un interesante ida y vuelta de experiencias. “Dicen que Rosario es la cantera de los artistas, porque no vinieron a La Rioja”, sostiene. Y pruebas para fundamentarlo tiene de sobra, desde su propia mirada siempre ligada al quehacer cultural en la provincia.
De allí también su preocupación y tarea constante vinculada a los concursos literarios. “Tengo poco que decir”, “Cuentos perturbados”, “El pueblo ya sabe de qué se trata”, “Febrero chayero” y “Te cuento la Chaya” fueron algunos de los certamenes que tuvo a su cargo. Y alguno de ellos, incluso, vino a sacudir la prolongada modorra sobre algunas problemáticas particulares en La Rioja.
“Me preocupaba que la Chaya sólo se conociera por lo folklórico; en ese sentido vale decir que está expresada de las maneras más maravillosas. Al principio creé ‘Febrero Chayero’, concurso en el que ganaron excelentes escritores con cuentos en los que la Chaya no parecía como querían; sin embargo, hay que decirlo también, como se trataba de cuentos extensos fueron muy pocos los que los leyeron. Consideré entonces que ahora el microcuento es el que ocupa un lugar por excelencia. Los jóvenes leen lo mínimo; pero junto a la brevedad se unieron los temas que aparecen en la actualidad y que generan debate”. La referencia de Petrigliano es inevitable y da cuenta de los resultados de los dos últimos concursos “Te cuento la Chaya”, que dieron lugar a amplios debates en el seno de la comunidad, con todo lo que ello implica en los tiempos que corren.
“Deberíamos valorar muchísimo que por fortuna todos los que hacemos arte aquí lo hacemos con libertad. Los grandes nombres de la literatura se ven obligados muchas veces a escribir de una determinada manera. Creo que en su momento molestó mucho eso; pero la discusión construye”.

TALLEREANDO
La multiplicidad de tareas que desarrolla Adriana Petrigliano, siempre vinculadas a la palabra, puede que encuentre un punto en común en el ámbito de sus talleres, por donde pasaron ya infinidad de participantes. Y seguirán pasando. “Hace 18 años que doy talleres en la Provincia. Mucho tiempo lo hice para niños y adolescentes y ahora para adultos. Doy talleres de manera particular, pero también en las escuelas, siendo parte del proyecto Atrapaletras”, cuenta. También estuvo presente en la última Feria de la música, donde tuvo a su cargo el taller “Ellos querían escribir la canción más hermosa del mundo”.
“Fue una experiencia hermosa ylLo que más me llamó la atención fue la cantidad de gente que se acercó, y luego las emociones que se generan entre la gente que se conecta desde la música y desde la escrutura. Todos tenemos la posibilidad de expresarnos desde la palabra, hace 18 años que lo veo. No escribe cualquiera, pero creo que todos podemos escribir y todos podemos encontrar la forma de emplear esos recursos como un punto movilizante”.
En este sentido, Adriana no duda en afirmar que muchos de los alumnos que llegan hasta su taller lo hacen, incluso, por una recomendación terapéutica. “El arte en sí cura, sana, nos coloca en un lugar de privilegio y sensibilidad extrema. Pero lo que no deja de llamarme la atención es la cantidad de buenos escritores que hay, excelentes escritores, que no siempre son visibles. Lo que más me asombra es la variedad etaria y además de eso hay gente que ha ganado premios y que tienen libros editados y siguen humildemente participando del taller. Lo importante es generar los espacios y dejar que la gente muestre, el caminito luego se hace solo y si lo que se produce es valioso, va a perdurar”.

PERFIL

Adriana Petrigliano es escritora, poeta, narradora conductora de múltiples y variados talleres literarios.
Nació en Buenos Aires y vive en La Rioja desde 1972 y aunque pasó bastante tiempo ya, no se ha podido despegar de la frescura del río y del mar a los que trajo consigo y aquí los mixturó con los cerros “azules” como suele expresar cuando los muestra en letras o en imágenes, porque también es una eximia fotógrafa.
Adriana hizo lo que expresó en un verso: “voy a plantar el mar en mi ventana”; y así lo hizo con peces voladores que cuelgan en ese espacio y se vuelven dorados con el sol de la tarde. Pero yo les aseguro que ese murmullo del viento y de las olas, ella lo esparce cuando va “susurrando” poesía con sus “susurradores”.
Adriana es un artista que genera y multiplica voces poéticas, desde los ciclos literarios que creó, como “Los papeles que nunca nos unieron”, “Nada que ver con otra historia” o “Decires y cantares”, entre otros muchos más.
Petrigliano generó y organizó concursos literarios que convocaron a escritores provinciales y nacionales, como: “Tengo poco que decir”, “Cuentos perturbados”, “El pueblo ya sabe de qué se trata”, “Febrero chayero” o “Te cuento la Chaya”.
Coordinó talleres literarios como “Te cuento la historia” (2017), taller de microrrelatos históricos con motivo de los 150 años de la Batalla del Pozo de Vargas y hoy continúa con numerosos talleres de creación literaria y corrección.
En la reciente Feria Provincial de la Música se destacó el taller de escritura creativa que dirigió Adriana: “Ellos querían escribir la canción más hermosa del mundo”.

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