Puede que quede una poesía

Una reseña para el libro «La ciudad etérea» de la escritora María Isabel Saavedra Usandivaras.

Lo etéreo. Eso que es intangible, poco definido y, a su vez, sutil o sublime, por definición. Lo etéreo. Eso que se aferra a lo abstracto, a lo puro, a lo elevado, por esencia. Está allí. Habita en esos espacios en los que no habita, en realidad. En esos espacios que no vemos, que no podemos tocar. Pero que están. Que son. Porque están allí, donde no podemos ver, pero sí percibir. Como el aire que respiramos y que nos envuelve, pero que no podemos dimensionar en lo concreto, porque se nos escapa, se nos escurre entre los dedos, al igual que el agua, que la arena, que el viento, que el tiempo, que la vida.

¿Qué hay, entonces, en lo etéreo? ¿Qué queda, entonces, en lo etéreo? ¿Qué no queda, entonces, en lo etéreo?

Estas preguntas, pueden ser un punto de partida. Y digo pueden, porque en lo etéreo, el debe pierde sustento frente a lo imperceptible. Frente a lo que es y, al mismo tiempo, no. Frente al vaivén de lo inesperado en el estado más volátil de las cosas. Lo etéreo nos plantea una duda. Una incógnita, cuando no una fragmentación interna, una disrupción de sentidos, una herida irresuelta entre lo que creemos factible y lo que se nos torna un imposible. Lo etéreo se enquista. Se incrusta. Se encaja. Se aloja. Obstruye. Desvela. Nos muestra tal cual y como somos: una debilidad, una carencia, una soledad que se prolonga, que se extiende hacia lo desconocido que nos circunda, a lo que está para ser descubierto en la fragilidad de un nuevo comienzo, como cuando se enciende la vela en el rumor de una brisa.

Puede (una vez más puede, y no debe), en este contexto sin contexto, que la poesía sea ese comienzo. Y puede (una vez más puede, y no debe), en este contexto sin contexto, que la poesía sea la respuesta. ¿Qué queda, entonces, en lo etéreo? ¿Qué no queda, entonces, en lo etéreo? Puede que quede una poesía. Puede, una vez más, y no debe, porque la poesía no tiene nada que ver con el deber, ni siquiera se le aproxima. Pero sí con el poder buscar esas respuestas que se nos esconden en lo etéreo. En lo intangible, en lo poco definido, pero a la vez sutil o sublime.

Así es «La ciudad etérea» de María Isabel Saavedra Usandivaras. Así es su poesía. Esa poesía que está allí, habitando en los espacios en los que no habita, en realidad. Como el aire que respiramos y que nos envuelve, pero que no podemos dimensionar en lo concreto, porque se nos escapa, se nos escurre entre los dedos, al igual que el agua, que la arena, que el viento, que el tiempo. Como ese «resplandor que hiere justo a las cinco de la tarde». Puntual y al acecho.

Cuando uno se adentra en el discurrir de la palabra de María Isabel asume, en primer lugar, la posibilidad del misterio, de lo subyacente, de lo que navega en las profundidades, aun cuando uno crea que se ve reflejado en la superficie. Y asume, en segundo lugar, que no hay margen, allí, para lo concreto. No hay lugar para lo preestablecido, para lo ordenado con anterioridad. Tampoco lo hay para los determinismos, mucho menos para los sostenes. No obstante, lejos está de primar en su decir el caos, o un pretendido desorden. Sí, en cambio, una invitación constante al asombro de lo extraordinario que, sin embargo, reside en lo simple, en lo cotidiano.

Una nube que escapa conteniendo su sollozo. // Un árbol que quiere alcanzarla. // Una mujer que grita callada: el nombre de él o de algo parecido. //Me gusta soñar lo que sueño que sueñan, // -como si fuera un amor desandando que ahí se ama-. // En fin, // es cuando una ni sabe.

Esa mirada que se afianza en lo pequeño, en lo sutil, en lo leve, en lo tenue, para luego transpolar hacia lo excepcional es el eje en el que María Isabel ancla lo elevado de su perspicacia poética y logra sumergirnos, así, en un universo inmaterial, de lo incorpóreo, de lo que puede caber en todos lados, pero también de lo que no puede caber en todos lados, porque no hay un escenario puntual, sino que hay todos los escenarios para la exactitud de la palabra que la asiste en su ir y venir, en su columpiarse entre los sentidos de lo abstracto, en su balanceo metafísico, sobrenatural y trascendente, allí donde escribe «siempre un puente de // piedritas insuficientes // sobre el aire escaso // -entre dos playas ausentes-. // Hasta que la equilibrista se hunde // en la memoria // en el otro sueño del sueño».

La poeta habita en la ciudad etérea que construye para habitar en lo que aún no existe, en lo que aún no se sustenta y, desde allí, funda la matriz de las otras ciudades en las que sabe que no será ella misma, pero que de ella misma estará tapizado cada contorno del fulgor y de la penumbra, de las luces y las sombras, de la vida y de la muerte, del ser y de su opuesto, en delicado equilibro que, sin embargo, viene a desequilibrar todas nuestras percepciones de lo humano, entrampadas ahora en un insomnio largo e incompleto, al igual que la mujer resquebrajada que es «desde siempre // desde antes // desde que juntaba los pedacitos del amor // y los adhería a su piel».

Tal y como lo afirma, María Isabel persigue una huella abandonada a su suerte. Y en ese deambular a través de las palabras, precisamente, la poesía –su poesía- puede constituirse en el único espacio de tierra firme donde hacer pie, la única respuesta para lo etéreo, para lo que queda en lo etéreo y también para lo que no. Es la poesía –su poesía-, el ámbito propicio para la certeza. Pero lo es, también, para la incertidumbre, para el ondular y el agitarse en lo «precioso e inconcebible que se adivina. Invariablemente». En la «mirada hacia atrás. Hacia lo que no hay».

«La ciudad etérea», de María Isabel Saavedra Usandivaras es eso que Nicolás Antonioli define como «una colección de poemas que se sostienen en la voz contundente que esparce su lenguaje en la densa atmósfera, en el enigmático ecosistema de un mundo que ya no es, de un lugar hipotético que podría ser todos los desquicios de la sociedad». Y es también lo intangible, lo poco definido y a la vez sutil, sublime. Eso que se aferra a lo abstracto, a lo puro, a lo elevado. Su lectura es como el aire que respiramos y que nos envuelve, pero que no podemos dimensionar en lo concreto, porque se nos escapa, se nos escurre entre los dedos, al igual que el agua, que la arena, que el viento, que el tiempo, que la vida. Y es una pregunta. O tres: ¿Qué hay, entonces, en lo etéreo? ¿Qué queda, entonces, en lo etéreo? ¿Qué no queda, entonces, en lo etéreo?

Puede que quede una poesía, en el propio ir intermitente de la poeta que nos dice: «Bajo tu luna, bajo tus estrellas, // y el secreto fuego de tus nevados. // Soy apenas este poema que roza la matriz rendida de tu noche».

LA AUTORA. María Isabel Saavedra Usandivaras, nació en San Juan y residió varias décadas en Tucumán. En la actualidad vive en la ciudad de Chilecito, La Rioja. Psicóloga Clínica egresada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT, ex docente de la Facultad de Psicología y por extensión en Filosofía y Letras de la UNT. Ex investigadora del Consejo de Investigaciones de la UNT (CIUNT). Ha publicado ensayos de su especialidad y artículos en diarios y revistas. Es autora de «Otro cielo para Facundo» (2010) -novela breve-, declarada de interés cultural en el departamento Juan Facundo Quiroga de la Provincia de La Rioja; «Gallito ciego» (2011) -microrelatos-; «Cuaderno malva» (2013): «Tribulaciones de una hormiga» (2012); «Tras el filtro de la hoja» (2018), «Poemas pendientes» (2019), «Del estupor de las abejas» (2020) -poemario- y «Las dueñas del desierto» (2014). En 2014 obtuvo el Primer Premio en el concurso de relatos organizado por la editorial española Amargord -con sede en Madrid- y el programa Poemas de Radio que se emite por Radio Universidad UNT. Pueden encontrarse textos suyos en tres antologías internacionales: La luna en verso (Granada, 2013); Buena Letra Antología italiano-español (Roma, 2014) y Antología Poética (Portugal, 2015), además de la Antología Federal NOA (2017), editada en Argentina. «Del temblor del tiempo» (2017) pertenece a la colección Poesía Joven del Instituto de Antropología y Filosofía de la Religión UNT. «La ciudad etérea» (2022) es su más reciente poemario.

ACUARELA EN LA CIUDAD

Una nube que escapa conteniendo su sollozo.

Un árbol que quiere alcanzarla.

Una mujer que grita callada: el nombre de él o algo parecido.

Me gusta soñar lo que sueño que sueñan,

-como si fuera un amor desandado que ahí se ama.-

En fin,

es cuando una ni sabe.

TIERRA SIN FRONTERAS

A veces una se disuelve y muerde una bruma insoluble

-sacudimiento de toda medida

de toda frívola indolencia-.

Ahí mismo, la extrema experiencia quiebra la red.

Así, descarriada

salgo a encontrarte en aquella bonanza del soplo.

ALGO QUEBRANTA LO IMPROBABLE

Yo escribo siempre un puente de

piedritas insuficientes

sobre el aire escaso

-entre dos playas ausentes-.

Hasta que la equilibrista se hunde

en la memoria

en el otro sueño del sueño.

AÚN EN EL AMOR

Se ha trastocado el sentido

y la pureza es ahora volátil

-en verdad-

el tren llevaba en su balada

una desafinada apariencia de exhalación

y, sin embargo, viajábamos cantando.

Y la curvatura puede verse nítida -ahora-

en el ocre de la tarde que descalza

aquella incurable vanidad del resplandor.

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