Desde la nada, al casi todo

Reseña para el libro «Ofrenda de la luz», del escritor Carlos Penelas

«La poesía no se refiere a nada», advierte el citado Paul Valéry en el inicio mismo de Ofrenda de la luz, la más reciente publicación del escritor Carlos Penelas (Dunken, 2019). Es desde ese punto de partida, precisamente, que el autor nos pone a pensar, a reflexionar sobre todo lo que sobreviene después de aquella exhortación, cuando con plena determinación frente al abismo que supone un vacío posible, igual decidimos sumergirnos en la intensa profundidad de su escritura.

Hay en la poesía de Penelas un principio que, a la luz de los acontecimientos, puede resultar inapelable y definitivo. Una sutil invitación a naufragar en aguas de dudas constantes, interrogantes fundamentales a los que el poeta nos induce a brazadas, entre recuerdos y olvidos, a través del paso del tiempo, el suyo y el nuestro, casi en un mismo pulso y una misma búsqueda: saber, al fin, de qué va la vida, tal como solía preguntárselo su padre.

Es así como el escritor va desandando el camino de sus propias geografías ya tantas veces recorridas. Desde los jardines de la infancia hacia la plenitud del mar y de la muerte, anclando una experiencia vital en cada uno de los puntos cardinales intermedios en los que supo asumir como propias las herencias de frágiles memorias, del llanto esencial de lo que en verdad no se sabe (como la inexplicable pasión por los colores de un club de fútbol), de lo que no conocemos, de las nostalgias, de los precipicios que aguardan a que demos ese otro paso.

Todo transcurre en la escritura del nacido en Avellaneda como si se tratara de una fotografía en la que sostiene (y sostenemos) «una esperanza, un sueño, una realidad perezosa, miserable». Pero también un anclaje en lo cotidiano, en esa lucha sin tregua, a destajo, por «pensar que somos otros». Y que los otros, los retratados, también lo fueron en esa búsqueda «de la felicidad o de la desnudez» que «hace evocar nombres, miradas, espejismos».

Y paisajes. Infinidad de paisajes que el escritor pone con maestría sobre el papel en blanco, como si se tratara de un eximio pintor que, entre palabras ubicadas con precisión de cirujano, da cuenta de las crónicas de viajes surrealistas (a lo René Magritte) que lo llevaron por diferentes lugares de Europa o por el interior profundo de su Argentina, apegado siempre a esa nostalgiosa y excéntrica intimidad de álbum familiar, de bellas caligrafías, de cartas que aún aguarda con la secreta esperanza de que volvamos a pensar con las manos; así, con la misma cadencia con que los relojes mecen la tarde y «desemboca mi alma -taciturna, constelada- en el aliento del naufragio».

Después de todo, y tal como lo afirma el propio Penelas, «también el amor es fábula y ausencia» en esa inmersión en que «la soledad es inmensa» y los nombres propios llegan como un viento que lo despierta para dar con la certeza de que no se olvida el desvelo y que «estamos aquí, en la desolación, / pero también en la rosa y en los libros, / en un café de San Telmo o de Barracas, / recordando el óbolo a Belisario, / la dicha de los nietos, los muelles de madera, / la quietud y la aventura de los símbolos, / en esta libertad oculta, débiles, / más allá del compás, más allá de una gratitud / imaginando un viaje inefable».

Como se dijo en un principio, el citado Valéry solía afirmar que «la poesía no se refiere a nada». Pero también acostumbraba sostener el trascendental escritor francés que «todo poema que no tenga la precisión de la prosa no vale nada». La primera aseveración, bien podría -si quisiéramos- ser refutada después de zozobrar en «Ofrenda de la luz», donde la poesía hace referencia, desde la nada, al casi todo. La segunda, en cambio, alcanza categoría de máxima a partir de la pericia literaria de Penelas. Y aunque el escritor sabe y afirma que «todo es un mito que regresa», no cesará en su afán por doblegar desde la ofrenda de la luz todo lo difícil que puede resultar aquello que soñamos para atravesar, al fin, la oscuridad.

EL AUTOR

Carlos Penelas nació el 9 de julio de 1946 en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y reside en Buenos Aires, capital de la República Argentina. Es Profesor en Letras egresado de la Escuela Normal de Profesores «Mariano Acosta» y es en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires donde cursó Historia del Arte y Literatura.

Obtuvo primeros premios y menciones especiales en poesía y en ensayo, así como la Faja de Honor (1986) de la Sociedad Argentina de Escritores -de la que fue en 1984 director de los talleres literarios- y otras distinciones. Su quehacer ha sido difundido en innumerables medios gráficos periódicos nacionales y extranjeros, tanto en soporte papel como electrónico.

Dictó conferencias en un alto número de instituciones de su país y del exterior. Fue jurado nacional y provincial y panelista en mesas redondas. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías Poesía política y combativa argentina (Madrid, España, 1978), Sangre española en las letras argentinas (1983), La cultura armenia y los escritores argentinos (1987), Voces do alén-mar (Galicia, España, 1995), A Roberto Santoro (1996), Literatura argentina. Identidad y globalización (2005). Publicó a partir de 1970, entre otros, los poemarios La noche inconclusa, Los dones furtivos, El jardín de Acracia, El mirador de Espenuca, Antología ácrata, Valses poéticos, Poemas de Trieste, Homenaje a Vermeer, Elogio a la rosa de Berceo, Calle de la flor alta y Poesía reunida.

A partir de 1977, en prosa, fueron apareciendo los volúmenes Conversaciones con Luis Franco, Os galegos anarquistas na Argentina (Vigo, Galicia, España, 1996), Diario interior de René Favaloro, Ácratas y crotos, Emilio López Arango, identidad y fervor libertario, Crónicas del desorden y Retratos, entre otros.

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