Hacia el curso sensible de la danza

«El Tango tiene eso: que a medida que más lo vas conociendo, más te atrapa, porque te das cuenta que en algún momento te toca en lo que vos sos, cuenta Valeria Castro, referente ineludible para el género del 2×4 en La Rioja.

Cuerpo, mente y alma. En sintonía. Movimiento, cuerpo y mente. Confluyendo. Alma, vuelo y placer. Despertando. Así es como se pone en marcha esa alquimia en la que todo se torna un ritmo. Y una armonía. Con el alma a flor de piel, brotando entre cuerpo y mente. Fuera ya de todo conflicto. Profundamente en el amor, abrazándose, aferrándose a la danza que viene a resumir todo ese proceso interno que ahora se da hacia el afuera, hacia el universo del disfrute de quienes observan cómo esa transformación sustancial de su existencia ya es un hecho.

En la vida de Valeria Castro, en lo cotidiano de su día a día, la relación no es diferente. Puede que el orden de los factores no sea siempre el mismo, pero el resultado permanecerá invariable. Y es que hay una convivencia estrechamente natural entre su cuerpo, su mente y su alma, desembocando como el río al mar, pero en este caso hacia el curso sensible de la danza. Incluso cuando habla, cuando se expresa, siempre con una gentil sonrisa, su humanidad parece querer improvisar algún paso, danzando en la pista de su realidad, en donde es mucho más que una eximia bailarina pero en donde, al mismo tiempo, siente, no podría ser nada si no fuera esa eximia bailarina. No imagina la vida sin danzar. Y resulta absolutamente lógico que así sea, aún cuando su llegada al baile se dio cuando ya contaba con sus primeros 12 años, edad tardía tal vez, pero en su caso justa y precisa, tal como el destino lo señala.

ESTE LADO DE LA HISTORIA

A todos y cada uno de los seis hermanos que integran la familia Castro (tres mujeres y tres varones), papá y mamá los iban vinculando a alguna rama artística. En el caso de los hombres, la institución elegida fue la Escuela Municipal de Arte, donde se encontraron con el folklore, mientras que las mujeres recalaron en la Polivalente de Arte.

«Tuve buenas docentes», cuenta, con las que luego le tocó trabajar. «A los 12 años es clave la iniciación, la preparación, la formación y la técnica, que demanda muchísimo», a lo que agrega también «exigencia y dedicación». Se recibió con el título de Maestra Nacional de Danza y luego se sumó al Profesorado de Danza, aunque sus inquietudes la llevaron también a recibirse como Productora de Radio y Televisión.

«Siempre me gustó muchísimo la Comunicación y la carrera me encantó. Mi tesis fue videodanza; siempre articulaba las dos ramas», recuerda y acentúa esa conexión en su actividad como docente del Colegio II Héroes de Malvinas y del Colegio 14 . «En las escuelas doy Radio y TV. Cuando me lo piden, armo alguna coreo, pero los contenidos y espacios están ligados a la Comunicación. Lo puedo articular, pero desde una perspectiva más abierta, desde el comunicar con el cuerpo. Trato de explorar para lograr esa articulación».

Valeria rememora también que durante todo aquel proceso de estudio siempre continuó ligada a la danza. «Hacía comedia musical, salsa; me recibí también en un Instructorado de Ritmos. En 2007 me llamó Facundo Oliva (Ballet de Tango Municipal) para que tome clases con él y quedé para una gira que él hacía, de casi un mes. Así fue como empecé a engancharme con el Tango». Pero eso ya forma parte del otro lado de la historia en esta historia.

Antes, entre mate y mate, la charla transcurre sobre su primera relación con la danza y el por qué de su elección que perdura hasta el día de hoy y que la define de manera esencial, aunque no sólo en lo que a bailar respecta, sino también en su devenir cotidiano, donde encarna con la misma pasión y entrega su rol de mujer y de madre.

«Siempre me gustó y me sentí muy identificada con el sacrificio; siempre me pareció que la danza estaba vinculada a eso, a la disciplina, y creo que para mí esa es la clave de los bailarines, y de cualquier profesión en realidad: lograr el equilibrio y entender que todo se logra con sacrificio». La definición, la define. Basta con verla flotar sobre la pista de la mano de su ocasional compañero de baile para caer en la cuenta que todo su recorrido junto al arte de la danza ha estado marcado por esa concepción, aunque eso no le impide ser absolutamente consciente -en base a su experiencia personal- en cuanto a que hay líneas que no se deben cruzar.

«De chica me pasaba que estaba muy obsesionada, me gustaba demasiado bailar y vivía obsesionada con el tema de las aberturas, por ejemplo; dormía rotando o acomodándome en diferentes posiciones, hasta que no daba más. No digo que eso esté bien, es algo que sufrí y fue algo que en su momento no podía entender. Era una obsesión exigirme y buscar mostrar siempre un poco más. Luego pude entenderlo; está bueno exigirse y poder siempre nivelarse, pero no creo que sea sano que te pierdas en esa línea que es muy fina».

Para eso, considera que «es fundamental el rol de los docentes; mi forma de trabajar me llevaba a avanzar, a estar en las mejores condiciones, pero estaba descuidándome en otras cosas. Estaba muy obsesionada en todo, me quedaba horas practicando luego de clase; lo disfrutaba, pero era una fatiga permanente y el cuidado personal, mi alimentación, no era buena, hasta que pude hablarlo con una de mis profesoras desde otro lugar y comprendí que debía buscar un equilibrio».

Sin embargo, está convencida que de lo que se trata es de «aprender que todo se logra con disciplina y dedicación. Se puede llegar a tener buenos momentos en tu profesión, pero si no lo construís permanentemente con dedicación y constancia, esas cosas se van a ir cayendo. Si no sos una persona dedicada, con disciplina, es imposible. Eso es lo que yo creo».

Y creer, muchas veces, es sinónimo de crear. Mucho más cuando lo que se pone en juego es el cuerpo como una herramienta de expresión que deja al descubierto el sentir más profundo, esa sensibilidad especial que sólo los artistas pueden transmitir cuando los ojos quiebran la mirada hacia un cielo, un tiempo, allá en lo alto de la melodía en que ahora se queda pensando, mientras busca las palabras justas, como si danzara.

«Creo -cree y crea, una vez más- que lo vinculado al arte tiene mucho que ver con no mezquinar nada, con que puedas transmitir todo lo que ocurre a nivel de la sensibilidad. Eso es como algo muy genuino de cada artista. Todos tenemos sensaciones diferentes adentro que cargamos; esa es la identidad de cada uno, encontrar eso, cuando sale, cuando lo interpretás, no mezquinar, lograr expresarlo. Tiene mucho que ver con lo que sentís y que está muy ligado a lo artístico, es como un sello de cada uno». Y Valeria Castro tiene su sello, su marca registrada. Antes, incluso, del Tango.

EL OTRO LADO DE LA HISTORIA

Muchos de los que conocemos a Valeria Castro, probablemente, llegamos al universo de su danza para asociarla estrechamente con el Tango. Ese, definitivamente, es el otro lado de su historia, ligada con ese género tan especial. Pero es, al mismo tiempo y si se quiere, el más reciente. Aunque, en rigor de verdad, resultaría difícil poder disociar a Valeria de la danza, sea cual fuere el género que decidiera interpretar. Como sea, no obstante, su condición de bailarina de Tango la pone también en un lugar particular, frente a una trayectoria compleja que define y determina al 2×4.

Sin embargo, así como su relación con la danza se construyó y se construye por los carriles de lo natural, su llegada al Tango fue como una desembocadura lógica hacia el mar de sus deseos y necesidades. Y también de sus raíces más profundas. «Siempre me gustó mucho el Tango; mi mamá nos contaba que su madre, que era oriunda de Chamical, bailaba en las milongas. Era algo que estaba siempre ahí. Por eso cuando Facundo (Oliva) me llamó nunca lo dudé y empecé a dedicarme de lleno. Por ese entonces me di cuenta que hacía muchas cosas: Expresión Corporal, Contemporánea, Salsa y a la vez hacía Tango y que no definía ningún estilo. Entonces lo que hice fue concentrarme en el Tango, que tiene que ver con mi esencia, con toda mi carga de vida».

Proceso de búsqueda y de maduración. Crecimiento. Pero también búsqueda permanente de esa esencia que la acompañaba desde los comienzos mismos y que la llevaba a sumergirse en un mundo nuevo, con todo lo que ello pudiera implicar para una mujer, en un ámbito muy vinculado siempre a los hombres. Para Valeria, como ella misma lo afirma, «fue todo muy natural, algo que siento que es innato. El Tango tiene eso: que a medida que más lo vas conociendo, más te atrapa, porque te das cuenta que en algún momento te toca en lo que vos sos. El Tango es una danza popular muy vinculada, más allá de lo sensual, a muchas cosas de la historia de cada persona, es una danza que deja de ser individual, porque a diferencia de otras tenés que dejar de ser vos para adaptarte al otro; es como una relación que vos generás con la otra persona sin la necesidad de conocerla», afirma con conocimiento de causa, pero también con una mirada de apertura que mucho tiene que ver con el concepto que maneja de «libertad».

«En las milongas, el primer paso lo das cuando salís a bailar con alguien que no conocés, es la primera sensación de impacto que te causa. De ahí todo lo que sigue en ese momento de bailar tiene que ver en nuestro caso, el de las mujeres, con adaptarnos a lo que el hombre nos propone, y ocurre como muchas veces en la vida que vas cediendo, que te vas adaptando, que proponés. Es una danza netamente social en donde dejás de ser vos, y cuando entendés eso es cuando te das cuenta de un montón de cosas, y de lo mágico que es el Tango. A mí me pasó eso: a diferencia de que siempre te corregís, te perfeccionás, te dedicás a vos, aquí trabajás mucho para el otro».