Eterna resistencia

Una reseña para el libro «Memoria de los Llanos», del escritor riojano Héctor David Gatica

Lo que queda escrito se salva. Esa parece ser la premisa vital de Héctor David Gatica. La búsqueda incansable de un inagotable escritor que, en lo prolífico de su obra, va dejando una memoria colectiva que traspasa, junto a esa lucha cuerpo a cuerpo para evitar el olvido. El olvido es tal vez, para el autor, el más atemorizante de los abismos. Y en cada palabra empleada se pone en juego también su salvación. Esa perdurabilidad anhelada que encuentra en la poesía un alivio para tanto sufrimiento terrenal, para tanto designio inevitable, para tanta condena previa, de antemano.
“Memoria de los Llanos”, en su décimo sexta edición (algo prácticamente inédito para un libro de autor riojano), es a todas luces una búsqueda perpetua desde la fecunda cadencia de la poesía de un Gatica introspectivo, pensante hacia sus adentros, pero con la mirada puesta en un afuera que lo alumbra, que lo sorprende en lo inverosímil y que, evidentemente, lo determina y acompaña hasta sus días en el presente.
No podría existir el escritor si no existieran los Llanos y sus memorias. Pero para ser estrictamente justos, tampoco podrían existir los Llanos y sus memorias si no existiera el escritor. Esa especie de conquistador que funda su presencia para concebir, luego, su lugar en el mundo, su espacio irreductible, su territorio atado a las raíces de quienes pusieron alma y vida para desandar el revés de un tiempo que es parte de un recuerdo, pero también este sentir de hoy en carne viva.
En cada uno de los puntos cardinales pone Gatica una palabra a modo de siembra. Riega semillas en el horizonte con agua de sus lágrimas derramadas entre penas y alegrías, a consciencia plena. Abona al ser con el despojo de las vivencias desgarradas desde una vida que se aproxima constante y peligrosamente a la muerte, en la cornisa latente de las ausencias que se aparecen inevitables, y cosecha al fin su historia y la de sus contemporáneos al galope del viento que le surca el rostro y le deja marcas indelebles en la piel.
He querido quedarme entre lo mío / desgarrado en el reino de las espina/ donde se halla el silencio con raíces / y se tiene el espacio de los pájaros/ Ya sabrán las auroras entenderse / para darme el mensaje de los vientos / Corazón de malezas / en mi vida cruzada por las ramas / hombre y pájaro y flor / entre lo mío.
Así se abraza el escritor a lo suyo, a sus raíces, a sus entrañas conectadas al sudor de los guadales, con los Llanos, con su siempre anhelada Villa Nidia, la de su padre y su madre, la de sus hermanos y de cada uno de esos personajes indispensables a su infancia y su construcción poética. Esos fundadores del olvido que, sin embargo, sobreviven como referencia inevitable.
Así implanta el escritor su universo y lo ofrece, generoso, traspasando los límites de su mirada, recobrada entre palabras escritas al firmamento. Porque Gatica sabe, mejor que nadie, que lo que queda escrito se salva. Y es, al mismo tiempo, una eterna resistencia.

 

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