Que no nos falte una poesía

Una reseña para el libro «Animal ciego», de la escritora Silvia Barei

Por si acaso súbitamente perdiéramos la visión; por si, de pronto, nos convirtiéramos en un ser inanimado que tantea el paso del tiempo en un reloj que detuvo sus agujas; por si en una de esas casualidades la memoria nos jugara una mala pasada y los recuerdos se nos esfumaran como ratas por las alcantarillas oscuras de los involuntarios desencuentros; por si, tal vez, extraviáramos la matriz de la lucidez de otros momentos en los que la plenitud venía a ponernos signos de admiración en nuestra, por entonces, intacta capacidad de asombro…por si nos faltara, un día, la poesía…
“A nosotros nos habían dicho otra cosa / sobre la condición humana”, sostiene con un dejo de resignación Silvia N. Barei en su poema 1990 de su libro Animal ciego (Alción Editora, 2017), en el que además se confiesa “azorada y perpleja”. Y no es para menos cuando las palabras de la escritora cordobesa nos atraviesan como un rayo de luz que, por momentos, espanta. Es ese, y no otro, el remedio que, generosa, ofrece a todos nuestros males que insisten en comportarse como flechas (como fechas) hiriéndonos el aire.
Barei recupera instantes como inabarcables vitalidades propias, realidades que sangran en su rememorar y que, no obstante su individualidad, nos tocan, incluso fuera de toda transversalidad generacional. Por eso la escritora nos va dando algunas señales en cuanto a la estructura de su obra que, sin embargo, viene a desestructurar, desde lo conceptual, los órdenes preestablecidos. Hay una Historia (con mayúscula y singular) y hay historias (con minúsculas y en plural) que bien podrían ponerse en cronología para descifrar, aún en penumbras, aquellos hitos personales que marcaron a Barei y aquellos otros que podrían marcarnos a todos y cada uno de nosotros. Y, porqué no, a ninguno. Una y otra (Historia/historias) dividen al libro en dos de las tres dimensiones en las que podrá ingresar el lector.
En un punto, en otro punto, o en todos los puntos, daría casi lo mismo, si no fuera por la advertencia de Barei: “no se trata de lo que uno cree estar viendo / ni del paisaje por la ventana / ni de la neblina espesa / ni del mundo afuera y sus plazas incendiadas”. Se trata, en todo caso, de la incansable búsqueda de una memoria global y definitiva que no admita desacuerdos, al menos, en conceptos asociados a una realidad verdadera, o a una verdadera realidad, y que busque anclar al presente en un espacio común, en una raíz de encuentro que ponga nuestros pies a resguardo de la mundana levedad del mundo.
Porque tal vez no se trate, ni siquiera, de ver y baste tan solo con cerrar los ojos y abrazar levemente la oscuridad para al fin descubrir lo placentero de una caricia sobre el lomo de un gato o sobre el lomo de un libro o sobre el lomo de nuestras existencias, como animales ciegos deambulando entre olvido y olvido, entre recuerdo y recuerdo.
Y por si acaso súbitamente perdiéramos la visión; por si, de pronto, nos convirtiéramos en un ser inanimado que tantea el paso del tiempo en un reloj que detuvo sus agujas; por si en una de esas casualidades la memoria nos jugara una mala pasada y los recuerdos se nos esfumaran como ratas por las alcantarillas oscuras de los involuntarios desencuentros; por si, tal vez, extraviáramos la matriz de la lucidez de otros momentos en los que la plenitud venía a ponernos signos de admiración en nuestra, por entonces, intacta capacidad de asombro, que no nos falte, al menos, una poesía para sostenernos.

PERFIL

Silvia N. Barei vive en Cerro Azul (Agua de Oro, Córdoba). Se desempeña como docente de posgrado de la Universidad Nacional de Córdoba
Otros títulos del autor: “Que no quiebre el conjuro la palabra (1992, Alción); Cuerpos de agua (2004, Alción), La casa en el desierto (2008, Alción) y Plegarias domésticas en mujeres, artes y oficios (con María Teresa Andruetto, 2012, Editorial Comunicarte).

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