La conquista del mundo

La escultora riojana Carina Fabaro participó del Nashua International Sculpture Simposium. Lejos de su tierra, pero aferrada a sus raíces, la artista va dejando huellas que llevan su nombre y el profundo amor y compromiso por lo que hace.

Cuando atravesás las puerta que da al pasillo que te lleva hacia el umbral que da a la calle, sentís que te vas cargado de un cúmulo de inexplicables sensaciones asociadas a una construcción mental que se queda como recostada sobre formas. Formas que dan formas a otras formas. Y esa necesidad de poder poner punto final a lo efímero que suele resultar el tiempo cuando de encontrarse con el arte se trata.
En los instantes previos, alguien -gentilmente- abrió las puertas de su casa y te dejó entrar a su particular universo, como quien abre un libro en el que los bocetos, como sueños, se vuelven concretas realidades. La materia inanimada cobra vida y se torna perpetua para la mirada del hombre en algún punto del planeta tierra.
De eso se trata el oficio de Carina Fabaro, la escultora riojana (por adopción) que a fuerza de talento y empeño va delineando un camino en el que cada una de las huellas dadas es una obra de arte que atesora, para la posteridad, la memoria y la trascendencia. Conquistas que llevan su nombre y que la convierten en una “guerrera” del arte que va con sus ideas como estandartes y con sus manos como herramientas abriendo las puertas del mundo.
El trabajo es lento y arduo, pero las recompensas suelen llegar con el mismo ímpetu con que Fabaro pone sus fuerzas en la amoladora para dar batalla al granito y dar vida a su última creación (por ser las más reciente, aunque no la definitiva). Y con los justos merecimientos.
Cuando a un artista se le abren las puertas que trascienden sus propias fronteras y las fronteras de su particular lugar en el mundo, es porque algo está transformando. Y ese algo va mucho más allá, evidentemente, de las visiones acotadas a lo territorial, muchas veces cesgadas por los egocentrismos de los “dueños de la verdad artística” que conforman el círculo cerrado al que casi nadie accede. Debe ser por eso que los horizontes amplios llevan a la artista hasta lugares insospechados. Como Nashua, en Estados Unidos.
Ese fue el espacio que acogió hace muy poco a Fabaro, en el marco del Nashua International Sculpture Symposium, un encuentro que lleva ya 11 años y que dio espacio a 33 esculturas de artistas de todo el globo, entre los que la escultora riojana, invitada especialmente a ser parte de esa historia, dejó también su impronta.
“El de Nashua es un simposio muy interesante, que es organizado por la comunidad que busca darle otra imagen a una ciudad que se ha dedicado siempre a la industria”, cuenta la artista trasando una primera línea de ubicación, no solo en lo geográfico, sino también en la importancia del involucrarse con el arte desde todos los ámbitos que integran una sociedad, en este caso, una de las más antiguas de Estados Unidos.
La de Nashua fue la primera vez de Carina en el gigante del Norte y será, casi con seguridad, inolvidable para ella y su derrotero artístico, teniendo en cuenta la dimensión que cobra el hecho de haber dejado en uno de los parques más importantes de la ciudad (el Sullivan Park) una obra con su nombre que habla, al mismo tiempo, de su trascendental trayectoria.
“Por año invitan a tres escultores y las obras se hacen en granito, ya que se trata de una zona en la que abunda ese material”, explica Fabaro aún con dejos de sorpresa en su mirada. “La gente es muy agradable; es la mismca comunidad la que organiza el simposio y hay una familia que te adopta durante 24 días, te da hospedaje, te llevan hasta el lugar en que estás trabajando, etc. Éramos tres escultores, uno de Escocia, Tom Allan y otro de Costa Rica, Tony Jiménez. La que organiza es gente grande, pero con una energía impresionante y nos dieron la posibilidad de desarrollar nuestra tarea en un laboratorio en el que se trabaja también con robótica, mecánica, impresiones 3D”.
La conclusión más simple a la que se puede arribar, casi de inmediato y con tanta lógica como obviedad, es que aquel lugar “es otro mundo”. Pero ese “es otro mundo” abarca no solo las cuestiones puntuales, como el hecho de contar con todas las instalaciones y todas las herramientas, o la posibilidad de elegir el lugar en donde quedaría emplazada la escultura, o la novedad de que el Municipio de Nashua ofrece esos espacios públicos y se encarga de tomar todas las previsiones. Hay, también, un compromiso prácticamente insólito -para nuestro devenir diario- de la comunidad de Nashua con el arte y un respeto casi reverencial para con los artistas. Sí, otro mundo.

Pachamama
Pero lejos de su tierra es cuando uno más extraña a su tierra, incluso frente a las palmarias diferencias que invitan a una necesaria reflexión. De allí que el artista busque también anclajes con su propia historia para desplegarlos sobre su obra. ¿Y qué arraigo puede resultar mayor que el de la Pachamama? Así se llama la obra a la que Fabaro dio vida en Nashua y desde allí surge la inevitable emoción. No sólo por haber sido parte de aquel evento, sino también y fundamentalmente por sentir que un poco de nuestra tierra queda ahora por aquellos pagos tan lejanos.
“Yo mandé un proyecto, pero no conocía el lugar donde iba a estar la obra. Iba a ser todo en granito, pero luego nos dimos con que no había de esas dimensiones, entonces me ofrecieron acero corten. La obra se llama la Pachamama y es una forma que abraza la tierra y contiene un espiral que representa la evolución”, cuenta.
Abrazarse a la tierra puede ser, tal vez, la mejor definición a la hora de pensar el artista en la perpetuidad y la trascendencia, dejando fluir además una notable plasticidad para adaptarse al material (que no era del todo el esperado) como el material se adapta a las formas.
“La obra fue hecha en acero y granito rosado, que fue trabajado en seco, con cortes con plasma y amoladora pura; pulir el granito es muy difícil porque es un material muy duro. El acero tenía una torsión bastante complicada, por lo que me pusieron un ayudante que era especialista en soldaduras. Hubo que cambiar las dimensiones en función del cambio de materiales”, afirma la escultora que, no obstante, destaca que en todo momento sintió mucho respeto por su opinión y recibió toda la colaboración para poder llevar adelante su obra.
De igual manera, explica que eligió el Sullivan Parka “porque la gente va ahí con sus hijos; hay muchos juegos, pero también hay gente que va a leer. La comunidad ocupa mucho los espacios públicos y ese lugar me gustó porque es tranquilo y tiene que ver con la tierra; mi obra tenía que estar en contacto con la tierra y es muy emocionante estar allí”.
Una vez más, la escultora riojana remarca el compromiso de la comunidad en relación al arte y el impacto que esto genera, partiendo de los más pequeños. “Los niños aman el arte y aprenden a valorar el arte desde pequeños; la gente es muy sensible a la expresión de la escultura y cada persona cumple una función. Por otra parte, hay una legitimación del Estado, y eso se va ganando con la seriedad con que se trabaja. Ellos buscan mejorar la imagen de la ciudad; hay pianos en las calles, pinturas. Es notable que tienen objetivos en común, que se trata de pensarse en comunidad y aquí no nos pensamos en comunidad. Aquí hay una clara falta de consciencia del espacio público”.

Construir o destruir, esa es la cuestión
La mirada de Carina Fabaro es siempre contemplativa y así se refleja también en su obra, que en nada constituye un hecho individual, sino más bien la búsqueda constante de la inclusión de la sociedad a través del arte. La artista riojana dejó plasmado su nombre en Estados Unidos (nada más y nada menos), pero antes que apuntar a una valoración personal, elevó con orgullo la bandera de Argentina. No es la primera vez que lo hace. Tampoco será la última. Sin embargo, y más allá de las posibilidades que le otorga el hecho de poder atravesar fronteras y abrir la mente a nuevas realidades, no deja de tener una observación crítica sobre los “asuntos internos”. Muy por el contrario, anhela la posibilidad de trar un poco de todo aquello para regar por estos pagos y cosechar cultura.
“Siento que aqui se juntan para destruir o protestar, pero no se juntan para construir. No importa si uno sabe más que el otro, lo importante es poder ir aprendiendo en el proceso; aprender a valorar el trabajo del otro, aún en las diferencias. “Me gustaria implementar cosas que voy aprendiendo y siento que es posible, pero esta faltando la voluntad de abrirse al mundo y de aceptar al otro; en cuanto aceptas al otro y respetás al otro, desde el lugar que ocupe en la sociedad, podes trabajar con el otro”, afirma y, al mismo tiempo, sostiene: “aqui hay una comunidad de artistas que es muy cerrada; quiero manifestarme, quiero un espacio pero siento que me tengo que ir”.
Y va. Carina Fabaro no detiene su paso, a pesar de todas las dificultades que encuentra en el camino. Carina Fabaro va. A la conquista del mundo.

LA ESPIRAL DE LA EVOLUCIÓN

Un dicho acuñado hace tiempo ya, afirma que nadie es profeta en su tierra. Ejemplos que sostienen esta teoría pueden encontrarse por millones. Algunos, en particular, son muy significativos, nos tocan muy de cerca y deberían obligarnos a replantear, al menos, el orden de las prioridades dentro del intrincado y complejo universo del arte.
Carina Fabaro es uno de esos casos que merecen una atención especial. Su obra no sólo derriba estructuras; también echa por el suelo fronteras. Sin embargo, aquí, en sus pagos, no logra aún dar con el reconocimiento que le permita dejar su huella artística.
Los círculos cerrados de la cultura, a los que La Rioja suele ser tan afecta en casi todas las expresiones artísticas, no permiten en muchos casos vislumbrar a los grandes artistas que dejan muy bien sentado el nombre de la Provincia y el País en el exterior, a partir de una actitud de solidaridad extrema y sin esperar nada a cambio. O tal vez, tan solo, una oportunidad.
En tiempos en que permanentemente se pone la mirada sobre cuestiones que no hacen más que acentuar las grietas ya acentuadas por la intolerancia y la falta de respeto hacia y por el otro; en tiempos en que la destrucción de los pensamientos y puntos de vista opuestos es la regla y no la excepción; en tiempos en que las distancias en relación a nuestro prójimo próximo parecen alejarse más y más, deberíamos al menos detenernos un instante a pensar en el mensaje que nos van dejando quienes a través de su arte individual buscan abrazar lo colectivo, lo común, lo que nos une e identifica desde el adentro y hacia el afuera.
Pachamama es el nombre de la obra que Fabaro dejó para la posteridad en Nashua, Estados Unidos, junto a la bandera argentina que enarboló con orgullo y con La Rioja en el corazón. Ese aferrarse a la madre tierra, tan lejos de la suya, donde la indiferencia juega un papel determinante, es un enclave fundacional que nos interpela como sociedad inserta en un mundo cada vez más globalizado, pero también cada vez más individualista.
Ese aferrarse a la madre tierra es también un interrogante, un cuestionamiento, un obligarnos a detenernos a pensar en hacia dónde y cómo queremos ir, y un necesario darnos cuenta de la importancia de poner nuestras intenciones y energías en la misma dirección que Fabaro, en pos de esculpir la espiral de la evolución de una sociedad riojana que construya en lugar de destruir, que abrace en lugar de discriminar y que valore en lugar de dar la espalda.
Para la escultora riojana el futuro llegó hace rato y, desde su espacio de absoluto compromiso con el arte, ha sabido interpretarlo con la misma capacidad con que emplea sus herramientas para darle forma a lo que no tiene forma; para plasmar sus ideas sobre el material con absoluta precisión y profesionalismo. Pero por sobre todas las cosas, con profunda pasión y amor por su tarea.
Ahora nos toca a nosotros, a los riojanos y, muy especialmente a quienes toman las decisiones fundamentales, hacerla profeta en su tierra. (FV)

 

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