Tango que me hiciste bien

«Del barro al asfalto». Así se llama el trabajo discográfico de Alejandro Reyna, tanguero de ley que, después de pasar por «la mala» recobró su voz para convertirse en un fenómeno viral que, en realidad, no hizo más que confirmar su destino inquebrantable de 2×4.

La vida es un tango, suelen decir por allí. Sangre, sudor y lágrimas. Soledad y desolación. Drama y abandono. Traición. Pero también resurrección. Volver a nacer, resurgir, dejar atrás las cenizas del pasado cruel. Volver a creer. Volver a soñar. De todo ello, con autoridad, pueda dar cuenta Alejandro Reyna, a fuerza de un cúmulo de vivencias fuertes, difíciles, complejas. Tanguero de ley, desde muy pequeño supo tanto del escenario y los aplausos, como de los abandonos y los silencios. De los abrazos y de las miradas indiferentes. De la abundancia y de las carencias. Y de los golpes de lo cotidiano, aunque también de lo inesperado: las secuelas de una separación, una carrera como cantor que no era suficiente para vivir, un trabajo informal que se esfumó después de sufrir un infarto, la economía que aprieta, el alquiler que no se puede pagar y, de pronto, ver la noche a través del vidrio de una camioneta, despojado de todo, en medio del desierto de los frigoríficos de Mataderos. Muy cerca del fin. Aunque también, y paradójicamente, muy cerca del principio.  

«Desde chico tuve historia tanguera», cuenta Alejandro a 1591 Cultura+Espectáculos desde el que ahora es su reducto, su refugio. «Hay chicos que a los 16 están tomando cerveza en un maxi kiosco; y a mí me sacaron de adentro, a los 16 empecé a cantar». Sin embargo, su historia apegada al tango comenzó mucho antes, cuando era apenas un niño. «En casa se escuchaba tango, pero no tenían un vínculo real con eso. Mi viejo bailaba tango muy bien, era como un milonguero, pero no tenía vínculo. El primero que me descubrió fue un tío, profesor de escuela secundaria, que murió muy joven. Era el tío solterón de la familia, muy querible. El cantaba tango y me hacía cantar con él, me parece que fue el primero que se dio cuenta». 

Las anécdotas van fluyendo desde una voz que no se imposta. Hay, en cada una de las palabras de Alejandro, sinceridad y entrega. No se guarda nada. Mucho menos después de haberlo perdido todo; mucho menos después de haber estado en situación de calle. «Yo cantaba en mi casa; me compraba los discos de Julio Sosa. Vivía en una casa de pasillo largo, tipo PH. Había un sastre que se llamaba Saúl, que le hacía los trajes a Les Luthiers, al doctor Raúl Matera, a Sergio Renán; tenía clientes acreditados. Yo cantaba en el pasillo que llevaba a cada uno de los cinco departamentos, cantaba con los discos y un día vino el sastre y le preguntó a mi mamá si no lo dejaba que me llevara. Y me llevó a Dorita y Eugenio, donde hacían milongas y tenían un local de cena show de tango; eran los suegros verdaderos de Raúl Lavié, una gente de Rosario radicada en Buenos Aires».

¿Y CÓMO FUE ESA PRIMERA VEZ, QUÉ RECORDÁS DE AQUELLA NOCHE?  

Recuerdo que estaba Osvaldo Martín, de ‘Una cita con el tango’, estábamos verdes todavía, en esa época. Cuando Vicente Russo me incorpora a su orquesta yo tenía 16 años. Era una de las grandes orquestas de los ’40, de los ’50. Russo era un bandoneonista espectacular. Por aquel entonces Astor Piazzolla, que era un genio, hacía los arreglos en la orquesta de Troilo, tenía 19 años. Cuando Astor arma su agrupación Russo se va con él. Cuando Héctor Varela arma la orquesta que tuvo éxito en los ’70, el 80 por ciento de sus integrantes era de la orquesta de Russo, hasta el cantante, que era Jorge Falcón.

A PARTIR DE AQUELLA PRIMERA VEZ, EL TANGO TE ACOMPAÑO A LO LARGO DE TODA TU VIDA…

El tango no se puede dejar. Uno por ahí tiene sus momentos de duda, sabe que hay que hacer una familia, que se necesita un trabajo más estable, pero el tango no se puede dejar. El trabajo estable lo tenés que tener, pero dejar de cantar no podés. El tango empieza siendo un gusto, después una necesidad y con el tiempo, si uno tiene suerte, termina siendo una profesión. 

DIJISTE POR ALLÍ QUE «TODOS LOS TANGUEROS TENEMOS UNA VILLA LLENA DE MATICES», Y TU VIDA ESTÁ LLENA DE MATICES…

No es porque me haya pasado lo de la camioneta; los cantores de tango están signados por un sino trágico. Tuve la suerte de conocer en sus últimas etapas a grandes cantores de tango, a todos los viejos que te puedas imaginar. En un momento dado yo me separo de mi familia y estaba muy deprimido. Vendía fiambres para un frigorífico en Matadero, en la zona de constitución, en un bar. Un día entra Néstor Soler y me pregunta dónde estaba cantando; yo le dije que no quería cantar porque estaba mal, entonces el me dijo: «representame a mí’ y lo representé hasta que murió. Tuve la suerte que de pibe pude conocer a todos los cantores viejos, ahora me hablo con los hijos o sobrinos, porque ya murieron. Todos esos me enseñaron a cantar. Miguel Falcón me hizo debutar en público. Cantaba con Virgilio Espósito. Goyeneche me enseñaba el decir de los tangos. Goyeneche hijo se acuerda de eso. Ya tiene 71 años. Hemos adquirido un estilo de cantar que se ha perdido un poco, un estilo de antes, de los cantores de antes que yo conservo porque he aprendido un poco con todos ellos. 

¿CONSIDERÁS QUE CAMBIÓ MUCHO EL TANGO?

Especialmente el estilo antiguo de la década del ’40, del ’50. Veo mucho pibe, mucho cantor y mucho músico ‘apiazzollado’; no tengo nada en contra de Piazzolla, me gusta, pero para encontrar músicos para que me acompañen, para encontrar un bandoneonista joven que tocara como en la década del ’40, del ’50, me costó un montón. Nosotros siempre, desde chicos tratamos de hacer las cosas con profesionalismo, tener respeto por el público, así fuéramos a un lugar con 20 personas o con 5 mil, siempre tuvimos respeto por la gente. En el circuito de tango interno de Buenos Aires era conocido, trabajamos muchos años en la sombra, hay mucho laburo, nada es casualidad, las cosas no vienen porque sí nomas y esa es la parte que la gente por ahí no entiende. Es un trabajo solitario. Me pasa porque yo compongo también, desde hace mucho. Cuando uno compone, uno no lo hace pensando si va a ser un hit o no, uno lo hace y lo tira por ahí. No son nuestras las canciones, las canciones son de la gente. Del amor no hay más nada para escribir, pero siempre hay algo; Hay que buscarle la vuelta».

EL ORO Y EL BARRO

La de Alejandro Reyna, como el mismo lo cuenta, era una voz reconocida dentro del circuito de tango de Bueno Aires. Un recorrido extenso, en el que pudo compartir y aprender de los grandes cantores que dejaron su marca dentro del 2×4 y que, en muchas ocasiones, le abrieron las puertas. Sin embargo, las vueltas de una vida muchas veces caprichosa lo desterraron de su sueño tanguero para sumergirlo en la peor de sus pesadillas: en 2019 sufrió un infarto y se quedó sin trabajo. No pudo pagar más el alquiler y terminó durmiendo en una camioneta estacionada en la zona de los frigoríficos de Mataderos. Fueron casi siete meses de una vida para la que nadie está preparado. Del oro al barro, sin escalas.

«Yo sé que en La Rioja hay mucha gente que es creyente en la fe de Cristo. Voy a contar algo que no se lo conté a nadie. Estaba en la camioneta, en la zona de los frigoríficos de Matadero, donde la gente viene temprano a trabajar y se va temprano, a las 3 de la tarde es un desierto. Estaba yo, la camioneta y nadie más. En un momento dado pensé en tomar la peor decisión para mi vida», cuenta Alejandro dando, de entrada nomás, una clara señal de lo dura que fue esa experiencia de estar, de pronto, en situación de calle. Y agrega: «El dolor que produce que gente que conocías de antes pase por tu lado y ni te mire es terrible; yo no me fui lejos de donde vivía. Esa indiferencia te va poniendo peor todavía, el completo aislamiento, te hace muy mal». 

¿CUÁL FUE LA CANCIÓN QUE MÁS TE ACOMPAÑÓ EN ESE MOMENTO, QUE TE AYUDÓ A SALVARTE?

‘El cantor de Buenos Aires’ puede ser una, esa que dice ‘Dónde estarán los puntos del boliche aquel en el que yo cantara mi primer canción’. La verdad es que se te vienen un montón de fantasmas a la cabeza. Generalmente, cuando alguien tenía una vida normal y queda en situación de calle, la gente relaciona esa situación con las adicciones, con la vagancia. El dolor que produce eso a alguien que tenía una vida normal, es aún mayor. Hay mucha gente que pasa por al lado tuyo y cierra los ojos, pero hay otra gente que abre los ojos y te da una mano, como cuando una noche se paró una Trafic al lado de la camioneta, se bajó la ventanilla del acompañante y una señora me pasó un tupper con comida caliente y me dijo ‘suerte, espero que pronto mejoren las cosas’. A veces pasaba tres días sin comer. Esto no lo conté antes, pero en el más absoluto aislamiento de la camioneta había pensado tomar la peor decisión para mi persona, pero rezaba en la camioneta, rezaba de manera desesperada porque no había forma de salir, había quedado desalojado y sin nada. Una noche, eran las 2 de la mañana y yo estaba rezando cuando siento una voz de mujer que me dice ‘hijo quedate tranquilo que pronto todo se va a solucionar’. Era una voz suave; no había nadie. Pensé que estaba loco o que estaba entrando en un delirio místico. Al otro día me vino a buscar el dueño del restaurante donde yo venía cantando antes de la pandemia. A la semana el video se viralizó y tenía 6 millones de reproducciones.

¿CUÁL FUE PARA VOS EL MAYOR APRENDIZAJE QUE TE DEJÓ ESE TIEMPO VIVIENDO EN LA CALLE?

El mayor aprendizaje…por ahí puede sonar un poco duro, pero voy a decir la verdad: el mayor aprendizaje es saber que todo el mundo que se te acerca no es amigo. Conocía gente de muchos años que me dio vuelta la cara y conocí gente con valor tremendo de solidaridad. Me dolió la gente que conocía de muchos años y que de repente no me dio pelota, no se acercó para decirme ‘¿necesitás para tomar un café?’. Pero también hubo personas como Ricardo Marín, que ni bien vio el video se vino desde lejos, me trajo algunas cosas, me compró un celular. Nos hablamos todas las semanas, yo no me puedo olvidar de esas cosas. 

DEL BARRO AL ASFALTO

Alejandro Reyna cuenta que estaba «irreconocible, flaco, barbudo». Los efectos de la vida en total aislamiento, a la intemperie resultan inevitables. Tanto como el sentir el abandono y la indiferencia de la gente. «El deterioro físico y mental es terrible, porque uno no tiene acceso a ningún medio de comunicación, no se alimenta como corresponde -explica-. Estuve un mes sin bañarme. Era impensada la situación, si uno tiene cierto orden. Y yo lo tenía, no tengo vicios, no tomo alcohol. Mi único vicio es fumar».

En ese tiempo, Reyna adelgazó 15 kilos. «Había días en que no comía, hasta que alguien me dijo que fuera al comedor de los Carasucias. Daban de comer de lunes a viernes y los fines de semana comía lo que podía, a veces pan solo», cuenta. Y dice que a partir de la pandemia y de la cuarentena, todo empeoró. «Los baños de las estaciones de servicio estaban clausurados. Yo estaba aislado en la camioneta y sin comunicación, porque me habían robado el celular».  

Tal como lo señala a 1591 Cultura+Espectáculos, Reyna también tuvo que lidiar con la gente que, aunque lo conocía, dejó de mirarlo cuando pasaba. «No me daban bolilla», lamenta. Pero hubo una contracara: «Se me acercó mucha gente que yo no conocía y que después terminaron siendo mis amigos», dice. La lista incluye a un policía de la Ciudad que lo había escuchado cantar y una vez le propuso: «¿No querés que subamos un video a las redes? Alguno te va a ayudar». «Subimos el video a las redes y a los dos días, vinieron Ricardito Marín, Carlitos Paiva… Y Ramón, el dueño de unos restaurantes donde yo solía cantar y que me propuso ir a vivir a la oficina que tenía en su pizzería, La Paz», cuenta Reyna. Y dice que en esos días también lo ayudó la Red Solidaria. «Me dieron desde zapatillas hasta jabón para bañarme». Como agradecimiento, Alejandro hacía tareas de mantenimiento. «Como al principio de la cuarentena sólo se trabajaba con delivery, un día había cuatro o cinco personas esperando su pedido cuando Ramón me preguntó por qué no les cantaba algo. Yo estaba pintando, pero dejé lo que estaba haciendo y canté el tango ‘De puro curda’. Un hombre me filmó y subió un video a las redes. A la semana me sonó el teléfono y era un periodista que quería hacerme una nota y yo no sabía por qué. Me dijo que mi video había explotado en las redes». Hasta ese momento, afirma, «no tenía ni la más mínima idea de nada, no sabía nada de eso de las redes. No sabía ni cómo armar un Facebook». Así fue como Alejandro inició su recorrido «del barro al asfalto»

¿QUÉ PASÓ DESPUÉS DE LA VIRALIZACIÓN DEL VIDEO?

Cuando el video se viraliza empezó a sonar el teléfono. De repente, suena el teléfono un día y era Damián Amato, director de Sony en Argentina. Fue muy sincero conmigo. Me contó que al video lo había visto la gente de Sony de Estados Unidos, entre ellos Tommy Mottola que es el marido de Thalia, ‘me llamó y me dijo que te haga un contrato’, me contó. 

¿Y QUÉ TE PASÓ EN ESE MOMENTO, QUÉ SENTISTE?

Si me hubiera pasado a los 25, 30 años hubiera pegado un salto hasta el techo, pero lo tomé con mucho equilibrio, con el equilibrio de un tipo con todos los años y todas las experiencias vividas, porque conozco el oro y el barro. Con mucha alegría, pero con aplomo. Firmamos el contrato y a partir de ese momento empezamos a colaborar para armar el disco, aportar las ideas que teníamos. Sinceramente, después pensás, si lo trasladamos al fútbol, lo de Sony es algo que te queda para toda la vida, es como un contrato con el Barcelona o el Real Madrid. Hicimos el disco, puede ser un éxito o no, pero ya grabamos con Sony.

¿CÓMO FUE EL TRABAJO PARA EL ARMADO DEL DISCO?

El productor me trajo tres guitarristas, pero yo no los conocía. No me gustaron. ‘Bueno -me dijo- arreglate vos, buscá vos los músicos’ (risas) y yo ya los tenía en la cabeza. Lo busqué a Carlos Buono; hacía 20 años que no lo veía, conseguí el teléfono y tímidamente le mandé un mensaje diciéndole que tenía un contrato con Sony, que si quería grabar conmigo. A la otra mañana me estaba diciendo que sí. Carlos Buono es un enorme músico, un bandoneonista extraordinario, que tiene giras fuera del país. 

¿CÓMO FUE LA ELECCIÓN DEL NOMBRE PARA EL DISCO? ¿QUÉ EXPECTATIVAS TENÉS EN ESTE MOMENTO?

‘Del barro al asfalto’; a mí se me ocurrió el título, y me lo aceptaron (risas). Vamos a esperar un poco más, que afloje un poco la pandemia. Tenemos alguna oferta para viajar afuera del país. El disco físico prácticamente ya no existe, pero yo soy muy consciente: que te haga un contrato Sony…esto es tango, no es cumbia, rock, pop, que te hagan una producción de tango es un hecho extraordinario, soy consciente del género que hago, que es muy difícil. Uno tiene muchas expectativas, pero vamos paso a paso, con el equilibrio necesario, tranquilos, sin enloquecernos. Con el aplomo necesario de saber que hay muchas posibilidades de viajar al exterior. Siento que esto es otra experiencia más de las tantas que hemos vivido. Las expectativas a futuro pasan por tener la posibilidad de viajar, pero soy un tipo ubicado, con laburar los fines de semana, ya estoy tranquilo. 

¿EN QUÉ PENSÁS CADA NOCHE, ANTES DE IRTE A DORMIR?

Solo en el agradecimiento a la Virgen, sobre todo, y después lo demás. Sería un escéptico si no creyera, después de todo lo que pasó. La gente se olvida de profesar la fe cristiana, pero eso a mí nunca me pasó. Acordate todos los días de Dios y te va a proteger. Y del tango, del tango que hace bien.

(La presente entrevista fue publicada en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)

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