Una reseña para el libro «Extraño oficio» de la escritora cordobesa María Teresa Andruetto
Tere cuenta. Cuenta desde que tiene uso de razón. En realidad, creo yo (y me permito creer), cuenta incluso antes de tener uso de razón («Tengo una memoria emotiva muy intensa que es muy anterior a mi condición de escritora. Una memoria no utilitaria, de la emoción, una memoria de la mirada, de la voz en el oído», afirma en primera persona).
Y cuando Tere cuenta, se hace un enorme silencio. Uno de esos silencios palpables, que se pueden tocar. Uno de esos silencios tan abruptos como los finales de algunas de sus historias; o como los principios; o como los puntos intermedios, las intersecciones. Las subidas y las bajadas. El camino, en definitiva. El devenir de la vida y del tiempo, en conclusión.
Cuando Tere cuenta la luz se vuelve tenue, pero la iluminación crece exactamente en la dirección proporcionalmente opuesta. Hasta ser un destello; algo que podría ser perfectamente comparado con una verdad, en el sentido de una estridencia visual, como si de pronto el ciego pudiera ver. Y el sordo, oír.
Porque cuando Tere cuenta, es imposible no escuchar. No hay un punto, en este punto, en el que uno pueda desconectar ese sentido (y otros igualmente vitales), del ser. Del estar. En síntesis, del existir.
Ese es su oficio. Ese es el oficio de Tere. Extraño oficio, por cierto, que no es dado a cualquiera. Se nace, como suelen decir por allí. Para eso, se nace.
Y Tere nació al contar incluso antes de nacer. De otra manera no se podría explicar, mucho menos discernir, esa natural capacidad que es mucho más que una capacidad, porque excede, de alguna manera, a su propio ser.
Cuenta. ¿Pero es Tere la que cuenta? ¿O es alguien que está más allá de ella? Alguien que, para justificar su ser, debió inventarse; nacerse; ponerse un nombre; determinarse un espacio; establecerse un mundo. Y contar. Porque Tere cuenta porque vino a contar. No importa qué. No importa dónde. No importa cómo. Cuando cuenta, se la escucha. O se la lee. Pero incluso cuando se la lee, se la escucha, porque su voz atraviesa el aire y reverbera; permanece ese sonido en el ambiente una vez que ha dejado de emitirlo. Brilla. Ilumina, en el sentido de mostrar, de poner en evidencia, de clarificar. Y también de sorprender.
Como cuando entre una palabra y otra y una palabra y otra nos dice: «Nada de lo que un escritor crea puede escapar de lo que es». Nos deja, así, como al pasar, como quien no quiere la cosa, una definición sustancial, absoluta, contundente.
Ese es su oficio. Su extraño oficio, que en ella deja de lado toda extrañeza. Porque Tere cuenta porque vino a contar. Pero no sólo a contar. Porque contar no es sólo contar. Es, lo sabe y nos lo enseña, mucho más que eso. De allí que cita a Steven Pinker, quien afirma que «el lenguaje humano es un instinto, como el de las arañas cuando tejen». Y, desde allí, urde su trama: «me gustaría seguir esa línea y entonces pensar que la literatura sería esa ancestral capacidad humana de contar».
Es, en definitiva, lo que hace con su oficio, con su extraño oficio. Como las arañas cuando tejen. Pero también como la memoria cuando hila, cuando entrelaza a través de los relatos, de las narraciones, una individualidad que se estrecha hacia un otro, y desde ese otro hacia un nosotros y desde ese nosotros hacia una universalidad, más allá de todo tiempo, más allá de todo espacio. Una universalidad que nos emparenta, que nos hermana, que nos iguala. Una universalidad que, al final de cuentas, es la vida misma.
Pero no cualquier vida, sino una vida contada. Como la vida de Tere, que cuenta; «no hasta dos o hasta diez», como diría Mario Benedetti. No en el simple sentido de contar algo por contarlo. Sino en el abrazar desde el relato. En el envolver desde el sentido más amplio de la palabra envolver: cautivar, seducir, fascinar. Esculpir, desde el mármol, la figura. Extraño oficio el de Tere. Tan extraño que excede, de alguna manera, a su propio ser. Cuenta. ¿Pero es Tere la que cuenta? ¿O es alguien más allá de ella? Alguien que, para justificar su ser, debió inventarse; nacerse; ponerse un nombre, aún cuando nunca deja de ser Tere. Tere y su extraño oficio. Y nosotros. (Otra vez) Envueltos, cautivados, seducidos, fascinados.
REESCRIBIR – REESCRIBIRSE – RECONFIRMAR – RECONFIRMARSE
En la edición del domingo 3 de agosto de 2014, NUEVA RIOJA publicaba una entrevista a la escritora cordobesa María Teresa Andruetto, titulada «Es un misterio para mí la persistencia de este impulso». En aquella ocasión escribí esta pequeña columna que daba cuenta de una experiencia personal que, con el correr del tiempo, se afianza. Al igual que su extraño oficio.
«Cuenta María Teresa que de niña contaba; contaba historias a sus compañeras de escuela; historias ajenas como si fueran propias y sin saber que, en esas narraciones, comenzaba a ejercitarse en la pasión por la escritura. Cuenta que contaba… Por esas cuestiones tan particulares de la vida, conocí a Tere -como lo fue siempre para mí- allá por 1995. Probablemente, en un marzo que presagiaba otoño en una vieja casona de Villa Allende (Córdoba), cuando intentaba -e intento aún- garabatear, en el taller literario, ideas sobre un papel en blanco. De aquel momento, y de tantos otros posteriores recuerdo, infranqueable, aquella voz dulce y expresiva que, narrando historias como si estuviera en el patio de una escuela, nos llevaba de paseo por mundos imaginarios y nos invitaba, luego, a jugar con las palabras. Difícil era presagiar en aquel momento que aquella voz, la de Tere, sería una voz universal dentro de la literatura. Y era difícil, no porque uno no pudiera distinguir que estaba frente a una gran escritora, sino porque Tere, siempre simple, humilde y franca, era como aquella compañera de grado que nos contaba historias en los recreos. Igual que ahora, más allá incluso de ser quien es, más allá incluso de haber grabado su nombre en el firmamento de los escritores reconocidos y admirados de este tiempo. Fueron, para mi fortuna, muchas horas de historias, de cuentos, de poesías, de fragmentos de novelas, de relatos compartidos. Fueron, en definitiva, muchas horas de palabras lanzadas al viento de un camino que, con el correr del tiempo siempre impostergable, me llevó hacia otros rumbos. Pero aún en la distancia -imperceptible en algunos casos-, como ecos de historias mágicas, fantásticas, infinitas, aquella voz, la de Tere, sigue contando en mis oídos» (FV).
LA AUTORA. María Teresa Andruetto nació el 26 de enero de 1954 en Arroyo Cabral, hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses afincados en la llanura. Se crió en Oliva, en el corazón de la Córdoba cerealera, un pueblo marcado por la existencia de un asilo de enfermos mentales que, en tiempos de su infancia, era considerado el más grande de Sudamérica.
En los años setenta estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa, acompañó procesos de escritura con niños, adolescentes, jóvenes en riesgo social y adultos en programas oficiales e instituciones privadas, dentro y fuera de la institución escolar, y ejerció la docencia en los niveles medio y terciario. Coordinó ateneos de discusión y colecciones de libros para niños y jóvenes.
Su extensa obra literaria para el público más joven incluye, entre otros títulos, El anillo encantado (1993), Stefano (1997), Huellas en la arena (1998), La mujer vampiro (2000), Benjamino (2003), El país de Juan (2003), Veladuras (2004), Solgo (2004), Trenes (2007), La durmiente (2008) y la serie para primeros lectores Fefa es así. A lo largo de su trayectoria ha recibido numerosas distinciones, como el Premio Novela del Fondo Nacional de las Artes, Lista de Honor de IBBY y becas de la Internationale Jugendbibliotek (Munich, Alemania), además del V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009. En 2012, en la Feria del Libro Infantil de Bolonia, se anunció que María Teresa Andruetto resultó la ganadora del premio Hans Christian Andersen, el «Nobel de la Literatura Infantil», por el conjunto de su obra.
Antes de convertirse en crónicas, las historias de «Extraño oficio» fueron relatos orales en el marco de la participación semanal que hace Andruetto todos los viernes en un programa radial de la Universidad Nacional de Córdoba, cuyas grabaciones fueron el insumo que le permitió llevarlas al plano de la escritura en textos breves y potentes que indagan, como dice la autora, en ese «extraño oficio de ver, de escuchar y de contar».
La vocación empática que marca el perfil de la narradora, poeta y ensayista, que durante muchos años trabajó como docente y tallerista, se expone como un manifiesto de escritura y pensamiento en este libro que publica Penguin Random House, integrado por más de 50 experiencias, anécdotas, diálogos, con los que fue topándose a lo largo de su vida la autora de libros como «Lengua madre», «No a mucha gente le gusta esta tranquilidad» o «Cacería».
(La presente reseña fue publicada en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)