Dicen por allí que lo que no mata fortalece. Y que no hay mal que por bien no venga. Sin embargo, pocas veces pueden resultar estas afirmaciones populares tan reales y elocuentes como cuando reúne la poesía, la palabra, el decir colectivo como abrazo y las manos extendidas como señal de encuentro. Las manos del escritor. Las manos de don Héctor David Gatica, agigantando su leyenda.
¿Cómo se construye un mito? ¿Cómo se da vida a una leyenda? ¿Cómo se escribe la historia que leeremos mañana? ¿Quién la escribe? ¿Quién le da forma a lo que con el paso del tiempo se tornará sustancial e imperecedero en nuestras memorias? ¿Quién determina los hitos que estudiarán las futuras generaciones? ¿Dónde quedarán los hechos que nos trascienden, aún cuando seamos parte? Muchas son, sin lugar a dudas, las preguntas que pueden formularse en torno a ciertos fenómenos que, en algunos casos, se tornan inexplicables o carecen de raciocinio, como cuando aún en los estertores de un fenómeno tan particular y extraño como la pandemia de coronavirus, un nombre, una voz, se vuelve espacio para el encuentro, para el reencuentro, para -en definitiva- el volver a ser.
En el nombre de la palabra. Así es como el fundamental escritor riojano Héctor David Gatica concibe y agiganta su mito, su leyenda; esa figura que se engrandece, aún en la fina delicadeza de una humanidad que -habiendo atravesado 85 años ya- se resiste a los embates de un tiempo caprichoso, que se empeña en las distancias, en los aislamientos, en las separaciones. Y es que nada hay más opuesto a las distancias, los aislamientos y las separaciones que la palabra de un hombre que construyó y construye su vida a partir del decir colectivo como abrazo y las manos extendidas como señal de invitación al encuentro.
Las crónicas dirán, dentro de algunos, años que un viernes 3 de septiembre de 2021, en la Biblioteca Mariano Moreno de la capital riojana, Héctor David Gatica dio a conocer tres obras: «Yo estuve en Villa Nidia», «Geografía poética de América» y «Cosechando distancias». Las crónicas dirán, también, que ese encuentro marcó el regreso a la presencialidad, en un contexto en el que aún determinaba la pandemia el pulso de las actividades con público. Y que hubo poesía. Y que hubo música. Y que hubo emociones. Y que hubo el latido de muchos corazones avivando la llama de una historia que será contada cuando el tiempo y las circunstancias así lo requieran. O, tal vez, ahora.
NOCHE ÉPICA
Fue, aquella noche, una noche épica que encendió sus luces cuando apenas anochecía en la peatonal 9 de Julio y las puertas de la Biblioteca Popular Mariano Moreno se abrieron a la renovación del abrazo. La convocatoria de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) La Rioja Filial Ariel Ferraro, en nombre de Gatica, fue la excusa perfecta para dejar salir, a flor de piel, los deseos de poesía por tantos meses guardados en los anaqueles de lo inexplicable que puede resultar todo lo insólito que nos tocó vivir durante este lapso de pausa asombrosa. El volver a cruzar las miradas, como un anhelo inquebrantable y las sonrisas detrás de un barbijo, acuñando las nuevas formas de reconocernos, a medias los rostros, pero completas las sensaciones.
David Gabriel Gatica, Pablo Esteban Gatica y Ramón Guerrero en la presentación de «Yo estuve en Villa Nidia».
Fue precisamente el presidente de SADE La Rioja, Ramón Guerrero, quien realizó la apertura del acto a través de la presentación del libro «Yo estuve en Villa Nidia», obra que reúne entre sus páginas las colaboraciones de 19 autores que formaron parte del Encuentro de Poetas Ariel Ferraro, que tuvo lugar en la ya mítica Villa Nidia y que se concretó gracias a la convocatoria de Héctor David Gatica, dando lugar así a otro de los hechos que serán largamente recordados, muy especialmente por quienes dejaron allí su testimonio poético y hoy forman parte también de lo imperecedero de la existencia más allá de la existencia misma.
Por caso, el encuentro en la Biblioteca Mariano Moreno fue también una muy buena ocasión para recordar a otro de los artistas fundamentales que pasaron por esta tierra dejando su huella, su marca, su obra y su palabra. Pablo Esteban Gatica y David Gabriel Gatica trajeron a la sala al inolvidable Martín Ptasik (fallecido a finales de 2020), que no sólo formó parte de aquel encuentro en Villa Nidia, sino que fue parte de la vida de Héctor David Gatica, a quien supo documentar en un par de ocasiones y acompañar en tantas otras.
Teresita Flores, Héctor David Gatica y la secretaria de Culturas de la Provincia, Patricia Herrera.
«Martín Ptasik es una persona muy difícil de clasificar y colocar dentro de algún rótulo; escapa a los moldes previsibles por su singular capacidad de haber realizado las más disímiles tareas artísticas y periodísticas pero aún así, todas sobresalen por su calidad, es un creador innato de formatos y de mensajes. Poeta de excelencia con tres libros publicados y también escritor de cuentos, realizador de videos documentales y cortos de ficción con una estética muy cuidadosa y un mensaje de honda reflexión, conductor de programas culturales o de política e información cultural tanto en radio como en televisión realizados con mucha inteligencia y compromiso social; fue docente en la carrera de Locución del ISER; y de a ratos, actor de cortos de cine y hasta artesano en madera y vidrio en algún momento de su vida. A pesar de haber nacido en San Martín de los Andes (provincia de Neuquén) sus casi treinta años de vivir en La Rioja y el hecho de haber recorrido durante siete años la provincia en su totalidad conduciendo la combi del recordado «Cine Móvil» de la Secretaría de Cultura cual si fuera su caballo «Rocinante», lo han transformado en un riojano de profundo amor por esta región que no descansa, una especie de ‘caballero andante’ de la cultura y el periodismo riojano», definió Pablo con notable precisión al hablar de Ptasik. Luego, fue la poesía del propio homenajeado, en la voz de David Gabriel, la que le puso un broche mágico a esa primera instancia de un encuentro que ya había ganando en emociones.
La música vino después, en esa clara conjunción que siempre proponen la poesía y las melodías. Nicolás Eleázar Arabel fue el encargado de poner las palabras en canciones, en una especie de presagio de lo que vendría minutos más tarde, cuando el propio Héctor David Gatica se hizo dueño -una vez más- de la voz que habita y llena todos los espacios.
Dicen por allí que lo que no mata fortalece, y así lo dejó en claro el esencial escritor riojano. 85 años después, afección cardíaca (una más) y Covid-19 mediante, se lo pudo ver tan firme como a uno de esos árboles a los que suele ponerles nombre como un testimonio de agradecimiento a la amistad compartida y al coraje de hacerse resistencia, herencia vital en el interior profundo, donde la carencia abruma y la necesidad hiere junto a los cardones.
Prodigiosa memoria la del escritor que, micrófono en mano -como si se tratara de un megáfono hacia los confines del cielo-, lanzó su hipnótica presentación, potenciada en lo sublime de su palabra (apaciguada durante casi dos años), de su decir, con un recitado digno de quedar grabado en las memorias de lo imperecedero, atravesando de punta a punta de su propia historia hechos y autores que marcaron su acercamiento a la literatura, como si de un viaje se tratara. Y es que de un viaje se trata, en realidad, el derrotero que viene haciendo y que no termina ni terminará, porque su legado, en el nombre de la palabra, perdurará más allá de todo espacio, más allá de todo tiempo.
Nicolás Eleázar Arabel y los primeros acordes para una noche que seguirá recordándose desde la sonoridad de las voces.
LAS OTRAS VOCES
Sabida es la enorme generosidad de Héctor David Gatica que se refleja en lo constante de su accionar que congrega siempre a otros nombres, a otras voces, a otros decires que también van dejando un rastro, gestos que en el compartir van diseñando un entramado en el que lo colectivo se afianza, dejando atrás toda grieta posible. Así es como el poeta fue uniendo geografías. Y junto a las geografías, latitudes de cercanías, amistades, abrazos. Como el abrazo de otra grande de nuestra cultura, la inigualable Teresita Flores, que vino también a llenar todos los espacios con ese particular carisma que la define. «De tanto escribir y cocinar, la riojana Teresita Flores tiene muchas cosas por dejar», afirmó alguien por allí con notable sabiduría. Muchas cosas por dejar, al igual que Gatica. Muchas cosas que ofrecer, desde ese espacio en el que la docencia va mucho más allá de las paredes de una escuela.
Su pasión (la de Teresita) por las letras la llevó a escribir poesía de alto vuelo y enraizada en la cultura profunda de su provincia, donde fue conociendo a mujeres admirables que cocinaban platos tradicionales con ingredientes nativos y recetas simples, que en su austeridad y sabiduría popular descollaban en ingeniosos platos que alimentaban rico, sabroso y nutritivo. Desde una sopa, un guiso, una tortilla, una colación o un postre. Ella comenzó a tomar apuntes porque tanta maravilla y riqueza cultural no debía perderse. Y hoy, esos apuntes forman parte de nuestro ideario. Desde ese lugar, justamente, pero también desde una amistad entrañable con nuestro escritor en cuestión, Teresita diseño un mapa preciso para la presentación de «Geografía poética de América», libro que vio la luz desde su voz y que muestra a un Gatica joven, en sus años de andar descubriendo el mundo con el asombro de uno ojos que ya habían habitado en los libros, pero que ahora se dejaban sorprender por los paisajes de desconocidos territorios, para dejar luego un testimonio tan profundo como el de su interior. Mostrar esas otras voces da lugar, precisamente, a que las otras voces puedan mostrarse. Por eso «Geografía poética de América» es un muestrario de rutas y colores; de horizontes y de aromas; de rincones y miradas; de encuentros y de poesía. Pero es, también, y sobre todo, el muestrario de un corazón latiendo al ritmo de un descubrir cansino pero constante, sin prisas pero sin pausas, a cielo abierto y a sentimiento desprovisto de vestiduras. A flor de piel, esta versión de Gatica (de un joven Gatica, de hace 60 años), es la más noble expresión de un hombre frente al asombro de lo nuevo, frente a la sorpresa de lo que se descubre por primera vez, al igual que el niño cuando toma la primera bocanada de aire y larga luego el llanto como señal de una vitalidad a la que le proseguirá la calma de saberse al fin humano.
Teresita Flores, amiga entrañable de Héctor David Gatica, presentando «Geografía Poética de América».
A través de la lectura de sus páginas, uno (lector) puede imaginar a ese joven Gatica, con la mochila cargada de sueños (y no mucho más que sueños), adentrándose en el corazón de las tierras que le son ajenas y lejanas, diferentes a su tierra, a sus raíces de guadales y sequías, en busca de estrechar lazos, de abrazar distancias para volverlas cercanías, de amainar encuentros que digan, que hablen, que dejen marcas, huellas, gestos. Desde «País Charrúa» (Uruguay, 1961) pasando por «Heredad Araucana» (Chile, 1963), «Tierra Guaraní» (Paraguay, 1964), «Dolor Colla» (Bolivia, 1965) y «Silencio Quechua» (Perú, 1965), Gatica se afirma en su esencia, la de siempre, como irrefutable concepto que lo acompaña hasta estos días: «Un poeta sin amigos es un pájaro sin árboles, que puede cantar, sí, y su canto liberarse solo; pero sus pies de hombre quedan atados a un encierro muy gris y estrecho».
Gredales. El grupo que desde la localidad de Ulapes, en el sur riojano, trasciende las fronteras de la música.
COSECHANDO DISTANCIAS
Para el final, y luego de la presentación del grupo Gredales, que trajo desde Ulapes, en el sur de la Provincia, su característica sonoridad desde la que vienen trascendiendo las fronteras, quedaron las palabras para el tercero de los libros del prolífico Gatica: «Cosechando distancias», a cargo del periodista Fernando Viano, texto que, a continuación, se transcribe.
Hace algunos años ya, más de 20 probablemente, el escritor argentino Ernesto Sábato daba a la luz a «Antes del fin», una especie de testamento en el que, entre otras cosas, confesaba sentir nostalgia de casi todo y padecer una crisis aguda de trascendencia. Sábato escribía así, con ciertas dudas al respecto, su memoria, que era selectiva, inteligente y, en muchas ocasiones, trágica. Con diversas palabras, desde distintos tiempos y situaciones. Ernesto Sábato, sin embargo, llegó siempre al mismo punto: el cataclismo de la humanidad. «Todo esto es una catástrofe», comentaba categóricamente, «pero hay salvación», arremetía más tarde en una especie de arrojo de esperanza. «Sí, escribo esto sobre todo para los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o, simplemente, esterillado una silla», reflexionaba el autor de «Sobre héroes y tumbas» y «El túnel».
En un camino similar, si se quiere, anda dando sus pasos Héctor David Gatica. O desandando, según el cristal con que se mire. No obstante, lo que sí es seguro es que el esencial escritor riojano vive, desde hace un buen tiempo ya, en tiempo de cosecha que, en este caso, se asemeja mucho a una expresión de profundo agradecimiento y paz interna. Pero también a esa más que merecida necesidad de recorrer las huellas que le quedan recolectando lo que es suyo, lo que le pertenece por merecimientos propios, luego de tantos y tantos años de siembra. ¿Qué será esto de ir desocupando las alforjas para aliviar la partida? Se pregunta el maestro trayendo a «Cosechando distancias», su más reciente publicación, «Las alforjas», poema que se incluye en el libro «El viaje», que es en ese nombre, quizá, donde queda la pronunciación exacta del conjunto, del todo, que es su vida.
El itinerario de Gatica, que al igual que el de Sábato ha oscilado entre la desesperación y la fe, entre la sequía y la abundancia, entre la adversidad y lo propicio, entre la soledad y las millones de voces, nos entrega siempre su persistencia inclaudicable, su pasión y su lucha frente las dificultades, pero por sobre todas las cosas la solidaridad en cada gesto suyo hacia los más desposeídos (y hacia sus pares), su total entrega al arte, a la escritura, y su permanente esperanza en las venideras generaciones, a las que abrazó y abraza con amor paternal. Pero no sólo eso. Hay también en este libro, como en tantos otros de su autoría, esa especial devoción por el interior profundo, por la ya mítica Villa Nidia, la infancia y sus años de juventud, los recuerdos felices y los otros, los abrumadores. Su mujer y sus hijos, los amigos. Y los interrogantes sobre la existencia, discurriendo los kilómetros y kilómetros de su derrotero.
Gatica y su gente. La Biblioteca Mariano Moreno abrió sus puertas para un momento de reencuentros vitales.
Es, precisamente, como Gatica pone punto de partida a «Cosechando distancias»: «Viajando». De la Ciudad Perdida a Bañado de los Pantanos, pasando luego por Pampa de las Salinas para poner el canto allí donde Dios lo había olvidado. Y luego Jujuy, La Pampa, San Luis. Y luego Paraguay y Chile y tantos otros destinos que no cabrían en un libro. Y otra vez Villa Nidia, siempre Villa Nidia, con sus Quijotes reunidos en poética ceremonia. Las memorias, se sabe, son parciales, muchas veces caprichosas. Pero en Gatica, el rememorar, es siempre un prodigio invaluable, al igual que cada vez que se lo escucha recitar, como una manera de elevar sus palabras al viento, y así se reproduzcan, venciendo definitivamente el impedimento de la lectura, diagnosticado de pequeño. Van allí también, en sus vívidos recuerdos, las distancias que cosecha. Y he aquí lo paradójico, para un hombre que sólo ha sabido, a lo largo y ancho de su vida, estrechar cercanías; aproximar latitudes. Y rescatar todo aquello que estuviera irremediablemente condenado al olvido.
Pienso que en este momento // tal vez nadie en el universo piensa en mí, // que solo yo me pienso, // y si ahora muriese, // nadie, ni yo, me pensaría. // Y aquí empieza el abismo, // como cuando me duermo. // Soy mi propio sostén y me lo quito. // Contribuyo a tapizar de ausencia todo. // Tal vez sea por esto // que pensar en un hombre // se parece a salvarlo, afirma el poeta Roberto Juarroz en una de sus poesías verticales.
Esa tarea silenciosa, pero sustancial, ha sido también un sello distintivo en Gatica. Será por eso tal vez que sus alforjas están repletas de nombres, de hombres y mujeres a los que ha salvado con su pensamiento, pero también con su acción. Nombres, hombres, mujeres y hechos. Así es como aparecen siempre con naturalidad los Ramón Navarro, los Ariel Ferraro, los Teófilo Celindo Mercado, los José Martiniano Paredes, los Ángel María Vargas, los Daniel Moyano, los Edgardo Gordillo, los Ricardo Mercado Luna y en ellos, también, los cientos y cientos de anónimos a los que el escritor fue otorgando entidad en cada uno de sus libros -como ocurre en «Los Fundadores del olvido»- y, también, en las revistas: Alborada, Poesía Amiga y Caminando, todas nacidas en Villa Nidia y de la mano de su hermano Omar. Trabajo titánico, si los hay, pero no imposible para quien supo hacer de los límites y las fronteras un juego de niños, escapándole heroicamente al vacío y la indiferencia.
¿Qué ha de arrojarse primero al agua del naufragio // dejando en el camino de la vida // un ideal, un sentimiento? // ¿Tirar una pasión? // ¿Descartar una meta?, nos vuelve a interpelar Gatica. Y, al mismo tiempo, se interpela. ¿Pero cómo arrojar al abismo tanto legado? ¿Cómo suponer que pueda ser posible dejar en orfandad alguno de esos hitos conquistados?
La tarea del escritor riojano, como queda en clara evidencia, ha sido siempre la de lograr una comunión de voces, no sólo en su decir. De allí que haya sabido abrir de par en par las puertas de una incansable generosidad para hacer de las obras de los otros un encuentro en lo global, en lo colectivo, y una herencia que da cuenta de nuestra cultura. Los cuatro tomos de «Integración Cultural Riojana», con sus más de 2600 páginas y con la declaración de Patrimonio Cultural de la Provincia de La Rioja así lo demuestran. Una obra monumental que reúne a escritores y poetas de los 18 departamentos provinciales, pero que incluye también a otras tantas disciplinas, tanto de la ciencia como del arte, y hasta del deporte, incluso. Es así como queda claro, entonces, que la palabra «grieta» no entra en su diccionario.
¿Será aliviar las alforjas // que no me moleste // si tengo una mancha más en el rostro // el párpado caído // unas ojeras estruendosas // un abultado vientre // que veo que no veo? Continúa cuestionándose Gatica, como quien anda buscando una respuesta que, sin embargo, sabe que ya tiene. En ocasión de realizarle una entrevista para el suplemento de cultura 1591 del diario NUEVA RIOJA, ya había hecho referencia el maestro a quien esto escribe sobre su desvelo por aquellas obras que pudieran quedar inconclusas, cuestión que vuelve a referir en «Cosechando distancias», tal vez, como también afirma citando al novelista José Donoso, en carrera con el final de su vida.
Improbable, por cierto, en un par de direcciones, al menos. La primera, dado que vale preguntarse si hay algo que Gatica pueda dejar inconcluso, habiendo dado a luz a todo lo propuesto, superando ampliamente lo imaginado. La segunda, teniendo en cuenta que nada se aleja más del final que lo fundamental que resulta su obra, bañada en las aguas de una vigencia que abruma. Así nos lo hizo saber en «Mis sueños de aquellos días», en esos dos tomos de memorias arrojadas sobre un diario personal que, al mismo tiempo, da cuenta de la historia viva de todos y cada uno de nosotros. Incluso de quienes no compartimos algunas de sus etapas de vida, pero que, desde su mirada tan particular y detallista, nos lleva a abarcar el tiempo, consustanciados con los hechos que marcaron el devenir de lo que hoy somos como país, como provincia, como suelo compartido.
En el nombre de la palabra. Gatica continúa, libro tras libro, agigantando la leyenda de su existencia literaria.
¿Será aliviar las alforjas // que me vaya despidiendo de lo que fui? // ¿Que cada día acepte que algo nuevo se resienta y sea terminal //que no levante que arrastre // guapo de nunca llorar // me quiebre porque no soy el de antes? Aliviarme, desprenderme, desatarme. Quizá, de manera inconsciente, es lo que Gatica hace, en ofrenda permanente, no obstante. Aliviarse, desprenderse, desatarse. Párrafo aparte, pero en este contexto, para la sección «100 notas» que viene a poner cierre a «Cosechando distancias», en donde el escritor se muestra resuelto a despojarse, a entregarse del todo, a vaciarse desde adentro, desde lo más profundo, para dejarnos hasta las vísceras de sus recuerdos en formato de anécdotas. Bien habría valido «100 notas» la edición de un libro exclusivo, pero contenido en este volumen, abre incluso un hálito de frescura y esperanza. Cada crónica, por pequeña que resulte, es un gesto vital que perdura y que invita al lector a perpetuarse de igual manera; a ser parte de lo vivencial de la historia, de su historia, de la historia presente de don Héctor David Gatica.
Aquí tienen mis alforjas; // vean en ellas // si algo queda de mí.
Concluye el viaje de «Cosechando distancias». Pero Gatica sabe mejor que nadie y en su fuero más íntimo, que no concluye ni concluirá. Y es que nos deja el escritor, el poeta, la trascendental tarea de continuar sumergiéndonos dentro de una obra que como tal lo trasciende, pero que al mismo tiempo lo ancla a un destino de perpetuidad absoluta.
Testimonio, epílogo, legado, testamento espiritual, «Cosechando distancias», al igual que todos y cada uno de los libros de Gatica, no hace más que ratificar el deseo sustancial de indagar sobre la perplejidad y el desconcierto del hombre contemporáneo, arrojado a un universo duro y enigmático, pero evidenciándonos que no todo es miserable, sórdido y caótico en esta vida, y que cualquier ser anónimo es, en definitiva, una prueba contundente del absoluto.
Después de todo, y como afirma el escritor Antonio Porchia en uno de sus aforismos a los que Gatica también referencia, «se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo». Puede estar tranquilo Gatica, que aún en las distancias que cosecha y que lo acercan al punto que lo insta a pensar en el punto final, olvidarlo resultará siempre una empresa imposible.