En ella habitan las palabras. Las suyas, las de los otros. Las que escribe para luego susurrar al aire desde una poesía que habita en sus días. Las que inspira para que el decir de quienes no las encuentran, no quede ajado en el revés secreto de una sombra. Inquieta y multifacética. Creativa e inagotable. Abrumadora en su hacer y su decir. Incansable en su transmitir, en su contagiar. Y, también, vanamente frágil, que así es como ella, Adriana Petrigliano, se define.
El cerro se recorta en la ventana, por donde el sol se filtra tenue, cálido, anticipando los aires renovados de septiembre. Si uno extiende la mirada, el reflejo devuelve los verdes y los azules, los vuelve tangibles, de pronto, como si fuera posible alcanzar con las manos esa imagen que contornea un tiempo que se aferra a lo equidistante, y traza un recorrido para desandar entre esta ciudad que se recuesta es su calma interrumpida de las 10 de la mañana, bajo el cuarto piso del edificio, y la otra, la de su origen, la de su principio, la de su punto de partida, la del río marrón, en un ida y vuelta que construye lo constante de su estar viva.
Sobre la mesa, los libros se reparten este otro espacio, el interior, donde se refugia el aroma de un agradable cobijo al resguardo de unas manos que, se sabe, van a repetir el ritual de abrir paso a la magia de las palabras que buscarán, una vez más, escaparse hacia los bordes del paraíso más allá de la ventana, para terminar de dar forma a la concepción de un decir que se perpetúa en los días. En sus días. En los días sobre ella, recostándose sobre la generosidad del abrazo suave, contenedor, luego de abrir la puerta que da al pasillo y despuntar la sonrisa que aclara, que ilumina el ambiente y se vuelve abrazo, ofrenda. Poesía.
Eso: hay un aroma a poesía revolotenado entre las paredes en las que los cuadros arman una especie de rompecabezas de una existencia que se desarma y se vuelve a armar en cada página escrita y en cada página por escribir. Entre lo que hay y lo que no, porque ella aún no lo nombra, no le pone una palabra que lo abarque. Y sin embargo, ella es palabras. En la aparente liviandad de su cuerpo, las palabras apuntalan su andar y levantan los andamios de su altura literaria, recobrando para su existir el respirar que completa sus pasos, su andar y la proyección incansable de su mirada hacia un ver un poco más allá de lo que vemos, hacia una profundidad esencial en la que apila, reúne la sensibilidad de un sentir diferente. Y se convence (o intenta convencerse): voy a juntar / para / otros días / lo que estos días / dan de más / porque el tiempo / siempre / te concede la gracia / de ser feliz / (después).
Y empeñada en ese «después» que la habita, sonríe. Ampliamente, sonríe. Contagiosamente, sonríe. Como si de pronto se sacudiera todas las partículas de su historia para ubicarlas en un único rincón y volviera a empezar. De cero. Pero igual. De cero, pero siendo ella, la misma. De cero, pero volviendo siempre a ese lugar en el que fue feliz, o al menos a la nostalgia de ese lugar en el que fue feliz. A esa nostalgia que se le clava en los ojos cuando en este presente de manos resquebrajadas acaricia las certezas de una «infancia fugitiva y extranjera» en la que se reconstruye su devenir hacia su ser, ese ser que extiende sus brazos como un pulpo para contener no solo la extensión de su alma, sino también la amplia diversidad de las almas que, en su nombre, hallaron las palabras en que pudieron, al fin, descubrirse.
Y esa, tal vez, puede que sea la mejor manera de definirla, si es que existe una manera de definirla en el intentar desentrañarla. Un alma que abre la puerta (igual que abre la puerta de su hogar) a otras almas. Un alma que le da sentido al sentir de esas otras almas; al descifrar lo que esas otras almas tienen en el más allá. Un alma, todas las almas.
Sí, Adriana Petrigliano es eso. Pero no es solo eso. Es, al mismo tiempo, una compleja multiplicidad que torna muy difícil la pretendida tarea de ubicarla en un único lugar. Inquieta y multifacética. Creativa e inagotable. Abrumadora en su hacer y en su decir. Incansable en su transmitir, en su contagiar. Y «vanamente frágil», tal como ella misma se define, si es que, de alguna manera, pudiera definirse.
«Un lugar para ubicarme es a orillas del mar; no me movería nunca más de allí. No es postura, es una cosa muy fuerte que me pasa y que lo entienden algunas personas, porque es físico lo que me sucede. Yo no conocía Roma y conocía Roma. Hay una potencia que es difícil de explicar, que no puedo explicar, y me pasa con el mar, con el mar en cualquier lugar. Pero después también hay otro anclaje muy fuerte: amo Buenos Aires, porque soy de Buenos Aires, pero no me encontraría en otro lugar que no fuera La Rioja» afirma en una primera instancia, y al inaugurar el diálogo con 1591 Cultura+Espectáculos cuando se le pregunta por un lugar, por un espacio en el que ubicarse.
«Lo otro tiene que ver no con el lugar, sino con lo que soy», agrega. Y se sostiene: «Viste cuando te armás el perfil de Instagram, que te pide que te definas, bueno, yo armé una palabrita porque es lo que yo siento, y mi palabrita es ‘vanamente frágil y además poeta’. Esa es mi definición, porque yo pensé ‘¿qué vas a decir, bibliotecaria, escritora, docente no soy, tallerista?’. Necesitaba decir realmente, y yo siento que soy… vanamente frágil.
¿PERO QUÉ ES LA FRAGILIDAD PARA VOS?
¿La fragilidad?… Yo siento que a mí todo me conmueve, mal. Yo quisiera ser dura, no frágil. Hace muchos años hice uno de esos cursos de programación neurolingüística; me fascinó, porque no entendía nada, no conocía esa parte. Hay un ejercicio que te hacen hacer, que según lo que los coordinadores ven de vos, te hacen que seas lo opuesto, entonces me pidieron que yo sea punk, que yo no sabía qué era ser punk. Y claro, yo soy lo opuesto. Yo me involucro en causas perdidas y es vano ser tan frágil, y no me sirve tampoco para mis cuestiones personales.
¿FRÁGIL, VULNERABLE?
Si, vulnerable. Hace un tiempo me llegó la distinción por parte del Concejo Deliberante (Ciudadana Destacada), que me generó sensaciones encontradas, pero lo que me lastimó, y por eso me siento vulnerable, es que mucha gente se preguntara ‘¿ciudadana de La Rioja?’ A mí eso me lastimó.
LEÍ ESO Y LEÍ TAMBIÉN LO QUE ESCRIBISTE RESPECTO DE ESO… ¿SENTÍS QUE NO TE COSIDERAN RIOJANA?
Yo siento cierta hostilidad, porque encima mi escritura tiene poca de riojana; poca Rioja para el que no sabe mirar, en realidad, porque yo escribo en este entorno, y a mí este cielo, y los lapachos, y el cerro me provocan. Pero siempre sentí cierta hostilidad porque los que somos de otra ciudad venimos con otra energía, queremos hacer muchas cosas.
PUEDE ENTONCES QUE ESO QUE SENTÍS TENGA MÁS QUE VER CON TU HACER QUE CON TU SER…
Pero es contradictorio. Yo lo he discutido a eso, porque a mí a veces me han dicho, ‘no sos poeta riojana’. Por ejemplo, en la antología del CFI yo no estoy en este sector ni estoy en Buenos Aires.
¿Y DÓNDE ESTÁS?
No estoy, porque para los de acá no era de acá y los de allá tenían criterio y sabían que no era de allá. Yo soy de acá, pero mirá la incoherencia, no lo antagónico, la incoherencia: Moyano no es, Paoletti no es, y son nuestros íconos, ¿no? Y me estoy perdiendo de alguno tal vez, pero tiene que ver con eso.
PERO TAL VEZ TU NO ESTAR SIGNIFIQUE AL MISMO TIEMPO ESTAR EN TODOS LADOS, LO QUE ES DIFERENTE. VOS NACISTE EN BUENOS AIRES Y NUNCA RENEGASTE DE ESO, ¿QUÉ SENTÍS QUE HAY DE BUENOS AIRES EN VOS?
La melancolía de la ciudad; el río marrón. Es fuerte eso. A mí me encantaría, y trato cuando hago talleres, que la gente se conecte con esas cosas, porque tenemos que conectarnos con eso. ¿Cómo no te vas a conectar con ese cerro? Tiene que ser nuestro imán ese cerro. Yo le llamo ‘los bordes del paraíso’, porque son los bordes del paraíso. Yo descubro La Rioja cuando era adolescente. Vengo de una ciudad divina, de Adrogué. Nací en Villa Crespo, a media cuadra de Avenida Corrientes, papá era amigo de Julio Sosa. Un día fui a la casa de Baldomero Fernández Moreno, en Palermo, que es museo, y casi me muero porque era la réplica de la casa donde yo nací. Bueno, yo tengo de Buenos Aires eso. Después me fui a Adrogué, que es bellísimo, y un año que no podíamos escaparnos a las famosas vacaciones al mar donde todos los porteños vamos siempre, y como el padre de mi mamá era riojano, nos regala pasajes a La Rioja. Mi mamá daba vueltas carnero y con mi hermana no sabíamos dónde quedaba La Rioja. Fue un año antes de venirnos a vivir aquí, yo tenía 14 años. Veníamos de un lugar donde no podíamos salir, no íbamos a ningún lado, no salíamos, todo estaba prohibido, a las 20 se ponía un candado porque habían empezado las cosas feas en Buenos Aires. Acá, mi mamá se olvidó que tenía hijas. Claro, La Rioja te abre las puertas…
¿Y CUÁL ES ENTONCES TU NOSTALGIA DE BUENOS AIRES?
Lo que pasa es que Buenos Aires es una ciudad sola; llena de gente, pero sola. Tengo un poema que se llama ‘Puntos sobre la tristeza’ que son apuntes de lo triste que yo veo. Yo viajaba en tren de Buenos Aires a Adrogué y a mí me empezaba a dar tristeza ver cómo las luces se iban perdiendo, ver cómo se iban apagando. Mi mamá escribía, pero yo no sabía que iba a escribir y me imaginaba cosas, pero siempre desde la melancolía. Para mí Buenos Aires es careta; las grandes ciudades son caretas. Hay que estar bien, hay que estar positivo, todo es luz, y es mentira todo. Yo percibía eso, no me preguntes cómo, pero yo lo percibía. Yo voy a Buenos Aires y observo las esquinas, los empedrados; veo las fotos de Sara Facio… siento como que yo hubiera sacado esas fotos.
PERO DE ALGUNA MANERA LAS TENÉS A ESAS IMÁGENES…
Sí…
¿Y QUÉ DESCUBRISTE, QUE ENCONTRASTE EN LA RIOJA?
Primero, las puertas de la libertad. Adrogué es un lugar… hoy dirían -en esa época no se usaba esa palabra-, un lugar muy cheto, muy fifí. Pero nosotros no éramos fifí. Acá yo descubrí cuando nos hicimos un grupito de amigos una amorosidad tal, una libertad, una ternura. Eran seres de otro planeta. Estábamos todo el día libres, había libertad… por eso para mí son los bordes del paraíso. Allá era el infierno y acá empezamos a descubrir la plenitud del paisaje. Yo conocía el mar y después conocía la montaña, pero conocía la montaña porque había leído Heidi cuando era chica y conocía esa montaña. ¡Cuándo descubrí la montaña! Nos enamoramos; eso también pesó mucho; los chicos después se deshicieron en el olvido (risas). Nos quedamos dos meses acá; no queríamos volver. Fue terrible volver. Entonces todo ese año le comimos la cabeza a mi papá. Mi papá era un militar retirado, se había retirado ese año. Ya había empezado a ponerse todo muy feo en Buenos Aires, era horrible lo que estaba pasando, entonces tener negocio allá o tener negocio acá era lo mismo. Al otro diciembre estábamos viviendo acá y no lo cambio por nada.
Y AL MARGEN DE LA RIOJA ESPACIO, ¿QUÉ DESCUBRISTE EN VOS EN ESE MOMENTO?
Que allá yo sentía tristeza de cómo se iban apagando las luces y acá yo sentía que todo se encendía con una luminosidad diferente. Fueron los contrastes. Aquello era gris, apagado y esto era la luz. Las percepciones; yo soy perceptiva de todas esa cosas.
LOS LIBROS, LAS LECTURAS, ¿YA VENÍAN INCLUSO DE ANTES DE APRENDER A LEER?
Yo tengo un texto que habla de todas mis lecturas y de cada lugar. Yo la primera vez que tuve un libro en la mano fue de un tío, el tío Alfonso, que tenía un galpón, y yo me metía a hurgar todo. Un día en el galpón descubro un libro de Constancio C. Vigil, ‘Misia Pepa’. Yo tenía cuatro años, no sabía leer, pero se lo robé y lo robé porque me pasó algo. Yo no sabía leer pero yo lo miraba y ahí conecté. Y cuando empecé a leer ya no pude parar.
SI TUVIERAS QUE BUSCAR UNA INFLUENCIA EN ESE SENTIDO, ¿SERÍA TU MAMÁ?
Mi mamá, sí, porque ella creaba algunos climas; ella escribía en la máquina de escribir, sacaba la hojita y la leía. No puedo precisar cuándo empecé yo a leer. Y después ya más grandes y acá en La Rioja hay momentos como muy mágicos, por los amigos que nos habíamos hecho. Ella nos iba leyendo capítulos de una novela que se llamaba ‘Después del sol’ y que transcurre en Los Sarmientos (Chilecito); ella vivió dos años allí. Entonces yo creo que ahí había algo que parece que yo lo tomé y lo transmito sin darme cuenta en los talleres. Leíamos en voz alta lo que ella escribía y llorábamos, nos emocionábamos, mi mamá era muy melancólica también para escribir y eso me parece que se fue transmitiendo.
¿QUÉ OTRAS LECTURAS TE MARCARON, AUTORES QUE TE HAYAN ATRAVESADO?
¿Te puedo leer?
SI CLARO, POR SUPUESTO…
Cuando descubrí a Julio Verne vivía en una casa rodeada de plantas, árboles frutales, pasto prolijo, verde, libustrina de un lado y un baldío del otro. Del lado del baldío estaba lo mejor porque veía el horizonte que se parecía al mar de las 20 Mil Leguas y se veía la salida de la luna. El chico que me gustaba en esa época se llamaba Hugo. Cuando leí a Yunco, María y Platero y yo viajaba en un tren infinito, tenía ciudades oscuras con las otras, las iluminadas. Cuando leía a Corín Tellado ya me había enamorado del jazmín que crecía en la pared del baldío y era la mezcla para las historias de amor, la luna y el perfume de los jazmines. Cuando llegó Pablo Neruda todo fue un gran dolor y fue justo cuando Armstrong llegó a la luna y los 20 poemas de amor fueron de verdad una canción desesperada. El chico que me gustaba en esa época se llamaba Nerel. Para todos esos días tuve mi primer perro que se llamaba Ringo, que supo de mis primeras lágrimas literarias porque siempre fui dramática. En las radios sonaban Sandro, Leonardo Fabio, pero con mi hermana escuchábamos a un Serrat que recién aparecía, a Creedence, a Joan Báez y a Rafael. Leía en una cama pequeña de una plaza de madera clara, leía tirada en el pasto, leía en los trenes y en los subtes. Vivía en la calle Italia, casi como un anuncio de este latir en Roma. Un año, casi de repente, cambió mi paisaje de árboles y baldíos. Llegué a La Rioja en diciembre, todo olía a menta y a jarilla, la luna parecía que se caía en mi patio de tan cerca que estaba. A este paisaje, a su siesta de 40 grados llegó García Márquez y fue soberbio ese Macondo húmedo que me alejaba de una Rioja de infiernos. Los Aurelianos me encandilaron entonces. Por esos días Ringo se murió y comencé a leer con ganas los cuentos de mi mamá. Llegué a Stephen King en un arrebato de espantos propios y ajenos. Necesitaba que el horror de los otros suplantara mis propios infiernos. Extrañamente el chico que ya no me gustaba, pero lo había cambiado todo, se llamaba Miguel Hugo. Por esos días Bartolo era mi perro, el paisaje seguía siendo La Rioja, pero René Barjavel y Bradbury se metían con sus mundos cada tarde y me arrebataban los bordes de cierta calle que a pesar de todo se llamaba Esperanza. Junto a un perro llamado Matute, el perro amor de mi vida, llegó un árbol llamado Juancho y bajo su sombra no podía desprenderme de Rulfo, de Abelardo Castillo, de Gabo y Mujica Laines, cuando con Bomarzo me nombraba el universo que se extendía más allá de la Santa Rita del patio de esos días. La música que sonaba casi de manera insistente en ese patio era la de Andrea Bocelli, Calamaro comenzó a sonar tímido, pero Sabina los desplazó sin piedad. Eso era la poesía y la poesía lo estaba ganando todo. Lejos de ese patio de juanchos y matutes llegó tímidamente Hernán Casciari con su Tarántula y el amor a primera vista sigue intacto. Después apareció Mairal y su durazno y su hoy temprano y su coger en castellano, y Fabián Casas buscando a su madre en el olor de los vestidos, y ese Boedo suyo que se mete debajo de mis uñas, y Cortázar y Gelman, Venturini, Pablo Ramos, Paoletti, Moyano. La lista así, desprolija, sería tan extensa como imposible. Para estos días no hubo ni chico, ni árbol, ni perro, nunca más tuve un baldío perfumado por jazmines, ni viví en la calle esperanza, tengo un horizonte azul de cerros, un pájaro también azul y un pez de hojalata, los libros me sacaron de cualquier lugar, me llevaron a otros, me hicieron y me deshicieron. Los dejé y me dejé y los seguiré dejando. Esos son los autores que yo te puedo nombrar, pero es injusto porque encima yo sigo descubriendo. Me formaron todos, pero no hay uno. Sí sé que en la poesía el que me cacheteó, porque tenía 12 años, fue Neruda, porque yo venía sin leer poesía de amor. También esa es otra cosa que yo quiero reivindicar, la poesía de amor. Parece que fuera menor el género de amor y no es menor, porque para los que escribimos no hay más temas que el amor, el dolor y la muerte; no hay otros. Eso engloba a todo. Pero nos hacemos como los intelectuales.
ME HABLASTE DE LA POESÍA DE NERUDA, CUANDO LLEGÓ A VOS, ¿PERO CÓMO LLEGASTE VOS A TU POESÍA O CÓMO LLEGÓ LA POESÍA A VOS?
Llegó cómo llega siempre. Tengo unos amigos con los que siempre decimos que cuando estás feliz no escribís. Yo creo que estuve muy pocas veces feliz y lo digo en serio, pero no porque yo tenga catástrofes en la vida, sino porque es algo mío que yo creo que el psicólogo no logra cambiar. Todo esto es felicidad, y esto es hermoso, y yo agradezco porque sé disfrutar, pero es como que siempre es más grande lo otro, puede más. Suele pasar que tenemos una claridad que quisiéramos no tener, una percepción que quisiéramos no tener. Entonces la poesía llega así. Yo descubro a Neruda muy chica, porque yo necesitaba estar leyendo todo el tiempo y no sé cómo llegó. La poesía estaba ahí, entonces yo escribía.
Y CUÁNDO FUE QUE COMENZASTE A TOMARLO COMO ALGO, DIGAMOS, MÁS SERIO?
Cuando nos mudamos aquí a La Rioja, mi mamá comenzó a tener contacto con personas del medio y se conecta con Carmen Agüero Vera, con Carmen Moreno de Mercado. En ese momento, Carmen Agüero Vera era directora de Cultura, entonces la empezaron a invitar a mamá a los actos con Chiquita Otañez; empezamos a movernos en esos lugares y yo iba a las presentaciones en los lugares de la época. Y mi mamá creó un grupo literario que se llamaba ‘Caliope’. Estaba Carmen Moreno, estaba Yolanda Parco Parisi, estaba Olga Miranda. Entonces empezamos a involucrarnos con toda esa gente y yo estaba ahí, y en las reuniones empecé a ver que me gustaba eso y dije: ‘quiero empezar a mostrar alguna cosita’. Carmen Moreno de Mercado daba taller literario en la Dirección de Cultura; se juntaban a leer lo que escribían, entonces me empezó a gustar eso. Hacían los encuentros a los que venían gente de otras provincias, Lucía Carmona, Teresita Flores y entonces yo empecé a querer escribir, y empecé a querer mostrar y no me preguntes por qué, pero yo iba guardando. En el ’85, entro a trabajar en la Municipalidad y voy directamente al área de Cultura, al Octavio de la Colina, y mi primera directora de Cultura fue una mexicana, Leticia Ortiz. Llegué con mi nombramiento y me pidió que le presentara algo, algún proyecto. Eso fue lo primero que hice: se llamaba ‘Ventanitas de papel’ y se publicaba en el diario El Independiente, en un espacio de literatura infantil, donde escribía, recomendaba cositas. Eso le encantó y de ahí hicimos un programa de radio, y de ahí se abrió todo, y yo empecé a organizar cosas, empecé a organizar encuentros, presentaciones, empecé a organizar publicaciones. En la muni empecé con los cuadernillos Huayrapuca. Después seguí con ‘Los papeles que nunca nos unieron’; yo empecé ahí y ya está, no sé cómo fue, pero no pare nunca más.
ES EVIDENTE QUE TODO ESO ESTABA MUY LATENTE EN VOS, POR MÁS QUE NO LO HABÍAS PENSADO O DIMENSIONADO… CUANDO SE ABRIÓ, SE ABRIÓ…
Empecé a organiza concursos; yo me di cuenta que otra cosa no me movilizaba, que no me iba a movilizar otra cosa.
Y APARECE LA DOCENCIA…
Pero no soy docente…
PERO HACÉS DOCENCIA…
Y… hago docencia con los talleres; veintidós años hace que doy talleres. Trabajaba en la Biblioteca Marcelino Reyes, con María Luisa Iribarren y viene la propuesta de CONABIP que se llamaba ‘Los Juegos Florales Leopoldo Marechal’. Durante una semana la Biblioteca tenía que tener actividades relacionadas con los libros. Lo digo bien, sin pudor, siento que soy creativa. Empecé a buscar libros en la Biblioteca y armé unas consignas, armé unas fichas y en toda esa semana que no recuerdo cómo era la convocatoria iban a la Biblioteca. Se armó una cosa tan hermosa con las actividades de los libros que cuando terminó, a la otra semana, empezaron a venir madres a pedir por los talleres. Yo estaba pasando una época económica bastante complicada, entonces armé el taller y se me llenó, explotó. El taller se llamaba ‘El coronel ya tiene quien le escriba’ y empezaron a preguntarme si no había para adultos. Siempre tenía ideas de cómo, pero no sabía cómo y dije: ‘me tiro a la pileta’ y ya no pare.
O SEA QUE PODRÍA DECIRSE QUE A LOS TALLERES LLEGÁS UN POCO DE MANERA FORTUITA…
Sí, y agradezco toda la vida, porque a mí me encanta dar talleres.
Y DESCUBRISTE OTRA PARTE TUYA…
Sí, porque además también… viste que acá, para bien o para mal todo corre, entonces habrá pasado un año que estaba con los chicos y me convocaron del Ministerio de Educación, del Plan de Lectura. Y yo siempre tuve un prurito, porque yo a los 18 ya era madre y no estudié más nada. En mi currículum, yo pongo siempre en la parte de estudios realizados ‘libre de educación oficial’, porque yo considero que tengo una gran educación, pero que me la di sola. Y yo lo sostengo, no para que los chicos dejen de estudiar, sino para mostrar que a veces podés tener todos los títulos, como esa pared llena de cuadritos, pero no pasa nada. Me convocan y lo primero que dije fue ‘yo no soy docente’ y me dijeron ‘no te estamos convocando por docente, te estamos convocando por escritora’. Empecé ahí una rueda afortunada; me siguen contratando. Me contratan para los talleres, pero además doy taller en la Universidad, ahora tengo un taller para las carreras de Psicopedagogía, di talleres en la Cárcel. Naturalmente, porque yo creo que uno sabe qué puede hacer y qué no.
UN DÍA, ESE DÍA. LA CAPTURA
Los libros están sobre la mesa. Se reparten ese otro espacio, el interior, donde se refugia el aroma de un agradable cobijo al resguardo de unas manos que, se sabe, van a repetir el ritual de abrir paso a la magia de las palabras que buscarán, una vez más, escaparse hacia los bordes del paraíso más allá de la ventana, para terminar de dar forma a la concepción de un decir que se perpetúa en los días. Los libros están sobre la mesa. Y las palabras ya están flotando por todas partes. Habitan la luz en que se entretejen las sombras, las formas de las sombras en donde quedan los instantes previos al gesto posterior de poner sobre el papel en blanco la piel, las venas, la sangre. Los instantes previos al gesto posterior de ejercer el oficio de nombrar los días. Los días sobre ella. Los días sobre nosotros.
Un día / el día / tuvo otro color. / Fue el más oscuro. / Fue el más claro. / Duró como un millón de días / Y duró casi nada. / Un día / el día / se estiró cuanto pudo / como serpiente tibia / y el mismo día / duró un minúsculo aleteo. / Un día / el día / se detuvo en la exacta tristeza / y fue cayendo / profundo / oscuro / roto / silencio y nada / y se vació en sus horas / dentro mío. / Un día / ese día / enterraba a mi padre.
Un instante es siempre más que un instante en la escritura de Adriana Petrigliano. Puede partir de lo minúsculo, pero termina por expandirse siempre hacia la universalidad, enarbolando la bandera de una reconstrucción permanente de lo fragmentado, de lo roto, pieza por pieza, pedazo por pedazo, como si se tratara de un rompecabezas al que le falta una figura que lo complete, pendiente siempre en esa búsqueda infranqueable de lo que termina por armar, por dar forma al cuadro de la esencia que la define. Única. Individual. Indivisible. Pero repartida en la magnificencia del acto colectivo en el que siempre congrega. Desde un susurro hasta una lectura. Desde un murmullo hasta el grito que desgarra. Desde una lágrima hasta una sonrisa. Desde el dolor hasta la reparación del alma. Un alma, todas las almas.
¿CÓMO SON TUS PROCESOS DE ESCRITURA?
El proceso es el de capturar. Yo tengo un cuento que ganó un tercer premio en la Feria del Libro de La Rioja. Yo iba caminando y me crucé con un viejo. Eso duró, un instante, pero yo lo miré a la cara y a mí me provocó. Entonces en ese cuento yo cuento lo que me provocó. El proceso es captar algo, si es que tiene que haber un proceso, porque también es mentira que se pueda dar una receta. Ahora estoy escribiendo un libro que se llama ‘Si lo supiera’, que son solamente preguntas; yo me hago preguntas y ahí queda. Entonces el proceso es primero captar algo que te llega y darle importancia a eso que te llega. A veces es algo que después se da vuelta y que ni se parece a lo que apareció en primera instancia. Después hay un proceso que también lo descubrí a la fuerza porque, por ejemplo, a veces uno escribe a pedido. Ahí sí hay un proceso, porque ahí tuve que hacer un orden de prioridad y ahí uno usa los recursos.
VOS GENERÁS EN EL OTRO, ¿ESO TE RETROALIMENTA? ¿LO QUE OCURRE EN EL TALLER PUEDE FUNCIONAR COMO DISPARADOR TAMBIÉN PARA VOS?
Hay algo muy duro que me dijo mucha gente y la primera que me lo decía era mi mamá, y que tienen razón, pero que a pesar de tener razón yo no puedo con mi genio. Mi madre me decía ¡’vos sos una boluda, vos le das tu inspiración, escribilo vos’! Y yo no puedo. ¿Cuál es el problema de darle al otro la inspiración, la patadita inicial, la primera línea, la mirada? Siempre el otro va a hacer lo que quiera con eso; eso ya corre por cuenta de cada uno, aunque siempre lo hablo con la gente en los talleres: ‘lo que escriben en el taller no es lo que ustedes tienen que escribir y publicar, porque si no hay una uniformidad. Ustedes tienen que buscar de qué escribir’. El taller tiene que ser la movilización, el estímulo, irte con algo que te perturbó, tiene que suceder y sucede, se crean uno climas maravillosos.
¿Y HAY ALGO DE ESO, EN TU ESCRITURA?
La retroalimentación es la lectura; cuando uno lee, es cuando se te abren todas las ventanitas. Escribimos sobre la cucharita, sobre cómo miraste vos la cucharita, cómo miró el otro, entonces vos decís: ‘es tan inagotable’, y entonces te obliga a que vos la mires a la cucharita desde otra perspectiva y ahí uno se retroalimenta.
¿HAY SENSACIONES, TEMAS, QUE A VOS TE MOVILICEN PARTICULARMENTE?
Los temas son siempre los mismos porque no hay otros. Ni aún escribiendo ciencia ficción el tema va a ser distinto, porque incluso la ciencia ficción va a querer volver, porque va a extrañar a la tierra. Los temas son los mismos. ¿Que me moviliza a mí?, cosas absolutamente… son flashes. Yo digo que somos unos bendecidos los que tenemos esta sensibilidad. Mi papá hace 14 años que murió; la muerte de los padres, es otro tsunami que te borra del mapa y te vuelve a escribir. Iba caminando y a lo lejos, como a una cuadra, venía caminando un señor que si yo lo observaba, era mi papá. Me tuve que parar por lo que me provocó. En los últimos abrazos que yo les di a mis padres, abrazaba gente viejita. Y yo dije: ‘si fuera mi papá y me abrazara, abrazaría a una viejita’. Yo tengo ahora la espalda de ellos; mis hijos me lo dicen. Fue una conmoción. Eso me pasa, eso me motiva a escribir. Eso me moviliza.
¿Y QUÉ TE PASA A VOS CUANDO VES LA ESCRITURA DE LOS OTROS, DE LOS QUE PASAN POR VOS?
Soy muy crítica. Yo tengo -y muchos alumnos del taller lo han desarrollado y está bueno- eso de ver los hilitos atrás del escrito. Entonces yo no te discuto en un cuento, no te discuto en una novela, si te lo discuto en poesía, y en cuento y en novela te lo discuto de otra forma. Yo puedo en un cuento querer buscar la atención, la tensión, el quiebre, el punto del no retorno. Lo tengo que buscar y lo tengo que trabajar, pero cuando lo estoy forzando, cuando estoy usando el cliché, o estoy viendo qué se usa ahora, qué pongo cuando no lo está pidiendo el texto, uno se da cuenta. Y en poesía, que me ha costado muchos enemigos, yo siempre digo y lo hago al ejercicio. Por suerte tengo alumnos de todas las edades; tengo gente de 80 años y tengo chicos de 16 que es lo mínimo que yo recibo. Si yo mezclo las hojas y leo, de la gente grande saben cuáles son los textos y de la gente joven también, pero de los adolescentes no; hay una frescura y hay un uso diferente del lenguaje. Ahora, cuando lo forzás, cuando en un poema me pones cinco veces la misma palabra, chau, ya está. La búsqueda es otra, no cauces esto. ¿Vos vas a escribir siempre así? Uno cambia; sí que cambiamos. Yo leo mis poemas de los 20 años y no son estas poemas, pero hay un cambio que deja ver, para bien o para mal, un crecimiento, no una acomodarme a algo. Me pasa que soy crítica y después también eso lo marco bien: presten atención a las lecturas, cuando hacemos la lectura en el taller, siempre les marco. Hay dos tipos de silencio después que vos leés: hay un silencio de ‘qué le digo, que esto no me gusta’ y hay otro silencio, que no le puedo decir nada porque me mató, y eso se nota. Y uno tiene que ser honesto con uno, si no, no sirve.
UNA HUELLA IMBORRABLE
«Los Imagineros», el taller que coordina Adriana Petrigliano, ya es una marca registrada en el universo literario de La Rioja. Con varias publicaciones colectivas en el camino, el trabajo que viene desarrollando Petrigliano se ha convertido en una huella imborrable y en un punto de encuentro ineludible, además de un espacio de contención para muchos escritores y escritoras en busca de un refugio, más allá de la búsqueda de la inspiración. En la primera de las antologías de «Los imagineros», Petrigliano afirma: «Para algunos es la primera vez de sus textos así, solitos en una página y en busca de lectores…Para algunos, es compartir lo que ya han publicado en libros que andan haciendo su camino…Para otros, es compartir textos que han recibido importantes premios aquí en nuestra provincia y en otras ciudades…para algunos, este oficio de escribir lleva ya muchos años, y la mayoría de ellos aquí, en el Taller de Creación Literaria Los Imagineros…Para otros, el camino del Taller apenas empieza…» Y de eso se trata, en definitiva. De un camino y de una huella. De dejar una huella. También en el ejercicio de nombrar los días. Los días sobre ella.
«LOS IMAGINEROS» HA SIDO Y SIGUE SIENDO UN SEMILLERO IMPRESIONANTE
Sí, es impresionante…
IMAGINO QUE TE DEBE GENERAR MUCHO ORGULLO…
A mí me ha pasado y lo he publicado cuando escribía en Puente Alado, algo que me causó mucha gracia. Hubo un concurso en la Feria del Libro; habíamos mandado todos, yo incluida, un cuento. El primer premio, el segundo premio, el tercer premio y diez menciones eran todos alumnos de ‘Los Imagineros’. Sin embargo, a mí lo que más orgullo me da es que algunas personas que uno dice: ‘ya está, ya están consagradas’ siguen viniendo a corregir sus textos. Me llena de alegría. La mayoría pasaron y pasan por el taller, y a mí eso me da alegría.
¿QUÉ ES LO MEJOR QUE SE GENERA EN UN TALLER LITERARIO?
La pasión. Y lo que más me gusta: la perturbación. Cuando yo descubrí a Casciari, porque no existía, era un blog, yo en la Biblioteca Mariano Moreno llevé un día la fotocopia de ‘La Tarántula’, que explotó. Leímos a Casciari y empezamos a seguir el blog. Era defenestrado Casciari en ese momento. Pero se trata de eso, de descubrir. Acá hay mucho escritor que reniega de los nuevos, de las nuevas voces. Yo siempre digo: ‘tenés que leer, vos no podés desconocer a los nuevos escritores’. Eso es lo que ocurre en mi taller: leemos, descubrimos. Los alumnos te agradecen y empiezan a buscar. Y se van con una incomodidad porque les tiraste algo para que escriban y tienen que hacer esa búsqueda.
HICISTE DE TODO, Y AQUÍ VOLVEMOS AL PRINCIPIO, AL CONCEPTO DE «MULTIFACÉTICA», ¿SENTÍS QUE TE QUEDA ALGO POR HACER?
Tengo también el poema las cosas que no hice; ¿ves que yo de todo hago literatura? Sí, a ver, pero vamos a lo literario. A ver, qué sería… animarme a mandar a concursos. Me da rabia, porque lo que tengo es fiaca. Soy muy despistada, entonces me gustaría eso, mi deuda a lo mejor sería ser más ordenada, tener todo en orden. Fuera de eso la lista es interminable. Hice la lista de cosas que quería hacer antes de cumplir 70 años, por ejemplo, y estoy haciendo muy poco, muy poquito de eso.
¿QUE CONECTA A LA MUJER QUE SOS CON LA NIÑA QUE FUISTE?
Hubo algo muy contundente que me pasó; algo muy contundente, que está en un poema que fue un flash, porque yo dudaba, no sabía si lo que percibía era real, y un día conversando con mi hermana y mi prima en ese balcón yo hice una pregunta, porque no sabía si esto me pasó o no, o si lo imagino, y mi prima dijo ‘es esto’ y nos había pasado a las dos lo mismo, a mi hermana no. Nunca pude llegar a eso y decidí no llegar a eso; dije ‘no quiero’. Pero sí hubo un quiebre ahí y eso me conecta con esa niña, a esa niña. Eso que le pasó la rompió, y creo que ahí se le instaló la nostalgia, la tristeza, la pesadumbre, la marca. Entonces es eso. Yo soy esta. La conexión es esa. Suelen decir que en realidad el mapa nuestro se define en la infancia, después es todo el recorrido de ese mapa. No tuve una infancia infeliz, no; fui feliz, fui alegre a más no poder, hasta los 18. Me encantaría y no sé cómo hacerlo, porque ser madre adolescente, bajo el concepto que se tenía antes de ser madre a los 18, no es igual al de ahora. Entonces hay todo un universo que se te rompe y que tenés que armar. Mis padres eran los padres típicos de esa época; culpables de nada, educados de una forma, había un cuadrado, una cosa que por suerte mis nietas no lo tienen ni lo tendrán, y mis hijas tampoco, aunque por ahí lo arrastran. Eso se arrastra y a los artistas, porque somos artistas, se nos aparece en el arte. Yo no podría escribir de vanalidades. Hay una cuestión con lo que te pasa, que te moldea, y que después aparece a la fuerza en el arte que vos desarrolles.
¿QUIÉN SOS?
Vanamente frágil. Soy esa. Soy todos los pedacitos de lo que hay acá y de cosas que me faltarán. Pero esa soy.
Esa es. Ella es. Adriana Petrigliano: un alma, todas las almas.
EN PRIMERA PERSONA. Nací en la ciudad de Buenos Aires, cerca del río marrón de Borges… Vivo en la ciudad de La Rioja, cerca de montañas que siempre son azules… Escribo. Coordino talleres literarios. Susurro poesía por la calle con un grupo de «susurradores». Publiqué de manera artesanal: Poemas para la tarde de otro siglo (2000); Cebollas en juliana (2001) y Papelitos para Pedro (2001). Estos son algunos de los premios que gané: Fundación Givré, 1° Premio Cuento «Sentencia» – Buenos Aires; Mención Especial Cuento «César, poemas humanos» – La Rioja – Feria del Libro La Rioja; 1° Premio Cuento «Breve historia numerada» Feria del Libro La Rioja; Premio Broadcasting al mejor guión del NOA Programa ¿Y estos quiénes son? Canal 9 – La Rioja; Finalista del Concurso Jovellanos «El mejor poema del mundo» con «Cuando se desata la furia» – España 2016; Finalista concurso de Poesía «Ciudad de los Naranjos» organizado por la Biblioteca Mariano Moreno por el libro «Con probabilidades de melancolía» – La Rioja. Creadora de los ciclos literarios. «Los papeles que nunca nos unieron», «Nada que ver con otra historia», «Decires y cantares», y de los concursos literarios: «Tengo poco por decir», «Cuentos perturbados», «Febrero Chayero» y «El pueblo ya sabe de qué se trata».