Impacta en una primera instancia su delicado trabajo que logra evidenciarse como un objeto cultural que se impone en paralelo al relato del sistema religioso imperante, a partir del empleo de materiales alusivos a los pueblos originarios como mostacillas hechas de huesos, metales, piedras semipreciosas, madera y perlas de coral, entre otros. Pero impacta aún más la mirada conceptual que, puesta en perspectiva, permite descubrir la creación a modo de recuperación de un universo extraviado, pero que permanece presente a partir de un imaginario que atraviesa estrictamente real. “Diosa Andina” es el nombre de ese objeto textil con el que Yésica Costa le da sentido y valor al que, entiende, es el objetivo primigenio de todo arte: interpelar. Y ese interpelar encuentra sus antecedentes en otra serie de elementos orgánicos y antropomorfos desarrollados a partir del año 2015: “Diosas Maresquianas”, que toma como punto de partida inspiracional a la artista argentina Liliana Maresca, quien desarrolló su producción artística a través de técnicas como la escultura, la pintura, montajes gráficos, arte objeto e instalaciones.
Desde ese lugar, la obra de la artista que dedica también gran parte de su tiempo a la docencia va cobrando importancia y trascendencia, encontrando en ese camino de búsqueda e indagación interna puntos de legitimación en el que su nombre se erige como referencia, pero también como la sustentación en lo concreto de una labor que, lejos de limitarse a lo preconcebido, avanza con determinación hacia lo rupturista.
“Vamos haciendo un camino, muy de a poco. El artista no tiene un perfil, somos nosotros mismos y tenemos que tratar de definir lo que queremos decir desde nosotros mismos”, destaca Costa cuando se le pregunta por su relación con el arte y sus búsquedas, que se remontan a cuando era pequeña, pero que se fortalecen a partir de su incursión en la Universidad, instancia a la que define como “un primer acercamiento al arte en un contexto académico, en el que se fueron dando distintas oportunidades como clínicas de arte que plantean preguntas y que ayudan a construir un cuerpo de obra”, además de establecer una relación de contrastes con otros artistas, en la que se intentaba establecer vínculos y problemáticas comunes.
“Cuando empezás a visibilizar lo que hacés, llega un momento en que se empieza a valorar ese camino, ese recorrido, y se legitima. La legitimación sigue pasando por los museos, las galerías. En este camino mis trabajos han sido aceptados en diferentes espacios y ciudades como Buenos Aires, La Rioja o San Juan”, cuenta la artista que, en relación a ese proceso de legitimación al que hace referencia, llega hasta su obra “Diosa Andina”, que forma parte del Salón Regional de Artes Visuales NOA 2024 y que dialoga con otros trabajos que viene realizando desde hace ya muchos años.
“Son objetos blandos, textiles, con diferentes incrustaciones. Se trata de una representación de lo femenino con una vuelta a lo originario, a la mujer latinoamericana, andina, que vive y transita toda la Cordillera y con el objetivo de proponer otro tipo de deidades ligadas a lo originario, a los dioses que se tenían en cuenta antes de la conquista, a través de recursos naturales; volver a lo originario a través de una representación simbólica”.
Desde ese lugar en el que reconoce influencias y características de la artista Liliana Maresca, Costa apela a lo que considera es una de las esencias del arte: la interpelación. Y en ese interpelarse plantea: “¿Por qué nos atamos a las culturas que nos ciñen y nos limitan el pensar, si podemos crear nuestros propios dioses y liberarnos de un montón de culpas que vienen impregnando a la sociedad a través de la religión?”.
La pregunta hace eje, prácticamente, en lo existencial. Perfora lo conceptual a partir de un sentir que la acompaña desde siempre o desde cuando, recuerda, cuestionaba a sus padres sobre Dios o sobre las enseñanzas religiosas que le querían transmitir. “Es algo que uno trae”, afirma y de inmediato aclara: “Aunque no sé de dónde”. Quizá, esa duda encuentre una respuesta en su vinculación con el arte, que también se establece en su territorio de infancia. “A mi papá lo considero un escultor, aunque él nunca se adjudicó ese caracter. Hace trabajos en madera, figurativos; barcos, aviones y ahí creo radica esto de ir más allá, de viajar, la metáfora de a dónde podés ir con el pensamiento. Además, los oficios cumplen un rol muy importante a la hora de producir. Mis obras son textiles, están cosidas, y tanto mi mamá como mi papá cosen. Cuando uno comienza una producción artística, de alguna manera, traslada las búsquedas hacia el origen, hacia lo aprendido”.
Para Yésica resulta inevitable vincular eso aprendido, eso que se encuentra en los orígenes, con el viaje, con la producción, con el hacer. Y eso, a su vez, va de la mano con el “dejar un mensaje, proponer una visión, presentar un modo de entender la realidad”. Para la artista, allí, en esos intersticios de pensamientos que se van “cosiendo” para dar vida a objetos textiles, pero también textuales “está la mayor trascendencia de una obra de arte, lo que permite captar al espectador”. Y en los salones de arte, donde se produce el encuentro, radica lo “fundamental de la charla, la posibilidad del encuentro con el artista, la posibilidad de la visibilización de la obra para trascender, especialmente desde lo comunicativo”.
EN LAS RAÍCES
La obra de Yésica Costa no se detiene. En su hacer, la artista va construyendo un universo que le es propio y que la define, pero que también le abre las puertas a universos aun no explorados y a los que, seguramente, llegará un día. El más allá posible, palpable que, sin embargo, no sería posible sin establecer un vínculo estrecho con lo que reside en nuestras raíces.
Esa es, tal vez, la pretensión más grande y absoluta que deriva de cada objeto creado: “Tener contacto con lo originario, porque todos estamos conectados con un antepasado, somos una mezcla”. Esa concepción de la humanidad desde la mirada artística, pero también desde la mirada social, es la que le permite a Costa “valorar las raíces desde donde venimos” y es, también, la que le permite plantea lo “decolonial” en su obra, el desvincularse de las estructuras de poder y conocimiento actuales para crear nuevas estructuras. “Hay pensamientos que ya se han debatido, se había deconstruido la historia en algún punto y volver a creer que nos descubrieron es terrible; es terrible querer tapar todo lo que realmente somos”, afirma Yésica para dar lugar a su visión de la actualidad, asociada siempre a su manera de concebir el arte, en constante movimiento.
“Hay diferentes modos de producir, diferentes metodologías. Hubo una primera etapa en la que hacía objetos, pero eran objetos orgánicos que producía y después intentaba encontrarles el sentido, vincularlos. Últimamente construyo la idea, y luego busco los materiales que pueden hablar de lo que quiero expresar, vinculado con lo latinoamericano. Primero tengo la idea, luego busco los materiales acordes y después construyo; pero hasta que no me cierra la idea no lo hago”, cuenta la artista cuando se le consulta por sus procesos creativos que, entre otras cosas, derivaron en las series “Diosas Maresquianas” y “Diosa Andina”.
Para Costa los tiempos de su producción son “variables” y en esos procesos entran además todos sus “andamiajes académicos, las ideas, el combo pedagógico” y la convicción de que “no solamente pensás la obra desde los materiales, sino también desde quién la va a recibir; Todo colabora a la hora de hacer una obra”. No obstante, y ya dejando de lado las diferentes estrategias o abordajes con los que puede arribar a su producción, lo que desvela a la artista es el “volver a las raíces desde un lugar más crítico” y la necesidad de “valorar el campo de la artesanía y el arte para generar espacios en los que se pueda volver a resignificar los modos de hacer”.
Precisamente, desde esa visión comprometida con el mundo artístico que la rodea, Yésica considera que “en La Rioja están dadas las condiciones para esos espacios, hay muestras que sorprenden, hay ideas que están muy expandidas y muestras contemporáneas muy interesantes”. E, incluso, va un poco más allá respecto de su valoración del rol que desempeña en arte, sobre todo en los tiempos complejos que nos toca atravesar: “El arte es fundamental para poder visibilizar las problemáticas, para no volver a situaciones económicas, políticas, por las que ya hemos atravesado. El arte viene a refrescar de alguna manera, a interpelarnos, a pensar a consciencia lo que está pasando. Es un medio para incidir, porque el arte históricamente ha posibilitado la reflexión, el poder comprender el mundo, cómo está construido”.
Es en ese contexto, precisamente, que destaca la importancia del reconocimiento para un artista, del ser seleccionado para formar parte de encuentro como el del Salón Regional de Artes Visuales NOA porque “lo que estás haciendo, de alguna, entra en diálogo con lo que te estás preguntando y con lo que otros artistas hacen y se preguntan. Está bueno el ser seleccionado porque la obra cobra valor y se enriquece también con otras propuestas; te das cuenta que no sos la única pensando en una determinada problemática”.