Paciente, sereno, pensante, cual gladiador de coplas lanzadas al viento, Carlos Paredes abre generoso las puertas de su mundo y llama a descubrir un universo en el que cada sorbo debe ser degustado con la parsimonia que requiere el tiempo bien vivido, bien saboreado, atesorado en el regazo de un corazón dispuesto al regocijo de lo perpetuo. En su horizonte hay canciones y poesías, pero también simientes de un arte que va asociado a lo milenario y que es tradición argentina y riojana por excelencia: el vino.
Hay calidez en ese espacio y los ecos de noches compartidas entre amigos y guitarras, acuñando las esperanzas de un futuro posible. Si hasta parece que se escuchan aún las voces, entre copa y copa, brindando por la poesía dada a los brazos de quien se aferra a lo imaginario para volverse real; materia y sustento. Allí, en Racimo -Tienda de Vinos-, Carlos Paredes compone las notas de cata de sus sueños.
Riojano desde la cuna, aunque sin antecedentes familiares dentro de las diferentes expresiones del arte, el hombre se define como cantautor, poeta y sommelier, “con una profunda vocación por comunicar lo nuestro”. Esa vocación, precisamente, es la que lo llevó a diseñar un espacio en el que pueden convivir todas y cada una de sus inquietudes personales, al tiempo que dar lugar a la posibilidad del compartir desde una concepción diferente. En la vorágine de los tiempos que corren -y que nos corren- Racimo es una especie de bálsamo en el que bien vale la pena detenerse, respirar y soltar las riendas de las ansias.
“El vino siempre me apasionó; me generaba mucha intriga todo lo que hay detrás del vino”, cuenta mientras rememora sus tiempos de estudiante en Buenos Aires y cómo las circunstancias de la vida lo fueron llevando a afincarse en la posibilidad de materializar su pertenencia con las raíces que lo atan a su tierra. En el principio fue la filosofía, pero luego la carrera de sommelier lo sedujo, tal vez, como una manera de ponerlo de frente con el arte que corría ya como torrentes por sus venas.
“Estudiando, siempre miraba hacia La Rioja y pensaba en la vuelta, aunque en aquel momento era más fácil quedarnos que volvernos”. Fueron diez años en la gran ciudad junto a su mujer y el nacimiento de los hijos. Sin embargo, lejos de dejarse atrapar por las fauces porteñas y el abanico de oportunidades laborales, Paredes regresó a su terruño a impregnarse del aroma a albahaca y a dar a luz a una nueva propuesta. Corría 2015, y un río de ilusiones le regaba los pies y le llenaba la boca de armonías musicales.
Sin embargo, se sabe, nada resulta sencillo por estos pagos. “Para todos, pensar en un sommelier es un gasto; a nadie se le ocurre pensar que puede ser una inversión”, reflexiona Carlos, degustando el análisis de la realidad que nos toca y que, en lo personal, le significó darse de lleno contra los muros de las dificultades. “Es duro el choque; ver cómo todo se estanca y la Provincia no crece. Es duro ver también la mezquindad de los empresarios y el Estado que no articula. No es tan difícil, no hay que inventar nada, solo hay que ver lo que hicieron las grandes empresas”, afirma. Y se reafirma: “no tenía trabajo, no tenía dinero y arranqué con el club de vinos de Racimo. Hacíamos propuestas itinerantes. Hoy hay mucha gente que no conoce Racimo, pero en dos años fuimos haciendo marca”. Y recuerda: “íbamos articulando, haciendo actividades en museos, en restaurantes, hasta que el año pasado me animé a abrir el espacio; cuando todos cierran, yo abro. Ahí fue que pude empezar a materializar la idea del espacio destinado a expresiones artísticas”. Y se define: “concibo el vino como una obra de arte y me gustaba la idea de que puedan dialogar distintas expresiones del arte en un mismo lugar”.
Racimo -Tienda de Vinos- es a Carlos Paredes lo que Carlos Paredes es a la búsqueda incansable de la fusión artística. Uno y otro se conjugan al igual que se conjugan los desafíos en el quehacer diario del sommelier que también cata palabras y acordes. “Existe un diálogo; mi interés por el arte y la vinculación de mi trabajo como artista se fueron encontrando con muchas personas del medio a las que les seducía mi proyecto. Es así que empiezo con amigos en la música, en la pintura, la poesía. Racimo es un espacio para compartir canciones, poemas y hoy me llama gente a la que le resulta atractivo venir a tocar acá”. No obstante, aclara: “fue un arduo trabajo de hacer docencia sobre en qué consiste el espacio, que no es otra cosa que un lugar que se ofrece para poder enriquecer el espíritu. No se trata de una peña y eso suele constituir un riesgo. Cada vez que hay una actividad, hay que aclararlo”.
Desafíos, apuestas y rupturas. De eso se trata el rumbo de Paredes, entre senderos de autogestión y consonancias artísticas que van trazando un recorrido que avisora horizontes promisorios. “Son muchas apuestas al mismo tiempo”, reconoce el cantautor y, de inmediato, añade: “me dedico a escribir y componer, pero creo que eso está en todos los riojanos, aunque no todos se animan a mostrar, a publicar. Personalmente siempre anduve garabateando y se me dio por explotarlo, justamente en Buenos Aires, por el roce con músicos y amigos que me animaron. Pero fue un proceso de entender que no se trata de un hobby, sino de un oficio que hay que construirlo todos los días”.
Y en ese oficio andan el sommelier, el cantautor y el poeta, entremezclándose en la búsqueda de la raíz de riojanidad. “Me atrapa lo cultural, la cultura popular. La poesía y el canto popular, expresan mucho de la sociedad. De hecho, a mi primer libro (Degustando vino y canto) lo hago para salir de una crisis existencial; un momento en que primaba o estaba de moda el acartonamiento en relación a la tarea del sommelier. No me imaginaba en un restaurant formal, trabajando; fue ahí que sentí una tensión muy grande y comencé a cuestionarme muchas cosas. Yo entiendo al vino de otra manera y, al mismo tiempo, soy muy respetuoso de lo hábitos de consumo de cada lugar; pero la verdad es que se hizo tan sofisticado todo, que la gente prefiere una cerveza. Al vino no hay que entenderlo; es la bebida de los argentinos y ese era mi reniego, contra la elitización del vino, y la idea es trabajar para acercarlo a la gente”.
No es casual. Ese punto de vista crítico en relación al vino y su “exclusividad” trasunta también al arte. “Reniego del elitismo en el vino y también reniego del elitismo en las artes”, sostiene Carlos, aunque al mismo tiempo reflexiona sobre “su” arte y deja entrever que la música que hace “no es masiva, ni va a serlo; hay cosas que pueden ser mas populares, pero hay otras cosas que no. Lo cierto es que me gusta lo diferente y me gusta compartirlo como un descubrimiento, que la gente se pueda asombrar”.
Si tuviera que definirse en su tarea, a modo de conclusión, diría que es un “facilitador; una especie de traductor, pero sigue siendo demasiado pretencioso. Tenemos la herramienta conceptual y empírica, de analisis sensorial, a través de la cual se puede sugerir a la gente. Se trata de poder llegar en ese sentido, hacer docencia. Son muchas apuestas juntas las de Racimo: generar un espacio de arte, que la gente no lo confunda con un bodegón o una peña; traer etiquetas alternativas y ofrecerle al riojano bodegas y vinos que aquí no llegan”. Y de paso, y como si fuera poco, embeber el alma en los zumos del arte.
UN LUGAR, UN CONCEPTO
Racimo -Tienda de Vinos- está ubicado estratégicamente en un lugar que, para un comerciante común y corriente, nada tendría de estratégico (Av. 12 de Octubre, entre Mayas y Aztecas). Sin embargo, este punto geográfico forma parte también de las rupturas a las que Carlos Paredes asiste casi constantemente, y a un concepto asociado a lo distinto.
“Yo se que La Rioja se fue para el Sur, pero no quería meterme en el centro de la Ciudad, porque la idea de Racimo y la visión que tengo del vino, implica que hay que darle una mirada importante y hay que darle un tiempo. La intención es devolver el ritual de comprar un vino y eso no se puede hacer en un lugar en el que, por ejemplo, no se puede estacionar. Sé que todo esto juega en contra, pero sé también que si sobrevivimos, en unos cinco años vamos a estar en otra situación”.
La idea de Paredes se corresponde, claramente, con una visión mucho más abarcativa que la comercial y lo despega de lo superfluo, de lo éfimero. Claro que también lo pone frente a marcados desafíos que, como tales, pueden tener su premio. “No es sencilla la tarea; yo sé que si acá traigo lo que la gente busca, esas cosas también estan en el súper. Yo no quiero competir con eso, no me interesa. Pero sí me interesa que haya cosas que solo las puedan encontrar en Racimo; es salirse de lo fácil, y es una negociación permanente en la que hay que saber en qué se puede ir cediendo. Si pasamos el invierno, creo que vamos a poder posicionarnos y generar nuevos espacios no solo en Capital, sino también en el interior, en Chilecito, en Aimogasta, o provincias como Catamarca”.
Los sueños hacen que el cantautor se proyecte y que proyecte también anhelos y deseos que requieren de una construcción sin prisa, pero también sin pausa. Y mucha consciencia de los pasos dados y los pasos por dar. “Más que como una vinoteca, Racimo funciona como un espacio de arte, pero la idea es que sea al reves, es decir, que la venta de los vinos pueda sostener este espacio artístico. Por fortuna viene creciendo, y cada actividad genera una buena ocasión para la venta”.
INEDITANTO
Pero no todo tiene que ver con la cata de vinos en el devenir de Carlos Paredes. Entre poesía y canto va surcando, además, su recorrido artístico que también sabe de esquivar las dificultades, valiéndose de todas las herramientas. “Tengo dos libros pendientes de publicar; tengo dos discos en la cabeza. Publiqué dos libros y grabé dos discos, aunque no los hice físicos (se puede acceder a ellos a través de La Fragua Discos). El primer disco lo empezamos a grabar en 2012 y recién lo pude sacar el año pasado”, cuenta, y en ese contar subyace un poco de la realidad artística que asume La Rioja.
“Hay muchos esfuerzos individuales que no se articulan”, sostiene desde su punto de vista comprometido con todo lo que emprende. “Si me preguntás qué aprendí en Buenos Aires durante los diez años que viví allá, yo creo que eso fue la autogestión, cuestión que choca de manera feroz con nuestra mentalidad, no solo de La Rioja, sino de las provincias chicas, donde todo tiene que pasar por el capataz de turno. No creo en los esfuerzos solitarios, creo que hay que articular, pero eso tampoco significa que haya que andar pidiendo permiso al capataz de turno o a los 10 o 15 apellidos que están sentados en la cúpula de la Catedral poniéndole techo a la gente. En este tiempo también aprendí que están los que te quieren cooptar y quieren que trabajes para ellos. Yo no trabajo para nadie, yo trabajo con”, sostiene con firmeza.
Tampoco es casual. Autogestión y firmeza tienen que ver con Racimo -Tienda de Vinos- y con su creador, que es el mismo que deambula por el mundo con sus sueños, palabras y coplas. Ineditando es el nombre del espectáculo sobre el que Carlos Paredes viene trabajando, una propuesta poético-musical que tiene como objetivo fundamental dar a luz todo aquello que anda dando vueltas sin dejar un registro, o que es poco conocido.
“Soy como una esponja”, sostiene quien se nutre del arte de todos. “Empecé a buscar letras que me traspasaban; quizás no me convencía tanto la melodía, pero sentía que lo que decía, había que reproducirlo. Mi acercamiento a las letras viene por el lado de los cantautores como Pancho Cabral, Ramón Navarro, también Héctor David Gatica. A través de la música fui descubriendo la obra de Ariel Ferraro, de Tejada Gómez, de Castilla, y luego fui descubriendo toda la poesía latinoamericana”. Ese descubrir le permite conocer. Y ese conocer, le posibilita reconocer lo que a su alrededor se entreteje. Define al momento artístico riojano -y en especial en lo que a música respecta- como una “ebullición” y acentúa la mirada para sostener que “hay un cambio generacional muy marcado, autores que están teniendo trascendencia fuera de la provincia y eso me parece muy positivo”.
No obstante, no se queda allí. Fiel a una concepción del arte como fenómeno abarcativo y definitorio, Paredes considera que “esta camada tiene la posibilidad histórica y la responsabilidad de trabajar colectivamente y no repetir los errores anteriores; hay que dejar de lado las rispideces entre las figuras. Siempre cada uno pudo fundamentar su posición, pero eso no contribuyó para que La Rioja tenga presencia en un espacio nacional”.
Consultado por los artistas que considera claves para este momento de la música riojana, no duda en nombrar a Ramiro González, Josho Gonzáles, Juan Arabel, Ana Robles, Monchi Navarro, o Matías Ortiz Sosa, para luego hacer hincapié en el trabajo que viene llevando adelante la “Bruja” Salguero, a quien cataloga como “imparable”. Son todos pequeños resortes que van generando un eco, un movimiento que va vinculando a La Rioja con la escena nacional”.
Por último, se para desde su vereda para dar cuenta de sus orígenes: “no vengo de familia de artistas y me ha costado mucho asumir el oficio, por eso siempre lo miro un poco de afuera. El tema de los egos es inevitable, la cuestión es que eso no te coma. Es cierto que si no tenés un ego caniche que te siga, no vas a poder, pero la cuestión es que ese ego no se convierta en un dóberman que te termine devorando”.