«No son buenos tiempos para morir» escuché por allí, como si el acto de morir supiera de buenos o malos tiempos. Pero es cierto que no son buenos tiempos para morir, especialmente cuando la muerte se anota en su tanteador a uno de esos nombres trascendentales, ilustres, como el de Marcos Mundstock o el «Negro» Horacio Fontova.
Hace relativamente poco -en la última Feria del Libro de La Rioja, allá por agosto de 2019- el incansable Héctor David Gatica presentaba al público lector -y al público todo- su libro De adioses ilustres se trata, un compendio de nombres que el autor consideró y considera fundamentales de la riojanidad, seres que dejaron huellas en su paso por estas tierras, sin que eso signifique la, a veces, tan perseguida fama. Y es que en realidad no es necesario que un nombre alcance la fama como para que quede inscripto en los pergaminos de lo eterno, o en la fina pluma del enorme escritor riojano.
«Esto que parece un sin fin de adioses (30) -hubiera querido agregar muchos otros de tantas dolorosas partidas- termino diciendo que sí, que hay algo, poco o mucho de eso, el nombre del libro lo reza, pero no, hay más en él», explicaba el propio Gatica, dando cuenta además que de lo que se trataba esta nueva entrega era de «procurar quitarle al olvido sus nombres y parte de su vida, mantener la presencia de amigos que tanto quise, que a la par que me dejaban algo suyo, también se llevaban gotas de sangre de mi corazón herido». Y remataba, el prolífico escritor riojano, asegurando sin ningún temor a equivocaciones: «a mis 83 años, me siento un sobreviviente que asumió el mandato de dar estos testimonios».
Todos, de alguna manera, en alguna medida -quien más, quien menos-, somos una especie de sobrevivientes de una época en la que muchos van quedando en el camino, no porque dejen de caminar, sino porque ya no lo hacen a la par nuestra, tal como muy bien lo explica Gatica en ese sentido libro que nos trae, además de una prodigiosa memoria a la que ya nos tiene acostumbrados, la nomenclatura certera de lo emocional, en donde se agenda el paso del tiempo en sus medidas correctas, esenciales. Y la cercanía que para el autor es tan estrecha, de modo tal que el lector también se sienta identificado y cercano a esos nombres que ahora perduran para darle forma a un legado que, desde lo pasado, se entrelaza con lo vivido en el presente y con lo que vendrá.
Y tan es así que si el mencionado Gatica decidiera llevar adelante una nueva entrega de sus adioses ilustres, seguramente ya tendría, primero en la fila, al enorme Nicolás «Colacho» Brizuela que hace apenas un par de semanas se fue con su música hacia otros horizontes, pero dejándonos la delicada melodía de su presencia en los punteos de guitarra que desparramó por todos y cada uno de los puntos cardinales, sin excepciones.
No son buenos tiempos para morir escuché afirmar a alguien por allí, como si el acto de morir, en sí mismo, supiera de buenos o malos tiempos, de cuarentenas y de aislamientos. Pero es cierto que no son buenos tiempos para morir, especialmente cuando la muerte se anota en su tanteador a uno de esos nombres trascendentales, ilustres, como los de Marcos Mundstock o el «Negro» Horacio Fontova. No obstante, tranquilos, que cuarentena y aislamiento no son, tampoco, sinónimos de olvido.
Probablemente, ni Mundstock ni Fontova ingresarían en el salón de los adioses ilustres de Gatica, mucho más afincados a los vientos que soplan por estas tierras, pero sí merecerían, merecen y merecerán, por cierto, que se llenen en su nombre páginas y páginas de diarios y libros que den cuenta de las hazañas vividas por estos verdaderos gladiadores del arte -así, de manera global- que blandieron sus espadas para quedar honrosamente fuera de todo posible encasillamiento.
Las crónicas frías dirán que el actor y humorista Marcos Mundstock, figura clave del icónico grupo Les Luthiers, murió el miércoles 22 de abril a los 77 años. Y de Fontova, en tanto, darán cuenta que murió el lunes 20 de abril a los 73 años en el Hospital Finocchietto, donde llevaba tiempo internado. Punto. No habrá, en este sentido, nada más que decir. El legado de estos dos enormes artistas hablará, de aquí en más, por si solo. Y -lo que es más importante aún para un artista- su público hará también lo propio. Y es que lo cierto es que, tanto uno como el otro, cada uno desde sus lugares que, en algún punto, les eran comunes y en otros tantos se tocaron necesariamente, ingresaron en la categoría de seres esencialmente inolvidables.
Del dibujo a la música, de la actuación televisiva a las presencias en la pantalla grande, capaz de suplantar al Indio Solari en los Redondos o a Daniel Rabinovich en los ya mencionados Les Luthiers, el «Negro» -como se lo conocía en el ambiente- supo amalgamar delicadamente la irreverencia con la versatilidad.
En el caso de Marcos Mundstock, desde sus relatos como presentador hasta aquellos inolvidables, increíbles, contrapuntos con -otra vez- Daniel Rabinovich; sus giros y su atrevimiento para actuar, lo convirtieron en un tipo verdaderamente genial, en una verdadera expresión de la cultura suprema. En definitiva, un artista que, al estilo de otros grandes humoristas, rara vez reía (o sonreía) pero que en cada una de sus palabras –exquisitas, de prolija dicción, dada su formación de locutor– daba lugar a la reflexión. Y a la risa plena. Al placer.
«Mirando hacia atrás, podría decir que hicimos un humor lo suficientemente abstracto y sin localismos para que no tenga fecha de caducidad. Voy a ser inmodesto. Creo que inventamos un estilo. Sin ser una cosa de otro mundo, no nos parecemos a nadie. Chistes con conceptos, ese jugar con las palabras, ahí está nuestra originalidad. Algo eficaz para hacer reír a dos mil personas en un teatro con la historia absurda, por ejemplo, de un tipo que se duerme en la conferencia de un semiólogo», explicó Mundstock en una oportunidad para resumir el secreto del éxito de Les Luthiers. Y, vale decirlo, el suyo propio.
«Lamentablemente, las cosas han cambiado para mal. Fijate vos que ya no existen más programas como el que hacíamos con el petiso querido Guinzburg, como el que hacía Olmedo, o La tuerca, o los uruguayos Telecataplum. Me parece que es una cuestión de inversiones: hoy todo se reduce a la tarasca y a la transa. Pintó así la cosa, y ha cambiado mucho» reflexionaba, por su parte, Fontova. Y trazaba, ahí mismo, una precisa radiografía de su concepción de lo artístico. De allí que, sin pelos en la lengua, no dudaba en garantizar: «Siempre hice lo que se me cantaron los huevos».
Dentro del delirio perfectamente organizado que era Les Luthiers, al prodigioso Marcos Mundstock le tocaba jugarla de serio. O lo era, en realidad, y la vida -y el escenario, que para él era como decir la vida- lo obligó a seguir desempeñando ese papel con el rigor, la prestancia, el profesionalismo y la voz -esa voz tan característica- que tan bien le conocimos. El «Negro», en cambio, se reconoció siempre como un «desfachatado» anárquico que sentía que «el humor es lo más vasodilatador que existe. El sistema te lleva a la vasoconstricción, al miedo, la desconfianza, la inseguridad», decía.
Ambos, sin embargo y con diferentes armas y estilos, hicieron de la risa una manera de enfrentar la vida y una marca registrada que supo cosechar infinidad de premios y reconocimientos a nivel nacional e internacional. Y popularidad, que en ningún caso significó que resignaran calidad en cada una de sus propuestas artísticas, tanto con sus eventuales socios, como en solitario.
El vacío que dejan es, a todas luces, insondable. Sobre todo porque como escuché a alguien decir por allí, no son buenos tiempos para morir. Debieron tener sus caravanas interminables de gente abrazándolos en el último adiós. Debieron sentir el calor del cariño de su gente, de esa gente que los acompañó a lo largo y ancho de sus carreras y que los seguirá acompañando en el recuerdo permanente, en la presencia constante de sus creaciones, en lo incomparable de sus anécdotas y en lo perdurable de su entrega. Debieron tener su baño de aplausos, en lugar de este silencio que ensordece. Pero ellos saben, mejor que nadie, que cuarentena y aislamiento no serán nunca sinónimos de olvido. Y es que, como diría Gatica, de adioses ilustres se trata.
(La presente nota fue publicada en el suplemento 1591 Cultura + Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)