El arte de dar a luz

Epifanía, en el contexto filosófico, hace referencia a una profunda sensación de realización en el sentido de comprender la esencia de las cosas. En términos religiosos, por otra parte, el significado de esa palabra se remonta al término “aparición”, que a su vez hace alusión a la fiesta cristiana de Adoración de los Magos. Epifanía puede ser también el término utilizado para hacer referencia a una visión o una revelación. En todas y cada una de estas definiciones, bien puede caber el sentido de la existencia de una persona cuyo designio vital es el de dar a luz a las formas que se afican como sueños en su mente, y de allí se trasladan hasta sus manos, como precisas herramientas de parición.

Nada, en definitiva, es casual en el devenir diario de la artista plástica Epifanía Núñez, quien desde su nacimiento mismo estuvo determinada no sólo por el sustancial contenido de su nombre, sino también por una necesidad de búsqueda permanente que, como tal, viene a transformar el universo que la circunda. Ese llamado hacia lo constante, que es lo que queda por descubrir, la llevó desde su Formosa natal hacia La Rioja, pasando antes por diferentes puntos intermedios en los que fue pariendo su propia identidad y, al mismo tiempo, a una obra tan prolífica como extraordinaria, siempre con la mirada puesta en las raíces y en las huellas de nuestros antepasados.
Sobre su incansable oficio de dar forma al amplio imaginario de sus conocimientos, los anhelos (a punto de concretarse) de crear un espacio en el que exponer sus obras y compartir con otros artistas, y las circunstancias propias del paso de los años, entre otras cosas, la artista dialogó con 1591 Cultura + Espectáculos.

PARTE DE LA HISTORIA
Los orígenes, por lo general, se anclan en las visiones más cercanas. Y Epifanía no duda en que su punto de partida hacia el camino del arte mucho tuvo que ver con su padre y con aquellos dibujos que él hacía en tinta china, pero que nadie veía. Aquel descubrimiento fue una sorpresa y, al mismo tiempo, una inspiración.
“Me fascinó eso que hacía mi padre y empecé dibujando también. Luego comencé a dibujar en la primaria y me empecé a destacar; en la secundaria también. Siempre en Formosa, en el pueblo San Francisco de Laishí. Cuando terminé el secundario se planteó la problemática: ¿qué iba a seguir estudiando? Todo venía por el lado de mi papá. Me gustaba el arte, no había otra. Antes de eso, mi papá me había inscripto en un curso de dibujo y yo me daba cuenta él me estaba impulsando hacia ese lado. Finalmente, mi decisión fue irme a estudiar a Corrientes. Allí comencé con artes visuales y ya en aquel momento tenía sueños de poder llegar a Europa, a grandes ciudades, a Buenos Aires. Tuve la suerte de tener docentes muy comprometidos y es algo que siempre rescato. Me enseñaron el significado de la vocación”.
Claro que ese significado de vocación vino a amoldarse, en realidad, a la esencia misma de Epifanía y complementar así una especial determinación por perseguir los sueños para los cuales se había preparado desde pequeña, siempre atenta a las culturas indígenas, como la de los Tobas, y su manera de trabajar la cerámica. “Me pasaba horas haciendo esas cosas, como moler huesos; trataba de aprender. Quería irme a Buenos Aires, pero mi padre me sugirió ir a Rosario, porque tenía allí un hermano”, narra la artista respecto a su itinerario de búsquedas. “Cuando fui a Rosario empecé Antropología. Me atraía la cerámica y comencé una búsqueda paralela, participaba en diferentes talleres, pero por aquel entonces todo era cerámica europea y yo sentía que eso no era lo mío. Buscaba también por el lado de la Museología; buscaba algo en particular, pero no tenía bien en claro qué era. Un fin de semana fui a una plaza y encontré una muestra de cerámica y quedé impactada. Eso era lo que yo estaba buscando. Pasó el tiempo y una amiga de la Universidad me dijo que había conocido un taller y me dijo que seguro me iba a encantar. Hice lo imposible para llegar y cuando llegué me di con la misma persona. Él terminó siendo luego mi esposo; una persona que viajaba mucho, y en uno de esos viajes llegó a La Rioja y se encontró con toda su arqueología”.
Tejía el destino, así, sus urdimbres. Al igual que cuando su pareja viajó a Buenos Aires y llevó consigo una obra de Epi (que es como la artista firma sus trabajos) para que participe de un concurso en el que obtuvo un premio. Se trataba de una parturienta, con el niño a punto de nacer, una obra muy expresiva que impactó mucho, y que le abrió las puertas para viajar a Paraguay a representar al País. “Ahí empezó todo. Se abrió un mundo nuevo y armamos una sociedad. Empezamos juntos a investigar, armamos un taller en Rosario, que nos fue muy bien, exponíamos, vendíamos y armábamos charlas sobre lo investigado. Fue la época en la que la gente estaba muy abocada a las cosas nuestras. Luego empezamos a viajar, a buscar lugares para investigar y nos interesaba particularmente todo el Norte. Estuvimos trabajando muchísimo tiempo, luego incorporamos la capacitación para los docentes. La idea era realizar muestras, capacitar”.
Pero en ese derrotero, y en el anhelo de conformar una familia, surgió también la necesidad de afincarse. Y en esa necesidad de afincarse, La Rioja estrechó su lazos desde un paisaje abrazador. “El lugar que más me atrajo en aquel momento y donde tengo un terreno, allí cerca, es la Pollera de la Gitana. Compramos un terreno ahí y se fueron dando las cosas. Pero a los cuatro años mi pareja falleció y yo me quedé con un proyecto y sin saber muy bien qué hacer. Así que en ese momento saqué el título y comencé a trabajar en la Provincia, en la Universidad. No obstante, eso fue siempre para mí una cuestión secundaria, me servía para poder seguir adelante. Cuando tratás de vivir de esto, tenés que hacer lo que te gusta hacer y lo que se vende, pero la docencia me permitió más libertad para hacer lo que me gusta. Siempre prioricé el arte, y eso me ayudó mucho a darle vuelo a las esculturas, a las pinturas, a los cuadros”.

PARTE DEL PRESENTE
“De la Rioja me atrapó la materia prima, el contexto, los materiales. La capacitación que dictábamos era para poder investigar. Todo depende de cómo uno busque las cosas, todo tiene su lado bueno y su lado malo. Yo siento que no tengo que permitirme que me pase eso de estancarse. Hice una vida mas interior y aproveché para hacer horas y horas de taller”, cuenta Epifanía cuando se le consulta por su visión respecto de la Provincia y su proceso creativo.
“A veces tengo la idea antes, otras veces veo un elemento y las ideas brotan, pero ya al ver el material veo el trabajo terminado. A veces puede cambiar, pero van surgiendo millones de ideas. También me pasa que nunca puedo hacer solo una obra, salen varias, porque siento que una no es suficiente. Y también tienen que ver las etapas; yo voy viendo las diferencias. A veces sueño las imágenes y luego las convierto en obras. Antes me trastornaba el hecho de no poder dormir por la cantidad de cosas que tenía en la mente, entonces comencé a registrar dos o tres obras como disparadores. Es maravilloso, no se le puede poner límite, no se puede estructurar; hay que darle libertad y expandirlo. La temática tiene que ver un poco con lo mismo siempre; la obra puede ser más moderna o contemporánea, pero desde que comencé a investigar a los Tobas, eso me marcó mucho”.
Epi muestra sus cartas de presentación que se sustentan en la experiencia adquirida y en un profundo amor por el arte como una manera de crear vida, de parir formas como nacimientos incesantes a través del tiempo. Su prolífica e incansable tarea contrasta, necesariamente, con un escenario artístico riojano al que define como “lento”. Pero eso, lejos de detener su paso, la insta a seguir trabajando cada día con más ganas y fuerzas. “Mi tesis tenía que ver con la historia de la cerámica en La Rioja”, cuenta y, de inmediato, agrega: “es impresionante todo el tiempo que ha pasado y no hay evolución; creo que hay mucha gente que sigue contagiada de la mezquindad, y es una pena. Hay intentos de alguna gente joven, pero ahí quedan. Es como que hay una energía que los engloba, que no los deja ver, intentan, pero sólo quedan en intentos. Falta un poco más de compromiso, un poco más de pasión. Esto no es fácil; es un mundo de mucho esfuerzo”.
Conocimiento de causa, que le llaman. Epifanía sabe del paño en que le toca moverse y por eso no deja de proyectarse. Desde parte del presente hacia un futuro cercano en el que espera contar con un espacio propio para exponer sus obras y abrir lugar, al mismo tiempo, a sus pares. “Estuve mucho tiempo exponiendo en el local del Hotel Naindo y la gente me preguntaba cómo se desarrollaba todo el proceso de creación de mis obras. Ahí fue que pensé en que tengo que estar en mi casa, en mi taller y así poder mostrarles cómo se produce, cuáles son las transformaciones. A todo eso la gente no lo sabe y la idea de esto, como cierre, es un poco eso. La idea es sacar de cada cosa lo mejor. Siempre quise tener mi propia sala, poder intercambiar con otros artistas, hacer obras juntos. Pero aquí todo está hecho a pulmón; tiene que haber mucha pasión en lo que uno hace y lograr el disfrute”.
Pasión y disfrute. Eso es lo que las obras de Epifanía Núñez transmiten, desde una visión que expone la fuerza a través de los materiales. “A veces encuentro materiales tirados y los empleo. A los materiales los busco en las cosas naturales y los que están marcados por el paso del tiempo; tiene que ver con los orígenes”, tal como lo evidencia la serie “Historias de guerreros”.
“Trato de disfrutar de cada cosa que hago y logré que la gente que me hace encargos me diga: ‘quiero tal cosa’ y confíen plenamente en lo que yo puedo hacer. En el momento en que me piden yo ya sé qué voy a hacer; entonces, por más que sea un encargo, la creación y la impronta son mías, y el diseño también. Lo que me genera mucha ansiedad es cuando me surgen las ideas y siento que tengo que concretarlas de manera urgente. Pero con el paso del tiempo aprendí a no sufrir: si tengo una limitación para hacer algo, trato de transformar esa limitación en algo nuevo y creo que a eso hay que aplicarlo a la vida. Darle una vuelta de tuerca, todo tiene su lado bueno, depende de uno. Siempre tuve esa idea: de cada cosa, de cada situación, darle la vuelta para que se transforme en algo lindo. Es por eso que disfruto plenamente de lo que hago. Para mí es una emoción, un cosquilleo en la panza cuando imagino una obra, y luego la veo terminada”. Y es que cada obra terminada es, en definitiva, una epifanía.

UNA TEMÁTICA
Las esculturas que tienen que ver con la maternidad. Casi todas las obras tienen que ver con eso: con la protección, con el abrazar, con el meterse en un universo interior. Es incalculable la cantidad de obras que tengo hechas y es imposible saber dónde están, por dónde andan.

UNA DUDA
Siempre me pregunté quién dicta las cosas. Es un estado especial. Empiezan a surgir ideas. Me di cuenta que hay influencias, pero que también hay una cuestión interna que se activa. Toda la información la tenemos ahí, y surge algo que la despierta. La historia que hay detrás de los materiales es también extraordinaria.

UN OBJETIVO
Terminar con esta sala de exposición, pero no quedarme sólo en eso. Lo que me queda pendiente es hacer un espacio abierto para encuentros nacionales o internacionales, y sé que lo voy a hacer. Estamos en contacto con gente de otros países para llevar muestras. También me gustaría, a modo de cierre, editar algún libro con todo el material de investigación que tengo. Sería algo que me gustaría, que quede como un legado para mi hijo, para mis nietos. Lo importante es que ahora estamos armando este espacio.

UN SUEÑO
Quiero volver a Formosa haciendo una muestra para mi papá. Va a ser este año, si es posible. A mi padre le agradezco infinitamente aquel primer impulso. Él me hacía las herramientas; estaba atento y eso es impagable.

UNA CONVICCIÓN
No le quiero poner nombre a las piezas, a las obras, siento que de esa manera le doy un fin, y que así estoy condicionando al observador. Para mí a una obra cada uno le da la interpretación, termina en la mirada del otro, y ni siquiera, porque a partir de esa observación se puede despertar otra cosa que a lo mejor no había pensado. No sé si la obra tiene fin, es una retroalimentación constante. Me gusta mucho eso de mezclar el material viejo, si se rompe algo, transformarlo. Eso tiene que ver con mi transformación, con mi crecimiento. Hay un tiempo y un espacio para cada cosa. Hay que estar en ese momento y transformar en ese momento, en ese lugar. De otra manera vamos a vivir frustrados si queremos alcanzar lo inalcanzable. Dentro de lo que a uno le toca, en el lugar que le toca, hay que hacer esa transformación. Yo siento que por algo estoy acá.

(La presente entrevista fue publicada en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)

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