El camino de la libertad

El sol se filtra, con sus primeros tímidos rayos, a través del ventanal que da al jardín. Un poco más allá queda la calle con sus ruidos de las 8 y media de la mañana. Y aquí dentro, en este espacio que se ilumina como entre franjas de un comienzo de día suave que recuerda el trinar de un pájaro a lo lejos, las palabras comienzan a quedar suspendidas del aire, buscando afianzarse en conceptos.
Ella, sentada justo del lado del sol (y es que no podía ser de otra manera), se deja iluminar la cabellera ondulada y sonríe con esa sonrisa tan suya, siempre dispuesta, tan parecida a una generosa ofrenda, a un abrazo que contiene. Y el café, con aroma a poesía, acompaña al ritmo de un tiempo que va de aquí para allá, entre memorias, recuerdos, anécdotas y un sentir que palpita. Así es como Ada Cortez, la dama en cuestión, abre las puertas de su corazón y de su alma, con idéntica naturalidad con que abre las puertas de su hogar, como si no hubiera límites, barreras ni fronteras entre un estar del espíritu y un estar físico, corporal y materializado en el frente a frente de la charla que discurre, mientras los gatos que habitan en la morada determinan los territorios de su pertenencia a ese sol que, desde el ventanal, confirma la factibilidad de la vida en todas sus formas y dimensiones, incluyendo el decir, el contar que le dibuja contornos a la existencia: a la del universo que la rodea y a la propia. Si tuviera que presentarse, ella diría que es docente. En esa palabra, siente, logra englobar todas sus actividades, siempre vinculadas a la relación con el otro y a diseñar puntos de encuentro, a tender puentes de miradas como tejidos que entrelazan a su humanidad con otras humanidades en las que se puede ver reflejada desde el hacer concreto y sostenido de una visión mucho más amplia y contenedora, casi maternal, desde la manera en que concibe cada nuevo día frente al aula.
“Soy Trabajadora Social pero la docencia abarca mucho, por eso me gusta decir que soy docente, aunque lo cierto es que básicamente soy Ada”, afirma. Y esa afirmación, la define en su simpleza y en su naturalidad, puestas al servicio de una vocación por ponerse en el lugar del otro. “Cada día los alumnos vienen (dicta clases en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús); son los mismos, pero de un día a otro día algo se va modificando. A eso uno tiene que estar atento para poder compartir el conocimiento. Gestos, posturas del cuerpo, todo eso dice y esa mirada, esa observación es parte de mí en el encuentro con los otros. Fundamentalmente pongo el foco en el grupo que me toque estar en cada hora. Hago una visión y una revisión de cómo están, entonces me digo: ‘en estas condiciones tengo que presentar estos temas’. De eso se trata intentar que se produzca el encuentro para poder compartir el conocimiento”.
Ese ejercicio de atraer las dimensiones ajenas no sólo requiere de pautas básicas frente a una clase, como ella misma afirma, sino también de una sensibilidad muy particular, propia de quien entiende que “las disposiciones cambian y nos cambian; a veces uno, la imagen que tienen de uno, genera una devolución”. De allí que Ada considere como fundamental el concepto que indica que “el otro es una inspiración” y que esa inspiración desborde el ámbito académico para trasladarse también a su otro gran amor: la escritura con vuelo de poesía. “Hay algo que lo inspira a uno, como poeta, como escritor. Esa posibilidad de mirar, de deleitarse, de descubrir eso que sólo uno ve, genera un impulso muy fuerte. El encuentro con los chicos, con las chicas es cómo los veo, cómo los invito a este encuentro con el conocimiento, con la palabra, con el contenido. Cómo bajamos el lenguaje abstracto. El encuentro implica buscar la cercanía y estar cómodo ante el otro”.
Encuentro. Esa es una de las palabra que comienza a quedar suspendida en el aire y a la que Ada Cortez volverá en más de una ocasión para reflexionar sobre una tarea que tiene que ver, entre otras cosas, con el descubrir que comparte con sus alumnos. “Trato de aproximarlos a ese sentir, a ese sentirse; desde la poesía. Que ellos descubran que tienen arte poético, que tienen poesía, que pueden hacer y ver poesía. Que puedan ver eso que está fuera de ellos y que lo puedan traducir con la palabra. Y desde ese interjuego que se da, surge un nuevo fragmento”.
Así es como la poeta se retroalimenta: desde la delicada observancia de sus pares. Igual que cuando de pequeña descubrió ese designio poético, también en el aula, lo que hace que el hecho cobre un valor por demás significativo. “Flor y mamá” escribió sentada en el banco de la Escuela Avellaneda, en el recreo de un quinto grado que la encontró en solitario, mientras sus compañeros correteaban por el patio. A partir de allí, desde aquellos pequeños 9 años, no se detuvo más esa pulsión vital de la palabra, ese “impulso de decir y sentir que podía decir de otra manera, un modo de escribir diferente en un contexto de clase, que implicaba romper con alguna estructura”.
Claro que ese quedarse sola, asociado a la necesidad de una búsqueda constante de un espacio de luz, mucho tenía que ver con una infancia anémica, en la que junto con papá y mamá pasaba largas “temporadas” internada en una habitación del Hospital Infantil, en Córdoba, geografía acotada para una pequeña que frente a la adversidad comenzaba a tomar registro de la disposición de las cosas en una pequeña sala de juegos y lectura, en donde intentaba vivirlo todo como si se tratara de un divertimento. Ese encuentro con los libros y los colores era la puerta hacia la libertad para quien se sentía “atrapada; la misma sala, la misma ventana, el tiempo que pasaba y que no pasaba y esperar, esperar y esperar por el alta”.
De aquella etapa, por suerte superada, no recuerda autores específicos que hayan marcado su derrotero poético, aunque sí aparecen los clásicos: los Neruda, los Benedetti, las Storni, y todo lo que absorbía en la escuela. No sabía, o no llegaba a darse cuenta, quizás, que ya comenzaba a desandar por aquel entonces su propia historia con la poesía y con la escritura, que en tiempos de secundaria la encontraba escribiendo cartas para otros o componiendo canciones para celebrar la primavera, en épocas previas al primer trabajo formal y al descubrir de los otros que, detrás de esa sonrisa siempre dispuesta y franca, vivía una poeta que daba a luz versos que nombraban a su entorno, a los que rodeaban su quehacer diario y que bien valía la pena que fueran soltados al aire, entre las hojas de un poemario.
Así, desde las sugerencias recibidas y los anhelos propios, fue como en 2010 surgió su primer libro, Cántaro de miel, prologado por la entrañable poeta chileciteña Lucía Carmona. “Hasta ese momento escribía para otros. Veía a alguien, a compañeros o compañeras de trabajo y escribía sobre ellos. La idea era compartir, que se pudiera plasmar algún gesto en particular entre las letras. Lo hacía como algo muy natural, al igual que ahora, sólo que no pensaba en publicar. Ese proceso se dio luego con mucho apoyo; fueron apareciendo las personas que me impulsaron”, cuenta.
LIBROS, HIJOS, LIBROS
Son cuatro los libros que Ada Cortez tiene en su haber. Uno por cada uno de los cuatro hijos a los que dio a luz, bien podría decirse. Y la comparación, como tal, no resultará desproporcionada, toda vez que se trata siempre de un proceso diferente y de una maduración continua de la mujer, de la madre y de la escritora, todas conviviendo en una misma persona, lanzada con firmeza a la aventura del camino de la vida. Sin embargo, puesta a analizar su labor poética, Ada sostiene que “todavía no puedo decir qué siento en relación a ver mi poesía publicada. Creo que si hay un sentir es muy en el seno de la familia, como que había podido, que era algo que podía hacer. No tengo mucho registro de la belleza, como para poder decirlo en palabras. Tal vez es posible que no haya dejado fluir el propio valor, la propia valía. Hay cierto pudor. Es rara esa parte”.
Lo que no duda en afirmar, en cambio, es que hay una estrecha relación entre lo que escribe y lo que luego acontece. “Es como una especie de premonición. La poesía tiene eso de la profundidad”. Y hace referencia también a sus procesos de relectura, en los que suele interrogarse respecto de lo escrito y los sentires que quedaron plasmados en el papel, como cuando en su mente aparecían de manera frecuente imágenes de una bailarina que luego, al comprender desde la palabra, desaparecieron. “Entendí que aquella mujer que quedó plasmada en mi primer libro era el prototipo de aquella bailarina y que ambas se desprendían de mí, para llegar hasta este presente. En la poesía voy interpretando esto de mí y algunas cosas que no son mías y que cuando las leo, ya las viví. Me dicen mucho, estoy ahí, soy responsable de eso que digo”.
Respecto del proceso de escritura, que en su caso puede ocurrir en cualquier momento o lugar, sostiene que hay dos momentos. “En las primeras poesías, está presente aquello de captar la mirada del otro, el afuera, lo que al otro le acontece. Pero últimamente hay como una conjunción entre mi interioridad y esas otras experiencias no tan alejadas de mí. Hay un sentir muy sutil al que prestándole atención deriva en eso que luego queda escrito. Es como entrar en un diálogo que no es común mantener con otro ser humano de carne y hueso; una conversación con algo muy sutil, ligado al silencio, a la soledad, muy para el fondo, muy para adentro”.
Es en esa conjunción, precisamente, donde Ada escribe su devenir diario. Entre libros e hijos, entre hijos y libros, dándole sentido al día tras día. “En relación a la escritura y para con ellos, para con mis hijos, he escrito poco. Sin embargo, la vida cobra otro sentido a través de ellos. Nos lo planteamos desde el sentir y luego viene el ponerlo en palabra. Me ayuda mucho escribir en esto de interpretar lo que se vive. Percibirse y aceptarse, recuperar y reconocer el nuevo paso hacia adelante, porque etapa a etapa, condición a condición, nos requiere un reposicionarse. Y en ese reposicionarse dejamos de ser aquello y pasamos a ser una integralidad con la que uno se debe conducir. En eso creo que consiste la tarea: en renovarse para sostenerse entero”, afirma y hace pie en otra de las palabras que queda suspendida en el aire: libertad.
“Hemos crecido con libertad, sin miedos, sin culpas. No tengo un gran amor, pero considero que cada uno de ellos (sus hijos y su pareja) constituye el amor, pero en el sentido de la libertad. Pienso en cuando ya no estemos; en lo importante que es soltar. Considero que la vida, por la que tengo un gran respeto y un gran amor y esa posibilidad que genera el estar, los hijos, puntualmente, también con ese amor, es estar en la absoluta libertad”.
Desde allí, desde ese estado de plenitud y desde ese amor es que surgió otro de sus libros: “Con el alma entre las piedras”. Ada lo soñó y lo escribió, para comenzar afirmando: “En tiempos en que hay que amar espontáneamente, espontáneamente surge la duda de si se ama realmente”. “Era un trabajo personal en ese tiempo”, afirma. “No somos los mismos, entonces, ¿sentimos lo mismo? De trabajar en eso se trata; en la posibilidad de decidir con libertad. Es por eso que me planteo el tema de estar, no por el hecho de estar, sino desde el cómo estar; desde el cómo nos disponemos a ese encuentro cotidiano con la vida y con el otro”.
La sensibilidad y la espiritualidad brotan desde cada reflexión de la poeta. Piensa cada palabra, pero luego las suelta con tanta naturalidad que asemejan a pájaros en vuelo. Así es Ada Cortez. Y así se ofrece a su entorno. Natural y libremente. Por eso cuando se le pregunta si le desvela el dejar algo para las futuras generaciones, no duda en afirmar que “no”. Lo que sí le desvela, en cambio, es la casa. Y más que la casa, el hogar, lo que queda contenido entre las paredes.
Así lo expresa desde su poesía y desde su sentir. “Creo en los cambios que uno va teniendo en el seguir avanzando en la vida. Básicamente me encuentro con más posibilidades y disfruto de ellas sin planteármelo. Todo lo que nos pasó, lo que pudimos elegir tiene que ver con esa libertad, con el seguir hacia adelante, sin anteponer la racionalidad, la intelectualidad del ser humano. No nos vamos determinando. En esa forma uno va sacando muchos aprendizajes, descubriendo qué nos pasa. Ante cada situación, hay que preguntarse qué hay de mí en esto”.
Y desde allí, desde una conciencia absoluta de esa búsqueda poética que se traduce en un estilo de vida, surge lo que la escritora define como “el camino hacia la libertad que estaba escrito previamente. Y yo quiero disfrutar de esa libertad siendo protagonista. Me gusta encontrarme allí, donde hay una voz que me está dictando; una especie de urgencia que viene y te sienta, y te lleva a escribir. El papel, la escritura son, en definitiva, una liberación”.

POESÍA
La poesía es un encuentro de uno mismo con uno y con los otros; un encuentro amplio, profundo, un descubrimiento para producir mejores encuentros. La poesía es la libertad misma. Hace unos días escuchaba que no existe la libertad y me quedé pensando en ello. Pero la cuestión, en realidad, es qué nos hace libres, dónde uno encuentra la libertad, qué es la libertad para uno. La poesía es libertad para mí, es esa posibilidad que ha dado esto, entre cuatro paredes, de soñar un futuro diferente, que finalmente aconteció; es un camino que lleva a conseguir eso que yo puedo escribir. En la poesía no hay secretos. La poesía te desnuda. La dejo y me dejo ser. Escribo con libertad, en vuelo.

ENCUENTRO
El encuentro es un generador de vida, de posibilidades, de lo que viene, de lo que está, de celebración, de reflexión. Es como la fe en el sabor de la vida. Por eso le pido a Dios que me prepare; que lo que me queda sea un prepararse para llegar allá, a ese encuentro con algo superador para uno mismo. Tal vez, en esta cuestión, pienso en uno, mínimo, con algo superior. Pienso en una enfermera, que era la que traía la vida hasta mi habitación cuando era pequeña y estaba internada. Llegaba con las canciones de José Vélez en su radio guardada en uno de los bolsillos de su delantal, abría la ventana y ese era el encuentro con la vida, con lo que está más allá, a donde espero llegar.

BÚSQUEDA
Estoy buscando algo más. La poesía como un sustento. Que el decir poético sustente otras formas de literatura, otras teorías. Hacer ese encuentro del arte poético con una teoría científica, con el disciplinar. Interpretar que somos seres biopsicosociales y espirituales, e integrar.

PERFIL
Ada Cortez nació en La Rioja, el 16 de junio de 1969. Es licenciada en Trabajo Social, profesora en el nivel Secundario y técnica en el Área del Ministerio de Educación de la Provincia. Publicó los libros de poesía Cántaro de Miel, Volcán de terciopelo, Con el alma entre las piedras y Sobre piel de papel.

(La presente nota fue publicada en el suplemento 1591 Cultura + Espectáculos de diario Nueva Rioja)
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