El día en que octubre se vistió de febrero

La ronda se agranda igual que se agranda la geografía de las miradas que en la complicidad del encuentro, se ensanchan hacia un presente perfecto de abrazos, de sonrisas dibujadas en los rostros plenos de lo indispensable de una serenata cantada entre mil voces.
Chaya se despereza, va dejando atrás el letargo del invierno, y entre sus manos blancas de harina y perfumadas de albahaca eleva al cielo el renacer de una esperanza, los sueños dormidos que ya despiertan al calor del sol de una primavera que florece en el golpeteo de las cajas, en el sonido de los vidaleros que vienen y que en cada golpe ofrendan las reminiscencias del carnaval brotando en las venas, el sonido del pueblo chayero que lanza las coplas al viento, mientras el Velasco herido de ardores que no se apagan abre sus torrendes de piedra como raíces de tiempos ancestrales que traen los ecos de la tierra, de esa tierra recóndita, en el centro de las almas que retumban: “Yo soy nacido en La Rioja señores, la tierra del carnaval, donde nos sobran las penas y se vuelve amargo el pan, donde el sol, brasita de oro, calienta mi tierra santa, madurando en el verano la algarroba para la chaya, donde se encuentra el viajero tranquilo como en su casa, donde no anida el olvido y florece la esperanza, donde con muy poca harina la vergüenza se nos tapa y hace olvidar lo que somos, casi un poquito de nada…”

La Bruja Salguero y Gloria de la Vega
La Bruja Salguero y Gloria de la Vega

La ronda se agranda igual que se agranda la geografía de las miradas que en la complicidad del encuentro, se ensanchan hacia un presente perfecto de abrazos, de sonrisas dibujadas en los rostros plenos de lo indispensable de una serenata cantada entre mil voces. “Esta cajita que toco siente como una persona: unas veces canta y ríe, otras veces gime y llora”. Y todo ese sentir ocupa un mismo espacio ahora en este mapa de regocijo, en la nativa tierra riojana que viene a tentar, renovando la memoria sagrada de un tiempo allá, en el origen, en el latido de riojanidad que vibra con sus versos de antaño, herencia lejana de tiempos inmemoriables.

Chaya se despereza y Pujllay renueva su piel. El ritual está nuevamente en marcha, inaugurando otro ciclo de leyenda, simbolizando lo ancestral de una espera, atrayendo a todos a un festejo que huele a febrero, pero en octubre, cuando nuestra cantora riojana Gloria de la Vega, junto a los Hijos de la Chaya, despunta los primeros acordes de su propio reverdecer vuelta alegría y vitalidad, flor que se abre a un horizonte compartido en la amplitud de la generosidad de su ofrenda, cuánto más en tiempos de vacas flacas.

“Siempre andan aconsejando que me aguate la pobreza; al que no lleva la carga, le parece que no pesa”. Y es que Gloria sabe que en los ojos de harina y en el corazón de albahaca -más allá de toda diferencia- el encuentro se hace palpable.

La Chaya de Gloria de la Vega lleva ya diez ediciones ininterrumpidas y es, sobre todas las cosas, una intersección de sentidos y de emociones en la esquina de un latir acompasado que hermana a los propios con los extraños, aferrándose a los sueños de un canto coral en el que las voces se entrelazan hasta ser solo una, en sagrado convivir, y a partir de una grilla de excelencia en la que confluyeron artistas de la talla de la Bruja Salguero, Vale Amado, Palo Santo, Bruno Arias, Pica Juárez, Caminito Acro Circus, Vidaleras y Vidaleros, Plano Cenital, Ballet Pozo de Vargas, el Conjunto Femenino de Malambo (Tradición Riojana), Isa Catalán y la propia Gloria de la Vega, a lo que se sumó una más que atractiva feria de artesanos y el degustar de infaltables comidas típicas en un Camping Las Vegas que se dejó ver repleto, en un ambiente familiar y de amigos.

Ya se va desperezando Chaya y Pujllay cuenta los días. Dicen que quieren quemarlo a la tarde, pero sabe que aún falta. En lo de Gloria de la Vega y Los Hijos de la Chaya huele a febrero, pero es octubre.

 

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