El hombre no espera nada pero sabe que entre sus manos puede abarcarlo todo porque sabe, además, que basta un pincel y una paleta de colores para dar forma, incluso, a su propio nombre, a su identidad contenida hacia el caótico afuera, partiendo de un parsimonioso adentro. El pequeño círculo interior que lo pronuncia y lo lanza a un tiempo más allá del tiempo y a un espacio más allá de todo espacio. Hacia el perdurar en el latir de un péndulo que lo sostiene entre trazos, en el aire.
Así es el cosmos creativo de Claudio Oliva; el joven pintor riojano que con sus 36 años opta cada día por exorcizar sus universos interiores (y también el de los otros), en lo que él mismo define como “una forma de resistencia cultural, social, de la vida”. Hombre, esposo, padre y trabajador. Pero, por sobre todas las cosas -o como una síntesis perfecta de cada una de ellas- pintor. Riojano de nacimiento y con raíces profundas en estas tierras en las que se abre camino silencioso y paso a paso, recibió de sus padres la gran herencia de los libros y cultivó desde muy pequeño el arte de trasladar todo aquel bagaje literario (como racimos de cultura corriendo por las venas) al dibujo. Y a las profundas convicciones. Esas que lo ponen de pie frente a las flaquezas de una sociedad que, la mayoría de las veces, se muestra indiferente al arte.
“Mi papá era guitarrista, tenía un tío poeta, hermanas, primas vinduladas con el arte; eso fue alimentado y muy cultivado, tuve suerte en ese sentido. Fui a la Polivalente de Arte y luego hice el Profesorado y la Tecnicatura en Pintura; sin embargo, siempre pensé que la docencia me iba a exprimir demasiado. Actualmente trabajo en gastronomía, pero siempre que tengo tiempo, pinto, es mi forma de resistencia”. Bien podrían ser estas palabras de Oliva una carta de presentación; la definición precisa de su ADN. Pero también la radiografía de un observador consuetudinario, de un hombre que pone la mirada en el entorno, en lo que lo circunda y no le resulta en nada ajeno. Allí radica su compromiso artístico: en hacer lo que siente que debe hacer, lo que le gusta y le apasiona; pero también en mostrar, en ser reflejo de lo que ocurre a su alrededor y, en muchos casos, lo exhorta desde la angustia.
“Somos una provincia muy discriminada, muy sufrida y trato de mostrar eso. No quiero que mi trabajo sea bonito o simpático; sí me interesa que sea crudo y sincero”, define el pintor y desde allí, ancla su posición frente al destino más próximo a su propio destino. “Lo que veo es un cierto cansancio en La Rioja; La Rioja es una provincia muy cansada, ha sido muy castigada. Nos han quitado todo y el riojano está cansado, con falta de esperanza, gris. Puedo ser yo, pero veo mucho de eso. La Rioja es un lugar muy pobre, en el que todos quieren pertenecer al estado y parece que no hay oportunidades. Todo eso lo absorbo”. Y en ese absorver Oliva pone su granito de arena. Allí radica su compromiso más arraigado con el terruño que lo abraza y al que brinda, generoso, infinidad de retratos (entre los que se incluye) como un muestrario de los rostros de una humanidad que pelea en lo cotidiano enfrentando a sus fantasmas.
“Nunca pensé en vivir de esto. Tal vez ese fue un aspecto negativo de parte de mis padres, que si bien me apoyaron siempre, nunca pensaron que podría vivir de esto. Por eso siempre admiré a tipos como (Franz) Kafka. No me interesa enseñar, ni estar haciendo exposiciones; es parte de donde estamos. La Rioja es un lugar muy difícil para el artista, hay que ser muy Quijote y yo no veo que estén dadas las condiciones. Por otra parte, siempre me resistí a pedir ayuda porque siempre quise ser independiente. Lo cierto es que creo que estamos en un continente muy difícil. No nos ponemos de pie y la cultura sigue siendo algo decorativo”. Cualquier semejanza con la realidad, debería ser pura coincidencia. Sin embargo, el pintor sabe también de encuadrar la objetividad de acuerdo son su particular percepción, siempre atada a una sensibilidad que abraza. Oliva no es ajeno a la realidad ni busca escapar de ella. Por el contrario, vive (pinta) para mostrarla.
Puntos de partida. Recuerdos. Memorias de otros tiempos. Todo comienza al fin. Y todo puede arrancar con un trazo de pincel o con una línea de lápiz en un papel en blanco. “Me pasó algo increíble, yo siempre dibujé”, cuenta el pintor mientras rememora sus inicios: “Una vez en la escuela nos pidieron óleos y recuerdo que eran muy caros, pero finalmente los conseguí; puse una madera y, escondido, me animé a hacer una naturaleza muerta y eso me fascinó; pasar de la témpera al óleo, técnicamente me sorprendió. Años más tarde hice un autorretrato muy crudo, que me llamó la atención desde otro lugar. Muchas veces salen cosas que uno no quiere ver. La pintura es un exorcismo, es una necesidad interior, un costado personal que no se puede abandonar, más allá de todo”.
No hay nada de casual en la palabra exorcismo a la que Oliva hace referencia. Tampoco en que muchas veces salgan a la luz cosas que uno no quiere ver. Es parte de un proceso que en el pintor queda definido como un camino que se repite, aunque fuera de toda sistematicidad. “En lo artístico he tenido muchas búsquedas pero hoy, por la madurez, me tomo al arte de una manera más centrada y tranquila. Voy paso a paso y trato de ver y absorver mejor lo que está a mi alrededor. Estoy haciendo muchos retratos porque es una manera de descubrir al otro. El rostro es como un mapa, están las huellas de nuestros sentimientos, victorias y fracasos, y eso me interesa mucho, retratar al riojano descarnadamente”, asegura y, desde allí, se sostiene.
Ese conjunto de fórmulas y de ritos que se practican para expulsar un espíritu maligno, especialmente el demonio, del cuerpo de una persona, de un lugar, etc., es el conjunto de fórmulas y de ritos que Oliva pone en práctica para descubrir al otro y descubrirse a sí mismo. Aunque, vale decirlo y el propio pintor lo afirma, no cree en las fórmulas ni en los ritos. “Me niego a los procesos; cuando el artista encuentra una facilidad, ya está muerto. Hay algo que esta mal ahí porque se convierte en automático y no hay una busqueda sincera. A mí me interesa la sinceridad”, asegura. Y no se trata solo de una postura.
Los trabajos de Oliva llevan su sello particular. Y ese sello particular se recuesta, en estos tiempos, sobre los rostros. “Cuando era chico tomé muchas cosas, tuve muchas influencias. Hoy estoy más tranquilo y me siento más cerca del retrato. No obstante, siento que tengo influencias muy fuertes: noto por ejemplo algo de Vincent Van Gogh, no tanto en la técnica, sino en la filosofía. Pero también hay algo de Velázquez, de la pintura española, de la cubana o de la boliviana. Son parámetros culturales muy fuertes los que hay en esas pinturas. Pero también trato de trasladar la filosofía, la literatura a la pintura. Allí están Jorge Luis Borges o Daniel Moyano. Siento que Moyano refleja las historias de La Rioja, y están en la pintura los grandes maestros riojanos también: el Grupo Calivar, Pedro Molina…”
La lista podría ser interminable, si de influencias se trata. Sin embargo, se hace evidente en cada pintura de Claudio Oliva que el artista ha sabido lograr el mayor cometido al que se pueda aspirar: dar con una identidad precisa para una obra que no requiere de estridencias ni aplausos porque el reconocimiento, para el pintor, pasa por un espacio diferente, distante de las salas de exposiciones o de los círculos exclusivos que, como tales, existen.
“La pintura salva y me salva de una tremenda ansiedad. Cada vez que pinto una obra saco un poco de ansias y tengo esa necesidad de hacerlo”, se confiesa. Y tal vez sea esta la frase más precisa y contundente para definir la tarea de un pintor que hace del silencio una virtud y de sus inquietudes su mejor obra de arte. Al final de cuentas, el arte no requiere de mucho más que cuatro paredes, un pasillo, un soporte, una tabla, pinturas y pinceles. Y de un exorcista de los universos interiores.
CLAUDIO OLIVA POR CLAUDIO OLIVA
* No me interesan los círculos, ni los grupos; según mi lógica un artista no funciona en grupos.
* No espero nada, solo quiero tener óleos para pintar y un soporte. Está bueno no esperar nada, socialmente no me interesa ser famoso, no es ese el lugar del artista.
* Trabajo mucho con óleos. Me puedo hacer veinte autorretratos en un día y todos salen distintos. En un día pueden pasar muchas vidas; es algo muy interesante.
* Trato de hacer equilibro. Me siento más pleno y más rico para expresar algo. La existencia del ser humano, ver los rostros, las personas tal cual son, ver las historias de cada uno. En los rostros está todo.
* Pienso más en términos de hacer una obra en general buena y no uno o dos cuadros. Pero no pienso, en realidad, demasiado en eso.
* No me interesa la docencia, la pintura es muy compleja para enseñarla. A mí lo que me interesa es pintar.
* Mi resistencia es seguir pintando. Hay que resistirse a las rutinas. No es fácil, pero se puede.
* El artista debe ser solitario. Para crear se necesita soledad. El artista tiene que encerrarse y hacer lo suyo.