El instrumento

Artista multifacético, Nicolás Bustos es uno de los referentes ineludibles de la cultura riojana. Con un amplio recorrido que lo tuvo por muchos años en la gran ciudad y que hoy lo tiene como parte indisoluble de la naturaleza costeña, su experiencia se vuelve instrumento para la pintura y el canto, pero también palabra que ilustra sobre la vida misma.

Nicolás Bustos acepta el convite de 1591 Cultura+Espectáculos con la misma amabilidad con la que abriría las puertas de su casa, en Anillaco, para recibirnos con unos mates y alguna tortilla al rescoldo. El medio de encuentro es virtual, atento a la pandemia que nos mantiene con distanciamiento social, pero la cercanía se siente a partir de la simpleza y generosidad con que el artista ofrenda sus palabras, dejándose ver en la transparencia de su sentir y su hacer, tan prolífico como multifacético, imposible de encuadrar. 

El diálogo, a partir del momento mismo en que se establece la conexión, va a discurrir por diferentes tiempos y espacios, pero siempre bajo una misma concepción: la del hombre que es experiencia y sabiduría que se ofrece desde un lugar común, desde un punto de encuentro que deja mucho para el pensamiento y la reflexión. Y para comprender la vida misma, a partir de una búsqueda constante, en la que los trazos van dejando huellas, recuerdos, vivencias y un devenir artístico que merece la pena ser compartido, apreciado y, sobre todo, valorado.

Bustos recorre los días de cuarentena con cierta normalidad. «Al distanciamiento social lo vivo casi diariamente», afirma, sin que ello sea una declamación nostalgiosa, sino más bien la satisfacción que encierra su elección de vida, alejado de la gran ciudad y disfrutando en lo cotidiano del estrecho contacto con la naturaleza y todo lo que esta tiene para ofrecerle.  

Nacido en La Rioja, donde vivió hasta los 17 años para luego emprender un extenso viaje hacia otros territorios, reconoce sus raíces por mitades: la paterna, ligada a los Llanos riojanos y la materna, a la Costa. «Tengo las dos versiones riojanas en la sangre» sostiene y, desde allí, abre el mapa de sus geografías interiores, corriendo por sus venas una identidad inquebrantable y afincada siempre en la curiosidad con la que asiste al mundo en cada nueva mañana, en ese intento imperecedero por descubrir el más allá.  «Fui muy curioso desde niño y tuve la suerte, a los 8 o 9 años, de hacer un taller libre en el colegio Joaquín V. González, con maestros como Mario Aciar, «Toto» Guzmán; la mayor parte del Grupo Calibar estaba allí. Fue entonces que entendí la pintura desde otro lugar, con otra actitud. Hasta ese momento tenía una imagen de los pintores, que eran pintores de caballete, paisajistas y recuerdo que en ese tiempo no había quien rompiera, Guzmán Loza un poco, pero siempre dentro del paisaje. Pero el hecho de tomar la imagen como expresión aparece con ese taller; fue como si hubiese estado mirando por una ventanita y de repente me abrieran un gran angular». 

Así es como Nicolás comienza el relato de su derrotero artístico. Un don que lo acompaña desde su nacimiento y que con el correr de los años fue adquiriendo diferentes «matices». Recuerda que fue su mamá la que siempre trató de facilitarle el acceso a aquellas cuestiones que le generaban curiosidad, como aquel taller libre que le marcó un antes y un después, aunque no duda en afirmar que ya desde pequeño pasaba muchas de sus horas dibujando. «No me dejaban salir a jugar a la siesta y me la pasaba dibujando. Me conseguían papel y yo dibujaba, copiaba de las revistas de ese tiempo. Creo que allí desarrollé la habilidad para eso», cuenta y arroja así al aire las primeras señales para ese talento innato que lo sigue acompañando.   «Trabajé y trabajé más que el dibujo la curiosidad, que es lo que me dominó en la vida. Mi mirada siempre estaba observando otra cosa», afirma Nicolás a 1591 antes de dar forma a sus memorias, que lo llevan hacia su juventud y una determinación muy particular a la hora de dar forma a sus sueños, para convertirlos en objetivos tangibles. 

«A los 16 años entré a trabajar como cadete del diario El Independiente; repartía los diarios en mi bicicleta y tenía diferentes tareas, pero yo quería entrar en algo más, quería conocer a los intelectuales de La Rioja. Era como que intuitivamente iba en búsqueda de eso. Fue entonces que el ‘gordo’ Paoletti me facilitó entrar como cadete en la redacción, eso fue la felicidad de mi vida, poder estar en contacto con los periodistas, llevar las noticias para que se impriman», recuerda y sostiene de inmediato que un gran aporte en su vida artística fue el hecho de que lo mandaran a «atender la linotipo, donde tenía que separar las noticias por perfil; el ejercicio de leer me dio una gran plasticidad y darme cuenta de las faltas de ortografía, por ejemplo, aunque no supiera las reglas; eso me entrenó». Pero sin lugar a dudas que la tarea que más placer y riqueza le otorgó fue la de tener que buscar los textos de escritores como Ricardo Mercado Luna, Daniel Moyano o Ariel Ferraro. «Me sentaba en la plaza antes de llegar al diario, a leerlos» rememora, para agregar luego: «fui y soy muy afortunado». 

OTROS RUMBOS, OTRAS EXPERIENCIAS

La determinación de Nicolás Bustos respecto de su deseo de dedicarse a su vocación natural por la pintura lo llevó, con el tiempo, a emprender otros caminos. Fue así que un día se encontró en la ruta, viajando hacia Córdoba. «Mario Paoletti se ofreció a llevarme, quería que estudiara periodismo, pero yo tenía ya la imagen de la pintura. Así empecé a estudiar en Córdoba; me fui con una mano atrás y otra adelante; hice muchas cosas, hasta que pude conseguir trabajo y fue así como llegué a la escuela Figueroa Alcorta, con un plantel de maestros impresionante. Ahí me empecé a formar con ellos también en otro estilo, en otros sentidos, que era esto del hacer. Las clases no estaban basadas en lo teórico, sino en los talleres». Así fue como «la Docta» lo abrazó durante un tiempo, hasta que el destino le marcó que su realidad comenzaría a escribirse en la gran ciudad, en Buenos Aires, donde un día -paradójicamente- había dicho que no volvería. Sin embargo, fue el Servicio Militar Obligatorio el que lo puso frente a nuevas circunstancias y posibilidades, no sólo de adaptación, sino también de aprendizaje y crecimiento. Y un calendario que marcó, hasta su regreso definitivo a La Rioja, ¡43 años!

En ese lapso no menor en la vida de cualquier ser humano, Nicolás Bustos entró en contacto con destacados artistas con los que pudo cultivar su concepción respecto de la pintura, pero no sólo respecto de ella. Su capacidad para absorber experiencias y su habilidad innata para ponerlas en práctica, sumado a esa curiosidad persistente, le permitieron ir convirtiéndose en un creador de universos de colores y trazos que hoy trascienden por si mismos, más allá incluso de su nombre. Uno de esos artistas con los que compartió horas y trabajos fue, nada más y nada menos, que Antonio Berni, uno de los más notables pintores, grabadores y muralistas argentinos. «Con Berni se trabajaba, hacía tareas; no estaba en una escuela, no estaba en clases. Lo que teníamos que hacer se hacía. No era una cuestión de ponerse a reflexionar sobre la pintura», recuerda Nicolás, quien vio en Berni a «un tipo con hambre por la pintura. Amanecía pintando; la comida para él era como para un obrero en la fábrica, tenía que seguir produciendo, haciendo todo lo que el quería». 

De igual manera, el artista riojano considera que Berni fue como «uno de esos padres sustitutos que uno busca a través de la vida», aunque aclara que lo que había era «mucho respeto; ni un abrazo, ni una caricia, eso no existía. Incluso puedo decir que tengo muy pocas fotos con él, porque me daba mucho fastidio el cholulaje. Esas cosas me chocaban mucho. Gracias a él y a su mujer, Silvina, almorzábamos todos juntos, teníamos una cocinera de Los Sauces, de aquí de La Rioja y siempre había un invitado: Falú, Sábato, Vergara Leumann, todos esos tipos los teníamos sentados ahí. Berni comía rápido, se levantaba y se iba y se quedaba a pintar y la visita quedaba con nosotros, hasta que se cansaba y se iba».

De aquella relación con el reconocido artista quedaron para Nicolás muchas vivencias y experiencias invaluables, aunque fiel a su estilo, la observación del pintor va un poco más allá. «Con Berni me quedó la sensación de que la vida es un solo tiempo, este en el que estamos y después no hay más nada. Hagas la obra que hagas, no hay más nada. Mientras estés sobre ese tiempo, es tu existencia y el placer de tu existencia. Eso me enseñó; el pintor, la existencia, lo demás es pagar peaje y lo sigo pensando así. Pago el peaje, pero no me gusta que me molesten. Yo pinto cuando tengo ganas, si me da curiosidad; canto, saco fotos, escribo, no hay nada que me limite, es una elección tipo volcán: cae para todos lados. No hay nada en lo que me sienta más cómodo; siento que soy el instrumento. No elijo y digo ‘voy a ir por este camino’, siento una energía que no tiene explicación, un destello». 

Claro que para arribar a estas conclusiones, Nicolás Bustos pasó además por otras experiencias, como las que le tocó vivir junto a Guillermo Roux, otro reconocido pintor argentino. «Roux era un pintor clásico, muy emparentado con la pintura italiana y nos dejaba con la misma modelo cuatro meses. Era dibujar eso, hasta con un sentido espiritual, de profundidad, de mirar. Guillermo me dio eso», sostiene el artista riojano. 

Posteriormente, cuenta, trabajó también en los talleres de Roberto Páez, «que era un tipo al que solo le importaba vivir y divertirse con lo que hacía, un tipo muy sabio. Recuerdo que trabajamos con un modelo africano, que no era un modelito que transportaba ropa en una pasarela, sino un hombre interesante en la fortaleza, en lo fibroso; no era un dibujito, era una figura con mucho peso y había que meter la imagen completa, proporcionar la figura para que entre sí o sí dentro del papel, que en ese momento no me alcanzaba y el pidió que me alcanzaran otro papel para agregar. ‘¿No ves la espalda, no ves el gesto? ¿Quién dijo que el papel es un solo papel? ¿Quien dijo que un dibujo tiene que entrar en un solo papel?’, me preguntó. Así es como lo interpreto desde entonces; alguien te puede estar hablando, pero si no muestra un gesto, la palabra está vacía. Fueron tipos que me marcaron, pero nunca tuve la idea de que fuera lo importante el lenguaje de lo que ellos decían, sino lo que me decían a través de ese lenguaje. Son personas que se destacan, son impresionantes, pero yo siempre trataba de hacer la lectura de ver lo que había detrás. Y la verdad es que no puedo estar más que agradecido. Todo lo que yo hago está contagiado de eso». 

DE ESTE LADO DEL MUNDO Y EL VALOR DE LAS COSAS

43 años después de su aventura en la gran ciudad, fue su otra pasión, el canto, el que trajo a Nicolás Bustos a La Rioja, haciendo que comenzara a afincarse nuevamente en estos pagos, de este otro lado del mundo, donde ahora desanda sus días entre el trabajo en la finca, la pintura, la música, la fotografía y una visión clara de lo que quiere y busca. «Esta tragedia -la de la pandemia-, a muchos los obliga a ver cuán importante es la vida como herramienta de transformación de uno mismo» sostiene el artista con conocimiento de causa. No es para él, más allá de las circunstancias, nada nuevo, sino más bien un ejercicio a consciencia que lo acompañó a lo largo de toda su vida.

«Hay una cosa que nos pasa: los hombres tenemos una gran virtud, que es la capacidad de adaptación, sobrevivimos a todo. Luego de la pandemia vamos a seguir existiendo porque hay un sentido del sobrevivir, tenemos la razón; pero primero tenemos el instinto de supervivencia. Luego de vivir tanto tiempo en Buenos Aires, cuando llegué acá dejé de hacer todo, no quería relacionarme con nada que tuviera que ver con la cultura. Me desintoxiqué unos tres años, hasta poder visualizar bien a dónde estaba yo. Me sirvió salir, retirarme, una especie de retiro espiritual; poder ver qué era lo que me daba placer», cuenta. Y de esa manera, va dejando pistas sobre su evolución en un contexto en el que la naturaleza hace lo suyo.

«Me fui quedando», afirma Nicolás cuando recuerda un viaje en el que junto con su primo Marcelo Santos «que es un cantante de tango espectacular», había planificado realizar una actuación en la librería Rayuela. Coplas, folklore y tangos completaban un repertorio que quedó trunco, porque Santos no pudo llegar a La Rioja. «Era un 20 de diciembre y yo me largué; tenía todo preparado, pero mi primo no podía viajar. Igual cargué las cosas en el auto y me vine. Era el 24 de diciembre y ya me quería volver, porque no aguantaba el calor, pero mi hermana me dijo: ‘porqué no te vas a Anillaco, a la casa que nosotros tenemos, que es más fresca’. Estuve cuatro meses y ya no me quería volver; sólo volví a Buenos Aires a cerrar cosas que tenía allá y aquí estoy, feliz». 

Desde ese lugar, desde esa felicidad que se traduce en su estrecha relación con el espacio que habita y con las condiciones que lo rodean, el artista -pero también el hombre- desanda sus días en diálogo constante con la naturaleza, con los paisajes, desde sus raíces. «Siempre tuve eso. Me parece que eso también nace y tiene que ver con algún aspecto de la crianza de uno. Yo vivía en el barrio 3 de Febrero y mi mamá nos hacía renovar todos los años la tierra del jardín, dejarla limpia para plantar. Al criarme también mucho tiempo en los Llanos, entendí que una gota de agua es la vida plena que puede existir. Cae una gota de agua y surge la planta; es el sentido más puro de la existencia, nosotros somos eso. Lo que uno hace por amor, no la palabra vaga amor, que no significa nada, sino el sentido primero del querer, del abrazar, del sentirse uno dentro de ese calor, de la protección que nos damos nosotros».  Sabiduría. Esa es la palabra que bien podría encerrar y definir a Nicolás Bustos. Pero también transformación; y capacidad de adaptarse. Todo ello confluye en un artista que no tiene una obsesión mayor que la de disfrutar de su obra, que es su quehacer global, sin pretensiones de trascendencias. 

«Un albañil pone ladrillo sobre ladrillo, pero en esa casa vivirá otro. El albañil se va y nadie se entera que eso lo hizo él. Tal vez él lo tenga presente en algún recuerdo», reflexiona Nicolás y, de inmediato, agrega: «no quiero trascender; la obra, si trasciende, trasciende por sí misma, y porque me encontraron jugando con eso. La humanidad, lamentablemente, deformó lo lúdico que el hombre tenía desde siempre. No hay una historia, una pretensión. A veces veo que en la pintura hay ‘exitosos’, pero ¿de qué?, ¿de dinero? Eso no me confunde a mí respecto de que eso es el valor; el valor es la honestidad con que uno hace las cosas». Y, también, como en su caso, el instrumento.

«SOMOS PODEROSÍSIMOS»

Me compré un torno. Me da placer tomar un pedazo de madera, con el capricho de la naturaleza que la llevó para un lado o para el otro y ponerle mi impronta. Amanezco y lo primero que hago es ver un tutorial de cómo se usa la herramienta. Luego del almuerzo, agarro el torno y hago una pieza; empecé a modelar figuras de mujer, dibujo la silueta y luego me baso sobre ese dibujo. Y no sé para qué, pero las hago. Cómo será la riqueza de la vida, que tenemos todo. Somos poderosísimos en las historias personales. Pero eso de vivir tan afuera nos confunde, nos saca, nos quita todas las energías. Tengo mi huerta. Planto. No tengo que ir a ningún otro lado a buscar esas cosas. Estoy en un momento de plenitud. Me falta el tiempo para hacer todo lo que hago. 

«RECIBÍ Y DEJÉ COSAS EN ELLOS»

Cuando Luciano y Cecilia tenían 6 y 3 años viajábamos en un Citröen 3CV de Buenos Aires a La Rioja. Me encantaba venir a Chayar y además los llevaba al campo, a los Llanos; era todo lo opuesto a lo que ellos vivían en la ciudad, en ese circuito de confort que encierran las ciudades. Jugaban con los animales, hacían todo lo que no podían hacer en la ciudad. Yo sacaba barro de las represas, se los amasaba un poco y ellos modelaban figuras. Luego les cocinaba las piezas de cerámica. Mi hija eligió un camino parecido al mío; mi otro hijo un camino diferente, pero sé que recibí y dejé cosas en ellos. 

«LA CONDENA DE LA SOLEDAD»

Lo que más me fastidia con el tema de las muestras es que siento la condena a la soledad porque la muestra se abre, se inaugura, van los amigos, los fieles amigos, se sacan las fotos con las autoridades y al otro día eso cae totalmente en el vacío y el encierro, hasta el día que vas a retirar la obra. No sé por qué es tan difícil el puente para que los artistas podamos estar conectados con la gente. Hay un divorcio, una grieta que es muy dolorosa; no hay nada de por medio. La gente de Culturas se mata laburando, veo las publicaciones, crean cosas y más cosas y es un desgaste inmenso; las grandes movidas, donde se convoca gente son la Feria del Libro o la Feria de la Música, pero una muestra de pintura es la desolación para uno. 

LA MÚSICA, ESA OTRA PASIÓN

«Entre par y par» es el material discográfico que Nicolás Bustos editó con la dirección musical de Luis Chazarreta. El canto es la otra pasión de un artista que no se encasilla y que va buscando nuevos rumbos, según le dicte su intuición. Fue grabado a fines del 2017 y contó con la colaboración de varios músicos, entre ellos Luis Chazarreta en guitarras, guitarrón, cuatro, mandolín, bombo y accesorios de percusión; Ramiro Riédel en violines; Guillermo Pereyra en violoncello; Julián Muller en acordeón; Facundo Flores en flauta traversa; Rodrigo Gaetán en bandoneón y Manuel Figueroa en piano. Asimismo, el diseño del CD estuvo a cargo de Soledad Canavoso Arón y el texto de presentación fue escrito por el reconocido cantautor Pancho Cabral. Cuenta con 14 temas que fueron seleccionados entre Bustos y el director musical. «Yo tenía ya grabados temas de tango, tengo un CD anterior de puro tango. Y como me vine a La Rioja, luego de vivir muchos años en Buenos Aires, comencé a pensar que yo soy esto, soy las dos partes». En este sentido, Bustos destacó que una de sus canciones preferidas del disco es «Mi pueblo azul», escrita por Ramón Navarro.

NICOLÁS BUSTOS es Maestro Nacional de Dibujo, egresado de la Escuela de Bellas Artes «Manuel Belgrano» de Capital Federal. Participó como dibujante en el Instituto de Antropología de la Universidad Católica de Córdoba y en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas de la Subsecretaría de Cultura y Educación de La Rioja. Ilustró la publicación «Un conjunto de Figuras Antropomorfas del Yacimiento la Tunita», provincia de Catamarca, Tomo V pp. 35/37, revista del Instituto de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba. También en el Salón del Poema Ilustrado en el Ateneo Popular de la Boca. Estuvo como ilustrador invitado en el Encuentro «Jujuy entre Cuentos y Coplas», Casa de Jujuy en Buenos Aires. Bajo la dirección de Antonio Berni, trabajó en la realización de la escenografía del espectáculo «De antiguas razas», en el teatro Margarita Xirgú. Realizó la escenografía del espectáculo infantil «La brujita era buena» de Clara Machado, en la Asociación Cooperadora Jardín de Infantes N° 1 «Pinocho», Partido Tres de Febrero. Colaboró con Antonio Berni en la ejecución de los murales de la capilla del Colegio San Luis Gonzaga, de Las Heras, provincia de Buenos Aires. Realizó un taller solidario de Murales cerámicos a beneficio de Caritas Buenos Aires. Realizó 24 Murales sobre cerámica para la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos de Luján, provincia de Buenos Aires, inaugurada el 20 de septiembre de  1992. Mural realizado para el Centro Nacional de la Música. Buenos Aires. Participó en la Muestra Colectiva de Talleres de la Asociación Estímulo de Bellas Artes, en la Galería de Arte de la Asociación de Artistas Plásticos de Buenos Aires. También expuso en la muestra Homenaje a Pablo Picasso, en los Salones de la S.A.A.P. en la Capital Federal. Llegó a la Casa Rosada en la muestra «Artistas Plásticos de la Provincia de La Rioja y el mundo». Expuso Fotografías de La Rioja en la Alianza Francesa de Flores, Buenos Aires. También tuvo la función de restaurador en los murales de la cúpula de las Galerías Pacifico de Capital Federal, bajo la dirección del Maestro Antonio Berni; Centro Nacional de la Música – Buenos Aires (Grupo Ontario); Casa de San Luis en Buenos Aires (Grupo Ontario). Entre otras actividades artísticas participó en el «V Encuentro de Escuelas de Arte de la Provincia» realizado en Cosquín, Provincia de Córdoba. Participó como invitado en el Encuentro Nacional de Artistas Plásticos «Encuentro en La Cumbre», provincia de San Juan. 

(La presente entrevista se publicó en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)

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