Uno del los íconos del folklore riojano vuelve a hacer de las suyas sobre el escenario. Con destino de cantor, entre hijos y acordes, el “Chango” Valdez desempolva su historia para volverse presente y cosechar los frutos de una carrera plagada de satisfacciones, pero también de caminos que aún quedan por recorrer.
¿La música nace con el hombre, o el hombre nace con la música? Se trata de una pregunta cuya respuesta es difícil de desentrañar, mucho más cuando en un cantor las raíces mismas se transportan, incluso, al punto de partida anterior al punto de partida de su propia existencia, y se vuelven herencia inevitable por el resto de sus días, transmigrando, a través del paso del tiempo, hacia su propio legado de humanidad.
Quedan canciones como hijos. Pero quedan también hijos como canciones, recorriendo un mismo camino que se repite incansable, y aún a pesar de las épocas cambiantes, de las dificultades como piedras con las que tropezar como parte del viaje del aprendizaje, y de las elecciones correctas y de las otras.
Nada, en definitiva logrará modificar el curso de un designio de acordes y coplas resonando en un horizonte en el que el cantor encuentra su misión en el mundo; su razón de ser, como imborrable recuerdo. Aquel niño que fue, tenía apenas 4 o 5 años cuando comenzó a elevar su voz al cielo, como quien busca un eco en la distancia que le devuelva un nombre que pronunciar, una identidad propia en la que afincar sus deseos de cantor, desde los primeros golpes de una caja que retumba chayas entre los remansos de un sol riojano abrazador. En los orígenes mismos de su origen.
El “Chango” Valdez es uno de esos cantores en los que disociar la música del hombre y el hombre de la música se torna una tarea tan titánica como imposible. Y, al mismo tiempo, innecesaria, por la sencilla razón que lo que se da de manera natural no requiere de cuestionamientos. Mucho menos de explicaciones. Aunque sí de repasos, como lecturas en las viejas hojas de un libro leído tantas veces, como tantas veces su voz se reafirma en el espacio. Desde aquellos primeros cantos sobre alguna tumba de un cementerio, hasta estos cantos próximos que lo llevarán nuevamente a pisar el escenario mítico de Cosquín. Desde allá hasta aquí, entre anécdotas y emociones a flor de piel, el “Chango” Valdez rememoró su historia junto 1591 Cultura + Espectáculos.
EN EL PRINCIPIO
El “Chango” Valdez llega a la confitería con una sonrisa como carta de presentación y estrecha su mano, generosa, a todo aquel que le ofrece un cálido saludo. Reúne afectos, de esos que se construyen a lo largo del recorrido. Luego se acomoda, acodado sobre la mesa; sus anteojos de sol dejan traslucir, no obstante, una mirada contemplativa, propia de a quien la experienia le ha enseñado a observar y a no mezquinar respuestas para las preguntas.
Por eso es que no duda en afirmar que “es difícil La Rioja para quienes nos dedicamos a la parte artística; es una plaza muy chica”. Sin embargo, nada de eso le impidió forjar una carrera exitosa en lo personal, y acompañar a otro artistas (entre los que se incluyen sus hijos) en la búsqueda de sueños de escenarios. Durante nueve años, con el mismo grado de tezón y pasión, Valdez abrió las puertas de uno de los espacios que se volvieron icónicos para el folklore y el tango, como lo fue El Zaguán, lugar que supo congregar a músicos de todas las generaciones y que aún perdura en la retina nostálgica de los amantes de la música.
Aquel territorio para cantores se fraguaba, nada más y nada menos, que en su casa paterna. Y eso lo lleva a remontarse a sus principios. Porque en el principio, hubo un padre y una madre que ahora son cálida memoria.
“Mi padre fue integrante de la primera formación de uno de los grupos mas emblemáticos de La Rioja, Los Hermanos Albarracín, autores de muchos clásicos. Tocaba la guitarra muy bien, también cantaba. Desde que tengo recuerdos, entre los 4 y 5 años, y esto puede parecer tétrico, yo ya cantaba en el cementerio El Salvador. Mi madre iba al cementerio, yo la acompañaba y cantaba ahí, y siempre digo que ese fue mi primer salario como cantor porque la gente me daba monedas y unos billetes que, recuerdo, eran muy largos. También hay una foto que conserva mi hermana mayor, donde tenía dos años y ya estaba tocando el bombo”.
La referencia es sustancial, pero no queda sólo allí. “Mi madre también cantaba bien, nunca se dedicó, pero tenía una hermosa voz, mejor que mi padre incluso, pero ella decidió ser ama de casa. Mis comienzos fueron muy bellos, hermosos, siempre vinculado a la música y al folklore. En algún momento incursioné en la parte melódica, en los mismos shows intercalaba el folklore con los boleros, las baladas; eso venía del Café Concert en Buenos Aires, donde viví muchos años”.
La vida le fue acumulando experiencias y posibilidades, pero el “Chango” Valdez nunca perdió las perspectivas de su territorio, de su riojanidad echando raíces en sus afectos más importantes.
“Mi madre siempre tenía el temor de que me fuera. Yo soy el menor de tres hermanos y tenía una gran afinidad con ella; puede ser que por eso me haya mezquinado un poco. Diría, en tal caso, que un poco por mi madre no hice algunas cosas. Recuerdo que cuando tenía 23 años grabé “Elegía a Victoria Romero”, con guitarra de “Colacho” Brizuela y fue un boom, no sólo aquí. En La Rioja fue durante mucho tiempo la canción que se cantaba en la formación de las escuelas, y Ariel Ferraro, que era decano de la Universidad de Salamanca, en España, me mandó los pasajes junto a Amable Flores, y no me animé a ir. Era el furor en España de la musica folclórica en Argentina; era el momento y decidí no ir”.
Esa decisión, tomada a consciencia y evaluada ahora, a la distancia, puede que le deje algún sabor amargo. Sin embargo, no fue impedimento para que se abrieran otras puertas, como tampoco lo fue, en su momento, elegir un escenario para las primeras presentaciones en público.
“Mi primer escenario fue el Cementerio, arriba de una tumba; era muy pequeño. Llevaba una latita en la que juntaba las monedas y algunas amigas de mamá cuestionaban eso. Otra amiga, Antonia Escalante, me hizo una bolsita, como si fuera una mochilita de ahora, entonces pasaba desapercibido. Recuerdo bien todo aquello. Y que me gustaba poder comprar las cosas con mi plata. Es una historia linda”.
“Ya a los 14 años viene la semana aniversario de la Provincia, y me contrata una empresa, Éxito Publicidad. Canté en Chilecito y en Chamical, tuve mis primeros músicos, mi hermano fue el primer guitarrista que tuve y yo tocaba el bombo. Los actos centrales se hicieron en el Regimiento de Infantería. Ahí comenzó todo. Fue algo muy natural para mí, ya estaba acostumbrado, cantaba en todos los actos, estaba acostumbrado a cantar en público. Tuve mucha suerte y estoy muy agradecido a la vida”.
Luego de aquellos primeros pasos llegó el turno de soñar en grande. El “Chango” Valdez ya comenzaba a asomar como un verdadero fenómeno de la música folklórica riojana, aún a pesar de su corta edad.
“En el año 64 había una peña en la confitería La Ópera”, recuerda haciendo un repaso hacía atrás que, al mismo tiempo, lo ubique en este presente. “Allí había un bolique que se llemaba El Samurai y yo, con mis apenas 14 años ya iba. Allí fue donde conocí a ‘Los Nombradores’, un conjunto que a mí me maravilló, eran revolucionarios, y contaban con la voz de Daniel Toro. Por aquel entonces me hice muy amigo de Jorge Longo, uno de los integrantes del grupo. Pasó el tiempo y cuando Daniel Toro decide irse, Longo me llama para reemplazarlo y yo no podía, porque era menor de edad; sin embargo, comencé a hacer presentaciones con ellos. Me iba cuando tenía fines de semana largo, y si bien nunca fui integrante estable, fue para mí maravilloso. Ya en el 78’ cantaba con ellos y cantaba también como solista; no llegué a grabar, pero aquella fue una experiencia muy importante, aprendí mucho con ellos”.
Más tarde vino el tiempo de los exilios elegidos. La carrera de Abogacía en Córdoba y los conflictos políticos que generaron sinsabores. Pero también la posibilidad de descubrir un mundo nuevo para su música y entrar en una etapa de maduración y crecimiento sostenido. “En Córdoba aprendí el oficio de cantor. En La Rioja ya cantaba, pero en Córdoba me gané la vida cantando en peñas que en aquel tiempo eran muy importantes. Fue ahí donde aprendí a laburar en serio y luego, ya en Buenos Aires, tuve la oportunidad de codiarme con los mejores”.
La gran ciudad tiene también sus cosas, pero por sobre todo, un abanico de oportunidades que, casi con seguridad, no se hallarán por estos pagos. “Comprendí que Dios estaba en todas partes, pero que atiende en Buenos Aires. Allí conocí gente muy importante y soy muy agradecido por todo eso. No dudo en que puedo decir que he sido muy mimado, muy querido. Por eso es también que no me van a arriar así nomas; soy galopeador contra el viento, pero también soy muy respetuoso y prudente,y espero lo mismo del otro lado. Si hay algo que yo les enseño a mis hijos es que nadie puede hablarles mal de su padre”.
Claro que en la vida no todo suele ocurrir de la manera en que uno lo espera y ciertas circunstancias desvían los caminos hacia territorios sorprendentes e inesperados, que no sólo obligan a modificar el rumbo, sino también a asumir la parte que toca.
“Yo estaba en lo mejor de mi carrera y en ese momento estaba de moda ATC, que tenía un sello discográfico que me contrató para lanzarme. Por aquel entonces José Luis Báez era un productor importante, me había hablado cerca de fin de año para comenzar a trabajar; entonces le cuento que estaba enfermo, y acordamos que me esperaba hasta marzo, pero cuando llegó marzo yo me estaba muriendo. Ahí se terminó mi carrera a nivel nacional y tuve 10 años de convalescencia. Una cruel enfermedad me mandó al tacho, en lo mejor de mi carrera y todo eso me llevó a dar un giro en la vida. Entonces puse un kiosco con ayuda de mi padre y con eso viví durante los 10 años”.
EL PÁJARO CANTA…
Dicen que quien nació chicharra ha de morir cantando. Los desplantes de la vida se superan con fuerza y con coraje, pero también con un profundo amor por la familia. De eso es muestra cabal el “Chango” Valdez, que no sólo logró dejar atrás aquella compleja enfermedad, sino que también tuvo la capacidad de reinventarse una y otra vez, hasta llegar al día de hoy, con todas las expectativas a flor de piel por lo que será su próxima presentación en el Festival Nacional de Corquín, donde supo dejar más de una huella imborrable. Va con su mochila cargada de coplas, pero también con la basta experiencia a cuestas.
“Estoy conforme con lo vivido. Soy un convencido que nadie ni nada se acerca a tu vida porque sí. Y esto que digo me leva a remontarme a la ley de causa y efecto: todo efecto tiene su causa. Es por eso que no me arrepiento de nada; puede haber alguna cosa, pero cuando pienso caigo en la cuenta que las cosas no pasan porque sí, es parte del aprendizaje de uno en la vida, no es otra cosa”.
Volver, siempre se vuelve. Mucho más si se trata del primer amor. Y mucho más aún si el impulso llega desde la voz de los hijos, fieles herederos de una tradición musical que se transmite de generación en generación. “Volví al canto por mi hijo; es cierto que estaba un poco achanchado. Desde que acompaño a Mariel me gustó eso de estar cdetrás. Pero me llegó tanto lo que me dijo mi hijo, que volví a cantar. Ahora voy a estar en Cosquín, también en La Chaya, y participé en la grabación de un disco. Me pasa, cuando voy al interior, que es impresionante la respuesta de la gente, y hacía un montón que no cantaba en el interior”.
En el interior. En su propio interior. Allí donde los recuerdos de sus primeros tiempos de cantor resuenan como las campanadas de una iglesia anunciando que es la hora indicada. El “Chango” Valdez se prepara para un nuevo regreso a los escenarios, llevando su vos como estandarte, pero también las marcas de una vida dedicata a la música y al arte.
“Genera un cosquilleo muy especial volver a cantar. Hace un tiempo atrás fui a cantar a Palermo, a la Feria Internacional de Turismo, y lo que sentí ahí fue muy fuerte. Siento que es tiempo de cosechar, siempre que Dios me ayude; uno propone y Dios dispone. Pero sé que tengo muchas cosas por hacer. Y sé, ahora más que nunca, que el pájaro canta hasta morir”.
EL REFERENTE Y LOS REFERENTES
Cuando al “Chango” Valdez se pregunta por los referentes que marcaron su carrera musical, y que lo siguen marcando, no duda un instante en la respuesta. Y hay en su mirada, en ese instante, un dejo de nostalgias que se agolpan sobre la más rascendental de las memoria: la emotiva. “Mi padre no sólo fue un referente, sino también el hombre más bueno que conocí. Hay otro grande que se llama Jesús, pero a Jesús no lo conocí, no lo toqué, no lo abracé (si con la mente, con el espírito). En cambio a mi padre sí. Ese ejemplo de honestidad, de lealtad, de hablar cuando se debe hablar y callar cuando se debe callar. Alguien me dijo alguna vez, ‘pero es tu viejo’, y no. Yo soy reencarnacionista y aprendí que circunstancialmente fue mi padre; yo hablo de la persona, del ser, del espíritu”.
Y en la persona, en el ser, en el espíritu se afianza. Y redobla la apuesta, seguro y consciente de cada palabra. “Pudo haber en algún momento otro referente, pero es muy fuerte lo de mi padre; con el fui amigo, compinche y no siempre lo sos con tu padre. Yo me juntaba con mi viejo, no con amigos. Así lo sentía, era mi amigo”. Es por eso que cada gesto del cantor es una especie de homenaje a su padre. Y cada gesto de padre del cantor, se sostiene firmemente en aquella imagen, como estandarte. Así es como el “Chango” Valdez custodia el crecimiento de sus hijos, no sólo como artistas, sino como personas, velando por los principios que le fueron dados y a los que siempre regresa en busca de un sostén frente a tanta dispersión actual.
“Hay referentes dentro de la cultura riojana, pero pareciera que no, como que no los ven, como que no los toman. Se han perdido algunos valores. Un tipo al que se lo debería tener más cerca como ejemplo, es Ramón Navarro. Tiene valores, cuestiones que se podrían imitar, y se lo debería tener como guía, pero no veo que eso pase. Se olvidan. Ese hombre para mí, dentro del foloklore, es un poeta. Ahora hay letristas y creen que son más; hablan con una propiedad que no les corresponde. Alguna vez retruqué y lo único que logré es ganar antipatías. También destaco la figura del secretario de cultura, Victor Robledo; yo lo he visto sufrir. No quiero creer que no lo ayudan como funcionario, es un hombre muy honesto, es parejo con todos, reparte igual y así tiene que ser. Uno tiene que acompañar a esa gente, desinteresadamente”.
UNO POR UNO
-Me siento reconocido y valorado. Se que soy reconocido por los colegas, pero nunca me lo dicen. No hay que juzgar a nadie, cada uno es como puede y hay que tener mucho cuidado con las críticas.
-Si hay algo que aprendi es a no ser rencoroso, eso no conduce a nada.
-Pareciera que hay que sufrir mucho para llegar a ser un ídolo; es una postura muy personal y me hago cargo. Cuando la tenés muy fácil no llegás, tenés un tope.
-Es hermoso compartir escenario con ellos, no tiene precio. Recuerdo una vez en Baradero, donde yo ya había cantado siendo joven. Subir al escenario como percursionista de mi hija fue muy emocionante. Fue muy fuerte.
– Pienso que el oficio de cantor es más sencillo. Ser padre es como decir que la siembra y la cosecha es obligatoria. Venimos al mundo para eso, para formar una familia. Pero ser padre no es fácil y es una de las tareas más importantes que tiene el hombre. El oficio de cantor no, te meten palos y si te gusta, vas a seguir.
TRES POR TRES
-¿Siente que es un referente para sus hijos?
-Me gustaría que, en todo caslo, lo digan ellos; yo soy como me educaron.
-¿Cómo fue el hecho de ver que sus hijos se inclinaban por la música y en especial seguir la carrera de Mariel?
-Es una guerra. Más triste y más lamentable porque es mujer y somos tan machistas…Dios me dio cinco hijas mujeres y un varón, y ahí aprendi. A capa y espada todos los días, hasta el día de hoy; la han tratado mal, la han discriminado por ser mujer. Es una lucha pero me la banco. Cuando yo puse el espacio cultural El Zaguán, en esa casa donde nací y me crié, ahí Mariel aprendió el oficio de cantora.
-¿Y qué queda para adelante?
-Tengo ahora la tarea con los nietos. Ayer hablaba con Nachito; estaba ensayando, porque tengo que ir a cantar a cosquín y tengo un afinador electrónico; el entra a la sala de ensayo y me pregunta ‘papi abu, ¿qué es eso?’, y ahí comenzó el dialogo. Son todos afinados, es natural. Esta año, una de las tareas que van a tener es aprender la técnica de canto. Uno le pide a Dios que me de fuerzas para poder encaminarlos, pero si quieren hacer eso tienen que ser los mejores y estudiar.