El viaje eterno del escritor

Una reseña en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos para el libro «Geografóa poética de América», del escritor riojano Héctor David Gatica.

Héctor David Gatica detiene el tiempo. O, mejor dicho: el tiempo se detiene frente a Héctor David Gatica. 

Viajero incansable, de geografías y de palabras, o de palabras como geografías, el incomparable escritor riojano se aferra a sus memorias al igual que se aferra a la vida, o se aferra a la vida para sostener esas memorias que son el viaje eterno del poeta hacia un paisaje que lo sorprende, hacia un territorio que le llena de curiosidad la mirada, que le abre los ojos a una inmensidad que luego torna propia, incorporándola hasta en sus huesos, para que en cada paso le crujan las historias debajo de los pies, como cuando pisa las hojas secas del otoño y recuerda, recuerda, recuerda, con las venas abiertas de esas sensaciones que sólo él, desandador de caminos, puede transmitir en generosa ofrenda.

«Geografía poética de América» es un muestrario de rutas y colores; de horizontes y de aromas; de rincones y miradas; de encuentros y de poesía. Pero es, también, y sobre todo, el muestrario de un corazón latiendo al ritmo de un descubrir cansino pero constante, sin prisas pero sin pausas, a cielo abierto y a sentimiento desprovisto de vestiduras. A flor de piel, esta versión de Gatica (de un joven Gatica, de hace 60 años), es la más noble expresión de un hombre frente al asombro de lo nuevo, frente a la sorpresa de lo que se descubre por primera vez, al igual que el niño cuando toma la primera bocanada de aire y larga luego el llanto como señal de una vitalidad a la que le proseguirá la calma de saberse al fin humano.

A través de la lectura de estas páginas, uno (lector) puede imaginar a ese joven Gatica, con la mochila cargada de sueños (y no mucho más que sueños), adentrándose en el corazón de las tierras que le son ajenas y lejanas, diferentes a su tierra, a sus raíces de guadales y sequías, en busca de estrechar lazos, de abrazar distancias para volverlas cercanías, de amainar encuentros que digan, que hablen, que dejen marcas, huellas, gestos. Desde «País Charrúa» (Uruguay, 1961) pasando por «Heredad Araucana» (Chile, 1963), «Tierra Guaraní» (Paraguay, 1964), «Dolor Colla» (Bolivia, 1965) y «Silencio Quechua» (Perú, 1965), Gatica se afirma en su esencia, la de siempre, como irrefutable concepto que lo acompaña hasta estos días: «Un poeta sin amigos es un pájaro sin árboles, que puede cantar, sí, y su canto liberarse solo; pero sus pies de hombre quedan atados a un encierro muy gris y estrecho».

Es por eso que Héctor David Gatica detiene el tiempo. O, mejor dicho: el tiempo se detiene frente a Héctor David Gatica. Y en ese detenerse quedan estos testimonios íntimos, de muy adentro, en lo profundo, como poesías aún no escritas pugnando por salir a través de los poros de una prosa que deja ver, que trasluce, que muestra, que lleva a ser parte de ese derrotero solitario, pero a la vez plagado de confluencias, de aproximaciones. «¿Qué oficio hay que le permita a un hombre viajar a lugares no conocidos seguro de encontrar amigos por la identificación de su trabajo?», se pregunta, se indaga. Y no duda en la respuesta: «La poesía realiza este milagro, quizás porque ella no tenga caracteres definidos de oficio. Mañana mismo si me fuera a otra nación que no conozco estaría con nuevos amigos por la sola hermandad anónima de la poesía». 

Hermandad (tomada de sus propios dichos) sería la palabra (una entre tantas) que le haría honor a la extensa obra de Gatica. Extensa como esta «Geografía Poética de América Latina» a la que el escritor riojano comparte en sus crónicas de trenes, colectivos, aviones y pasos, muchos pasos dados hacia arriba o hacia abajo, en el llano o en la puna, con sol partiendo la tierra o aguaceros mojando hasta el alma, señales de un recorrido que no se detiene (caminando aún por las calles de su Rioja) y que lo sigue llevando hacia una universalidad que lo abarca. Gatica es nuestro, pero es de todos. Es de estos pagos, pero también de los otros, de los que nombró con sus manos, con su pluma (a la que cuando se le acabó la tinta, la rellenó con agua de mares).

«Seguir pensando acostado a orillas del rumoroso océano, quererse encontrar con el principio del tiempo, querer alcanzar y abrazarse con el fin de los tiempos, jugarle una pulseada a la arena, o a Dios, y seguir soñando en la casa junto al mar, a media noche, con el ruido de las aguas llegando hasta la cama, ese no estarse nunca quieto de los mares, ese afán eterno de rompientes y resacas haciendo espumas con el corazón del viento, soñar con barcos, soñar con la vida, sentir que el viento anda por las cañas, que la noche, que la humedad neblinosa, que el bramido del mar, que el mar. En tanto, el resto del mundo naciendo y muriendo. Mar, cañas, noche, bramido, aromas y en los acantilados las mismas plataformas erosionadas por las olas encargándose de atajar el agua».

«Ese no estarse nunca quieto de los mares» se acerca mucho a su espíritu intranquilo, de explorador de aguas danzantes a través de las distancias. Partiendo de esa Villa Nidia natal y ya mítica, para navegar hacia un desentrañar otros mundos, otras tierras, desde la fuerza de la convicción de una escritura en la que lo universal cabe exacto, igual que la montaña entre sus ojos, igual que la arena entre sus manos, igual que los vientos en sus brazos, estrechando palabras, apretando amistades, volviéndose, el mismo, asombro para las miradas de los otros, de los que, como la poeta Josefina Pla, supieron afirmarle: «Yo sé que a usted que trabaja en medio del yermo, con tanta soledad y aridez en torno suyo, le resultará difícil comprender que poetas que viven en una ciudad de trescientos mil habitantes, con más medios a su alcance, no encuentran tiempo y fervor para hacer lo que usted hace…»

Ocurre que Gatica es nuestro, pero es de todos. Es de estos pagos, pero también de los otros. Y ocurre que Gatica hay uno solo. Por eso detiene el tiempo. O, mejor dicho: el tiempo se detiene frente a él para que no olvidemos, para que no perdamos de vista, que el viaje del escritor y del poeta (su viaje) es, como el bien lo define y como bien lo ha demostrado, eterno en su nombre y en su patrimonio.

EL AUTOR

Héctor David Gatica nació en Villa Nidia, La Rioja. Tuvo ocho hermanos. Sus padres fueron don Celso Gatica y doña Delia Durán. Por problemas de visión y por prescripción médica debió abandonar sus estudios siendo niño. A la edad de 30 años empezó la carrera docente y se recibió de Maestro en 1968, año en el que contrajo matrimonio con Noelia Carrizo, su compañera desde entonces. La joven pareja se instaló en el barrio San Martín una villa de Mendoza. Al año siguiente regresaron a Villa Nidia, donde David se desempeñó como docente. Comenzó a cursar Ciencias de la Educación en la Universidad de La Rioja, carrera que debió abandonar con la instauración de la dictadura 1976. Para entonces, ya se había relacionado con los principales intelectuales de la ciudad de La Rioja, entre ellos, los integrantes del grupo Calíbar. El restablecimiento de la democracia lo encuentra trabajando junto a Ramón Navarro en la obra discográfica que se constituye en un icono del cancionero provincial: La Cantata Riojana1. La vasta trayectoria de Héctor David Gatica incluye numerosas distinciones y premios literarios. Fue director general de cultura de la provincia de La Rioja, miembro del directorio de radio y televisión riojana, asesor cultural ad honorem del municipio capitalino y miembro del primer consejo consultivo para la edición de la colección la ciudad de los naranjos de la biblioteca Mariano Moreno. Sus obras: Memoria de los Llanos (1961); Los días insólitos (1986); Los días del amor (1988); Himnos Farisaicos (1988); País desvelado (1988); Los fundadores del olvido (1989); Mapa de la poesía riojana (1989); Diarios de Villa nidia (1990); Este canto es América (1993); Geografía poética de América (1993); Una aventura en tres tiempos (1993); Una voz para mi tierra (1997); Antología poética riojana (1998); Cantata Riojana (2001); Integración cultural riojana (2001, 2002, 2003, 2004,); Cuentos y relatos de la rioja (2002); Breve antología (2004); Nuevo mapa de la poesía riojana (2005); La carpeta vacía (2006); El canto del canario (2007); Antología poética (2008); El viaje (2009); Obras Completas – Tomo 1 y 2 (2010); Mis sueños de aquellos días (2014) (2015).

(La presente reseña fue publicada en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)

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