“La escritura es un largo viaje hacia la propia cosa”, solía afirmar la enorme Clarice Lispector. A Lispector, a su vez, suele citarla con asiduidad y constancia otra notable escritora de las nuestras, María Teresa Andruetto. La cordobesa suele afirmar, además: “es hacia adentro, para ver en ese adentro cómo el afuera tocó ahí”. Y profundizar sobre esa afirmación: “El largo camino hacia la propia cosa, ¿y cuál es la propia cosa?, es individual y es colectiva también”.
Otra referente de nuestras letras, Griselda Gambaro, sostiene: “No merecemos la escritura si no somos capaces de volver algo a la sociedad, algo que será una historia, una ficción, a la sociedad que formamos parte”.
Y si esa sociedad de la cual formamos parte es, además, un reflejo estrecho de lo identitario, una marca indeleble del derrotero de una vida ligada a su territorio más primigenio, a su natalidad más pueblerina como instancia definitoria, entonces la escritura cobra todo su real y vital sentido. De adentro hacia afuera. Igual que la existencia pare a sus hijos.
“Yo soy de los que trazan y acomodan la ruta de los recuerdos desde la huella que deja el paso de un balón. He guardado casi de manera religiosa, cada uno de esos momentos en un código que solo los que han sido felices en una cancha de fútbol podrán entender”, asegura Diego Pérez en uno de los cuentos que componen “La volea del míster (historias atravesadas por el fútbol y otros relatos)”. Sin embargo, sería una errónea simplificación quedarse solo con esta afirmación que, no obstante, brinda un ADN literario en sí mismo.
Porque este libro es, además y a todas luces, ese punto de partida hacia la construcción de un ser social que ancla su devenir en los contornos de una pasión que nos marca, que nos define y que también nos expone a los ojos del mundo tal y como somos. Ese lenguaje de cancha que se traduce en un abrazo entre un padre y un hijo, en lo épico de un gol que será alegría para siempre, pero también en la angustia y hasta en la desgracia de lo que no pudo ser. El grito atragantado; lo que queda trunco y que es, por otra parte, lo que mayormente sucede.
De allí que la lectura de estos cuentos de Diego Pérez debe ir mucho más allá de lo que ocurre cuando la pelota traspasa suavemente la línea del arco y besa la red y los corazones explotan extasiados. Porque hay también (y fundamentalmente), en estos relatos, una elaboración de lo colectivo. Y esa elaboración se da a partir de los pequeños entramados, como puntadas de un tejido que parte de la nada para ir hacia la forma de un todo. Eso que no se ve, pero que subyace, que está, y que nos determina, incluso, en la forma en que nos expresamos. Hay en “La volea del míster” el uso preciso de una oralidad muy característica de la tribuna, pero que de ninguna manera puede circunscribirse exclusivamente al alambrado perimetral de un campo de juego, sino que tiene que ver en lo sustancial con las formas en que se da el armado de lo cotidiano, de lo rutinario que termina fracturándose, de vez en cuando, por lo extraordinario de un gol de otro partido.
Y es que todos, de una u otra manera, soñamos (al menos en lo que dura un cuento) con convertirnos en héroes de una historia que, sabemos, las más de las veces ni siquiera escribimos.
Como un diez que distribuye el balón con elegancia y justeza, Pérez tiene la notable capacidad de poner en sus palabras (a través de sus personajes) las nuestras. Esas que nacen desde la emoción, mucho más que desde una pretendida intelectualidad a la que termina por diluir completamente, apelando a una intimidad que para el lector es ajena, pero que termina por resultarle muy cercana, gracias a ese empleo llano de una voz que se ajusta a lo vivencial, igual que la estricta marca sobre el contrario más habilidoso que, de todas formas, terminará por hacer de las suyas, tal y como lo hace el escritor al dejar siempre los finales abiertos hacia ese grado de imprevisión que ofrece la redonda, porque como bien afirma: “el fútbol siempre se empeña en reescribir su propia historia”. El fútbol, en una misma sintonía que la vida. Y viceversa.
“La volea del míster” traza, en definitiva, el largo viaje del escritor hacia la propia cosa. Ese recorrido que lo deposita frente al papel en blanco que le permitirá ver y mostrar cómo el afuera tocó en el adentro, cómo lo individual se trastoca en colectivo, y cómo es capaz de volver algo a la sociedad.
En este caso, un puñado de cuentos que es mucho más que un puñado de cuentos, ya que se torna en un reflejo estrecho de lo identitario, una marca indeleble del derrotero de una vida ligada a su territorio más primigenio, a su natalidad más pueblerina como instancia definitoria, para cobrar la escritura todo su real y vital sentido. De adentro hacia afuera. Entre lo épico de un gol que será alegría para siempre, y la angustia y hasta la desgracia de lo que no pudo ser.
Para Diego Pérez, este es su (bienvenido) punto de partida hacia la construcción de su ser social desde el adentro, desde lo interior. Su merecimiento pleno de la escritura. Para nosotros, los lectores, la sana e indispensable confirmación de que alguien puede escribir y darle forma al sueño colectivo de convertirnos en héroes, al menos en lo que dura un cuento.
SOBRE EL AUTOR
DIEGO PÉREZ ES LICENCIADO EN COMUNICACIÓN SOCIAL, CORDOBÉS DE NACIMIENTO Y RIOJANO POR ADOPCIÓN. ASIDUO LECTOR DE AUTORES COMO SACHERI, DOLINA, CORTÁZAR, ECO, ENTRE OTROS TANTOS. FUE PREMIADO Y PUBLICADO EN ANTOLOGÍAS LATINOAMERICANAS EN DIFERENTES OPORTUNIDADES, EN LAS QUE PARTICIPÓ CON CUENTOS Y POEMAS. HA SIDO PUBLICADO EN DIARIOS Y PÁGINAS WEB DE DIFERENTES PROVINCIAS. TRABAJÓ EN MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE CÓRDOBA Y LA RIOJA Y ES ADEMÁS ASESOR EN COMUNICACIÓN POLÍTICA CON UN POSGRADO EN LA UCA. ACTUALMENTE SE DEDICA A LA COMUNICACIÓN GUBERNAMENTAL.