Héctor David Gatica, o la memoria como un mecanismo de supervivencia

Una melodía que resuena. Las teclas de un piano, como golpes de un timbal. Una mano que se eleva, en despedida. Otras manos que se sostienen en el aquí, sobre la pared, como en un cuadro que detiene el paso del tiempo y sus circunstancias, pero que a su vez resguardan el tiempo por venir, el tiempo para dejar atrás el tiempo gris, el tiempo ausente, y aún más: el tiempo de ausencias. Todo aquello que nos falta, que nos fue arrebatado, pero que queda aquí en estos escalones hacia lo vital de una humanidad que baja y sube en el bajar y subir de lo constante, de lo imperecedero de la memoria que nos pone a sobrevivir, en la superposición de las imágenes que nos quedan de lo que se nos fue. Y la palabra. La palabra que nombra. La palabra que da forma y consistencia. Y la imagen de esa palabra. Subiendo y bajando. Bajando y subiendo, sin dejar de ser. Palabra e imagen. Decir y mostrar. Expresar y detener en un clic, con esa manera tan única, tan propia, tan definitiva. Héctor David Gatica y Natalia Díaz. Natalia Díaz y Héctor David Gatica. Subir y bajar. Bajar y subir. Sobrevivir en la memoria. En el aquí. En el ahora. En el por siempre como legado que nos dejan…

La memoria en Héctor David Gatica es presente. Y aún más: la memoria en Héctor David Gatica es presencia. Camina de su mano, por las calles de la ciudad. Se cuela por las vidrieras y entre los árboles. Corretea por las plazas. Se inmiscuye en las paredes. Deja señales en el aire de su sonrisa siempre dispuesta y amable. La del escritor, que es también el hombre que nos convoca. Igual que convoca la memoria. Igual que convoca la palabra, la poesía. Su palabra. Su poesía. Su modo de ver la vida. Su modo de escribirla, como testimonio latente de nuestro tiempo y de todos los tiempos. De todos y cada uno de sus días. De los días insólitos, pero también de los otros. Del asombro y de la pena. De la sorpresa frente a lo inverosímil y del abrazo vuelto Cantata. Raíz. Simiente. Tierra. Y otra vez palabra. Palabra ejerciendo su destino de hombre que detiene la palabra para luego ponerla en marcha, soltarla al viento y volverla eco en lo infinito del decir. Memoria viva para hacer frente a lo atroz y a la mayor de las aberraciones: la ausencia de memoria, el olvido, como lo único irremediable.

«Los amigos se van disminuyendo, sin saber quién seguirá. Los que aún quedamos libres, nos decimos hasta luego, sin saber si volveremos a vernos». Así daba cuenta Gatica de su desazón, de su estado de intranquilidad y tristeza un 27 de marzo de 1976, tres días después de iniciado el golpe militar. En su diario, ese que escribía sin saber si lo publicaría algún día, el autor riojano hacía referencia al sombrío panorama por el que atravesaban el País y la Provincia. Iba dejando allí, en esas páginas, la semilla de una memoria que venía a construir, sin que lo supiera, la memoria colectiva de un tiempo que, como tal, no debe ser soslayado.

«Si algo quiero en este momento es reafirmarme en mis ideales, es no sentirme arrepentido por toda mi vida pasada, aunque deba vivir en la calle, no renegar de cuanto hice en procura de mi superación y del bien de los demás, aun cuando esto me pueda destruir al fin. Prefiero esto a que mis hijos tengan el recuerdo de un padre cobarde. Pienso que la única herencia noble que les puedo dejar es mi testimonio de vida, que ojalá ellos sepan valorar». Testimonio de vida. Legado. Memoria.

Gatica es, de alguna manera (y de muchas maneras), el padre nuestro de la literatura riojana; sobreviviente activo de inmemoriales tiempos que arrojaron tantos nombres que terminaron confluyendo en infinidad de obras. Pero esas obras, en su mayoría, se construyeron desde una individualidad, a diferencia de lo colectivo que supone el trabajo del creador de la Cantata Riojana, símbolo ineludible de la historia de estos pagos, de la tierra adentro, donde habitan las carencias más profundas, pero también es la ofrenda ilimitada de sus palabras como bastiones de una generosidad que reconforta el alma. Y que alimenta la memoria. Esa mirada paternal que abraza y que contiene y que devuelve a la realidad. Pero que también invita a recordar eso que pudo despedazarnos en los contornos aterradores de las ausencias.

«Hoy se ha ido Daniel Moyano después de permanecer más de 20 años en La Rioja. Lo hirió demasiado que lo llevaran preso después del golpe. Hace tres o cuatro días lo vi rompiendo papeles, ‘sin mirar casi’ me decía, ‘porque si no duele mucho’. Ayer estaba ya terminando de embalar. Aparte de algunos cajones, Mario Aciar le había fabricado dos baúles lindos. Hoy tarde vuelvo y me llama la atención ver abiertas todas las puertas, me dije será para que entren sin llamar los que vienen a despedirlo. Más aún me llama la atención ver gente desembalando. No puede ser, si ayer todo estaba listo, y resulta que hoy veo lleno de paquetes. Otras gentes ya estaban ocupando la casa».

La geografía del sentir de un hombre

A Gatica los recuerdos se le desprenden como granos de tierra diluyéndose entre sus manos. Polvo, quizás, de su Villa Nidia natal, allá lejos, donde sus padres le dieron forma y sustento a su vida y a la de sus hermanos. Allí, justamente, en aquel almacén de ramos generales donde ahora el escritor atesora no sólo memorias, sino también libros de autores del Departamento, el creador de Los Fundadores del Olvido hace de la memoria un ejercicio de subsistencia, entremezclando el andar cansino pero consistente de su padre, junto a los primeros pasos de sus hijos, rodeando el aljibe en el centro del patio grande. Y aquellos primeros garabatos; papel y lápiz, para hacerse eco de ese llamado al que ya no podría renunciar: el oficio de la escritura. Pero también el oficio de la memoria. Esa memoria que nos obliga a recordar el espanto, como una manera de evitarlo.

«Daniel Moyano ya no existe, me dijeron; se encuentra en lo de Paredes. Allá fui, faltaba media hora para que partiera. Lo acompañé hasta la terminal junto con otras personas más, yo lo llevé a Daniel, que se bamboleaba un poco al caminar. Estoy en pedo, me dijo. Y era cierto; pero no por eso estaba menos lúcido, diciendo cosas hermosas, alegres y triste a la vez, en castellano y en inglés, recordando a distintos autores con su memoria prodigiosa: ‘no me pregunten a dónde voy, sólo salgo a hacer una visita'».

La lectura de «Mis sueños de aquellos días» de Héctor David Gatica es, en sí mismo, el ejercicio más profundo de la memoria. Y es, también, la más amplia y precisa radiografía del sentir de un hombre que ha hecho de la memoria el eje fundamental de su recorrido y un mecanismo de supervivencia frente a los embates de la vida, poniendo siempre por delante el sentir más genuino. «Qué dolor es ver alejarse a un amigo de semejante talla. Antes uno podía verlo cuando quería, pero como no lo valoraba en la medida de una pérdida inmediata, últimamente lo visitaba poco. Ahora que se marchó duele no haberlo visto más seguido, y aquí nos encontramos tan de golpe dejándonos el vacío de su dimensión humana».

Dimensión humana. A través de las palabras de Gatica, se pone en marcha un viaje en el que la nostalgia y la memoria son puentes que el autor construye, casi inconscientemente y en el devenir de lo cotidiano, para llevarnos a uno y otro lado de su propia nostalgia y su propia memoria, en un derrotero compartido por la claridad de sus visiones y, al mismo tiempo, por la generosidad de las vivencias vueltas anécdotas y que, ahora, se comparten con un lector que va descubriendo las vidas, las historias y los paisajes. Pero por sobre todas las cosas, el testimonio vital de una parte de nuestra historia que aún nos duele.

«Ariel Ferraro y su familia hace más de una semana que no están. Se fueron al exilio. Por mi parte, sigo esperando mi turno todos los días, todas las noches. Mientras tanto escribo los anales de este tiempo macabro y a veces pienso, con un poco de petulancia quizás, que si aún no me llevaron es porque Dios lo dispuso así para que vaya dando testimonio de lo que acaece, y entonces siento el peso y el imperio de esa misión».

Héctor David Gatica se afirma, en este y en cada uno de sus libros, en su esencia fundamental, la de siempre, como irrefutable concepto que lo acompaña hasta estos días. Y lo cito, una vez más: «Un poeta sin amigos es un pájaro sin árboles, que puede cantar, sí, y su canto liberarse solo; pero sus pies de hombre quedan atados a un encierro muy gris y estrecho». E, incluso, va un poco más allá en su indagarse e indagarnos. Y lo cito nuevamente: «¿Qué oficio hay que le permita a un hombre viajar a lugares no conocidos seguro de encontrar amigos por la identificación de su trabajo?» La respuesta, en este sentido, es contundente. Afirma el propio Gatica: «La poesía realiza este milagro, quizás porque ella no tenga caracteres definidos de oficio. Mañana mismo si me fuera a otra nación que no conozco estaría con nuevos amigos por la sola hermandad anónima de la poesía».

Una escritura que no cesa de escribirse

Exilio, amor, amistad, recuerdo, compañerismo, melancolía, angustia, expectativa, optimismo. Todo ingresa con suma naturalidad en el universo Gatica. Todo fluye ahí dentro, en su manera de decir y de decirnos. En su manera de ponernos en palabras, como si de una fotografía se tratara. La fotografía que nace de su mirada. Esa mirada que trasciende, que va más allá y que se instala en un espacio en el que el escritor ratifica su oficio. «La cosa viene desde adentro, el escritor que no es escritor de fin de semana, sino que lo es de toda la vida, sin pensar si es bueno o malo. Si dejás de escribir y te sientes bien, puedes dejar, pero si sos un escritor no vas a poder dejarlo hasta el último momento de tu vida», afirma con conocimiento de causa. Ese conocimiento que es fundamento para su existencia y que lo ubica también en un lugar que bien podría considerarse de privilegio, dado el devenir de los acontecimientos y de un hacer que no se detiene.

Ocurre que Gatica es sinónimo de literatura, también de escritor, de poeta; pero también de recopilador, de gestor de la memoria cultural. Gatica es embajador honorario de la cultura de los Llanos, donde muchos pretendieron y pretenden entramparlo como una manera de minimizar su gesta, sin caer en la cuenta de que es embajador de La Rioja toda. Y que es, además, dueño de una escritura que no cesa de escribirse, de ampliarse, de difundirse, de volver a empezar, de marcar un rumbo. Y Gatica es, al mismo tiempo, mucho más que todo lo anteriormente señalado, mucho más que sus libros, incluso, que han dado la vuelta al mundo.

Porque apelando una vez más al concepto esencial, fundamental de la memoria y de la reconstrucción del tiempo de la humanidad, Gatica es, además de todo y como si fuera poco, un coleccionista de almas. Pero no un simple coleccionista, uno pasivo, de esos que acumulan en las repisas o en las bibliotecas y cada tanto pasan un trapito para que no se note la tierra. Aquí es donde radica, a la par de su generosidad imposible de imitar, uno de sus gestos más colosales. Esta es, precisamente, la tarea más extraordinaria de Gatica a la que se puede hacer referencia puntualmente. Dejando ya de lado su obra, con pasajes maravillosos e indispensables como los que nos regala en «Memoria de los Llanos» o en «Los Fundadores del Olvido», sin dejar de hacer mención, por supuesto, a «La Cantata Riojana», el escritor, el poeta, ejerce la más noble de las labores que un hombre pueda ejercer, sin importar ya cuál sea su oficio: pensar en el otro. En otros hombres y en otras mujeres. Y en brindar sostenes para que no se tapice de ausencia todo. Gatica es un coleccionista de almas. Pero aún más: es la garantía de la salvación de esas almas en el acto mismo de pensarlas, de traerlas a la memoria. De volverlas palabras.

Y tal es la claridad que uno encuentra en esas palabras y en su manera de ubicarlas en el blanco de un papel que, a partir de la maestría y la experiencia del escritor, se vuelven historia. Página en blanco que es patria. Identidades que se configuran en el contar. De alguna manera -sutil y abrazadora manera- la obra de Gatica viene a resumir un ciclo vital que nos obliga a repensar nuestro presente a partir de un pasado que nos define como un origen, un nacimiento que planta bandera y nos funda. Hemos llegado hasta aquí, no sin antes pasar por todo aquello. Hoy somos esta democracia que no podría ser esta democracia de no ser por la construcción de una memoria que habita entre sus manos como vestigios de heridas selladas con barro. Marcas como surcos de un agua que se escurre, lastimada de escasez, entre las piedras por las que alguna vez el hombre supo soltar su paso. Y frío, escarcha, hielo cortándole la piel, cuarteándole las palmas, como cuando alguien le arranca a la paloma un ala, intentando truncar su vuelo vuelto mensaje.

Memoria que habita en sus manos como un canto; el canto de las manos como evocación de muros levantados contra la barbarie del absolutismo de la noche, cuando la oscura soledad apretaba el pecho y soltaba letras como lágrimas para dar forma a las palabras que nombran el dolor de una humanidad que, sin embargo, no deja de darse, a sí misma, la espalda. Memoria que habita en sus manos como la poesía que se le vuelve vital y esos versos de los que ya no puede ni podrá renegar, porque no tiene derecho a desertar, el poeta, de la altura luminosa y clara de su mirada, convertida en terruño y cobijo donde al fin se recuestan los niños desamparados a soñar los sueños que antes les fueron brutalmente arrebatados (que todo sueño arrebatado a un niño es una brutalidad).

«Uno va sintiendo cómo que es una especie de sobreviviente. Si pienso en Villa Nidia, pienso en tanta gente querida y resulta que ya se fueron todos. Todos partieron en cuanto a nivel escritores, al igual que tantos otros queridos amigos de otras provincias como Salta, San Juan, La Pampa. Cómo es esto de ir quedando solo a esta altura, es parte del misterio de la vida. Uno no sabe, porque esto no tiene edad, seas niño, joven, aunque de alguna manera uno sabe que no se puede pasar de ciertos límites. Pero habrá que seguir pensando en que hay que seguir», sostiene un Gatica reflexivo, apegado a su tiempo, pero también consciente de un camino que no termina, que no concluye, sino que se expande, que se vuelve memoria.

Gatica sabe, mejor que nadie, que está regresando siempre a través de su escritura que camina, sin embargo, hacia un futuro cercano que nos deparará seguramente nuevos encuentros con su generosa manera de mostrarnos el mundo próximo. Así es el derrotero de Gatica. Ese no llegar jamás para seguir caminando es el punto de encuentro con el hoy, con el aquí, con el ahora en que el autor escribe su historia y nos pone en evidencia para comprender, al fin, que quien toca su literatura, está tocando a un hombre. Y aún más: quien toca su literatura, está tocando la humanidad toda. Su memoria, como un ejercicio de supervivencia.

Sólo salgo de visita // Estaba rompiendo papeles cuando lo vi // se lo hace casi sin mirar me dijo // porque si no duele mucho // me recuerda a Fernández Moreno // “media vida me pasé juntando papeles // y la otra mitad rompiéndolos”. // Lo sigo visitando casi diariamente // de su huerta arranca y me da unas plantas // cada vez que las riegue lo recordaré. // Plomero albañil carpintero // músico poeta periodista cuentista novelista. // Completados grandes baúles y otros cajones // donde va embalando su laboratorio fotográfico // cañas de pescar soldador // -Puedo ganarme la vida haciendo notas // escribiendo ensayos enseñando música // trabajando como fotógrafo o plomero. // -¿Por qué me miras así, Irma? // ¡Qué poca confianza que me tienes, mujer! // habla y sigue embalando // libros ropas ropas libros // embalando veinte años de haber vivido en La Rioja. // Lo que más cuesta es salir // después desde el barco el mar nos abrirá otro horizonte. // Artistas de variedades La lombriz Una luz muy lejana // El niego interrumpido El oscuro El trino del diablo // El estuche del cocodrilo. // De tarde pasé por su casa // me llamó la atención ver tantos bultos descargados // entré sin llamar // era la casa de un amigo // rostros desconocidos me frenaron. // Lo fui a encontrar en lo del poeta Paredes // como te va poeta subdesarrollado de los llanos // me dijo y agregó // perdoname estoy en pedo. // Y en inglés alemán francés castellano italiano (idiomas que dominaba) // hace suyos estos versos tan simples como desgarrantes para la ocasión // “no me pregunten dónde voy // sólo salgo de visita”. // Ya en la terminal nos juntamos unos pocos amigos // no quería que lo despidieran // -Comprendo tu dolor Daniel // mas no he podido no verte partir // antes era tan fácil // con caminar unas pocas cuadras bastaba // ahora habría que tragarse el Océano Atlántico y algo más. // -Me despedí de Ariel Ferraro // él me trajo a La Rioja hace veinte años // le dejé un abrazo a la Nena Lanzillotto // con ella compartí la cárcel. // Este pedacito de montaña que se ve desde aquí // y aquella luna // alcanzaba a ver en puntas de pie // por una hendija de la celda. // Todos sufrimos a la hora del adiós // al verla lagrimear a Irma // llorar a su hijo Ricardito // despedirse contenta a la pequeña María Inés ciñéndonos el cuello con sus bracitos // abrazarse fuertemente a nosotros y sollozar a Daniel. // Subió al colectivo // llevaba el violín enfundado. // Desde la ventanilla nos gritó: // El tiempo no es más que algo chiquito así // la distancia también // Madrid está apenas a doce horas de la Argentina // y a dos mil dólares… Esos sí son muchos. // Sonreímos. // No // no le pregunten al gran novelista adónde va // que se ausenta para poder escribir De Navíos y Borrascas, // Tres Golpes de Timbal, Dónde Estás con tus Ojos Celestes, // no le pregunten a Daniel Moyano adónde va // sólo sale de visita // …y para siempre.

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