La buena noticia

Una reseña para el libro «Todavía vengo» del escritor riojano Martín Ptasik.
Al libro de Martín se lo busca por la biblioteca Marcelino Reyes, ahí lo dejó para vos el siempre generoso Gustavo (Contreras Bazán). Abrís la puerta despacio (vidrio roto) y ahí está el sobre, como si te estuviera esperando, sobre una mesa. Mano simpática te saluda y te lo alcanza. No hace falta más, al fin y al cabo, y ya sabés que al sobre lo vas a abrir ni bien vuelvas a pisar la calle. Vélez Sársfield 699, a las 9 y pico de la mañana. No vas a esperar, no. ¿Para qué? Si al libro de Martín se lo lee en la calle, caminando por la Plaza 9 de Julio, yendo a la parada del colectivo, en la Perón, al frente del Municipio, en diagonal. Parado, apoyado contra un poste de la luz. Y vas a romper un pedacito del sobre para usarlo de señalador, por las dudas haya que interrumpir la lectura, pero no. Porque al libro de Martín se lo lee en el colectivo, de Norte a Sur y mientras suena la guitarra de alguien que alguna vez habrá soñado con eso de vivir de la música, pero que ahora intenta recoger monedas (está dura la calle, más que nunca) con un tema de los Redondos y otro de León. Del León que vale, del León posta, no del otro, ese que a Martín no le hubiera gustado y lo hubiera puteado hasta el hartazgo.Sí, al libro de Martín se lo lee así, a lo Martín, sin dejar de hacer nada de lo que estés haciendo o de lo que tengas que hacer de acá a un rato porque el tiempo es ahora, la vida es ahora, es ya, después no sabemos. ¿Martín hubiera dicho eso? Mejor aún, Martín hubiera hecho eso si ahora estuviera en tu lugar, enjugándose los ojos sobre las páginas de este libro en el que todavía viene, en el que todavía corajea al destino como un animal hambriento de todo, sin prisa pero sin pausa, dispuesto a arrebatarle el aire al viento y a tapar de tierra sus pasos, para no dejar más huella que un puñado de palabras haciendo ruido en cada uno de los rincones en los que ya no habita, pero en los que sigue estando. Al libro de Martín se lo lee así: saliendo del súper y caminando hasta casa. De un tirón, de un saque. De un sorbo. Con 45 grados a la sombra y una buena birra en la mano. O con el gris de una mañana fría recortando los cerros. En bicicleta, o en combi. Con la mirada perdida en el horizonte, pensando vaya uno a saber en qué, o queriendo adivinar el cuándo, si tal vez más tarde ya no sea tan tarde como parece, sino simplemente después, si es que hay un después. Al libro de Martín se lo lee así. ¿Pero cómo se lo lee a Martín? ¿Cómo se lo aborda en ese decir tan suyo, tan propio, tan inacabado de inabarcable, tan él? ¿A dónde se lo ubica? ¿Tiene un lugar en la biblioteca, junto a tantos otros autores, o no cabe en ningún espacio?

Hacerse de la poesía de Martín, meterse en ella, deglutirla, es arriesgarse a un lugar en el que domina lo incómodo de lo disruptivo. Pero no lo disruptivo porque sí, por simple postura disruptiva, sino porque es así, respira así, vive así a través de ella. Leer la poesía de Martín es pisar en lo escarpado de un territorio montuoso, desposeído de toda lógica previa que no tenga que ver con el simple hecho de vivir al límite de las posibilidades de un lenguaje que viene a romper con lo purista del lenguaje, igual que se rompe una nuez: desde la cáscara rugosa y rígida hacia el adentro que alimenta.

La poesía de Martín -y no solo su poesía, sino su hacer todo, que fue mucho y variado- está recubierta de una cápsula de expresión prescindente de academia, de virtuosismo esteticista y de cualquier pretensión de alcanzar un lugar en el olimpo de los dioses. Tan es así que reunirla (en parte) y publicarla es un ejercicio que, en sí mismo, pone en marcha el músculo de lo indispensable y merece un párrafo especial toda vez que viene a prestar atención a lo necesario de su existencia, un reflejo que debe agradecerse largamente a Pliegapalabra Objetos Textuales.

Sin embargo, y hecha esta salvedad, queda preguntarse si hay un lugar para el decir de Martín en el que el decir de Martín pueda quedar al fin contenido, compendiado, o si al igual que de la manera en que se lo lee, picando cebolla y refregándose los ojos, prevalece la idea de que hay algo de Ptasik dando vueltas por ahí, en un lugar cualquiera de los tantos por los que pudo haber pasado y dejado marcas, sosteniendo la imposibilidad de entramparlo en ámbitos en los que no hubiera querido estar, o a los que no hubiera querido pertenecer.

De allí en más, y sin necesidad de obtener respuesta alguna, todo es ganancia para el lector.

MAESTRO MAYOR DE OBRA

“Todavía vengo”, tal y como afirma Rafa Urretabizcaya en el prólogo de esta especial entrega, es una buena noticia que nos sigue llegando de Martín. Es, en primera instancia, un enorme regocijo el poder tener entre las manos un muestrario de quien en vida fue una ofrenda constante de sí mismo, sin medidas, sin egos ni narcisismos. Desde ese punto de partida resulta conmovedor encontrarse con una versión pura de Ptasik, plena de la vitalidad de su decir más honesto. Puede que allí radique, en síntesis, lo indispensable de este libro que lo vuelve a traer con esa frescura propia de lo auténtico, pidiendo que sigan mandando medias para el Día del Padre porque “la magia está en el beso que sella todo”.

Y es cierto. La magia está en lo pequeño de todo lo grande que Martín Ptasik hizo a lo largo de su vida siempre creativa, como el ya mítico Cine Móvil que tuvo a su cargo durante años y que le permitió repletarse de riojanidad, al tiempo que también explorarse en su interior, “caminando despacito este desvelo de ires y espaldas desbarrancadas”, de andarse extraño en él por los lugares más recónditos de nuestro territorio y un poquito más allá, desde donde todavía viene.

Resulta inevitable, en este punto, hacer referencia a lo multifacético del hacer de Martín. “Documental, película, programa de radio, libro, visita a unos viejitos y vamos viendo”, tal como lo describe Urretabizcaya. Y es cierto: Ptasik siempre tenía un plan entre las manos aunque, tal vez, el mejor plan de Martín era que precisamente no tenía un plan. Esa capacidad de improvisación en lo constante, que de alguna manera también queda plasmada en su poesía, fue la que le permitió abrir tantas puertas y no cerrar ninguna para que, de esa manera, todos podamos entrar.

“Vamos vamos” y “dele nomás”, con ese andar irrefrenable que lo caracterizaba, fuera de todo encajar en lo preconcebido. Y es que él mismo lo decía: “Siempre tuve problemas con los juegos de encastre. Eso de coincidir. Ahora descubro unos porqués. Siempre me cambiaron las fichas”. Pero, incluso así, nunca dejó de ser un juego en el que jugar. Nunca Martín le corrió el cuerpo a la vida, apelando siempre a lo lúdico, a lo placentero, incluso en el desagrado de lo injusto en cada una de las imágenes que se llevó consigo de un interior profundo riojano que muchas veces le dejó ver el desgarro de los “niños exiliados de los niños”.

Todo en su cotidiano fue un aprendizaje, una lección individual, autodidacta, que luego traducía de alguna manera hacia lo colectivo, como una muestra no ya de un “sí mismo” haciendo lo que disfrutaba hacer, sino del otro reflejado en su arte de maestro mayor de obra de lo cotidiano, asumiéndose. “Yo no sé cómo, por qué ni cuándo. Tal vez nací así. Extraviado. Desde el fondo de unos días de patio y manzanar, al pie de un río caído de la humedad del molino de la chicha, vaya a saber. Sé que tal vez ese era mi destino y las cosas sucedieron nomás, como debía ser”.

Es que al libro de Martín se lo lee así: como debía ser. Con esa amarga resignación en la garganta de lo que fue porque tenía que pasar, porque estaba escrito hasta por él, en ese anticiparse a todos desde un tener los pies muy puestos aquí, para que nada pase de largo frente a su mirada de cóndor arremolinado contra los confines de un cielo que hoy habita. “Seguramente algo no me va a gustar. Nací viví y voy a morir para eso. No sé las reglas inmensas de este espacio infinito que nos recluye a tan poco”.

Es que al libro de Martín se lo lee así: sin saber, pero sabiendo que no hace falta saber más que lo que él tiene para enseñarnos, para mostrarnos desde unas páginas que, vale decirlo, se quedan cortas en eso de hacerle justicia a tanta producción, pero que no dejan de mostrarlo tal y como es, porque así como todavía viene, todavía está siendo.

Repasaba ahicito nomás

mi agenda.

Y revisaba lento.

Como que me sobran nombres

y me faltan presencias.

gentes que fueron.

Ausencias que no termino de rumiar.

Números nomás que me espantan.

Yo todavía no me animo

a llamar

y que me respondan.

Jamás.

Muero de dudas.

Naufrago en el hoy.

Trato de creer.

Me abrigo de más.

Lloro.

Vivo lo que haya.

Gasto, cocino, abrazo, viajo,

reconcilio, amo, paseo,

madrugo, trasnocho, río,

escucho, miento, confieso,

saboreo, planeo, peleo,

escribo y demás.

Ya entendí que, en algún momento,

sobraré en alguna agenda.

Al libro de Martín se lo lee así: en la calle, caminando por la Plaza 9 de Julio, yendo a la parada del colectivo, escuchando una guitarra que suena con temas de los Redondos, de León (del León posta), de Norte a Sur, sin dejar de hacer nada de lo que estés haciendo o de lo que tengas que hacer, saliendo del súper y caminando hasta casa, de un tirón, de un saque, de un sorbo, con 45 grados a la sombra y una buena birra en la mano, o con el gris de una mañana fría recortando los cerros, en bicicleta, o en combi, con la mirada perdida en el horizonte, pensando vaya uno a saber en qué, o queriendo adivinar el cuándo, arriesgándose a un lugar en el que domina lo incómodo de lo disruptivo, pisando en lo escarpado de un territorio montuoso, desposeído de toda lógica previa, igual que se rompe una nuez: desde la cáscara rugosa y rígida hacia el adentro que alimenta, picando cebolla y refregándose los ojos, sabiendo que no hace falta saber más que lo que él tiene para enseñarnos. Al libro de Martín se lo lee así: sin otro plan que el de la lectura (que tratándose de Martín puede ser el mejor de los planes), con la irremediable certeza de que sobra en la agenda (aun así, ese número no se borra), con la nostalgia de saber que ya no está, pero con la buena noticia de la evidencia en las manos de que todavía viene y seguirá viniendo.

 

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