Hay lugares, espacios, momentos que funcionan como refugios. Hay lugares, espacios, momentos que se afincan en nuestra sensorialidad para hacernos sentir que allí estamos seguros, que de allí no es necesario salir, que sólo basta con cerrar los ojos para encontrarlos y, al mismo tiempo, encontrarnos. Y no importa cuánto sea el tiempo que pase. Y no importa cuánto sea el tiempo que transcurra entre lapsos de extravíos o dudas. Siempre, siempre, volveremos a esos lugares en que nos sentimos seguros, arropados en un abrazo que transmigra, incluso, a esos lugares, a esos espacios y a esos momentos.
Mirian Ariza Torcivía sabe mejor que nadie cuál es su lugar en el mundo. Y lo sabe, desde que era muy pequeña y sus pies dejaban huellas en algún patio de tierra dibujando, tal vez, sus primeros pasos en la danza. Pero incluso antes de aquellos primeros pasos, e incluso antes de aquella primera toma de consciencia, la música le arrullaba los sueños entre los brazos de su padre, que la acunaba al compás, entre cantos y sonrisas compartidas.
La música, siempre la música sonando cual designio de un destino escrito de antemano y que se empeña en llevarla por el camino de los duendes y de la magia; de esos duendes y de esa magia que danzan junto a ella en cada zapateo, en cada grito de aliento, en cada marca indeleble sobre su memoria de escenarios y transformaciones. Porque cuando Mirian danza -e incluso cuando Mirian habla sobre la danza-, no sólo todo lo que hay a su alrededor se transforma; ella también se transforma, se sumerge en una especie de posesión que la lleva hasta el más recóndito de sus recuerdos: ese que ni siquiera logramos recordar, pero que es impulso, empuje y determinación. Como el ejemplo de su padre, a quien la bailarina nombra insistentemente mientras junto a 1591 Cultura + Espectáculos, recuerda.
Su relación con España le viene dada por herencia directa. Y tal vez de allí venga también, como raíz profunda, su irrenunciable amor por las danzas españolas que corren como torrentes de sangre andaluza por sus venas riojanas. Y algo más. Porque desde muy pequeña se sintió especialmente atraída por la música que siempre se escuchaba por cada rincón de la casa, mientras el trabajo con la verdura formaba parte del quehacer cotidiano, casi desde los orígenes de su memoria. “Nos criamos trabajando en la verdulería de papá, pero era todo muy lindo; la música española estaba siempre ahí, sonando, y mi papá nos hacía bailar al grito de ‘vamos guapa, mi niña’”, narra Mirian con una sonrisa que le dibuja memorias en el rostro y emociones en las pupilas. Y en ese rememorar, da cuenta también que su primera profesora de danzas fue Elena Vega, aunque por aquel entonces -a sus 8 años- el aprendizaje no era algo constante ni definitivamente asumido.
Sí, en cambio, como lo señala en varias ocasiones, la música. “A dónde íbamos estaba la música; era muy lindo trabajar así” asegura y, desde ese lugar, recuerda que la música era el aliciente perfecto para su padre que, cuando ella era muy pequeña, había sufrido un accidente que lo dejó postrado.
“Era muy trabajador mi padre, que había venido de España al igual que mis abuelos, pero a los 33 años sufrió un accidente que lo dejó parapléjico, casi al mismo tiempo en que celebraba el nacimiento de su cuarto hijo. Desde ese momento, la cabeza era mi padre y nosotros fuimos su cuerpo; a veces papá estaba en estado crítico, entonces le poníamos música y él de a poco iba regenerando sus células”, cuenta. Pero tal vez, lo más importante, lo más trascendental de todo, es el mensaje que su papá le dejó para la vida: no bajar los brazos nunca; reconstruirse, siempre.
Esa enseñanza, vital, es la que la acompaña desde siempre y es la que le permite encarar cada nuevo desafío con la misma determinación y fuerza con que su padre se disponía a la vida en cada nueva mañana. Y es desde ese lugar, justamente, que se ha repuesto a cada uno de los tropezones y caídas que sufrió a lo largo de su carrera (y de su vida) y que se ubica actualmente en un sitial de privilegio, formando nuevos talentos en su academia Aires de Andalucía y en la Escuela Municipal de Arte, donde supo ganarse su espacio a fuerza de dedicación e incansable trabajo; compromiso y autoexigencia.
Sú ímpetu por ser un poco mejor cada día, la llevó a perfeccionarse realizando cursos en Córdoba y en España, siempre siendo consecuente con un estricto silencio que la aleja de las estridencias y la posiciona del lado del perfil bajo, lejo de los conflictos de egos, muy propios del ambiente. Como siempre. Como cuando en una fiesta de 15, a la que asistió con su pollerita con tres vuelos, la invitaron a bailar y “sentí una cosa que me entró por acá -se señala el vientre- y me llegó hasta los brazos; bailé con los ojos cerrados y cuando al fin los abrí tenía a toda la gente a mi alrededor, viéndome. Ahí sentí esa conexión y desde ahí no pude parar más”.
SUPERAR LOS MIEDOS
Sus comienzos como bailarina estuvieron ligados a las danzas españolas, casi como un consecuencia lógica del aire que se respiraba en su casa paterna. Sin embargo, muy internamente sentía que había algo que faltaba. “Yo quería algo con más fuerza; y eso estaba en el Flamenco”. Claro que antes de llegar a esa instancia casi definitiva en sus gustos, Mirian fue conociendo los diferentes palos, las diferentes danzas, y simentando sus deseos de danzar tomando clases en la Escuela Municipal de Arte, donde actualmente se desempeña como profesora.
Desde el año 2014 realiza el Día del Flamenco en La Rioja -totalmente a pulmón y trayendo a la Provincia a figuras de renombre- y su nombre es ya marca registrada para un estilo que es reconocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad. “A todo lo que hago le pongo corazón, le pongo duende, le pongo magia”, afirma. Y esa, sin lugar a dudas, es su mejor carta de presentación. Esa pasión que Mirian muestra a la hora de bailar sobre el escenario, es la misma pasión con la que encara lo cotidiano, donde no sólo es “profe”, sino también mamá. Y esa dualidad de tareas en la que se desempeña, parece reproducirse también en su experiencia con el baile.
“Tengo esos impulsos de salir, a veces siento que me posesiono; a veces siento como que soy dos personas diferentes en una sola”, cuenta. Y tal vez esa dicotomía tenga que ver también con su “soledad” en la vida. Sostiene que le cuesta creer un poco en ella misma y en sus posibilidades, pero al unísono demuestra que todo lo que emprende y alcanza, lo logra sin ayudas externas, lo que habla a las claras de su ímpetu y fortaleza para llevar adelante sus objetivos.
“Siempre vamos a llegar a la gente por la actitud, la técnica viene después. Eso es lo que yo quiero en mis alumnas”, define. Y en esa definición va mucho de su visión del mundo y de la vida. “Cuando falleció mi papá me di cuenta que estaba sola y que no podía aflojar. No podía parar, y no quería que nadie supiera las cosas por las que pasé; era tan endeble y miedosa…ahora siento que voy a poder y mi mamá es un pilar muy importante en eso. Todo lo que hago es a pulmón, con mi madre a la par y mis hijos sosteniéndome”.
Y también sus alumnas. Desde los 4 años en la Escuela Municipal de Arte y desde los 6 en la academia Aires de Andalucía, Mirian va forjando no sólo a los nuevos talentos en la danza, sino también a mujeres que en el futuro sabrán desenvolverse en la vida sin los temores que acarrean los mandatos patriarcales, hoy en absoluta crisis. “Soy muy madraza con mis chicas. Me ha costado mucho llegar a donde llegué por ser mujer y lo único que me interesa es que mis chicas estén bien y que suban bien al escenario. Siempre trato de inculcarles: que tus ganas de bailar Flamenco sean más grandes que tus miedos. Yo tenía que ser más fuerte que mis miedos. Todo el tiempo me decían que lo hacía mal y todo el tiempo sentía una especie de opresión. La danza me ha ido despertando de todo aquello, y me ha dado toda la fuerza que hay dentro. Por eso a mis niñas les doy todo el apoyo que yo no tuve”.
Hay lugares, espacios, momentos que funcionan como refugios. Hay lugares, espacios, momentos que se afincan en nuestra sensorialidad para hacernos sentir que allí estamos seguros, que de allí no es necesario salir, que sólo basta con cerrar los ojos para encontrarlos y, al mismo tiempo, encontrarnos.
Mirian sabe mejor que nadie que su lugar en el mundo está en su academia. Que cuando cruza la puerta de Aires de Andalucía, está en su lugar, en su espacio y en su momento. “Este es mi lugar en el mundo, me llena de magia estar aquí; aquí siento que soy simplemente yo y que nadie puede conmigo. Aquí me siento firme”, sostiene.
Sin embargo, hay otro lugar al que, desde el anhelo y los sueños, le gustaría volver y donde quisiera quedarse. “Me gustaría volver frente al mar, junto a mi padre”. La música la lleva hasta allí, entre los duendes y la magia. Los duendes y la magia de la danza y el mar.
UN INSTRUMENTO
Me considero una mujer de mucha suerte. Dios me dio todo lo que yo deseaba tener. Los mejores padres, los mejores hijos, conocí el amor. Quiero subir al escenario y llenar de magia. Eso depende de aprender más, de soltarme, de dejar de lado mis miedos. Yo siempre voy a ser un instrumento; puedo llegar a muchas chicas y muchas familias. Por medio de la danza yo puedo llegar y evitar que tengan los mismos temores que yo tuve.