La impresión duradera de lo majestuoso

Hernán Piquín pasó por La Rioja con “El último tango”, un espectáculo de nivel internacional que deslumbró a un Teatro Provincial Víctor María Cáceres repleto, y que aplaudió de pie ante el despliegue de emociones que eleva todos los sentidos.

Cuando Hernán Piquín pisa el escenario (descalzo), se produce en el espectador una vibración muy especial. Hay algo en la esencia corporal del prestigioso bailarín que bien podría aproximarse al concepto más cercano a la fluidez y, por qué no, desbordarlo en algún punto. Ocurre que al nacido en Los Polvorines le basta con muy poco -incluso hasta con un elemento tan estático y despojado de toda estética como una simple escalera- para elevarse hasta un cielo imaginario en el que otros bailarines que lo acompañan logran desplegar también una calidad escénica asombrosa, durante poco más de una hora en la que el tango sumerge al público en una delicada y frugal nostalgia que eriza y eleva los sentidos.

Ante un teatro Víctor María Cáceres repleto (y que vuelve a ubicarse como una clara opción dentro del mapa de la geografía teatral argentina) “El último tango” de Hernán Piquín se fue abriendo paso hacia una multiplicidad de factores que hacen de ese espectáculo un verdadero lujo visual que mantiene a la platea en un silencio de admiración plena y respetuosa, hasta el instante mismo en que el aplauso irrumpe a modo de devolución para cada uno de los cuadros que describen la impetuosa historia de amor en la que se funden María de Buenos Aires y Eugenio, dos talentosos y apasionados bailarines de tango que se entrelazan al compás del 2×4, envueltos en un universo en el que se impone la danza como pulsión vital, pero también la música, las imágenes, las luces, el sonido y un vestuario glamoroso (la diseñadora Adriana Cavicchia ha creado trajes que realzan la belleza y la sensualidad de los bailarines) que hacen de este show una experiencia visual única.

Ambientada en una típica casa de tango de la ciudad de Buenos Aires, la trama de “El último tango” va sumiendo al espectador en un verdadero cúmulo de emociones. Allí, en ese devenir constante de lo inmaterial corporizado en la danza, el amor desenfrenado y el deseo que ya no se puede contener terminan por entrelazarse con la música y el baile, poniendo a prueba no solo la tormentosa relación de María y Eugenio, sino también la capacidad del público de asumirse como protagonista de cada escena hasta hacerla propia. Es en ese contexto, precisamente, en el que Piquín, junto a su primera bailarina Soledad Mangia y los seis bailarines que los acompañan: Analía Morales, Gabriel Ponce, Débora Agudo, Ale Adrián, Mora Sánchez y Nahuel Tortosa logran llevar la danza a su más alto nivel. Cada paso, cada giro, cada mueca interpretativa se muestra ejecutada con una precisión y elegancia que conmueven y cautivan desde el minuto cero, cuando la voz de Luciano Soria, amoldada a una época tanguera de antaño, abre el juego de la agitación de las emociones.

Toda la elegancia, la sensualidad y el virtuosismo del tango que ponen en escena los bailarines, en una precisa conjunción que hace que ninguno de ellos sobresalga del resto (a excepción, claro está, de la presencia naturalmente única de Piquín sobre el escenario), se ajusta a un cuidado repertorio que recorre piezas inolvidables como “Siempre se vuelve a Buenos Aires”, “El día que me quieras”, “Balada para un loco”, “Oblivion”, “Si sos brujo”, “Sin lágrimas”, “Milonga de Buenos Aires”, “El firulete”, “La cumparsita” o “María de Buenos Aires”, creando una atmósfera envolvente que transporta al público a través de los altibajos de la apasionante relación de María con Eugenio, pero también del clima tanguero de época que no requiere más que de una puesta simple y mucho talento.

En síntesis, y como se dijo anteriormente, “El último tango” es la confirmación de que cuando Hernán Piquín pisa el escenario (descalzo), se produce en el espectador una vibración muy especial. Hay algo en la esencia corporal del prestigioso bailarín que bien podría aproximarse al concepto más cercano a la fluidez y, por qué no, desbordarlo en algún punto (queda, por cierto, la extraña pero razonable sensación de anhelar disfrutar más de su estadía sobre el escenario).

Pero “El último tango” es también la confirmación de un espectáculo que va mucho más allá del eximio bailarín para hacer pie en un elenco que lo prestigia desde la indudable calidad de sus integrantes, al igual que la combinación de todos los elementos (baile, música, imágenes, vestuario, luces y sonido) que dejan en el espectador la impresión duradera de lo majestuoso, que se ve reflejada en la más que merecida ovación final.

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