Una reseña para la más reciente publicación de la escritora chileciteña Lucía Carmona, «Tiene cuerpo el silencio».
No hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar. Su voz, enraizada en la contundencia de una mirada que se afinca en la más genuina de las profundidades, constituye el decir de la lucidez con que la excelsa poeta chileciteña pone ante los ojos de los lectores un universo amplio de conceptos, de sentidos, de significados, de vivencias.
Pero además, y por sobre todas las cosas, la visión íntima (su visión íntima) de una vida entregada plenamente a la necesidad de desentrañar lo esencial de la existencia en cada palabra lanzada, como pinceladas de una obra indeleble, sobre el lienzo perpetuo de la poesía, que llega siempre precisa y puntual a asistirla en su inagotable derrotero, en su imperecedero camino hacia el principio, hacia el origen, hacia a esencia.
No hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar. Su voz, madurada al fragor de los veranos intensos de su tierra amada y a la eternidad del blanco derramado sobre los cerros que contornean la vastedad de su vital e indispensable existencia (no por nada lleva el merecido título de «madre de los poetas chileciteños»), se extiende como un manto de claridad sobre lo oscuro de este mundo, de esta tierra debatiéndose siempre entre lo sustancial y el abrupto despojamiento de lo sustancial, en ese constante sumirse en lo abismal de lo superfluo que abunda en la destructiva voracidad del hombre.
Allí donde hay una sombra, Lucía pone un cono de luz. Allí donde hay un vacío, Lucía pone la integridad (de su decir, pero también de su ser). Allí donde quedan los desperdicios, Lucía restituye el valor sustancial de lo imprescindible.
Esa fina tarea, la de aferrarse constantemente desde la palabra a lo imperioso del mencionar aquello que la abrace y la sostenga frente a los abismos de la soledad y a los extravíos (los de la escritora y los nuestros), le da forma a la medida de su expresar el desvelo de lo que ya no se refleja de los lugares en los que estuvimos (en los que estuvo), y que hoy es búsqueda impostergable en lo que queda, como cuando anhela que, en una noche serena, alguien pronuncie su nombre.
¿Y cómo no pronunciar su nombre, si al pronunciar su nombre se pronuncia el todo de su pronunciar? ¿Y cómo no pronunciar su nombre, si al pronunciar su nombre se pronuncia el cosmos en el que quedamos contenidos?
Es que no hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar. Incluso el silencio toma cuerpo y espíritu, entidad, cuando ella lo arremolina contra su pecho, allí donde se adueña de los principios y recomienza el círculo; allí donde la verdad se impone con tanta fuerza como para que nadie se pueda llevar lo que ella es; allí donde está tan lúcida que recuerda hasta el recuerdo de lo que recuerda desde la autenticidad de su lenguaje, que es igual a la autenticidad de la sangre literaria que corre por sus venas abiertas al amor supremo, a ese amor que va más allá del amor, allí donde reside la forma de todo. De ese todo que Lucía Carmona nombra, como solo Lucía Carmona lo puede nombrar.
Sí. Tiene cuerpo el silencio. Y tiene la forma de lo que se puede tocar, palpar aún en la ausencia de la forma, aún en la ausencia de la dimensión táctil de la palabra ofrecida, sin embargo, con generosidad. Sí. Tiene cuerpo el silencio. Y lo sabemos ahora, finalmente, al visitar y revisitar las páginas de un libro que, abriendo de par en par las venas poéticas de su autora, nos permite descubrir eso que no se deja ver, pero sí nombrar con justeza. Porque no hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar.
LA VERDAD
No, no es cierto
que me hayan robado la memoria
ni el resplandor del mito.
Todo está aquí
en los mismos lugares
en donde creció
la enredadera voraz del poema.
Nadie ha llevado nada,
los torrentes que bajan del poniente
apenas humedecen la hora
pero yo estoy aquí,
sin diezmar el dolor
con el cuerpo de ayer,
erguido, puro.
Nadie se ha de llevar
ésta que soy.
LA AUTORA. Lucía Carmona nació y vive en Chilecito, La Rioja, Argentina. De su vasta obra poética nombraremos: «Hacia una tierra oscura», «Miserere», «Después de los andenes», «Las infinitas palabras», «Y Dios entre los páramos», «Poesía 1967-1987», «Pueblos de la memoria», «Flores sobre la herida» y «Raíz de extraño árbol». También ha escrito ensayos y cuentos, y se dedicó a la docencia y a la conducción de talleres literarios. Formó el grupo «Mamaquilla» que publicó un libro colectivo y la revista del mismo nombre. Entre sus innumerables premios y distinciones destacamos el «Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía». Su obra se incluye en antologías nacionales e internacionales y en revistas especializadas del país y del extranjero. Y en los diarios: Clarín, La Nación, La Prensa y El Litoral, entre otros. Presentando su obra recorrió gran parte de la Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Chile y Cuba. «Tiene cuerpo el silencio» (Editorial Palabrava, 2021) es su más reciente publicación.
(La presente reseña fue publicada en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)