La vida, esa mujer que danza

Ciertas relaciones se dan de una manera simbiótica, con una asociación tan íntima que supera toda necesidad de antecedentes, de vinculaciones previas. Así es como ocurre entre la vida y la danza, anudadas ambas al cuerpo de una mujer que les otorga sustancia con cada nuevo movimiento.

Flavia Pérez Ocampo lleva la danza en su ADN. Con apenas 26 años, pero con una determinación y convicción plenas, supo construir su universo particular. Ese espacio en el que día tras día deja fluir su pasión por el baile, pero también por trasladar sus conocimientos a las nuevas generaciones, esas pequeñas que llegan con apeñas 2 años a su Escuela De Danzas Árabes “Maia Dilshad”, donde comparte dirección con Lucía Villafañe, quien anteriormente fuera también su alumna. Llama la atención para su corta edad, la claridad de conceptos sobre los que Flavia se afirma para llevar adelante su vocación máxima: la danza árabe. Aquel “amor a primera vista” que se dio cuando tenía apenas 9 años y que aún perdura y perdurará, seguramente, porque como bien afirma no puede imaginar un solo día sin bailar, aún cuando ese amor se entremezcle con otras actividades, como los estudios en la Universidad.
Su pasión y su compromiso con la danza se traduce en una búsqueda permamente de capacitación y perfeccionamiento, asociadas siempre a una autoexigencia que la lleva a aferrarse a esa necesidad de alcanzar el más alto nivel, tanto a la hora de bailar como de transmitir sus conocimientos. Pero no se queda allí. Sabe que siempre se puede aspirar a un poco más. Como logró convencerse desde el primer día.
“Comencé en el año 2004 a tomar clases de danzas árabes. Tenía 9 años”, recuerda Flavia y, de inmediato, agrega con absoluta consciencia: “era chica pero no tan chica, porque aquí -en referencia a su Escuela de Danzas – vienen niñas desde los 2 años. Comencé a tomar clases en la academia Albaida; en ese momento la profesora era María Cecilia Saad y ella fue mi formadora. Todo comenzó como un hobby. Me gustaba ver espectáculos, me gustaba ver bailar. Mi mamá me llevó y quedé fascinada, me gustaba mucho la enseñanza”.
Claro que no pasó mucho tiempo como para que aquella pequeña Flavia pudiera demostrar sus habilidades innatas con la danza, más allá incluso que en su familia no hubiera antecedentes en este rubro, aunque sí en otros ámbitos del arte. “Mi profesora vio que tenía condiciones y insugirió que debía ingresar al profesorado. Siempre sentí mucha pasión por la danza, pero siempre me gustó también el arte en general. De hecho, y a pesar que hago esta danza en particular, me gustan todas las danzas y si fuera por mí, estudiaría también otras. Por razones de tiempo no lo puedo hacer, pero en su momento tomé clases de danzas clásicas para perfeccionar mi danza árabe, al igual que otras danzas. Me gusta aprender”. Esa vocación por el baile y por perseguir su crecimiento personal se estableció como una constante a lo largo de su carrera, lo que le permitió ir alcanzando sus objetivos en función de sus necesidades ligadas a la danza. “Durante el transcurso de mi carrera siempre fui muy comprometida. Me gusta, amo bailar y siempre tuve mucha capacidad para asimilar las correcciones; soy muy detallista, perfeccionista y en mi rol de profesora soy igual”, afirma Flavia.
De la Academia Albaida -filial del Instituto Superior Artístico de Buenos Aires- egresó en el año 2010 con la máxima calificación y con un nivel académico que se sustentó en aquel momento en examenes permanentes, y que ahora se desarrolla de la misma manera con las alumnas de su Academia. Ya en el año 2014 reaizó un instructorado que le valió el título de Maestra Instructora de Danzas Arabes con Capacitación, Actualización y Perfeccionamiento, sumando así nuevas instancias de formación. “Nunca me conformo con lo que sé o lo que tengo. Siempre voy por más. Dentro de la danza árabe están las danzas folkloricas, las danzas más modernas y otros estilos que se van fusionando y que necesito conocer y manejar”, cuenta. Y es que la danza, el baile, se fusiona con la otra gran pasión de Flavia: la enseñanza. “Empecé enseñando donde egresé, y estuve allí unos tres años; pero luego decidí abrirme cuando mi profesora cerró la academia, e iban a quedar chicas en el aire. En el año 2013 aproximadamente comencé enseñando en el Club Vial 8. Allí estuve unos dos años y se recibieron tres alumnas. Ya en el año 2015 nos trasladamos a esta nueva dirección”.
Flavia hace referencia a su Escuela de Danzas Árabes “Maia Dilshad”, ubicada en Pasaje San Cayetano esquina Coronel Lagos, del barrio San Román, donde cuenta con alrededor de 40 alumnas. “Al salón todos los años lo vamos reacondicionando, refaccionando, pensando en darle lo mejor a las alumnas, desde lo edilicio y desde el sentirse contenidas. Me gusta que vengan alumnas que tengan ganas de aprender a bailar. Recibimos desde los dos años de edad, con iniciación a la danza. Contamos con un equipo de muy buenas profesoras”, afirma. “El año que abrimos la escuela hablé a una colega profesora de danzas clásicas, que sabía que tenía muy buen manejo con las niñas más pequeñas. Desde entonces ella trabajao con nosotras. Las profesoras que tenemos son excelentes y estoy a cargo junto a Lucía Villafañe. El salón empezó desde cero, pero hemos crecido un montón y estamos muy agradecidas con la mamá de Lucía, con Mercedes, que nos colabora un montón”.
Es importante señalar, en este punto, que la bailarina no sólo dedica su tiempo a la danza, sino que también está cursando la carrera de Licenciatura y Profesorado en Psicopedagogía de la Universidad Nacional de La Rioja, donde cursa ya el último año. “El estudio creo que me dio un poco las herramientas para trabajar con personas de todas las edades. Siempre me gustó la psicología y la docencia y sentí que con esta carrera podía complementarlo todo”, afirma.

A primera vista
Cree que su relación con la danza fue un amor a primera vista y que desde aquel momento en que ingresó a un salón y pudo ver que estaba lleno de compañeras y que todas amaban bailar, comenzó a sentirse plena. Así es como ese encuentro se fue fortaleciendo con el tiempo, a fuerza de pasión y compromiso. “Con el transcurso de los año fui estudiando y encontrando referentes dentro del mundo de la danza con los que nunca pensé que iba a poder tomar clases. Mi relación con la danza fue como un amor a primera vista. Siempre me gustó y me sigue gustando y me ha llenado de satisfacciones, como seguir a grandes bailarinas con las que nunca pensé que podría compartir escenario. Una de ellas es Saida Helou. La veía siempre por videos, por internet, y el año pasado pude darme el gusto de estar con ella”.
Sin embargo, su amor por la danza no es ciego. Flavia tiene muy en claro que en el mundo en que se desenvuelve existe mucha competencia, por eso valora especialmente el hecho de poder compartir y asegura que “es muy importante y muy emocionante al mismo tiempo”.
“Creo que el ego no es malo, es necesario que tengamos una autoestima sana. Sin embargo, nunca me gustó la crítica que no sea constructiva; esa crítica tiene que servirle a la otra persona para crecer. Me pasó con colegas en el sentido contrario, pero siempre lo tomé como un aprendizaje. Personalmente mantengo una buena relación con la mayoría de las profesoras; cada una tiene su estilo, su forma de enseñar, y hay que respetarlo. Todos podemos equivocarnos, pero aprendemos de esas experiencias. No me interesa entrar en la competencia, pero sí creo que es necesario tener un ego bueno, que a uno lo haga sentir pleno. En lo personal me siento orgullosa del conocimieto que tengo, pero no me conformo con eso”.
Por otra parte, y puesta en la disyuntiva entre bailar o enseñar a bailar, Flavia no duda ni un segundo en afirmar: “amo las dos cosas”. Y va, incluso, un poco más allá. “Amo enseñar y sobre todo que la alumna entienda. Cuando enseño un movimiento trato de desmenuzarlo parte por parte para que la alumna lo comprenda y si el día de mañana tiene que enseñar, lo haga de la misma manera. Sigo tomando clases de danzas. Mi profesora en este momento es Silvia Flores, tiene un estilo muy lindo y se sigue capacitando y actualizando. El hecho de trabajar con las niñas hizo que de alguna manera me quede un poco en la danza. Pero si a uno le gusta y quiere algo busca la manera de conseguirlo, por eso sigo tomando clases, porque me pasa cuando bailo que me siento plena, así tenga una mochila super cargada con problemas. En ese momento soy yo y la danza. Es mi cable a tierra”.
Ese convencimiento es punto de partida y sostén al mismo tiempo. Ese amor por la danza y por su tarea le abre también las puertas hacia nuevas perspectivas en las que perfeccionarse es siempre la opción número uno, para poder dar así lo mejor de ella. “Tengo pensado estudiar otras danzas para poder incorporarlas; esa es como una especie de materia pendiente. Por eso también quiero recibirme, y así poder dedicarme 100 % a la danza. Poder viajar y capacitarme. Creo que puedo encontrar otro nivel afuera, pero considero que en La Rioja no estamos tan alejados por la razón que vienen profesores a capacitarnos. Hace algunos años atrás podía haber algún desfasaje en el nivel, pero con la capacitación cruzamos esa brecha y llegamos al nivel de provincias como Córdoba o Buenos Aires”, asegura.
Y lo hace con la misma seguridad con que responde cuando se le pregunta por cómo se imagina de aquí a 10 años. “Me imagino casada, con hijos. Ese esquema también entra en mi vida. Creo que mi mayor sueño es poder formar mi familia y me veo haciéndolo, pero también sé que me gustaría que la danza me acompañe hasta el último día; es un amor muy grande y no me imagino un sólo día sin bailar”. Y es que la vida, para Flavia, es esa mujer que danza.

SER MUJER

Sin embargo, no todo es sólo danza para Flavia Pérez Ocampo. El estar sumergida en su particular universo no le impide, no obstante, estar atenta a las circunstancias de lo cotidiano, donde su ser mujer también suele exponerse a los mandatos de una sociedad a la que considera y reconoce como machista, y que va despertando sus necesidades y demandas, que se ponen de manifiesto de diferentes maneras. Frente a esto, la bailarina, con pie firme, sostiene que “creo que hay tantos puntos de vista como personas. Cada persona tiene su punto de vista en relación al machismo, en relación a la sociedad actual, respecto del rol de la mujer. Vivimos en una sociedad que es machista, aunque es evidente que eso también se está dejando de lado, aunque aún estamos ligados a eso. Incluso hay mujeres que son machistas. Mi profesora siempre nos educó bien, tratando que nosotras respetemos nuestro cuerpo y nuestra persona cuando vamos a un show. Siempre pasa que hay algún desubicado. Pero creo que todo tiene que ver con la ética, con uno mismo, con el ejemplo que se le da a las alumnas y a los padres también. Parte más que nada por respetarse a una misma como mujer. Ese es un mensaje que trato de bajar a mis alumnas. Esta danza es como muy exhibicionista, muy sensual; personalmente tuve que pasar momentos desagradables y los sigo pasando, pero trato de explicar con respeto que esta es mi forma de trabajo, que somos mujeres y que se nos tiene que respetar”. “Cuando voy a algún show trato de no ir sola. Trato de informarme bien dónde sera el show, para qué personas. Trato de mantener un cierto perfil y que mis alumnas sigan la misma línea. No me incluyo dentro de los movimientos que están en la actualidad. Tengo mi pensamiento y mi ideología, pero no me sumo al conflicto. Creo que las que se llaman feministas son quizás demasiado susceptibles y no aceptan otras posturas; creo que ir al choque con personas que no están abiertas a otras posturas, no sirve. Sirve, en cambio, aceptar que hay otros puntos de vista. Estoy a favor de la vida y del amor sobre todo; que no haya violencia entre las personas”.

 

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