«Allá en el lejano Cono Sur, en mayo de 1591, el logroñés Juan Ramírez de Velasco, Alférez General de la Gobernación, tras consultar unos complicados mapas y los informes verbales de sus topógrafos, exclamó ante sus soldados, señalando desde lo alto de su caballo hacia un enorme cerro azul: – Henos aquí ante las entrañas mismas del oro y de la plata, a cuyo pie fundaremos la ‘Ciudad de Todos los Santos de la Nueva Rioja'». Así narra el enorme escritor Daniel Moyano en «El trino del diablo» el momento de la fundación de estos pagos. Un dislate geográfico que marcaría por el resto de los días el devenir de las carencias a las que nos acostumbramos. «- Agua, traedme agua, tengo mucha sed -dijo acabando de fundar la nueva Rioja, sudoroso, aflojándose la armadura, con una sensación térmica de unos 45 grados a la sombra».
Esto somos. Pero no somos sólo esto.
Mucho se habló en los últimos días del proyecto de cuasimoneda del Gobierno provincial, aprobado por mayoría en la Legislatura. Mucho se dijo, mucho se analizó desde diferentes perspectivas, desde distintos puntos de vista que intentaron sustentarse en sus ideologías económicas o políticas, abriendo siempre y de manera inevitable la grieta de pensamientos que, bajo ningún punto de vista, logran aproximarse.
En este bendito país y en esta bendita Rioja, todo indica que no es posible encontrar un punto medio, un punto de encuentro, un razonamiento colectivo que pueda aplicarse a un anhelo de construcción social que permita, al fin, abrazar los ideales del progreso de todos. Las redes sociales, en este punto, hacen su siempre flaco y triste aporte, convirtiéndose una vez más en reservorio de estados de ánimo fuera de control, opinólogos sabelotodo sin juicio (ni un mínimo conocimiento), defenestradores de pantalla, frustrados seriales y aniquiladores del lenguaje en nombre de vaya uno a saber quién. Y todo ello, en un combo de parafernalia e irresponsabilidad por parte de quienes deberían apelar al orden, pero prefieren aferrarse al caos, buscando siempre el rédito en la mezquindad, vanagloriándose en el ruido, distrayendo, poniendo el foco en lo vacuo, en lo carente de sentido.
Las motivaciones del Gobierno provincial a la hora de plantear una alternativa que, por lógica, genera polémicas están bien fundamentadas, más allá de que la propuesta en sí misma cause cierto escozor, tal vez porque en lo inmediato remite a tiempos económicos oscuros, a un país en caída libre, hundiéndose en sus propias miserias, arrastrándose en sus imposibilidades.
Nadie, bajo ningún punto de vista, podría decir que esto es igual a aquello. Sin embargo, hay cuestiones que muy peligrosamente se asemejan. Y hay, también, cuestiones de fondo que nunca cambian, que nunca se tocan, porque de eso no se habla. Por caso, la incertidumbre por el futuro próximo agobia sin pausa y con prisa a la gran mayoría de los argentinos (a excepción, claro está, de los pocos que se vienen beneficiando ampliamente con las medidas libertarias) y pone en jaque a más de un gobierno que, a diferencia de lo que ocurre por estos pagos, opta por el silencio cómplice a la espera de seguir obteniendo las migajas y habilitando, al mismo tiempo a los extorsionadores a los que ya estamos acostumbrados.
Para esos especuladores consuetudinarios, tal parece ser que el Gobierno de La Rioja decidió convertirse en el paria que queda fuera del sistema de las castas y he aquí, si se quiere, la mayor de las contradicciones para un Gobierno Nacional que, en principio y parapetado en un discurso que supo atraer a la mayoría de los votantes con espejitos de colores, vino a terminar, precisamente, con eso. La mala noticia, a esta altura de los acontecimientos, es que no sólo no lo hizo, sino que está definitivamente dispuesto a extender de lado a lado y lo más que se pueda esa brecha de injusticia histórica.
Ocurre que los señaladores de turno y los malintencionados de siempre (entre ellos retuiteadores de cotillón que incluso, pueden llegar a ser presidentes) van rápidamente al hueso a buscar roer, a intentar desgastar. Son, en este punto, los mismos que se ofrecen como garantes de una democracia ya de por sí endeble y que exigen a viva voz respetar los procesos, pero apuntan sus cañones a destruir sin más los procesos de los otros, de los que ubican en la vereda de enfrente, de los que por pensar distinto son blanco de aniquilamiento.
En nada se trata aquí de defender, mucho menos de sostener los aciertos o desaciertos de la Casa de las Tejas. La propuesta de cuasimoneda -en caso de ser puesta en marcha- deberá transitar el camino del tiempo que todo lo pone en su lugar y deberá el Gobierno -y el Gobernador-, en tal caso, asumir los costos que le correspondan, ligados tal vez a aspiraciones personales de ubicarse en el centro de una escena que seduce y que lo erige, sin dudas, en el Quijote que hace frente a los molinos de viento que vienen aplastando todo a su paso, no solo ahora, sino desde siempre.
Y es que las cuestiones de fondo, por caso, no son las que se abordan, pero son las que siguen minando a un pueblo que, desde su fundación, no hace más que tratar de hallar una cura a las heridas de una historia -y una naturaleza- que nunca le fue complaciente, pero a la que, no obstante, ha brindado hechos, hombres y mujeres incuestionables. Y lo sigue haciendo.
Cuestiones de fondo, que de eso se trata. Nada sería más sencillo, en esta instancia y tal como muchos lo afirman, que dar a La Rioja lo que a La Rioja le corresponde y por lo que viene luchando año tras año y más precisamente desde 1988, cuando un punto de coparticipación le fuera arrebatado. Si de hacer justicia se trata, sería todo un acto de justicia poner a esta provincia en igualdad de condiciones y después sí señalar con el dedo, si cupiera el caso. Sin embargo, puede que este sinsabor -sumado a tantos otros- sea la síntesis perfecta de una lógica de sometimiento no ya para el gobernante de turno, sino para quienes habitamos esta tierra de caudillos (mal que le pese a muchos).
Desde el año 1988 hasta hoy -sólo por hacer referencia a esta breve parte de la historia- pasaron por Casa Rosada el mismísimo Carlos Saúl Menem, Fernando de la Rua (fugaz y para el olvido), Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saa, Eduardo Camaño y Eduardo Duhalde (en seguidilla de presidentes), Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner (por dos), Mauricio Macri y Alberto Fernández. En todos los casos, los mandatarios provinciales de turno debieron someterse, irremediablemente, a tener que mendigar puerta por puerta recursos extracoparticipables, atados siempre a la buena -o mala- voluntad del mandamás en ciernes, mientras los legisladores provinciales a nivel nacional intentaban (algunos, no todos, hay que decirlo) en vano subsanar ese «desliz» que no tuvo otra intención que «disciplinar» a quien por entonces aspiraba a llegar a la presidencia de la Nación (cuestión que finalmente ocurrió).
El hecho, del que poco y nada se dice en el fragor de lograr el desprestigio de quien hoy conduce los destinos de la Provincia, sólo puede ser ubicado en el terreno de la humillación; terreno siempre movedizo y servil que brinda a los poderosos el gozo de poner a sus pies a todo aquel que exprese las verdaderas consignas de la libertad, que no pueden ser otras que las ligadas a la autodeterminación de los pueblos y al esencial derecho de regirse por los preceptos de las cruciales batallas que libraron hombres de la talla del Chacho Peñaloza o Facundo Quiroga, brutalmente asesinados por quienes se presentaban ante la sociedad como la civilización frente a la barbarie.
Fue la cabeza del Chacho la que se expuso en una pica en la plaza de Olta durante varios días, igual que en la actualidad se expone sin miramiento alguno y al calor de las redes a todo aquel que se atreva a seguir enarbolando las banderas de un federalismo que es declamado por muchos -muy especialmente en tiempos de campañas políticas-, pero que nunca llega en lo concreto porque el federalismo implica en sí mismo el ejercicio de justicia que requiere de hombres que entiendan que ese ejercicio de justicia debe ser un valor al que se debe honrar con la vida, en lugar de hacer del poder un elogio del apriete, de la amenaza.
Es aquí, precisamente, donde radica la sustancia de lo inadmisible, pero que sigue ocurriendo: en la mirada discriminatoria y sesgada del centralismo sobre los «bárbaros» que aquí habitamos. Somos, o deberíamos ser (para ellos) el hueso que hay que roer y desgastar. Somos o deberíamos ser la carne de cañón de los señaladores de turno y los malintencionados de siempre, de quienes extienden su limitada y sesgada visión sobre un territorio signado por carencias, pero que se rearma con cada nuevo día. Somos el anhelo de una construcción social que debe somenterse, una y otra vez, al reservorio de estados de ánimo fuera de control, a los opinólogos sabelotodo sin juicio (ni un mínimo conocimiento), a los defenestradores de pantalla, a los frustrados seriales y a los aniquiladores del lenguaje.
Somos o deberíamos ser (para ellos) los parias: los marginales, los explotados, los invisibilizados como integrantes decisivos de la sociedad, los estigmatizados por la marca del desprecio, los condenados a la ofensa y el escarnio. Somos o deberíamos ser (para ellos) los cabecitas negras que hay que seguir disciplinando, los que dormimos la siesta, los que dormimos la vida. Esos a los que, por nada del mundo, hay que dejar crecer. Somos eso que nos quieren hacer creer que somos.
Pero, entérense, somos mucho más que eso. Porque somos, entre otras cosas, 432 años de supervivencia.