Más que danzar

Dueña de un carisma muy especial y poseedora de un talento que se manifiesta desde que era muy pequeña, Carolina Sotomayor se abre paso en el mundo del baile, pero también en el de la docencia, en el canto y en la actuación, abriendo así el espacio para su quehacer multifacético y sin limitaciones.

Carolina Sotomayor es una de esas personas a las que no se puede -ni se debe- encasillar. Ella misma lo dice: «ese es el punto; ese es mi propósito». Y a decir verdad, si de propósitos se trata, lo viene haciendo muy bien. Aunque, por otra parte, también puede definirse con mucha simpleza y sinceridad: «soy curiosa y atrevida». Dos cualidades que la han llevado, en sus cortos 22 años, a desandar un camino repleto de sorpresas y de logros; de asombro y conquistas. Y es que Carolina Sotomayor es también una de esas personas en las que habitan multiplicidades de factores que se van ensamblando en un delicado rompecabezas que no termina de armarse, pero que va tomando forma, aún en lo inesperado. Y esa energía vital que ofrenda siempre con una sonrisa al alcance de la mano.

Carolina Sotomayor es, por identificación casi natural de quienes la van conociendo y reconociendo a partir de su oficio diario, «la chica que baila». Pero es, al mismo tiempo, mucho más que «la chica que baila». En ella conviven diferentes expresiones artísticas a las que fue asistiendo -y a las que asistirá- a medida que fue deshojando las horas de un reloj biológico que, no obstante, cuesta sincronizar con esa inquietud imposible de frenar y que la va llevando por la vida a un ritmo muchas veces frenético, pero siempre consciente de si misma y de sus posibilidades igualmente ilimitadas. 

Puede bailar, sí, y lo hace. Pero también puede cantar y lo hace. Y también puede actuar y lo hace. Y también puede improvisar, y lo hace. Y puede estar frente a una cámara, frente a un micrófono, y lo hace. A veces un poco de curiosidad, otras veces un poco de atrevimiento. Pero siempre, siempre, mucho amor, responsabilidad y compromiso con lo que hace, a lo que suma una cuota saludable de desenfado y otra de adaptabilidad al medio y a las circunstancias, que jamás la detienen en la consecución de sus sueños. Así, desde que hace uso de su memoria. 

AQUELLOS COMIENZOS INOLVIDABLES  

«Empecé bailando folklore desde muy chiquita, cuando tenía cuatro años; Empecé con mi mamá», recuerda con una sonrisa (siempre a flor de labio) que se pinta de nostalgia. Y en ese recordar junto a 1591 Cultura+Espectáculos vienen rápidamente a su mente, como fotografías, aquellos primeros pasos en los que su mamá fue una influencia central. «Me acuerdo mucho de las clases de mi mamá como profe; eso es lo que me quedó y ahora también soy profe», se aclara. Pero en ese aclararse puede ir, incluso, un poco más atrás. «En realidad empieza antes. Tengo flashes, memoria de una tía que ya falleció y que me hacía escuchar Shakira; música latina en realidad, pero a mí lo que más me quedó, lo que más me llamaba la atención fue Shakira. Eso de mover las caderas me lo mostraba mi tía y yo hacía eso con la canción «Ojos así» que con el tiempo, cuando cumplí mis 15, la terminé bailando y cantando en mi fiesta. Invité a toda La Rioja para que me vieran; ese fue mi primer intento de hacer algo por mí misma en público». 

Los recuerdos le brotan, ahora, como desde un principio le brotó ese interés por el arte y, particularmente, por la música, a lo que naturalmente se fue asociando su afición incansable por el baile, por la danza. «Me gustaba la música en general; en mi espacio, en mis lugares había mucha música», cuenta y a su memoria van retornando esas melodías de un entorno familiar que, de pequeña, le invadió todos los sentidos. Aunque, tal y como lo recuerda, fue en la escuela que esos sentidos se abrieron a otros universos, a otras posibilidades. 

«En la primaria del ISAE, ya era la chica para los actos. Estaba en todos, bailaba folklore, actuaba, hasta que en el mismo ISAE, cuando tenía unos siete años, empezó a dar clases por la tarde una profesora (Eliana Aguilar), de ritmos y estilos. Ella nos daba diferentes danzas: salsa, árabe, brasilera, folklore, merengue, un poco de todo. Fue así que empecé a escuchar música diferente, incluso reggaetón. Desde que encontré esa profe, esas danzas y tanta música diferente en una hora de clase, dije: ‘hay un montón de cosas’ y quise seguir bailando; todo se dio por esa clase, por esa profe». 

Despegar del folklore, que había sido la gran influencia desde pequeña, no sólo a partir de su mamá, sino también de su abuelo (con dos CD editados) fue como abrir las alas y desplegar un vuelo del que ya no habría retorno. Siempre hacia adelante. Siempre con ese objetivo en la mira, aún cuando no pudiera visualizarlo tan claramente en ese momento. Era, como suele ocurrir con el arte, una pulsión incontrolable que se iba dejando ver a partir de pequeñas señales que, con el paso del tiempo, fueron encontrando su esencial sustento. 

«Mientras todos salían a la siesta a jugar, yo me quedaba a ver los canales de música. Buscaba eso y encontraba todo ese mundo en inglés que me llamaba muchísimo la atención. Me quedaba viendo videos de artistas que no conocía, pero toda la producción que veía me atraía mucho. Como no podía elegir los videos porque no tenía internet en casa, me quedaba a esperar a que llegue el video de Shakira, en el que aparecía con una pollera blanca y una remera naranja; me ponía lo mismo y copiaba lo que ella hacía. Después me juntaba con mis amigas, les hacía escuchar esa canción que hacía que un tío me grabe, y jugaba a ser profe. En mi casa, en el patio, con un grabador en la puerta de casa, en la vereda. Siempre fue también una influencia muy grande de la televisión», cuenta. Y, de inmediato, viene a su mente otro recuerdo fundacional. «A los 3 años me llevaron al Jardín de la Tele, en Canal 9. Me llevaron a cantar y a bailar Bandana. Veía la Tele y todo el tiempo era: ‘mami quiero ir’, era todos los días así. Entonces un día me llevó mi mamá en la bici, me acuerdo mucho de eso. Ahí bailé y canté; se me vienen los recuerdos» dice, mientras su mirada se escapa hacia otros tiempos, como cuando veía también en la tele el programa «Cantaniño» y soñaba con estar ahí.

ENTRAR EN EL PERSONAJE, SALIR HACIA LA LIBERTAD

Aquellas inquietudes que surgían desde la música y que se afincaban en el baile, no obstante, no quedaban solo allí. La inquietud de aquella pequeña, sumada a la concatenación de hechos externos, hicieron que en la vida de Carolina Sotomayor todo se fuera dando en un cierto orden natural, sin que ella pudiera notarlo siquiera, pero si asimilarlo de una manera única. «En la escuela me empezaron a dar teatro; Hernán Jiménez fue mi primer profe, también en el ISAE. Esa posibilidad surgió también en la escuela y a mí me llamó mucho la atención. Por aquel tiempo, recuerdo, veía la serie ‘Los simuladores’ y quería estar ahí. Me llamaba mucho la atención el mundo de la tele y quería estar ahí, pero no sabía que podía ir a clases para poder estar en la tele. Cuando descubro las clases de teatro, en la escuela, entendí que la cosa podía ir por ahí», afirma, para luego reafirmarse en su vocación ya latente: «En todas las obras estaba ahí, de cabeza; era el comodín de todos los profes».

Claro que el teatro no sólo le dio la posibilidad de «entrar en el personaje», tal como lo afirma y de ser «el centro de atención». El teatro fue también una puerta abierta hacia la libertad para una infancia en la que no todo era color de rosa y en la que tuvo que soportar situaciones por las que ningún niño o niña debería atravesar. «El teatro era como salir de ahí, de ese lugar oscuro. Era todo ese contraste que se producía de de bailar encerrada en mi pieza, a estar en el escenario. En la escuela podía tener como ese minuto de fama, de libertad y que te digan que estás haciendo las cosas bien, un espacio en el que me sentía aceptada. Hoy puedo decir que todo lo que reprimí siento que se disparó, que salió a la luz».  

El teatro fue para Carolina, también, parte de una búsqueda que se intensificó a partir de que en la escuela ya no hubo más espacio para esa disciplina artística. Fue entonces que, como por arte de magia (tal y como suelen ocurrirle las cosas) apareció el Centro Prodanza, donde se encontró con la profesora Ileana Páez. «Hice un año teatro, pero ahí mismo, mientras iba a las clases de teatro, al lado había clases de reggaetón. Yo hacía teatro, pero seguía bailando y cantando en paralelo y me empezaba a llamar más la atención el baile. Fue así que me metí a clases de reggaetón, salsa y bachata. Yo quería bailar. No sabía en ese momento que la danza se dividía en diferentes ramas; para mí la música era música y yo quería bailar la música, yo quería bailar. No entendía que para ser bailarina de salsa tenía que ir a bailar tres años de salsa», afirma, siempre con una sonrisa. 

Y otra vez: un poco de curiosidad y otro poco de atrevimiento. «Seguí haciendo teatro y danza; hice también el intento de ir a piano y canto, pero fue por poco tiempo. Me compraron un piano, que al poco tiempo dejé de tocarlo. Y es que no podía estar sentada. Le mostraba videos a la profe de piano de cómo bailaba yo en mi casa. Me acuerdo que la profe me decía ‘la risueña’, algo que siempre me caracterizó. La gente siempre me tenía como graciosa, alegre, carismática. Me lo dicen hasta ahora».  

Ocurre que aquella pequeña que iba entrando ya en su adolescencia, anteponía siempre una sonrisa a los cambios, a las modificaciones externas que incidían directamente sobre su día a día. «Con mi mamá nos íbamos mudando por diferentes circunstancias; vivía menos de dos años en cada lugar y un día, cuando nos mudamos al barrio Evita me entero que había un lugar artístico y me mandé a preguntar; además, me doy con que era cerca de la casa de una amiga. Allí daban teatro, bailaban y cantaban: era Universo Fosse. Entré, hice la entrevista que tenía que hacer y estuve tres años y medio. Por aquel entonces tenía 14 años y ya estaba como a full con Facebook y subía todo el contenido que hacía cantando, bailando, los primeros videos, las fotos. Empezó a ocurrir que la gente me iba a ver al teatro, donde tuve papeles bastante importantes, cantaba sola al frente de un montón de gente».   

Fuero, para Carolina, tres años y medio de comedia musical que dejaron una huella su trayectoria personal. «Esa fue como mi escuela más grande, la más importante. Me marcó mucho y siempre lo agradezco. Aprendí mucho sobre técnica de teatro, de danza y me dieron grandes oportunidades, ya en un espacio más profesional». 

Como dicen por allí: El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse humana, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Y que se liberen. También que se liberen. Igual que Carolina.

TIEMPO DE CRECER

Luego de aquellos tres años y medio de comedia musical, llegó la hora de pegar el salto hacia una instancia superior. Esperaba la Universidad y a Licenciatura en Artes Escénicos, en la mención danza (como era de esperar, y sin sorpresas ni sobresaltos). La era de la madurez, llegó para Carolina de la mano de decisiones que mucho tenía que ver con llenar espacios vacíos, completar instancias inconclusas. «Entré porque sentía que tenía algo pendiente con lo clásico y con lo contemporáneo», cuenta. Y agrega: «En la Licenciatura te enseñan esas danzas que son como madres, académicas. Mi pensamiento en aquel momento fue que el teatro se me daba, que me salía de manera natural. La danza, en cambio, sentía que llevaba una disciplina a la que tenía que trabajar. En ese momento me interesaba aprender la técnica que me ayudara a encontrar algo más profundo en mí; sentía que me faltaba eso y que tenía una deuda, algo pendiente. Y en definitiva, la mayoría comienza por ahí, por lo clásico, que a mí no me gustaba tanto, pero lo contemporáneo sí». 

Sin embargo, y a pesar de comprender que su recorrido con la danza muy probablemente había ido en la dirección inversa, su apertura y ductilidad para el aprendizaje y la asimilación de nuevos conceptos la encontraron adaptándose rápidamente a otros escenarios que le resultaron sumamente atractivos, como el da la Improvisación, en donde se destacó por sobre el resto. Tanto fue así que los hechos no tardaron demasiado en sorprenderla. «Estaba en primer año de la carrera, en la materia Improvisación, y Ernesto Brizuela, que es el actual Director del Elenco Estable del Teatro Municipal llevaba a sus alumnas a tomar clases en una especie de intercambio de saberes. El me veía en estas clases y fue así que un día me invitó a hacer una entrevista. Hablé con él, tuve mi entrevista, pero lo cierto era que nunca había hecho teatro de manera profesional. En menos de un mes ya estaba contratada y trabajé en el Elenco Estable Municipal durante un año, con papeles protagónicos. Aprendí un montón de Ernesto, fue sin lugar a dudas una súper experiencia», asegura, no sin ese dejo de asombro por la manera en que se fueron dando las cosas. 

Ya en segundo año de la Universidad, llegó otra experiencia enriquecedora y que tuvo mucha repercusión, no sólo dentro del escenario de la comedia musical riojana, sino también en lo personal. «Siesta el musical», proyecto de Germán Gordillo que marcó un antes y un después dentro del teatro riojano, la tuvo como protagonista, prácticamente sin haberlo buscado. Una vez más, el tiempo y las circunstancias hicieron de las suyas para que Carolina, además, hiciera a un lado su costado más «vulnerable», como ella misma lo define: el canto.

«Se hizo una convocatoria, un casting, dos castings en realidad, y yo no fui a ninguno de los dos porque había que cantar. Pero un día me llamó Germán Gordillo para pedirme que lo hiciera. Nos conocíamos de Fosse y yo lo admiraba a él, y eso me daba más miedo aún. Me hizo vocalizar y quedé y me dio el personaje de la Chinitilla, la protagonista. Me motivó mucho para salir con toda la furia a hacer la obra; me ayudó a sacar lo mejor de mí y fue otra gran experiencia que se dio mientras iba cursando la Universidad». 

Tiempo de crecer y de asumirse en ese crecimiento en el que todo se iba ensamblando. «Me habían puesto a prueba en una escuelita de danza, reemplazando a un profe. Se había dado ya por juego, que armaba coreografías para las chicas que cumplían 15 años. Pero la verdad es que hacía desastres (risas), aunque a la gente le servía; es parte del proceso. Lo cierto es que nunca había dado una clase, pero había empezado con las clases de la Universidad y tenía esa mirada hacia las profesoras; más que aprender yo, aprendía cómo enseñaban ellas, me fijaba en el método de aprendizaje, me llamaba mucho la atención la pedagogía y me di cuenta que era así cuando di mi primera clase. Cuando era chica no quería saber nada con ser profe, quería ser actriz, bailarina. Me parecía que no era esa mi misión, pero ese día que di esa clase, me encantó y no podía creer que me había gustado tanto». Tiempo de crecer. Y crecer, es también poder cambiar los puntos de vista, las aparentes certezas, para asumir los nuevos desafíos, esos que se van presentando en el camino. 

«Dar clases es lo que más me llena hoy, es mi lugar en el mundo, porque me siento una más aprendiendo. Siento que enseñar es aprender dos veces porque estás entregándole tus saberes a otra persona, pero cuando esa persona te hace una pregunta tenés que deconstruirte y ponerte en el lugar de esa persona. Tengo mucho por aprender todavía, estoy conforme con lo que aprendí, con lo que estoy aprendiendo y sé que voy a seguir aprendiendo». 

LA CHICA QUE BAILA

Es imposible encasillarme y ese es mi propósito: que no me encasillen. Ese es el punto; no quiero que me encasillen porque siento que se convertiría en una limitación. Me puse la chica que baila porque la gente dice eso de mí; pero no me molesta, porque entiendo que así se ve, aunque no es lo que soy. Soy muy curiosa y soy una atrevida. Me gusta atreverme a probar cosas nuevas. Eso es lo que me gusta y así me atreví a todo lo que hice y así la vida me fue llevando. Meterme a clases de danza cuando estaba haciendo teatro; suplantar a un profesor, meterme en un Elenco Estable Municipal sin haber actuado profesionalmente, conducir un programa. Ahora estoy en una radio. No sé cómo se hace eso, pero quieren mi energía.

EN OTROS ESCENARIOS

Siento que siempre fui recorriendo mis sueños. Un profe de danza no es sólo un profe de danza, son bailarines que te dan una clase coreográfica. Yo te entreno, te doy una coreo que luego la subís a tus redes. Nunca pasaba antes que tomaras una clase, te filmaras y lo subieras a Instagram como si ese espacio virtual fuera un escenario. Me siento una bailarina conocida dando clases y cada coreografía que sale bien se sube. Eso ayuda a que la gente vea cómo bailo, pero también siento como que se alimenta un poco esa cosa de la bailarina, de la actriz, que es lo que me caracteriza, que es la actitud. Bailo por eso y dar clases me da la oportunidad de poder mostrarme en otros escenarios. 

LA PROFE DE HEELS

El Heels Dance es un nuevo estilo de baile en tacones, muy en auge en Estados Unidos y que, poco a poco, se va introduciendo en nuestro país. Se caracteriza por bailar música urbana sobre tacones altos, combinando la sensualidad con las coreografías enérgicas. «La clase, como yo la doy, pasa por la técnica de enseñarte a manejar el zapato, desde caminar, que no es lo mismo la caminata bailada que de pasarela. Hay que enseñar danza contemporánea sobre tacos, el manejo del cuerpo arriba del taco. Es súper sensual; el solo hecho de tener el taco ya te estiliza y tiñe todo el cuerpo de sensualidad. Como yo lo defino es una disciplina en la que aprendés a manejar los tacos, pero primero tu cuerpo, tu postura, los atributos femeninos. Empecé a dar este año, me empecé a capacitar en eso también. Las alumnas vienen y saben que yo lo hago a mi manera. Lo toman o lo dejan».

INFLUENCER

Dejo que todo vaya pasando, siento que una cosa lleva a la otra, todo lo que me vino pasando no lo busqué, más allá de tomar clases. Nunca había ido a una obra del Teatro Municipal; no fui al casting de Siesta, y así con todo. Son cosas que se dieron. Dejo que la vida me sorprenda y hasta ahora me viene sorprendiendo re bien. Hace varios años que mi cuenta es famosa, por así decirlo. Instagram me abrió mucho las puertas, tener más alumnos, bailar en más fiestas. Esa parte que me dicen ahora de influencer, siento que se me da también de manera natural. Actualmente me dedico a la docencia, soy coconductora de Feeling TV y parte del staff de Feeling Producciones. 

Fotografías: GABRIEL GIANNONI / NICOLÁS LEAUTIER / SANTIAGO LUNA

(La presente entrevista fue publicada en el suplemento 1591 Cultura+Espectáculos de diario NUEVA RIOJA

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