Con su baile llena las noches en los bares de La Rioja, llevando consigo, en cuerpo y alma, la icónica figura de uno de los ídolos más trascendentales que haya dado la música a nivel mundial. Así desanda su camino, así escribe su historia Simoon Jackson (Simón Jabif), el hombre detrás del traje: construyendo y reconstruyéndose al mismo tiempo. Desde la pasión por la danza, que lo acompaña de pequeño, y el amor y la admiración por el rey del pop, al que devuelve a la vida con cada nuevo movimiento.
Michael Jackson fue el artista que cambió a la industria musical desde los videos, su enigmática personalidad y la rotunda popularidad de sus canciones. Desde la nada misma, logró llegar a ser el número uno del show business porque, como nadie, comprendió en qué época se desarrollaba su carrera. Un diamante en bruto que fue siempre, además, un foco de atracción constante. Y lo sigue siendo, a tal punto que su manera de concebir la música y de expresarla con su humanidad sobre un escenario generaron y generan un fanatismo que atraviesa a todas las generaciones y traspasa todas las fronteras, enquistándose hasta en los más remotos e impensados lugares; allí donde sus seguidores mantienen encendida la llama fulgurante del rey del pop. Y La Rioja, claro está, no podía ser la excepción.
Ese amor por el ídolo tiene aquí, en nuestros pagos, un fiel representante que se encarga de llevar por los bares, por las fiestas privadas, la imagen plena de quien en vida dio forma a canciones imbatibles, videos que rompieron todos los esquemas, bailes imposibles, un sofisticado trabajo de marketing y, claro, una misteriosa personalidad que lo catapultaron al estrellato. Ese estrellato al que solo llegan los grandes (con sus aciertos y sus errores), pero que desde el alma de sus fans alcanza la categoría de terrenal, gracias al talento y un minucioso trabajo, al detalle, para lograr aproximarse al máximo a lo que Michael Jackson encarnó: un artista único e inigualable.
Simoon Jackson (Simón Jabif) sabe -mejor que nadie- de qué se trata eso de llevar al mito hacia la realidad, añadiendo a ese talento y ese minucioso trabajo en el que se embarca siempre que está por encarar un show, esa cuota de profundo respeto y admiración por el genio de la música y por el eventual público al que se pueda enfrentar. Así es como, de un tiempo a esta parte -pandemia mediante- se ha convertido en un artista esencial e indispensable, llevando por las calles de la Ciudad la música y el baile de Michael Jackson como un estilo de vida, en todos los sentidos que puede abarcar la expresión. Es, por lejos, el mejor en lo suyo. Es, además, el único. Pero no están dadas estas características por una definición meramente numérica, sino por su entrega sustancial, por su aprendizaje permanente y por la inquietud que lo lleva a salirse de las zonas de confort para cruzar, así, al otro lado, a ese espacio en que los sueños se cumplen porque se persiguen hasta la última instancia.
De esa manera, el «Michael riojano», como el mismo se define en sus redes sociales y como lo demuestra en cada actuación, va escribiendo su propia historia, saliéndose de las historias paralelas y por todos conocidas.
PUNTO DE PARTIDA
Se reconoce fan de Michael Jackson desde pequeño. A los 6, 7 años, cuenta, tuvo su primer «encuentro televisivo» con el ídolo, que por ese entonces desarrollaba una gira musical que lo trajo por Argentina. Aquella imagen que le llegaba desde la pantalla lo impactó y marcó para siempre. «Cuando lo vi empecé a insistir para que me compraran los cassettes, los VHS, y ahí empezó a crecer mi fanatismo. Empecé a escuchar su música, a ver sus bailes y me enamoré. Siempre quise aprender a bailar como él y además de eso siempre me atrajo mucho lo que es la cultura del hip-hop, que es una de las influencias que él tomó en cuanto a la danza».
Así comienza la charla de 1591 Cultura+Espectáculos con Simoon, quien lleva estampada en su remera la imagen del ídolo como una carta de presentación. «Billie Jean es mi canción favorita, la que más recuerdo desde niño y la que siempre quise hacer», agrega y así va dando las primeras pistas sobre cómo nació la admiración que aún hoy profesa por el rey del pop y que, al margen de lo contemplativo, se convirtió en una manera de sobrellevar los duros tiempos de la pandemia, cuando tuvo que dejar atrás un emprendimiento que había desarrollado junto a su familia por cinco años y tuvo que salir a hacer frente a la vida.
Paradójicamente, fue desde ese contexto de dificultad que Simoon pudo reencontrarse. «Tomaba clases de hip-hop cuando era niño y lo hice hasta los 11 años aproximadamente. Luego dejé porque no tenía quién me enseñara; el profe que me daba se fue a vivir a otro lado y no conocía a nadie que enseñe esos estilos», recuerda.
Así fue como de pronto se apagó momentáneamente aquel sueño y emprendió otros caminos que lo alejaron de la danza y de Michael Jackson, hasta que «hace dos años atrás empecé a estudiar coaching ontológico y eso me llevó a encontrarme nuevamente con mi ídolo. En una de las dinámicas propuestas tenía que tomar un artista para representar, y entre esos artistas estaba Michael. Siempre me gustó, así que decidí tomarlo, después de 15 años, había pasado mucho tiempo. Fui ensayando, empecé a buscar los pasos en internet para ensayarlos. Hice la presentación y la verdad que fue muy loco, tuve que actuar frente a más de 50 personas y la verdad que fue muy loca la recepción; se asombraban de los movimientos, que eran similares, pero muy amateurs en ese momento, pero se asombraban por la similitud».
Aquella actuación fortuita fue, sin embargo, el punto de partida hacia un regreso emocional que movió todas las piezas. Aun cuando en un primer momento la idea fue hacerlo por hobby y no como una profesión, el impulso lo llevó a retomar las clases de hip-hop y a seguir ensayando. «Un día le mostré a un amigo la presentación que hice y me invitó a participar en un evento que se llamaba Burger Fest, y que se hacía en el Predio Ferial. Estuve prácticamente todo un mes ensayando Billie Jean porque quería hacerlo mejor. Hice la presentación y también fue muy linda la recepción de la gente; me bajé del escenario y me contrataron para una cena. Ni siquiera sabía cuánto tenía que cobrar, no tenía idea, porque lo hacía porque simplemente me gustaba».
De allí en más, no hubo marcha atrás. Para Simoonn fue como «renacer en mi vida, un antes y un después». Y en ese renacer, en ese antes y después, se vio nuevamente «como si fuera aquel niño frente a la pantalla, viendo el video de Michael Jackson, diciéndome ´mirá todo lo que dejé pasar’, al punto de largarme a llorar sin siquiera saber por qué y luego, reflexionando, fue como esa felicidad de haberme encontrado, de haberme vuelto a conectar conmigo y con su música, que hoy es mi mayor inspiración, igual que lo fue siempre. La verdad fue así, muy loco también el hecho de volver a tomar clases de danza con todos los condicionamientos sociales de ‘cómo vas a ser tan grande para tomar clases con niños’, cosas así que tenemos en nuestra sociedad. No me importó nada. Dije quiero hacer esto porque es lo que siempre quise hacer».