El escritor cordobés José «Pepe» Novo presentó su último libro, «Papeles del Café Gijón» en la Casa de Córdoba en Buenos Aires. Un encuentro en el que no faltaron las anécdotas inolvidables ni los artistas que, junto al autor, pusieron sobre el escenario talento y emociones en entrega genuina.
No faltaron las emociones. Fueron transmigrando a lo largo de la noche entre abrazos y encuentros, en un punto en que el aroma a café envolvió las nostalgias de anécdotas compartidas en tiempos que regresan. El escritor cordobés José «Pepe» Novo -tal como lo había hecho ya en la última Feria del Libro de La Rioja- llevó su poesía reunida en su último libro «Papeles del Café Gijón» a la Casa de Córdoba en Buenos Aires. Y desde allí, destapó el fluir de un aire que se extendió por el recinto entre acordes de una música inolvidable.
No faltaron las emociones. Fueron transmigrando a lo largo de la noche entre abrazos y encuentros, en un punto en que el aroma a café envolvió las nostalgias de anécdotas compartidas en tiempos que regresan. El escritor cordobés José «Pepe» Novo -tal como lo había hecho ya en la última Feria del Libro de La Rioja- llevó su poesía reunida en su último libro «Papeles del Café Gijón» a la Casa de Córdoba en Buenos Aires. Y desde allí, destapó el fluir de un aire que se extendió por el recinto entre acordes de una música inolvidable.
¿De qué estamos hechos los seres humanos?
Seguramente hoy, aquí, como ocurrió anteriormente, podríamos estar horas y horas debatiendo en torno a esta pregunta casi existencialista, al igual que ocurre con tantas otras cuestiones que el propio poeta, en su incansable tarea de indagador del universo que lo rodea, pone en duda, para ofrecer luego una justa recompensa: «Si alguien me explicara cómo se encuentra el amor / le daría una propina suculenta de uvas y laureles / unos besos morados de vinos y nomeolvides / para que sepas de una vez por todas y para siempre / que hice todos los esfuerzos posibles por encontrarte». Sin embargo, volviendo a la cuestión primigenia, es decir a los orígenes de nuestras hechuras, caprichosamente tomo al azar la definición que hace pie en la posibilidad de estar literalmente conformados por «polvo de estrellas», probablemente ?y vuelvo aquí a lo antojadizo- porque se trata de una de las ideas más científicamente poéticas que se ha cultivado. En este sentido, a través de los siglos más de una voz advirtió esta constitución sideral en el ser humano, basada fundamentalmente en un antiguo proverbio: «Sé humilde pues estás hecho de tierra. Sé noble pues estás hechos de estrellas». Y algo de esto, o mucho de esto, nos evidencia «Pepe» desde su poesía, con la misma fuerza de las certezas que lanza al viento cuando afirma: «Entre tu amor y un atardecer en Valparaíso / prefiero los accidentes geográficos de tu cuerpo / tus ojos negros y tus labios morados de deseo», o cuando promete: «Nunca más pensaré en el rumbo del mundo / ni indagaré en los laberintos del alma / jamás me ocuparé de estudiar arameo / ni de la intensa luz de las estrellas del sur / nada de esto haré si me besas como anoche».
Pero, una vez más: ¿De qué estamos hechos los seres humanos? A principios del siglo XX, el influyente escritor, poeta, pintor y mago ceremonial inglés Aleister Crowley promovía la idea de que «cada hombre y cada mujer es una estrella». En los tiempos más próximos, en tanto, el rockstar del cosmos, Carl Sagan, advirtió, por su parte que «el cosmos está también dentro nuestro. Estamos hechos de la misma sustancia que las estrellas».
Ahora, en serio, ¿de qué estamos hechos los seres humanos? Seguramente, muchos de nosotros nos hayamos hecho esta pregunta, casi sistemáticamente, observando la borra del café en una tasa vacía; intentando leer, tal vez, algún que otro designio que pueda ligarse, estrecharse o conjugarse en lo cotidiano, en lo común y corriente que nos toca, como toca también al escritor, para ponerlo a nuestra misma altura, aunque siempre con mucha más solvencia, prestancia y eficacia: «Cae la lluvia y escribo tu nombre / comienza la película de la memoria / escenas inolvidables besos estridentes / cuerpo a cuerpo batalla campal / la música del amor a todo volumen / los últimos gemidos el último abrazo / nos asfixiamos nos ahogamos nos morimos / una mortaja de silencio nos envuelve / apenas un cigarrillo y resucitamos / y otra vez la lluvia los besos el amor».
En esto, precisamente, en lo terrenal y cotidiano, queda claro, estamos lejos de poder considerarnos estrellas. Apenas polvo, quizás, queriendo dejar huellas sobre este amplio compendio que es el mundo que nos contiene. Y que no nos soplen, luego, los vientos; y que no nos desaparezcan, más tarde, las voraces recicladoras de la memoria. Porque a decir verdad, como magistralmente lo pone en palabras el poeta «Cada uno tiene su propio vendaval /arrasador inhumano inesperado / como un balazo a la frágil mariposa».
Y es que, a decir verdad, ¿de qué otra cosa estamos hechos los seres humanos que no sea de nuestra frágil pero persistente memoria como mariposa baleada? Memoria de cristales desde los que observamos el afuera como reflejo del adentro; de nuestro adentro. Memoria de cristales de un bar, de un café y de su aroma, y del vapor caliente tocando las puntas de nuestras narices, como cuando «Pepe» amanece y abre la ventana y corre la cortina y en la habitación entra una luz como la mirada de su madre y el cielo resucita de su muerte nocturna y es un día más o un día menos, según como se mire. Pero siempre, siempre, una invitación a la vida. Y a observar la vida pasar a través de los cristales, como quien mira pasar las cosas de la vida sabiendo que muchas de ellas no se repetirán, al igual que sabemos que cada nuevo amor es siempre el primero.
De eso se trata, creo yo, en definitiva (aunque no sólo de eso), «Papeles del Café Gijón», de José Antonio Novo. De abrir la ventana, de correr la cortina. De desplegar el mapa de la amplia geografía de la memoria, envuelta en tramas de sensaciones, emociones, vivencias. Y de una profunda, onda manera de migrar lo simple hacia una complejidad que nos abarca, que nos menciona, que nos determina y nos conmueve. Ahora sí, como una constelación de estrellas, pero también como una irrefutable determinación: «Llueve en Madrid / el corazón tiembla / por esa voz salvaje / de una mujer ángel / que dibuja la esperanza / demora la muerte / emborracha la tristeza / y como un tiro fatal / hace blanco en mí».
«A cualquier tomador de café, sin proponérselo, le irrumpen en la soledad imágenes parecidas que pudieron pertenecer al autor de este libro. Pero cualquier tomador de café no las advierte. Las ve en su cerebro, entre sorbo y sorbo pero no sabe qué ve e ignora lo que su cerebro le dice», afirma el escritor cordobés Néstor Merigo al prologar el libro de Novo.
Y es cierto. Resulta francamente inevitable no intentar ubicar los puntos de encuentro, las conexiones, las vinculaciones, las referencias a uno mismo (como lector), respecto de la poesía de «Pepe». Y no importa ya si fue escrita en Madrid o en Córdoba; o si lo hizo ayer o hace pilas de años. Un beso -el primero o el último- es siempre el siguiente. El que está por venir. Es una búsqueda, una indagación constante. Como que alguien pudiera decirnos, y decirle, «dónde vive el amor / por qué avenidas mapas y países encontrarlo».
O como si fuera posible recobrar los amigos que ya no están. Los amigos, y sus abrazos; a los viejos bailando en la cocina; a aquella mujer sagrada…aquella primera vez; o los atardeceres de los años setenta; las calles de Barcelona; o una voz en el teléfono; la sonrisa de mamá que ahora vive en un retrato; el temblor de dos cuerpos; o la levedad del rocío apremiado por el sol; las canciones de Bob Dylan que nos habían bendecido; el mar que llegó salvaje hasta sus pies; tus ojos negros y tus labios morados de deseo; o la hora de decir la verdad y nada más que la verdad; la tarde en la que Racing salió campeón en el estadio Centenario; o la lluvia en Madrid cuando el corazón tiembla; aquellas cartas que hablaban de sueños y promesas; o los días que faltan para recuperar la alegría de estar vivos; el chocolate y el mate amargo; o el corazón que anduvo perdido un par de inviernos; los discos, los libros y los sobrevivientes.
Porque, volviendo al principio, o mejor dicho, arribando al final ¿de qué estamos hechos los seres humanos? Teorías podrá haber miles, millones, entre particulares y caprichosas. Y algunas podrán, incluso, aproximarse demasiado a la respuesta. Pero tal vez, pensándolo bien, ni siquiera sea necesaria esa respuesta.
Tal vez, simplemente alcance con observar a través de los cristales. De los del Café Gijón o de cualquier otro. Y es que estamos hechos, además de estrellas como muchos afirman, de observar la vida pasar a través de los cristales. Casi, casi, como si pudiéramos vivirla. Y estamos hechos, como bien nos muestra y nos evidencia el poeta: de amigos, de encuentros, de abrazos, de besos dados y besos perdidos, de amores enteros, de amores truncos, de papá y mamá, de los hermanos, de calles, de lugares, del café, del aroma a café, de la música, del tiempo que se nos fue, de los días y de los meses que ya no volvieron ni volverán. En definitiva, estamos hechos de esas cosas de la vida. Y de la nostalgia. De la irremediable nostalgia por cada una de ellas.
Dice Merigo, volviendo al prólogo: «Si alguien me interrogara acerca del género de estos escritos, respondería sin más: ¡Es la literatura!». Yo agrego, además, que «Papeles del Café Gijón», de José Antonio Novo es de lo que estamos hechos los seres humanos: de estrellas, y de poesía, ni más ni menos.