Abre la puerta de su casa como cuando abre las puertas de su corazón. Es la primera sensación al contacto. La mesa pequeña, se bambolea. “Baila”, dice ella. “Es como la dueña”. El agua se calienta en la pava. El mate espera. La charla, ya se desliza naturalmente.
El tema es ineludible. A Silvia Zerbini, mujer que danza hasta cuando duerme, la acaban de nombrar Directora del Ballet Folklórico Nacional y el “Chúcaro” Santiago Ayala bate palmas en el cielo. Aquí, en estos pagos chileciteños donde mucho se la quiere, mientras tanto, la llovizna humedece los cristales.
“Jamás me hubiera presentado, porque no es lo mío lo súper oficial, pero esto comenzó a ser un reclamo de muchos chicos”, asegura Zerbini. “A todo el mundo le llamó la atención que fuera por concurso; parece que la costumbre es hacerlo de otro modo”, reflexiona.
Cuenta que está convencida que “todo se trata de un momento, de una necesidad de la danza”, como le ha ocurrido siempre con tantas situaciones a lo largo de su vida. Y asegura que este momento “no fue elaborado intelectualmente; este es el momento en que el espacio tenía que ser ocupado por una persona como yo”.
“Tanto me dijeron que tenía que estar, hacerme cargo, mis hijos sobre todo”, dice entre mate y mate, y cuando se le pregunta qué significa esta designación no duda en responder que “si voy a dividir la vida en dos caminos, el de bailarina y el de maestra, para el de bailarina es la frutilla del postre, pero como maestra, termino esto y seguiré como siempre”. No obstante, es consciente que “como persona es un desafío terrible, tremendo; toda la vida soñé con estar aquí, al pie del cerro y ahora tengo que pensar nuevamente en cumplir horarios”.
“Es un volver a empezar, otra revolución; pero no soy yo. Lo que siento es que es un regalo de la vida, un reconocimiento, y no me siento para nada sola en ese lugar, siento que estamos todos y que si bien no todos van a bailar, todos van a estar involucrados”.
Zerbini habla de “revolución”. Y no es tan sólo una palabra. Sabe de revoluciones. Lo hizo a finales de los ‘80, cuando conmocionó la danza folklórica. Lo quiere volver a hacer ahora, sabiendo que “los chicos quieren otra cosa, quieren bailar otra cosa; en todos los órdenes de la vida pasa lo mismo y es hora de volver a hacerme cargo de lo que vengo diciendo, en este ocupar un lugar estratégico, tanto para arriba como para abajo”.
Sin embargo, no esquiva su resistencia a las estructuras. “Mandé los papeles el 7 y la presentación era el 8”, cuenta entre risas y recuerda a modo de anécdota que el día en que debía enfrentar al jurado, estaba convocada para dar clases en la Universidad de Santiago, en Cuba. Sintió que era una especie de premonición, y decidió quedarse. “Ahí me di cuenta que esto venía muy en serio”, afirma. Mucho más cuando cayó en la cuenta que su proyecto había sido seleccionado entre “grosos” como Hernán Piquín o Pajarín Saavedra.
“Estoy parada en un lugar que yo elegí en la vida; esto que vino medio sorpresivamente, creo que lo voy a sobrellevar con mucha alegría porque tengo un yo bastante citadino y me parece que voy a desenvolverme cómodamente”, asegura, no sin antes regocijarse en la posibilidad de poder abrir las ventanas de su casa, en Chilecito, y saber que la vecina está horneando el pan.
Así oscilan los días de Zerbini. Entre el aroma a cerros pintados de blanco y las caóticas calles de la gran ciudad de la furia que ya la esperan.
TIERRA
Zerbini lleva 30 años viviendo en Chilecito. Ha mamado la tierra desde las raíces, como un néctar muy dulce. Su arraigo, aún siendo ya una mujer universal, es como con el baile. “En mi la danza nació desde muy chiquita”, cuenta. Y evoca, además, que “la mami me cuenta que tironeaba el mantel y me envolvía”.
La riojanidad le viene dada por herencia. “Mi abuela era riojana -afirma con orgullo-; ella fue madre soltera, con todo lo que implicaba en esa época”. De allí también las raíces artísticas, que las hay. “Mi abuela era pintora, le gustaba cantar, la poesía, pero bailarines y músicos en la familia no había, yo abrí ese camino”, dice.
Y desde ese camino imagina el rumbo para el desafío que se viene. “Podemos darle un lugar de regionalismo al ballet; me encantaría que sea más federal, pero también más humano y más palpable, porque me parece que al folklore lo pusieron en un lugar muy distanciado de la gente”.
“Un ballet folklórico creado por un tipo como el ‘Chúcaro’, no me parece que tenga que estar alejado; cuando me avisaron que tenemos tres noches en el Festival de Cosquín, yo les dije que quiero que el ballet esté en la calle, que salgan a bailar con la gente”.
No es casual. La señora danza se ilusiona con una nueva estructura, y sabe que tiene con qué. “Son máquinas de bailar y me dicen que quieren permitirse ser, porque conmigo sienten que pueden ser ellos”.
“Tierra, la tierra; lo que le falta a los chicos es tierra y en este sentido voy a hablar con ellos. Quiero traerlos a La Rioja, que los chayen, que sientan el tun tun de las cajas; traerlos y que comprueben que no son cucos ni son dioses, que se rocen con la gente. Hay un montón de cosas que no se están mostrando y que hay que mostrarlas, porque esto es como una familia en la que no está la mamá: quiero ir a abrazarlos, tejer relaciones desde el afecto”.
CON MUCHO VUELO
Silvia Zerbini es, además de bailarina y docente, mamá de cuatro hijos y abuela. Y todo se conjuga perfectamente en ella, en un delicado equilibrio. “No puedo separar; soy una mujer, una madre, una abuela que baila. No dejo la vida para ir a bailar porque mi vida es todo lo mismo”.
Desde ese lugar nace, precisamente, su anhelo de transformaciones, incluso de manera inconsciente. “A veces no me doy cuenta que estoy transformando las cosas; cuando uno da un consejo como profesional, no deja de ser lo que es; al menos esa es la línea que yo defiendo. Yo me hice con mis cuatro hijos a cuesta, más o menos sola. La locura de hacer diez días de un encuentro, desde Los Llanos hasta Pituil, pasando por Vinchina, eso lo hacía yo sola; sola y con los compañeros de ruta, con toda la gente que siempre apoyó éstas locuras que a mí se me ocurrían, como Sergio Galleguillo, que me ayudó en el primer encuentro que hicimos en Sanagasta; sola pero no tan sola, porque siempre estuve muy rodeada de afectos y de gente que siempre creyó en esto y ahora es así también”.
Por eso siente que el día en que supo de su designación al frente del Ballet Folklórico Nacional fue uno de los más felices de su vida. Un día en que toda la gente que la acompañó durante tantos años se agolpó a su memoria como torbellino de alegrías por su logro.
“Cuando pienso, pienso y estoy decidida. Lo primero que voy a hacer es ver qué hay; voy a ver qué tenemos, qué necesitan, qué tengo yo que ellos necesitan”. Y anticipa los cambios. “Si bien nosotros vamos a respetar la esencia del espíritu de los cuadros del ‘Chúcaro’, no nos vamos a dedicar a reproducir cuadros del ‘Chúcaro’; yo tomaba mates con él cuando él armaba los cuadros y era como estar con Dios; era un genio y nadie lo pudo superar, pero el error fue querer hacer las mismas formas, hay que recuperar el espíritu, hay que recrear algo con ese espíritu”.
Y una vez más, se afirma sobre una idea de existencia: “este es el momento; yo sinceramente no quiero cambiar nada, pero me sale sin querer. Me siento muy libre, muy colorida, con mucho vuelo”.
UN CAMINO VERDADERO
El mate se va apagando. La tarde gris chileciteña deja entrever un hilo de luz que, desde la distancia, se cuela sin pedir permiso en el patio. Ese hilo de luz es una invitación a pensar desde unas palabras que permanecen revoloteando en el aire como las alas de una mariposa perpetua. El efecto mariposa, según define el periodista cordobés Alejandro Mareco, es el que genera la señora danza desde que descubrió cómo las alas le crecían a uno y otro lado de su cuerpo. ¿Se siente una mariposa?, se le pregunta. “Quizás, aunque no tan efímera”, contesta. Y sí. Eso es algo que, en su legado, se nota. Y ese legado la pone de pie ante la vida, la sustenta y la proyecta hacia un futuro que ya se deja sentir, hacia un devenir palpable.
“Cada tanto me pregunto qué vine a hacer a este mundo. Soy muy de meditar y pienso que estoy trabajando hacia mi muerte, que estoy preparándome para que la muerte me encuentre bien. Y siento que vine a cambiar estructuras; pienso que un poco por la ‘cancha’, otro poco que no le debo nada a nadie, ni me caso con nadie, que estoy aquí, en este momento. Creo que la danza tiene que ver con eso; la danza no tan académica. Yo me llevo bien con el viejito del campo, nos entendemos desde su realidad y desde la mía, haciendo de mi”.
Antes de terminar, deja unas últimas reflexiones, unos últimos deseos. “Quiero que los chicos sean primero artistas, no primero empleados públicos. No tengo dudas que voy a encontrar escollos, pero estoy para eso, no tengo otra cosa para hacer en Buenos Aires”, afirma.
Pero de inmediato, agrega: “siento que no estoy sola para nada; fue impresionante la repercusión y siento que es un reconocimiento al trabajo que venimos haciendo; somos muchos. No obstante, los míos ahora son aquellos (los del Ballet Folklórico Nacional) y toda esta ‘hippeada’ que son los que me siguen por todo el país se va a sentir representados de alguna manera. Trato de caminar por un camino verdadero, sin ser complaciente con nadie, porque no me parece una actitud digna de un ser humano”.
Y vuelve a recapacitar sobre su designación, hasta con un dejo de ironía y risas que se desplazan cansinas sobre un final que queda abierto. “Me llama la atención y me gusta que la elegida sea una mujer grande y del Interior; y que la elegida sea yo, me gusta mucho más”.
PERFIL
SILVIA ZERBINI NACIÓ EN RAMOS MEJÍA Y A LOS 9 AÑOS SE MUDÓ A VILLA CARLOS PAZ, DONDE COMENZÓ A ESTUDIAR DANZAS FOLKLÓRICAS. VIVIÓ LUEGO EN CÓRDOBA, VILLA ALLENDE Y, DESDE HACE TRES DÉCADAS, EN CHILECITO, LA RIOJA. ALLÍ FUE CONVOCADA PARA DIRIGIR EL BALLET DE ESA CIUDAD. FUE BAILARINA DE LA ORQUESTA DE TANGO DE JORGE ARDUH E INTEGRÓ LOS BALLETS FOLKLÓRICOS DEL “CHÚCARO” SANTIAGO AYALA, DE MIGUELÁNGEL TAPIA, DEL OFICIAL DEL FESTIVAL DE COSQUÍN. ACOMPAÑÓ A JORGE CAFRUNEEN LA GIRA “DE A CABALLO POR LA PATRIA”,Y TAMBIÉN A LOS OLIMAREÑOS.
PARTICIPÓ COMO ACTRIZ EN DOS LARGOMETRAJES, GALLERO, DESERGIO MAZZA Y MI MAMÁ LORA, DEMARTÍN MUZZARRA.
HACE CUATRO AÑOS QUE ES JURADO
DEL CERTAMEN FINAL DEL PRE-COSQUÍN,EN EL FESTIVAL NACIONAL DE FOLKLORE.