Referente ineludible de la literatura riojana, con una obra tan prolífica como trascendental y con una visión abarcativa de su provincia, desde el interior profundo hacia la Capital, Héctor David Gatica se erige, además, como orfebre y custodio de las obras de sus antepasados y contemporáneos, a los que dedicó ya varias antologías, especies de abrazos paternales entre páginas que construyen puentes que no se quiebran.
«…Es ya de noche, a mi pieza llegan corriendo la Mirtita y el Jorgito, dos sobrinos.
– ¡Tío, tiene un hijo!
Recién viene mi hermano Chicho de traer la correspondencia, según parece ha venido un radiograma a Corral de Isaac avisándome que Noelia ha tenido un varón hoy a las cinco de la mañana -suerte que los padres de ella llegaban anoche a La Rioja-. Apareció nuestro hijo, una alegría distinta me va penetrando esta noche. Aún no está elegido el nombre. Una nueva etapa amanece en nuestras vidas, la de padre esta vez. Mi vida tiene color de familia; la casita -aún cuando sea prestada-, la esposa -hoy madre-, el hijo.
Una semana muy distinta a lo vivido anteriormente en mis 34 años; el pequeño David Gabriel lo desordena todo. El sueño ha quedado patas arriba, y un montón de cosas más. Otro termómetro nos rige; su llanto, su sonrisa…»
Las memorias del prolífico y trascendental escritor riojano Héctor David Gatica puestas en palabras en el libro Mis sueños de aquellos días laten en un presente que se torna imperecedero. En el hoy y en el ahora. Y en esta jornada especial, en la que el Día del Padre convoca al nacimiento del recuerdo que se vuelve vivencia, experiencia y abrazo, aún en el rigor de las particulares coyunturas que impone la pandemia y sus hechos sorprendentes e inesperados, como si se tratara de ciencia ficción. Momento de meditación, si los hay, pero también ocasión de reencuentro con los seres queridos, incluso desde una virtualidad a la que debemos amoldarnos, dadas las circunstancias que nos asisten en este momento que nos envuelve.
¿Y quién mejor para describir ese fundamental rol, en estos tiempos precisamente, que quien supo tender desde siempre con sus palabras, puentes que acercaron, que unieron generación tras generación a las voces de todos los pueblos de La Rioja, pero no sólo de La Rioja, sino también del país y de América, en una tarea tan titánica como paternal?
Gatica es, de alguna manera, el padre nuestro de la literatura riojana, sobreviviente activo de inmemoriales tiempos que arrojaron tantos nombres que terminaron confluyendo en infinidad de obras. Pero esas obras, en su mayoría, se construyeron desde una individualidad, a diferencia de lo colectivo que supone el trabajo del creador de la Cantata Riojana, símbolo ineludible de la historia de estos pagos, de la tierra adentro, donde habitan las carencias más profundas, pero también la ofrenda ilimitada de sus palabras como bastiones de una generosidad que reconforta el alma.
No es este Día del Padre, en nada, un Día del Padre más. Los especiales acontecimientos por los que atraviesa la humanidad toda, en medio de una pandemia de la que no hay antecedentes -bien podría decirse- lo hace muy diferente. Incluso para quien ha superado a lo largo de su trayectoria infinidad de situaciones que, en todos los casos, terminaron por fortalecer su tarea de «decidor», desde una mirada siempre introspectiva y comprometida con el universo que lo rodea.
Con sus 84 años largamente recorridos y profundamente aprovechados, el coronavirus lo encontró trabajando, fiel a un estilo que lo caracterizó a lo largo de toda su vida, desde esa inquietud por el hacer como una manera de dejar, de preservar un legado de palabras que no sólo sean sus palabras, sino las palabras de todos, de un pueblo al que abrazó y abraza con ese cariño tan particular que profesa un padre por sus hijos. Y no sólo por los hijos de la sangre, sino por los de la tierra. Su tierra.
Al principio de la cuarentena, cuenta, sintió como «cuando a uno le pegan una trompada fuerte y lo echan a tierra, algo así me pasó». Incluso, sostiene, llegó a replantearse ese rol esencial, para el que fue convocado: «Para qué seguir escribiendo si en cualquier momento le toca a uno, mejor no seguir; así estuve un par de días, hasta que me acordé del Titanic, donde los músicos sabían que en pocos segundos iban a naufragar y sin embargo seguían tocando. Yo que todavía tengo la esperanza, comencé entonces a reaccionar y comencé el libro Crónicas necesarias, que son varios capítulos de artículos que fui escribiendo en diarios de diferentes provincias y otros países. Y luego se me ocurrió escribir algo sobre mis anécdotas a lo largo de mi vida; son como 90 o más anécdotas. Me pasó algo extraño con este libro, porque a ninguno de los otros los estuve trabajando tan metódicamente como a este. Me asombro al recordar cada anécdota que no es algo puntual sobre esa anécdota, sino que agrego cosas a su alrededor que me interesan porque fueron fundamentales para mi vida, o porque quiero homenajear a alguien o a otros, así que estoy muy entusiasmado con esto».
No obstante esa satisfacción interior, su incansable tarea no queda sólo allí. Gatica trabaja también sobre la reedición de parte de la poesía de América, «la crónica que hice de los viajes, cambiando las tapas de varios libros. Es importante tratar de rescatar», asegura. Y ese gesto se convierte, al mismo tiempo, en un rescate de sí mismo, a partir de esa búsqueda constante de la unión y la fraternidad entre los pueblos que supo visitar y hacer propios. Los dos tomos de Este canto es América que primero fue la revista Poesía Amiga, llevada luego también a otros dos libros. La poesía de 24 países plasmadas en tantas páginas que perduran y un pendiente: la poesía de Argentina, otro libro que prevé tendrá unas 500 páginas, sin contar, por supuesto, todas las que dedicó en su momento a la Poesía de La Rioja.
«La pandemia nos encontró con buenas armas, nos gusta la lectura, escribir. Está David con sus lecturas y sus trabajos sobre aforismos, sobre Daniel Moyano; Pablo también es un gran lector y además está trabajando de manera virtual en su tercera carrera, y Macarena, que tiende a ser empresaria, pinta sus dibujos y los vende muy bien, pero además ayuda espiritualmente a mucha gente, mientras se va perfeccionando, ya que ella está estudiando Psicología en la Universidad. En cuanto a Noelia, es también una gran lectora, además de esposa y madre. Y en lo que a mí respecta, estoy trabajando, sigo trabajando firme. Un poco me da pena no poder seguir dando los recitales, aunque hay un aforismo que dice: ‘aunque no escuches mi canto, no dejaré de cantar’. Un poco hago lo mismo, mientras voy caminando me voy dando recitales a mí mismo», afirma con una sonrisa y con esa paz que transmite en cada una de sus palabras como fieles testigos de una experiencia acumulada a lo largo de los años y que le permite posicionarse de la manera más sabia frente a lo inesperado.
«La pandemia nos ha acercado como familia, hemos tenido que ocuparnos de cosas que no hacíamos antes, a la hora del almuerzo todo es muy grato, son muy amenas las conversaciones con mis hijos y con Noelia», sostiene. Y se sostiene, desde lo afectivo. Desde ese lugar que considera «fundamental» y que debería ser una enseñanza que perdure más allá del tiempo que hoy atravesamos como sociedad, inmersos aún en lo incomprensible del aislamiento.
«La parte afectiva es fundamental. Por un lado puede ir hacia lo bueno y por otro hacia momentos tristes, pero tenemos que ver cómo podemos hacer para salvar la familia. En nuestro caso hay más acercamiento, más tiempo para pensar. Aunque también es importante reflexionar sobre que ya no se sabe qué es más terrible: si el coronavirus o si la gente que se está muriendo de hambre, que no puede trabajar».
Como buen padre de familia, a Gatica lo afligen las realidades que observa con atención y que, por otra parte, no le resultan recientes, mucho menos extrañas. El escritor siempre tuvo puesta la mirada en su gente y en las problemáticas que los afectan. Ya en su Villa Nidia natal, supo describir desde pequeño las crudas situaciones por las que debían atravesar los habitantes de aquel lejano pueblo, casi cayéndose del mapa de La Rioja, sobreviviendo siempre a las carencias a fuerza del amor y la dedicación que le brindaron sus padres.
«Nunca pensé en que algo así podía suceder, toda vez que siempre que se habla de que se va a acabar el mundo se habla de algo terrible; que se romperá la tierra, a un nivel de la cosa grande y terrible, y resulta que lo que viene es algo que no se ve, es algo pequeño, que está haciendo temblar al mundo. En Villa Nidia salía por el campo a decir poemas a las sendas, al viento a los pájaros y eso me quedó, y eso es lo que he seguido haciendo con permanencia. Para alguien como yo, con 84 años, hablar de lo virtual es hablar de algo muy extraño. Para uno a esta edad, recomenzar, ya es muy difícil. Uno que ya tuvo cuántos años de otra manera, es muy difícil», piensa en voz alta el escritor a medida que va dejando señales, marcas, huellas de su propia historia que es, al mismo tiempo, la historia que escribe para todos y que la recita en versos lanzados al viento, desde una prodigiosa memoria.
Y es que no sólo las calles de Villa Nidia saben de esos recitales poéticos entre la soledad y los guadales. ¿Quién no lo ha visto, también, desandando las calles de nuestra Capital, dejando en cada paso -vaya uno a saber- cuántas poesías como palomas revoloteando un cielo y un aire en el que su voz quedará impresa por siempre?
PADRE FELIZ
«…A media tarde me avisan a DINEA que Noelia no se sintió bien y que se ha internado en la Clínica Rioja. A Davicito lo estuvimos haciendo acompañar el embarazo de su madre; muchas veces palpó en ella los movimientos de su hermanito. Lo busco y juntos vamos a compartir los dolores de parto de su madre que se acuesta y se levanta en la sala. Como se hace tarde debo volverlo a casa. Como el hijo está a punto de estrangularse tienen que dormirla a Noelia.
Y llega otro varón, llega «el hermanito», llega Pablito Esteban. De inmediato voy a buscarlo al Davicito, aún cuando es tan tarde; primero lo mira tras el vidrio, muy seriamente, esboza luego una sonrisa y espontáneamente entra a la piecita y va y lo toca a su hermanito. Una criatura realmente hermosa, que al decir de uno que lo vio cuando lo pusieron en el moisés: ‘este se arrepintió a último momento de ser nena’…»
Los recuerdos, otra vez, se entretejen en la memoria desde una de las tantas páginas de Mis sueños de aquellos días, donde Gatica depositó gran parte de su derrotero a la par de la historia misma de La Rioja, a la que le tocó asistir. Y a la que sigue asistiendo y escribiendo. Pero esas evocaciones tienen que ver con las emociones internas, profundas. Tienen que ver con esos hechos trascendentales en la vida de un hombre, tan trascendentales como la herencia de palabras que nos va dejando.
«Soy muy feliz como padre, estoy muy feliz con mis hijos y feliz de que hayan seguido esto de las letras porque hay tantos escritores que no saben qué va a ser de lo de ellos el día que se mueran», afirma Gatica, precisamente, sobre la importancia de tener en sus hijos un reaseguro para su obra. «En ese sentido me siento tranquilo porque mis hijos siempre están viendo los libros y van a controlar todo lo que queda. Hay quienes dudan de todo lo que se guarda en nuestro amado país, porque no hay seguridad. En lo personal no tengo esa pena. Pero sí me preocupa que no tenemos una biblioteca nada más que destinada a autores riojanos o de quienes hayan escrito sobre autores riojanos. Nosotros dimos el puntapié inicial con la biblioteca del departamento que inauguramos en Villa Nidia. Una manera de salvar a los hijos de nuestra tierra es esa».
Desde esa visión tan propia es que Gatica puede ser considerado un padre para muchos de los escritores riojanos que van desandando en la actualidad su recorrido con las letras. Hacia adelante, observa con optimismo el futuro. Hacia atrás, piensa en todo lo que se podría perder y eso le genera una intensa aflicción. Sin embargo, se reconforta con lo relevante de su tarea de tantos años.
«He tenido la suerte, o estaba predestinado de alguna manera a trabajar sobre los cuatro tomos de Integración Cultural y en las otras antologías sin las que tal vez se hubieran perdido muchas cosas; he trabajado mucho. Amigos muy queridos me llamaron muchas veces la atención diciéndome: ‘podrías dedicarte más a lo tuyo y no tanto a los demás’, pero he sentido como un mandato que tenía que andar por los pueblos recogiendo las obras de los otros. Siempre me dolió mucho y me sigue doliendo el olvido, cosas bellísimas que quedan en la nada, o que se evaporan. Como decía Ariel Ferraro, ‘fui orfebre, pastor y hasta custodio’. Sobre todo de Los Llanos, que me interesan fundamentalmente, pero también de toda la Provincia», asegura un Gatica pensante, pero con el sentir a flor de piel. Ese mismo sentir que le permitió estrechar lazos con todos los referentes del interior provincial, a los que siempre instó a dejar por escrito tantas historias irrepetibles. «Por todos los pueblos siempre he insistido en que se publiquen las obras, en alentar a que gente que me decía que quiere que alguien que sea escritor vaya y escriba la historia de su pueblo que es tan interesante, lo hagan por su cuenta. ‘Póngase a hacerlo porque usted podrá escribir no con alta literatura, pero lo que usted transmita cuando escriba de su pueblo, el mejor académico no lo va a poder hacer’, les decía y muchas veces conseguí que escribieran sobre lo suyo».
Orfebre, pastor y custodio. Padre, en definitiva, custodiando las herencias de La Rioja. «Podría haber leído mucho más, pero me interesaba mi gente, poder salvar lo que podría haber quedado perdido para siempre. Por eso siento que tengo pendiente una antología de la literatura argentina, porque creo que no se si existió antes. En las antologías que se hicieron se habla de la literatura de Argentina, pero se muestra la literatura de Buenos Aires, del puerto. En esto quiero que no quede una sola provincia sin estar presente. Eso lleva buen tiempo, la investigación no es cosa de un día para el otro. Veremos. Uno no sabe, porque ya hace un tiempo que yo pensaba que ya había cumplido con la poesía, que lo que me restaba era andar dando recitales, pero qué pasó: de golpe vinieron como palomitas unos 40 poemas que formaron el libro Tiempo de Regreso. Uno piensa a veces ‘hasta acá nomas’ y resulta que luego se abren otros mundos, aún cuando no sé hasta dónde tendré fuerzas».
Sí. Aunque pueda resultar extraño para un hombre de su edad y su dilatada experiencia, Gatica se permite dudar, se permite un espacio para la incertidumbre. Y ese espacio no es más que el que se le permite a la vida misma, con sus idas y vueltas, con sus alegrías y sus tristezas, con sus sorpresas, con sus circunstancias inesperadas, como la que transitamos en estos tiempos. «He estado pensando más de una vez en cómo nos llenamos la boca diciendo cuánto nos deben los hijos a los padres y muy pocas veces decimos cuánto debemos los padres a los hijos. Es maravilloso tener hijos por quienes desvelarse y que se desvelen por uno. Me gusta recordar una chacarera santiagueña que ilustra esto que afirmo y que dice: ‘le pido a Dios rezando que mi mama no se muera, que viva dentro de mi rancho como estampita siquiera’. Es muy bello y va en contra de la sordera afectiva que nos aqueja. Es tan grande el dolor que se causa a un viejo cuando se lo tira a un lugar que no es el suyo, con una gente que no es su familia», concluye.
PAPÁ, ESE VIVO RECUERDO
«Mi padre era un hombre muy recto, preparado, buen maestro y no recuerdo que nos haya pegado nunca, bastaba una mirada de él, no hacía falta más. Pero era un hombre no acostumbrado a los besos y los abrazos, como mucha gente de entonces. Hizo estudiar a la mayoría de sus hijos. Nos quedamos sin estudiar Omar y yo, que luego por nuestra cuenta pudimos seguir. Son muy gratos los recuerdos que tengo de mi padre. Algunas de las anécdotas que cuento son sobre él. Recuerdo muchas cosas gratas de mi padre, cómo supo llevar con firmeza y con gran cariño a su familia, hasta su muerte. Se fueron temprano si se quiere, para hoy, no para entonces. Mis padres a los 70 años partieron. Mi madre una gran ternura, una bondad enorme; mi madre, cuando murió, la gente lloraba diciendo que había muerto la madre de los pobres. Creo que para mí fueron dos muertes distintas, la de mi padre dolorosa, por cierto, pero la de mi madre como que me estaba transmitiendo algo desde su ternura y su bondad, una gran serenidad».
A Gatica los recuerdos se le desprenden como granos de tierra diluyéndose entre sus manos. Polvo, quizás, de su Villa Nidia, allá lejos, donde sus padres le dieron forma y sustento a su vida y a la de sus hermanos. Allí, justamente, en aquel almacén de ramos generales donde ahora el escritor atesora no sólo memorias, sino también libros de autores del departamento, el creador de Los fundadores del olvido hace de la memoria un ejercicio de subsistencia, entremezclando el andar cansino pero consistente de su padre, junto a los primeros pasos de sus hijos, rodeando el aljibe en el centro del patio grande. Y aquellos primeros garabatos; papel y lápiz, para hacerse eco de ese llamado al que ya no podría renunciar: la escritura.
«La cosa viene desde adentro, el escritor que no es escritor de fin de semana, sino que lo es de toda la vida, sin pensar si es bueno o malo. Si dejás de escribir y te sientes bien, puedes dejar, pero si sos un escritor no vas a poder dejarlo hasta el último momento de tu vida», afirma con conocimiento de causa. Ese conocimiento que es fundamento para su existencia y que lo ubica también en un lugar que bien podría considerarse de privilegio, dado el devenir de los hechos.
«Uno va sintiendo cómo que es una especie de sobreviviente. Si pienso en Villa Nidia, pienso en tanta gente querida que me hubiera gustado que lea este libro (de anécdotas) y resulta que ya se fueron todos; me quedan dos a lo más y luego mi hermano Omar. Todos partieron en cuanto a nivel escritores. Al igual que tantos otros queridos amigos de otras provincias como Salta, San Juan, La Pampa. Cómo es esto de ir quedando solo a esta altura, es parte del misterio de la vida. Uno no sabe porque esto no tiene edad, seas niño, joven, aunque de alguna manera uno sabe que no se puede pasar de ciertos límites de edad. Pero habrá que seguir pensando en que hay que seguir. Recordaba también estos días cuando empecé el libro último que estoy haciendo, que no me gustaría no poder terminarlo».
Una especie de sobreviviente. Puede que sea esta -expresada por él mismo- la mejor definición que pueda regalarnos quien sin saberlo (o sabiéndolo) ya logró, desde sus palabras, trascender todas las fronteras impuestas por el tiempo, incluso las que determinan las convencionales concepciones físicas de estar o no estar. Igual que el recuerdo vivo de su padre en la continuidad absoluta de su propia permanencia, abrazando (como un padre) a nuestra literatura toda.
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CARTA AL HIJO
Estás creciendo dentro suyo
en la casa húmeda de su vientre
cruzan al mismo instante
y juntos se preparan
para el vuelo del parto.
Ella está en la ciudad
allá te escribo.
Y yo aquí, en el campo
con mi vocación repartida
y este grupo de veinticinco niños
a quienes inicio en su alfabeto a caballo.
Esta carta es para tí
te la leeré mañana
Ella es la única que puede hablarte
en tan altos establos.
UN CUENTO
– Papá, contame un cuento…
– Tendría que haberte contado un cuento
el de Caperucita por ejemplo o Blanca Nieve;
pero hoy debo corregir las pruebas de mis alumnos.
Otro día ¿sabes?.
– Papá, contame un cuento…
– Ahora no pues me voy a la universidad a rendir.
En esta semana ha de ser.
Te contaré La Lámpara de Aladino.
– Papá, contame un cuento…
– Sí. Sí, mañana, te lo prometo. Palabra.
Tendría que haberte contado un cuento
fabricado un avioncito de papel o un barco.
Tendría que haberte arreglado el triciclo.
En fin
que una tarde un niño puede no viajar en un barco de papel.
MUERE PAPÁ
«…A papá lo esa consumiendo la fiebre. Dios mío qué agonía más larga y horrible la suya, está asesando. Nos quedamos con Nydia en este turno de las 12 a las 2. Mañana comenzaremos a desparramarnos nuevamente. No, me dice Nydia, papá no va a permitir que nos separemos. A la 1.30 hay un corte en su respiración, nos paramos y comenzamos a rezar en voz alta, encomendando a Dios su espíritu, pero sin llamar a ningún hermano. Hay una nueva reacción, que se hace cada vez más lenta y espaciada. Despierto de uno en uno a mis hermanos, parece que papá está por cortarse, les transmito. Todos juntos comenzamos a rezar, papá se nos va. Respira cada vez con menor intensidad, se para, recomienza y vuelve a pararse, y esos intervalos sin respirar son cada vez más largos, así estamos por espacio de 15 o 20 minutos, hasta las 2, hora en que su fuerte corazón se aquieta y ya sus pulmones no funcionan más, noto al palpar su garganta que se ha quedado inmóvil, un momento de suspenso total. Papá ha muerto. Nos inclinamos sobre su frente y su pecho recio para darle el último beso, el beso del adiós. Le quito de inmediato la sonda mientras otros retiran el suero de su vena canalizada. Avisamos a Ramón Cabáñez, que llega llorando, a los Leyes, a Arturo. Con Tato vamos a Quines a buscar el cajón, regresando al aclarar. Ha salido el sol ya, me afirmo en la puerta del comedor y miro hacia la otra puerta que da para atrás de la casa donde tantas veces tomó sombra fresca, sentado, mi padre escuchando el golpeteo cantarín del molino, y al descubrir el vacío que se va corriendo por toda la casa y adyacencias no puedo contener mi primer llanto y empiezo a escribir «Elegía a mi padre»… (Extraído del libro «Mis sueños de aquellos días)
BIOGRAFÍA BREVE
Héctor David Gatica (1935) nació en Villa Nidia, al sur de la provincia de La Rioja. Sus obras rescatan los paisajes y personajes del sur riojano.
Junto a Ramón Navarro hicieron La Cantata riojana, obra que reconoce como hipo-textos algunas páginas de Juan Zacarías Agüero Vera, Dardo de la Vega Díaz y Ricardo Mercado Luna.
Fue Director General de Cultura de la Provincia de La Rioja, Miembro del Directorio de Radio y Televisión Riojana, asesor cultural ad honorem del Municipio capitalino y miembro del primer Consejo Consultivo para edición de la Colección «La Ciudad de los Naranjos» de la Biblioteca Mariano Moreno.
Fundó y dirigió las Revistas: «Alborada», «Poesía Amiga» e «Integración Cultural».
Publicó: Memoria de los Llanos (1961), Los días insólitos (1986), Los días del amor, El canto de las manos, País desvelado (1988), Mapa de la poesía riojana (1989), Los fundadores del olvido (1990), Diarios desde Villa Nidia (1990), El libro de la Cantata Riojana (2002), Obras Completas (2003), Integración Cultural Riojana I, II, II y IV (2001 a 2004), Nuevo mapa de la poesía riojana (2005), El canto del canario y La carpeta vacía (2007).
Plasmó compilaciones y antologías de poetas y narradores de su provincia.
Recibió muchas distinciones. Fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de La Rioja en 1995, y homenajeado en México.
Fue Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), en 1987 y 1994, Premio Fondo Nacional de las Artes, Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía.
(La presente entrevista fue publicada en el suplemento 1591 cultura + espectáculos de diario NUEVA RIOJA)