Pequeño infinito

Una reseña para el libro «Rayar», del escritor Gabriel Francini

De estrellas esta hecha la eternidad. Y también de un buen puñado de poesías, apretadas contra un rincón atestado de oscuras sensaciones. Y también (no se debe olvidar) de un grito. De un llamado. De una búsqueda. De un extravío. De un encuentro. De un morir para volver a nacer con otras formas, con otros colores y con otro ser. Y del profundo abismo en el que caemos en lo cotidiano, como quien busca una luz al final del túnel. Hasta que el fin la encuentra.
“Rayar”, de Gabriel Francini (Serie Poesía ediciones la yunta) es uno de esos poemarios en los que a lo largo y ancho de cada palabra, de cada verso, la asfixia y la respiración pueden convivir al borde de un mismo precipicio y resultar igualmente necesarias para terminar de interpretar los cataclismos de una existencia en la que ser y no ser se aferran a un mismo abrazo en el que poder reconocerse.
El viaje es tan extenso como intenso en esa tensión constante de deseos que, entre vitalidad y mortalidad, se rozan las distancias hasta volverlas peligrosas cercanías, tentaciones por dar, finalmente, el salto al vacío, como sacarse el corazón y dejarlo ahí (tal como lo afirma el autor) en una especie de ejercicio que permite seccionar el viaje en cinco precisas, quirúrgicas incisiones que empaparán al lector en el caldo de la profundidad: “El silencio después de las campanas”; “Afonías”; “Las hojas del tiempo”; “Desolaciones” y “La misma fuente”.
Puede que el orden no altere el producto. Y es que las concatenaciones temáticas se reproducen entre uno y otro espasmo poético en el que la vida y la muerte, el todo y la nada, el ser y el no ser, el tiempo y su ausencia, la oscuridad y la luz, la luna y el sol, los astros y la tierra son una especie de obsesión que raya la mente del escritor y deja marcas sobre un papel en blanco; huellas indelebles de un sentir abstracto pero tangible, un instante de dolor que aparece y da vida al caos en que diariamente nos procreamos.
“Nada es nada, pero todo también puede ser nada”, sostiene Francini, quien busca hacer pie, así, en un universo en el que puede ser él (podemos ser nosotros) y puede ser todo (y podemos ser todo), detrás de una eternidad que es casi una eternidad, así como la vida es un instante y “estoy como si fuera yo, apenas a un paso de ser yo”.
El instante previo, el momento anterior, el preámbulo de una existencia que se confunde de poesía para emprender el viaje a través de la soledad, de la melancolía y de las visiones de una soledad y una melancolía abarcativa del después, de lo posterior, del epílogo, de lo que no queda. Y es que “la nada es la víspera inquietante del milagro”. Ese milagro por el que aguardamos en lo cotidiano.
Y en el medio, en el mientras tanto, el vuelo de un pájaro que atraviesa de lado a lado el cielo de nuestros ojos lectores sobre los márgenes de una palabra puesta a merced de la brisa que se cuela entre los árboles, arrojando los sonidos de una voz en afonía que se aferra, callada, al grito que estremece.
Como la eternidad que está hecha de estrellas. Y también de un buen puñado de poesías, apretadas contra un rincón atestado de oscuras sensaciones. Y también (no se debe olvidar) de un grito. De un llamado. De una búsqueda. De un extravío. De un encuentro. De un morir para volver a nacer con otras formas, con otros colores y con otro ser. Y del profundo abismo en el que caemos en lo cotidiano, como quien busca una luz al final del túnel. Hasta que al fin la encuentra.
O como la caída de un poema que raya en nuestra mente. El pequeño infinito de Francini, en el que perfectamente cabemos.

EL AUTOR

Gabriel Francini nació en 1982 en Buenos Aires. Publicó Canciones (Tantalia, 2005), Nadir de Ardora (Huesos de jibia, 2014), Deshacer (El Mono Armado, 2017), El sueño de la nada (Huesos de jibia, 2017), La plenitud de la ausencia (Cave Librum, 2017) y Rayar (Ediciones la yunta, 2018).

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