De sur a norte, de norte a sur. De Bariloche a La Rioja, de La Rioja a Bariloche. Sin límites geográficos. La patria de Víctor Taquía es la poesía. Allí se busca, allí se encuentra y, desde allí, se expresa. Con tres libros en su haber y un especial magnetismo en el complejo entramado de las redes sociales, el escritor nacido en Nonogasta va tejiendo un recorrido en el que lo cotidiano cobra sentido de la mano de las emociones.
Hay una poesía revoloteando en el aire. Tan simple como ese suave gesto del viento que mueve, casi imperceptible, las hojas en los árboles, o como el rayo de sol que se cuela por la ventana y deja al descubierto las partículas de un suspiro que reposa sobre la tapa de un libro, o como esa mirada que busca los ojos de un horizonte, un pensamiento que se detiene en el instante previo al instante posterior en que la palabra justa terminará de darle forma. Hay una poesía flotando en el aire. Y hay, también, unas manos siempre dispuestas a desandar el camino que va del cielo al suelo y viceversa, como si de pronto fuera posible captar y detener ese momento en que lo comprendemos todo, en lo diáfano de un recuerdo o en lo que resta por vivir, en fragmentos de incertidumbre.
La poesía está siempre allí, en cada mínimo gesto del devenir de lo cotidiano. También la fina percepción de quien la inhala, para luego exhalar el impulso vital de un decir que traspasa, que atraviesa, que penetra la emoción en una especie de instantánea, la fotografía de un punto en el que convergen lo increíble y lo exacto para dar paso, luego, a la epifanía. La poesía está siempre allí. Y Víctor Taquía, desde ese remontar constante de barriletes como sueños lanzados a lo imperioso de estar vivo, le da la forma en lo esencial de lo imperecedero, como si fuera posible, al fin, tocarla con las manos, volverla tangible, hacerla propia. Y así, en lo sucesivo de los días a los que asiste con la piel a flor de labio.
Trasunta sus días en la bella Bariloche. Sin embargo, su patria es la escritura que no sabe de espacios geográficos, sino de un ir y venir que, inevitablemente, lo devuelve a lo constante de sus raíces, en la natalidad de su Nonogasta, donde desandó su infancia y adolescencia, antes de convertirse en el ser que es hoy, alimentado por el afecto y la contención familiar, y las calles de un pueblo al que retorna igual que a las páginas de los libros que María Rosa, aquella vecina que hoy es una figura casi mágica, le invitó a descubrir en la infinidad de los mundos que habitan en las palabras, en ese viaje hacia los universos por descubrir, en lo inabarcable de la imaginación de un niño que camina hacia el trabajo de mamá, a buscarla.
Desde ese punto de partida -que no queda nunca atrás- es que Víctor Taquía construye su existencia poética, que no es diferente al existir de todos y cada uno de los mortales que habitan sobre esta tierra, sino que en él más bien se conjugan y complementan, dando lugar a una voz que va ganando espacio y representación. Una voz propia, inconfundible, con una manera de decir tan particular como particular es su visión de las cosas de las que forma parte y a las que asiste con la frescura de su juventud, pero también con la madurez de una experiencia de vida en la que supo desandar el día a día sin perder de vista cada instancia en la que habita lo fundamental, eso que alimenta el alma y se vuelve luego una manera de expresar el sentir en lo milimétrico.
Víctor acepta generoso la invitación de 1591 Cultura+Espectáculos y, desde la cercanía que puede aportar la virtualidad en la que nos vamos afincando- abre las puertas a un rincón de su espacio y a la amplitud de la calidez de su sonrisa. Está en el sur. Está allá lejos. Pero durante el lapso de tiempo que se prolonga el encuentro, establece un estar aquí que es una señal, una pista de la manera en que tiende los puentes imaginarios entre una tierra y otra tierra, para cruzar de uno a otro lado con un abrir y cerrar de ojos. Igual que cuando va hilando las respuestas, palabra tras palabra, entre las precisas, las necesarias y las que le nacen desde un interior que expone esa manera de ser que se debate entre lo introspectivo y lo revelado, entre lo introvertido y lo traslúcido.
«En el sur vivo ya hace 10 años, vine cuando tenía 22 años» inicia la charla y cuenta, además, que en la Universidad Nacional de La Rioja se recibió como Contador Público y que después de eso completó un año de la Licenciatura en Letras y que luego su búsqueda laboral lo llevó hacia el sur, donde vivió un tiempo en Río Negro, otro tiempo en Calafate, otro tiempo en Río Gallegos y otro tiempo en Puerto Madrin, para llegar luego a Bariloche, donde reside actualmente y desarrolla su actividad vinculada a la hotelería.
¿CÓMO JUGÓ Y CÓMO JUEGA TODA ESA EXPERIENCIA VIAJERA EN TU HOY, EN TU COTIDIANO, EN TU QUEHACER?
Me construyó la confianza. Mientras trabajaba de contador yo escribía, pero lo mantenía como oculto, no lo mostraba, iba acumulando textos, me sentía que no estaba a la altura porque no era alguien de la rama de las letras, y yo sentía que tenía que pertenecer a la rama de las letras. De hecho, cuando me recibí de contador estudié el primer año de la Licenciatura en Letras, lo completé, pero después me vine al sur y eso quedó en suspenso. Sentía que para mostrar o publicar debía pertenecer al ámbito de las letras, entonces siempre me daba vergüenza mostrar; empecé a participar en concursos, pero con seudónimos. Después de los viajes se me rompieron completamente todas las estructuras que tenía y dije ‘por qué no, por qué no animarme’. Al primer libro, ‘A veces escribo’, lo fui planeando con la editorial, que fue Dunken, es un libro de cuentos. Estaba trabajando en Italia y todo lo hice a distancia. Había algo que había cambiado, ya me sentía más tranquilo y quería publicarlo sí o sí, más allá del resultado. Después de eso la recepción fue buena y las redes sociales me ayudaron un montón; ahí es donde empecé a publicar, en Facebook primero, en Instagram después y la difusión fue buena; es una buena herramienta para alcanzar otros públicos. Así empezó todo. Luego vino la pandemia, se paró la hotelería, volví a trabajar de contador durante un tiempo, y ahí salió el segundo libro, que es poesía y tiene mucho que ver con el lenguaje, con estas palabras que fueron tomando poder en la pandemia y van atravesando la poesía de ese libro. El año pasado ya salió el último, que tiene ese formato que se lee hacia arriba, como si fueras pasando los dedos por la pantalla del celular, que es también como una especie de hacer honor al origen de esos poemas, que fueron primero publicados en Instagram. El formato papel, en este caso, es una segunda publicación, porque ya todo estaba disponible en formato digital.
HACIENDO UN RECORRIDO HACIA ATRÁS, ¿CUÁNDO FUE TU PRIMERA APROXIMACIÓN A LA LITERATURA, A LA ESCRITURA. QUÉ RECORDÁS RESPECTO DE ESO?
Fue en Nonogasta. Mi familia vive en barrio Las Flores, un barrio que tiene un canal muy bonito. Tenía una vecina en ese momento, María Rosa, que tenía una biblioteca muy grande, ella era maestra. Mi mamá trabajó siempre en la Curtiembre, hasta que se jubiló, y todos los días yo iba a buscarla, a esperarla cerca del trabajo, y todos los días pasaba frente a la casa de María Rosa y ella me daba un libro y luego me pedía la devolución. Con el tiempo me di cuenta de lo importante que fue eso; todos los días tenía un libro nuevo, todos los días una lectura diferente y en ese tiempo leía un montón, porque además en los pueblos el tiempo pasa muy lento; en las vacaciones de verano el tiempo se extiende. Mi mamá se esforzaba un montón, fue todo muy difícil, y fue una muy buena distracción el tema de los libros. Esa fue también mi primera forma de viajar; leía mucho en ese momento a Julio Verne. Uno va guardando cosas en el inconsciente que van saliendo después, esas ganas de conocer y moverse. Pero creo que ahí fue, mucha lectura primero, y especialmente en la adolescencia.
¿Y LA ESCRITURA CUÁNDO APARECE? ¿CUÁNDO FUE QUE DIJISTE YO QUIERO HACER ESTO, PUEDO ANIMARME A ESCRIBIR UNA LÍNEAS…?
Creo que ni siquiera lo pensé tanto. Empezó como una especie de catarsis; creo que todos empezamos por ahí. Llevaba una bitácora, una especie de diario, cuando tenía unos 15, 16 años, que eran poemas o canciones. Tenía forma, era como un librito, no era un diario íntimo, eran poemas, frases que iba anotando, un versito de la rima de la poesía tradicional, buscaba palabritas para que coincidan. Creo que empezó como un juego, que fue como jugar con las palabras.
HICISTE UN LARGO RECORRIDO HASTA DECIDIRTE A PUBLICAR, ¿QUÉ PASÓ EN EL MEDIO? ¿POR QUE DE PRONTO TE DECIDISTE A IR HACIA EL LADO DE LOS NÚMEROS? ¿CÓMO FUE ESE PROCESO TUYO?
La verdad que cuando terminé la Secundaria tenía mucha presión, porque siempre fui muy estudioso y además fui el primero de mi familia en ir a la Universidad y no quería que mi mamá desperdicie dinero, o sienta que el esfuerzo no iba a valer la pena; mi mamá me daba prácticamente todo su sueldo. Había estudiado en una escuela comercial, me gustaba la Contabilidad, y era por lógica, tenía una base y pensaba que iba a poder hacerlo. En ese momento la conclusión fue esa: ‘me va bien en esto, lo puedo hacer y lo de letras puede esperar’. Consideré, además, que la salida laboral de contador podés hacerla de manera independiente, podés tener tus clientes, tu estudio, podés ser también administrativo y, de hecho, esa lógica funcionó incluso hasta el año pasado, cuando se cortó todo por la pandemia. El año pasado volví a comprobar que me sigue salvando esa carrera, es una buena forma de tener un plan de emergencia, de usarlo, y en ese momento lo vi así. Y dije ‘bueno, termino lo de contador y hago letras’, que de hecho lo hice, pero después también entendí que era solo una cuestión vinculada a la seguridad. Empecé a encontrar infinidad de autores que nunca habían pasado por Letras o que no tienen nada que ver con la profesión de la literatura; son escritores, les gusta eso. Lo entendí mejor y se me pasó esa necesidad.
NO OBSTANTE, EN ESE PROCESO LA ESCRITURA TE ACOMPAÑÓ SIEMPRE…
Nunca dejé de escribir. Siempre estuve haciendo talleres, porque sentía que era el espacio para mí. La carrera te va estructurando, la formación profesional te va cambiando el modo de hablar, de escribir, entonces los talleres eran vitales para poder romper con esas estructuras que me llevaban hacia otros ámbitos de la vida. Eran necesarios para mí, sino terminaba escribiendo o pensando que todo tenía que cerrar de una determinada manera y toda la libertad que te da la literatura y la escritura la iba perdiendo, entonces siempre sirvieron para tomar aire.
¿HUBO TALLERES QUE TE MARCARON PARTICULARMENTE, QUE HAYAN SIDO DETERMINANTES EN EL SENTIDO DE PODER ABRIR LA MENTALIDAD HACIA ESA LIBERTAD QUE TE DA LA ESCRITURA?
El primer taller lo tuve en la carrera de Letras; teníamos una materia que se llama Taller de Producción de Textos, con Marisa Piehl. Recuerdo que escribía cuentos para esa materia y ella fue la primera en acompañar ese proceso; ahora es una amiga, una persona que cuando tengo un borrador se lo envío para que lo mire. El taller con Adriana Petrigliano, que lo empecé de forma virtual, también fue importante, por la confianza más que nada. Fueron muy generosas y muy empáticas; el hecho de saber que era algo que comenzaba, que era un camino en formación, que todavía es un camino en formación porque le falta mucho aún a mi escritura, pero el poder tratarte con cuidado, es importante para no frustrarte. Ellas fueron muy generosas. Luego el taller que hice con Nina Ferrari, que es una escritora de Buenos Aires que me encanta, que admiro un montón, mucho más reciente. El tercer libro empieza con un poema de ella, también muy generosa. Su estilo de escritura me identifica mucho y es un taller que a mí me cambió bastante, porque con ella trabajamos mucho la voz, la lectura en voz alta, esto de que no se pierda la intención entre lo que está escrito y cuando defendés el poema, esto de los micrófonos abiertos, que me encanta, que está muy bueno y que es como una forma de reescribir la poesía, porque una cosa es cuando está escrita y otra cuando defendés en voz alta frente a un grupo y hacés que esa poesía atraviese al otro con tu voz y que al otro le quede tu voz en la cabeza cada vez que lea algo tuyo. Es un taller que me gustó mucho y sigo tratando de hacer talleres.