Sensible profundidad de nuestra tierra

En donde vengo de Carlos Paredes

Hay un vuelo de cóndor surcando el cielo en cada una de las palabras que conforman el poemario En donde vengo de Carlos Paredes. Hay una mirada escrutadora, también, en ese vuelo que desde la altura de un decir abrazador va planeando en busca de las raíces más profundas de nuestra esencia y, por ende, de nuestra riojanidad. Raíces, como una manera de alimentar el espíritu de estos pagos, de este pueblo que se aferra a la canción con la misma fuerza que a las voces indispensables que lo mencionan.
Después de Degustando vino y canto (2014) y Pircacuna de coplas (2017), el Sommelier y cantautor riojano vuelve en clave de poesías melodiosas a referenciar a las montañas y su fortaleza (desde el no pasarán), a modo de desplegar sobre el papel en blanco una visión particular y especialmente comprometida con la realidad que lo rodea y a la que asiste a diario poniendo en valor, línea sobre línea, una tradición de entereza frente a las dificultades propias de una naturaleza agreste, en la que la falta de agua va de la mano con la falta de esperanza.
Frente a esa determinación geográfica, precisamente, contrapone el escritor la cadencia de una mirada que se asume tierra, pero no cualquier tierra, sino esta tierra riojana que le corre por las venas y le atraviesa de lado a lado el alma, poniendo en marcha ese corazón que late al compás del zonda y la vidala en las horas de una siesta ardiente. Así es como Carlos Paredes se asume: carnaval, flor y canto hasta arriesgar el cielo incluso, porque sin cada febrero puntual, ¿qué sentido tendría vivir de este lado del mundo?
Tal vez, nadie podría describirlo mejor que quien se alejó por un tiempo del terruño y sus costumbres, para volver luego como absorbido por la necesidad de refrendar, uno por uno, los paisajes y sus trinos, el cadencioso andar de su gente (porque el apuro siempre es ajeno), el sudor del asfalto trepando el aire y ese ritual del volvedor (como el coyoyo cantor) que en realidad no se fue nunca, porque este aire que baja de los cerros azules es al escritor como la Chaya lo es para el asumirse riojano.
El marrón es lo que somos / cuando no somos blancos / ni negros ni rojos ni amarillos / es el mandato del sol en este país de greda, afirma Paredes en esa especie de carta de presentación que se afinca en su reconocerse parte de esta tierra en donde viene dejando paso tras paso, palabra por palabra, una huella tras otra huella para que el transcurrir del tiempo no nos impida jamás el reconocernos en el aroma a mandarinas en los patios con que nuestro sol parece perfumado.
Hay en el último libro de Paredes (pronto a ser presentado en sociedad) una sensible profundidad de las nostalgias de nuestra tierra que apela en algunos casos a la memoria familiar que teje prendas de hermandad en el telar de la abuela, esa mujer ancestral que continúa hilvanando el devenir de los días; y en otros se aferra al homenaje para quienes hacen de la canción y de las plegarias (Pancho Cabral, Monseñor Angelelli, solo por citar a un par) una manera consistente y consciente de recobrar y resguardar las expresiones y el idioma del interior profundo.
Pero hay también, y he aquí otra de las vitales funciones de la poesía, una fuerte proclama y un reclamo que se enardece. Esa resistencia a la que el escritor invita y que, como tal, no baja los brazos frente a los poderosos de siempre; esos que ahora no logran doblegar al canto y al poema de los débiles que alzan sus voces fuertes para izar las dignidades adormecidas de los pueblos originarios.
La poesía de Carlos Paredes, en definitiva, es como un racimo que va madurando su mensaje con el correr del tiempo, con la misma tenacidad con que los ríos insisten en ser ríos / entonces dibujan su cauce / por los contornos de la sed / y sueñan con que algún día /sus gotas de sequía / alcancen a tocar el mar; con la misma algarabía con que se despierta la Chaya en su rito milenario, agradecido y libertario; y con la misma fe con que su canto generoso y convidador se ofrece en sones de comunidad, cosecha y cultura.
Igual que el cóndor que surca el cielo con su vuelo, de par en par sus alas abiertas en cada una de las palabras que conforman En donde vengo, interpelándonos con esa misma mirada escrutadora que la del escritor.

(La presente nota fue publicada en el suplemento 1591 Cultura + Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)

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