Eicca Toppinen, Paavo Lötjönen, Perttu Kivilaakso y Mikko Sirén, más allá de la dificultad para pronunciar o escribir sus nombres, bien podrían ser cuatro tipos comunes y corrientes nacidos en la desconocida (por muchos) y lejana Finlandia, a los cuales difícilmente podrías reconocer si, por esas casualidades de la vida, te los cruzaras por la peatonal 9 de Julio.
Sin embargo, lejos de pasar desapercibidos como cualquier otro simple mortal, sumaron a sus raíces atadas a uno de los países más prósperos del mundo, la osadía de traspasar las fronteras de la academia de música clásica Sibelius de Helsinki para irrumpir con estridencia en el escarpado universo del metal. Y como si esto fuera poco, lo hicieron con un instrumento que, por sus orígenes mismos, está siempre directamente asociado a la música clásica: el Cello.
Y si a todo esto se le agrega la casi increíble aventura de darse a conocer al mundo interpretando clásicos de una de las bandas más icónicas del thrash metal como lo es Metallica, el combo puede resultar tan asombroso como extraordinario. Y así resulta, en definitiva: asombroso y extraordinario.
Algo de eso (mucho de eso, en realidad), dejó ver Apocalyptica -fusión de apocalypse y Metallica, la banda formada allá por 1992 por los cuatro fantásticos finlandeses- el pasado miércoles 29 de noviembre en la Plaza de la Música, en la mediterránea Córdoba que los recibió por primera vez en el marco de la gira por los 20 años de “Plays Metallica By Four Cellos”. Aquella obra que los llevó a la fama, dando vida a un nuevo género, fue la excusa perfecta para que el público que colmó el predio de la ex Vieja Usina pudiera degustar de una calidad musical e interpretativa sorprendente, que brindó a borbotones cada uno de los detalles que definen a la música de Metallica desde cuatro Cellos que, por momentos, parecían prenderse fuego.
Aunque las voces estuvieron prácticamente ausentes -sólo dieron paso a las arengas de los músicos incitando a la rebelión metalera del público-, los presentes hicieron de las suyas al cantar cada uno de los coros y las estrofas de los himnos de la banda originaria de Los Angeles, dando paso así a una apropiación única que llegó como torrente de fusiones, con toda la calidad y la precisión de la música académica.
La primera parte del concierto incluyó clásicos como “Master Of Puppets”, “Creeping Death”, “Wherever I May Roam” y una sorprendente versión de “Welcome Home (Sanitarium)”. La instrumentación clásica llenó el recinto con sensaciones cargadas de oscuridad, melancolía, belleza y energía. Impactante genialidad por parte de los músicos, movimientos de contorsionismo en el escenario con los instrumentos, complicidad entre ellos y protagonismo para cada integrante, dependiendo de la canción a interpretar.
Tras el primer repertorio hubo un intermedio de 20 minutos, y luego se abrió el telón para la segunda parte del show (la más energética), que arrancó con el tema “Fade To Black”, para dar paso a la salida a escena del baterista Mikko Siren, quien terminó de darle un sentido fuerte y agresivo a la presentación, ya que su aporte incluyó aditamentos con percusión y samples, entre clásicos que siguieron llegando, como la inolvidable “Nothing Else Matters”.
De ahí en más, todo fue sangre, sudor y lágrimas. Sangre corriendo caliente por las venas; sudor mojando las frentes y las melenas noventosas y lágrimas para la emoción penetrando la piel, a través de los poros, palanqueada por una pequeña improvisación de “Thunderstruck” de, AC/DC, con la que homenajearon al recientemente fallecido Malcolm Young.
El cierre, con “One”, puso a los músicos a deslumbrar al público con impecables e hipnóticas adaptaciones técnicas de guitarra a los Cellos, contrastando sobre el escenario solos frenéticos e interpretaciones pasivas. El resultado: miles de espectadores acariciando el éxtasis y una confluencia de sensaciones tan inexplicables como que esos cuatro instrumentos suenen con esa intensidad y esa potencia, digna de una sinfonía de metal.