Una reseña para el libro «Chicas muertas», de la escritora Selva Almada
No hace mucho que La Rioja se vio sacudida por un hecho de violencia extrema (otra vez), que se cobró la vida de una pequeña de apenas 12 años. Sabina Condorí sumó un nuevo nombre (uno más y van) a los femicidios que sacuden por aquí y por allá, a lo largo y ancho del país. Chicas muertas (asesinadas). Por todos lados. Así es como el libro de la escritora Selva Almada, publicado en el año 2014, conserva una vigencia lamentable. O una lamentable vigencia que, para el caso, da exactamente lo mismo. Y, al mismo tiempo, se torna una lectura indispensable para estos tiempos. Y para los que seguirán viniendo.
“Chicas muertas” parte de tres historias reales. Toma tres casos que, como tantos y tantos otros en nuestro país, quedaron irresueltos, empantanados en los intrincados laberintos judiciales y -lo que puede resultar aún mucho más grave- en la brutal indiferencia de una sociedad anestesiada. Indiferencia que, queda claro, Almada viene a romper para sacudir esa especie de modorra aletargada, insensible y desinteresada en la que caen la mayoría de los hechos que hablan contundentemente de la opresión machista que asfixia las libertades de miles y miles de mujeres en la Argentina y que, entre otras cosas, abrió paso a la consigna #NuUnaMenos.
Andrea, que fue hallada muerta en su cama, apuñalada, sin que nadie pueda explicar cómo ni por qué. María Luisa, cuyo cadáver se encontró abandonado en el campo, con el rostro picoteado por los pájaros. Y Sarita, que desapareció sin que nunca se haya sabido luego si llegó a morir o tuvo otro destino (nuestra Peli Mercado, si se quiere; nuestra Marita Verón, por caso), son la excusa perfecta para que Almada de rienda suelta a un entramado que parte de la memoria de pequeña de la autora, para llegar prácticamente hasta nuestros días, cuando “el nada ha cambiado” forma parte de la misma asfixia que, seguramente, debieron sentir esas tres mujeres frente a la inminecia de una desaparición o una muerte violenta. Esas tres mujeres que (simbólicamente) son todas.
Desde el mismo título del libro, la escritora pone en evidencia sin ningún tipo de concesiones ni pruritos, la crudeza de una mirada que, por otra parte, no podría ser otra frente a una temática que ya no admite adornos, ornamentaciones, ni posturas timoratas. Maestría literaria la de Almada, incluso partiendo de un recuerdo personal en el patio de su casa mientras su padre se aprestaba a hacer el asado entre vinos y sudores, para despojarse de las vivencias personales y entrar de lleno en el verdadero eje de la historia que convoca y atrapa: el corazón y el sentir de las mujeres; y lo descorazonados e insensibles que pueden ser los hombres que las maltratan.
Y en ese ir y venir por las anécdotas particulares que terminan por entrecruzarse (incluso las de la misma Almada), poner sobre los ojos del lector una radiografía precisa y concreta del paisaje social de esa Argentina que se difumina hacia el interior profundo; ese país rural y miserable al que los políticos apelan especialmente en épocas electorales, donde la felicidad y las posibilidades de crecimiento no parecen ser alternativas lógicas para las mujeres (y tal vez tampoco para los hombres).
La escritora muestra a través de sus personajes la más cruel de las opresiones: esa que cualquier vecino de pueblo sabe que existe, pero que nadie hace nada para evitar que siga ocurriendo. Esa tragedia siempre al borde del precipicio, a la espera de dar un paso hacia adelante para volverse esa fatalidad siempre allí, inmutable, irreversible y lapidaria.
Abruma, por momentos, el recorrido por las páginas de “Chicas muertas”, como un camino hacia la perplejidad naturalizada. Asfixia, por momentos, la manera en que la escritora pone al lector frente a situaciones tan dramáticas como inevitables, pero definitivamente aceptadas, como las prácticas de una prostitución encubierta. Interpela, nos interpela, por momentos, Almada. Y nos deja una multiplicidad de preguntas a las que hay que buscarles una respuesta.
Como bien se reseñó en su momento en el diario El País “Almada quiere devolver la responsabilidad a quien le corresponde: “Lo que tenemos que conseguir es reconstruir cómo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber cómo eran miradas, vamos a saber cuál era la mirada que ellas tenían sobre el mundo”. Es decir, la constatación de que es imposible construir la libertad en un espacio dominado por el machismo más feroz. O aún peor y más desolador: que es imposible, incluso, concebir qué cosa es la libertad”. Al menos una libertad desde el rescate y la memoria para esas tres mujeres frente a la inminecia de una desaparición o una muerte violenta. Esas tres mujeres que son todas.
LA AUTORA
Selva Almada es una escritora, poetisa y narradora argentina. Nació en el año 1973 en Entre Ríos (Argentina). Recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes de Argentina para desarrollar un proyecto sobre femicidio adolescente. Dentro del campo editorial, co-dirige el ciclo de narrativas “Carne Argentina” y coordina talleres literarios de lectura, escritura y reflexión en el interior del país y en la ciudad de Buenos Aires.