Reseña para el libro «Teoría general de la indecisión» del periodista y escritor Nerio Tello
Conocí a Nerio Tello en un viaje. Un viaje hacia la mítica y legendaria Villa Nidia, tan al sur de La Rioja, que ya se nos cae del mapa. Si hubiera que ponerle un punto al fin del mundo para ubicarlo geográficamente, creo que Villa Nidia sería un lugar bastante exacto para ello. Pero volviendo al viaje, con parada en Ámbil y luego en Ulapes (a Ulapes no la conocía, pero ya la conocía por otro libro de Nerio, «Brasas de Ulapes») ese viaje, creo, o mejor dicho el concepto que engloba a la palabra viaje, es el mejor plan para sumergirse en la literatura de Nerio Tello, en el calibre de su escritura que, en términos de cacería, es siempre un disparo certero, una bala en el centro del blanco, con precisión de francotirador, o de observador impiadoso.
Ya había demostrado Nerio su destreza a la hora de emprender un viaje en su anterior novela, «Por qué es tan triste despertar», donde quedaba expresada la maestría y el oficio a la hora de dar vida a un relato, pero también al momento de pergeñar a unos personajes perfectamente diseñados, tal como ocurre en «Teoría General de la Indecisión», donde hace pie en una narración que fluye como si la estuviéramos viendo desde la ventanilla de un colectivo. Con esos ojos que se sorprenden ante todo y más que, ante todo, ante lo nuevo, incluso estando en frente de una escena que remita al pasado. Y es aquí, justamente, donde Nerio nos invita a otro viaje. A un viaje a través del tiempo, en un ida y vuelta constante que sumerge al lector en sus propias certezas y dudas respecto de las visiones particulares que, por otra parte, es inevitable que surjan desde las experiencias individuales en el viaje de cada uno, tal la identificación que logra el escritor con los anclajes de una memoria que puede resultar laxa, pero no por ello menos movilizadora.
Esa es, en definitiva, una de las características que define a la obra de Tello: la creación de un universo literario que se instala con fuerza sobre una realidad que se torna absolutamente palpable, tangible, cercana. Podría, a partir de allí, hacer referencia a cuestiones puntuales que tienen que ver con lo particular del andamiaje de la escritura, con el relato que discurre en una estructura que define el arte de un Tello que viene, definitivamente, a iluminar al género, pero quiero hablar aquí, en cambio, del Nerio viajante que pude conocer personalmente hace dos años atrás, en septiembre de 2018, pero que había conocido tiempo antes, con «Brasas de Ulapes», libro en el que las memorias cobran la esencial existencia de lo que respira, de lo que late, de lo que vive y de lo que se mueve como un monstruo por nuestros mundos internos. En aquel libro, Tello se sumergía en lo más profundo de sus aguas y comenzaba a desplegar un nado en estilo libre que lo llevaba de costa a costa, atravesando océanos de evocaciones que van desde lo simple hacia lo complejo y viceversa. Un ir y venir que trasunta paisajes típicos e igualmente típicos personajes, pero que en la maestría del arte descriptivo del escritor cobran una integridad que hace que cada relato se sienta como una historia compartida.
Es, ni más no menos, lo que ocurre también con «Teoría general de la Indecisión», en donde el viaje es central, al igual que en «Por qué es tan triste despertar». Pero no el viaje hacia una localidad en particular, no el destino geográfico. Y es que, como dicen por allí, la vida no es un destino, sino un viaje. Y viajar es siempre volver, aunque se esté yendo, y aunque nunca se vuelva al pasado. Sin embargo, hay un pasado que nos sostiene, un pasado desde el que partimos. Un pasado que, al final de cuentas, es siempre un punto de partida.
¿Y cuánto hay del propio Tello en esos puntos de partida de sus personajes, en especial de los personajes centrales o que dan eje a una historia que atrapa, que intriga y se torna irresistible? ¿Cuánto hay de sus propias vivencias, no ya como protagonista, sino como certero observador y como preciso constructor de diálogos que hacen hablar a esos personajes, al tiempo que contextualizarlos en un escenario que, aunque no se explicita, es perfectamente identificable y también le pertenece?
A veces los recuerdos nos empujan, nos expulsan de las zonas de confort, nos incomodan, nos ponen a prueba. Y Tello se vale de eso, con precisión quirúrgica, para hacernos ser parte de una trama casi cinematográfica. Pero por sobre todas las cosas, para hacernos parte de un viaje a través de los detalles que nacen desde sus ojos y se afincan en los nuestros. Y lo hace, como afirma Enzo Maqueira en el prólogo de «Teoría general de la indecisión» como «artesano en la confección de un lenguaje que acompaña la trama en una simbiosis perfecta, raramente hallada en buena parte de lo que se escribe por estos días». Y es que Tello escribe viajando. O viaja como si escribiera. Y nos hace viajar, al mismo tiempo.