“Todos compartimos una pasión inquebrantable por la belleza y la verdad. Nos esforzamos por capturar la luz, el color y la atmósfera de la vida misma, llevando a la gente a ver el mundo desde una nueva perspectiva”. Volviendo a Van Gogh en relación a los pintores, resulta sencillo encontrar en la obra de Flora Gómez las señales que definen su evolución junto a la pintura. Desde muy pequeña, a sus cortos 10 años, comenzó a encauzar un camino que la llevó por diferentes escenarios, pero que la ratificó siempre en su elección vital. Por eso, cuando se le pregunta por su relación con la pintura, no duda en afirmar: “En la pintura encuentro el color”. Y es así como va poniendo color a su día tras día, entre sus responsabilidades laborales ligadas a la gestión dentro de la Municipalidad de la Capital, y el refugio interior que se reproduce sobre el lienzo.
“Esta obra está en un nivel de cierre, de cambio de etapa, terminando mi gestión en la Municipalidad. Pinto desde los 10 años, toda la vida he hecho lo mismo y lo he acompañado siempre con formación espiritual. Entré a la gestión municipal y llegó la pandemia; eso y la realidad que enfrento cada día trabajando junto a Inés Brizuela y Doria y a sus valores, me generó una fuerza en la pintura. Esa bajada a la tierra hizo que tenga otra mirada”, cuenta a 1591 Cultura+Espectáculos con la misma naturalidad y sinceridad con la que se expresa en cada uno de sus cuadros, invadiendo las retinas, pero también dejando la claridad de un mensaje que atraviesa. “La pintura es un compromiso y una necesidad para mí. Es una compulsión que me hace mal no satisfacer”, explica la artista, quien confiesa que ha enseñado pintura en numerosos talleres y considera esta disciplina como una experiencia en la que el cuadro es un espejo que refleja su alma colorida.
“Uno tiene un temperamento y uno lucha permanentemente con eso. Uno sabe dibujar, pintar, pero tiene que pelear con lo que le dijo la mamá que era pintar. Cuando uno deja de pelear con eso y pinta como pintaba cuando era niño, ahí aparece la obra. Se trata de dejar ser lo que uno es. Hay gente que aprende más, gente que aprende menos, pero el hecho de sacar a la luz un universo propio es ser artista”, sostiene Flora Gómez y, desde allí, se sostiene en su hacer.
En cuanto a su evolución artística, atribuye su crecimiento a la capacidad de aceptarse a sí misma y dejar fluir su creatividad sin limitaciones. A través de su arte, busca expresar un universo propio y auténtico, siendo esta la verdadera esencia de un artista, cuestión que queda plasmada también en su cotidiano, donde además abre espacio a su fundamental rol de madre. “Yo pinto en la cocina y mis hijos aman que esté ahí. Para ellos es su lugar, van juntos, los incluyo”, resalta, al igual que Van Gogh resaltaba a su hermano Theo: “Los paisajes y las personas de esta región son una fuente inagotable de inspiración, y trato de plasmar en mis lienzos la belleza que encuentro en cada rincón”. A su manera, Flora Gómez reafirma cada una de estas palabras: “En esta muestra puedo resumir todo lo que vivo a diario, por eso se llama ‘Formas de volver a casa’, porque este es el lugar donde yo gano las batallas. Pierdo todas las mañanas con una realidad que no puedo resolver y que no puedo frenar, por eso para mí la pintura es un lugar donde estar, y en ese estar aparece un color. Es estar en ese lugar en el que tengo una intimidad con el cuadro y la casa es adentro. La pintura es una de las formas de ir hacia el interior de uno. La forma de resistir”.
DE ADENTRO HACIA AFUERA
La obra de Flora Gómez se abre como una caja de sorpresas. Invita a recorrerla detenidamente, cuadro por cuadro, como si no existiera un tiempo. Asombra su creatividad, pero también esa capacidad de fluir desde adentro hacia afuera, exponiendo no solo esa habilidad innata de atrapar el color, sino también las formas de un mensaje que conmueve. Y conmueve, desde su propia evolución personal, que bien podría atribuirse a la capacidad de aceptarse a sí misma y dejarse fluir sin limitaciones.
A través de su arte, expresa un universo propio y auténtico. Y lo reafirma en cada una de sus palabras. “Acabo de descubrir esta fuerza y ahora voy a poder encarar ciertas cuestiones. Es un punto de inflexión. La pintura es donde yo gano. A veces pinto llorando por lo que pasa. En todas esas batallas perdidas la pintura sé que me va a salir bien”.
La pintura es su territorio de seguridad, aunque no su zona de confort, ya que no admite detenerse como una opción. “Ser pintor es un viaje interminable y desafiante, pero también es una bendición. A través del arte, podemos encontrar significado en la vida, compartir nuestra visión con el mundo y, espero, dejar un legado que perdure en el tiempo”, afirma Van Gogh. Y mucho de esta afirmación se puede encontrar en las entrelíneas de Flora Gómez.
“Siento que estoy empezando a pintar de otra manera. El primer cuadro que sirve es el número cien, la pintura es una experiencia. No es una técnica, hay un hacer que te convierte en pintor. La fuerza cambió, el acto de pintar; un cuadro para que sirva tiene que estar al límite de la catástrofe, y el pintor debe poder entrar en esa catástrofe y salvarlo. Tengo la total tranquilidad de que puedo levantar cualquier catástrofe. Sé que estas cosas son mías y tengo también la seguridad de que lo voy a poder vender. Es parte de lo que a mí me sostiene como pintora. Esa seguridad es la que habla de mi evolución. No es para cualquiera y eso te lo enseña la espiritualidad”.
De adentro hacia afuera. Igual que la inmersión que sugiere y supone su obra, una vez que uno está frente al cuadro y termina de comprender ese trabajo espiritual que la ubica en una instancia superior, elevada. “La pintura es un compromiso, es una necesidad. No puedo dejar de hacerlo, es una compulsión, me hace mal no pintar”, expresa. Y de alguna manera, en ese expresar, deja en claro la pureza de un ADN artístico que, incluso, la sobrepasa. Puede que la pintura esté más allá de ella, de su existencia, pero el no cesar en su búsqueda espiritual la acerca cada vez más a ese punto de encuentro. “A menudo, el arte se convierte en un refugio para el alma atormentada y una forma de encontrar redención a través de la creatividad”, cuenta Van Gogh, estableciendo esa relación estrecha e indisoluble. De adentro hacia afuera, Flora Gómez establece su propia relación con la pintura: “El cuadro no deja de ser un espejo, me siento más o menos así, muy colorida”. La pintura es un lugar para estar. La pintura es su lugar para estar. Un refugio donde cada pincelada representa una victoria personal y un refugio que trasciende la técnica y se conecta con el alma del observador.
FORMAS DE VOLVER A CASA
UNA MUESTRA DE FLORA GÓMEZ
AHORA SÉ CAMINAR; NO PODRÉ APRENDER NUNCA MÁS (CITA DE: TESIS SOBRE LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA, WALTER BENJAMIN-1940)
UN VENTANAL ENORME ES EL LÍMITE ENTRE EL JARDÍN Y LAS OBRAS DE GÓMEZ. ESE LÍMITE SE CONFUNDE EN SENSUALIDAD, EN EXUBERANCIA, EN MISTERIO. ESA CONVIVENCIA OBLIGADA ENTRE EL TALLER Y EL ENTORNO CONVIERTE LA OBRA EN PARTE DEL MISMO. ¿QUÉ ES PRIMERO? ¿LAS PLANTAS QUE CRECEN HASTA ARRIBA DEL CERCO O LAS OBRAS DE DIFERENTES TAMAÑOS QUE LUCHAN POR ESCAPARSE DE SUS SOPORTES PARA FUNDIRSE CON EL AFUERA? SUS TRABAJOS CONSTRUYEN UN PAISAJE QUE ATRAE POR SU FUERZA, EXIGEN TIEMPO, IMPONEN MOVIMIENTO Y NOS OBLIGAN A OLVIDARNOS DE NOSOTROS PARA INGRESAR EN ELLOS. LA SENSIBILIDAD DE FLORA ORIENTAL O IMPRESIONISTA ES LA QUE MEDIA. SU VOLUNTAD ES LA QUE SE IMPONE. SOBRE TODO, EN TODOS SUS TRABAJOS DE GRAN FORMATO, AGRUPADOS EN DÍPTICOS O TRÍPTICOS (LOS ROJOS, LOS CELESTES, LOS AMARILLOS) TODO OCURRE EN UN PRIMER PLANO. NO HAY DIMENSIONES RELATIVAS, NI PUNTOS DE FUGA, NI ACADEMICISMO. NO HAY TIMIDEZ, HAY UNA BÚSQUEDA PERMANENTE DE ENCONTRAR EN LAS MUCHAS CAPAS DE PINTURA Y EN LA CONVIVENCIA ARMÓNICA DEL COLOR UN LUGAR DONDE QUEDARSE. UN LUGAR DONDE NO HAY ESPACIO PARA LA MELANCOLÍA NI LA ANGUSTIA. EL MOVIMIENTO DE LAS PINCELADAS IMPONE UNA VITALIDAD QUE SUSPENDE LA TRISTEZA.
LA ARTISTA NO BUSCA REPRESENTAR, NO BUSCA IDEAR UNA FORMA O PINTAR LO QUE SIENTE. EL TEMA TIENE UNA IMPORTANCIA SECUNDARIA. SOLO LA MOVILIZA LA IMAGEN QUE VA DESCUBRIENDO. LAS VIBRACIONES DE UN COLOR O UN TONO AL LADO DE OTRO. EL EMPASTE, LA VELADURA, LA MATERIALIDAD HISTÓRICA DEL ÓLEO. SU JUEGO SE DESPLIEGA EN MÚLTIPLES PLANOS DE PROFUNDIDAD, EN EL ARRASTRE DE LA PINTURA QUE CUBRE Y DESCUBRE A LA VEZ, LA POTENCIA DEL PLANO PINTADO.
UN QUIEBRE O UNA NOVEDAD, UN HALLAZGO SIN DUDA, ME PARECE SU OBRA “BOSQUE”. OBRA FORMADA POR 420 HOJAS A4, COPIAS IMPRESAS EN CHORRO A TINTA A COLOR, QUE INVADE Y CRECE OCUPANDO PARED Y TECHO DEL ESPACIO.
EL PASO DEL TIEMPO, LO APRENDIDO, LO ENCONTRADO, TODO ESE TRABAJO INTROSPECTIVO QUE PERMITE CONOCERNOS ES, SIN DUDAS, PROTAGONISTA. CADA CUADRO ES UNA SECUENCIA DE RITMOS Y VIBRACIONES QUE LA CONDUCEN A DONDE ELLA QUISIERA ESTAR. Y A ESE LUGAR, A ESE MOMENTO NO SE ARRIBA POR UN ÚNICO CAMINO. HAY MUCHAS FORMAS DE VOLVER.
HUGO ALBRIEU