Todo presente es también historia. Todo presente ancla su razón de ser, sus motivos y sus circunstancias al tiempo transcurrido previamente, en el que se trazó el camino sobre un lienzo en blanco. El mismo lienzo en blanco, quizás, sobre el que hoy se dibujan y colorean las historias futuras.
Para María Celia Douglas esta parte de su historia asociada a tantas otras historias escritas al unísono, y tal como ella misma lo describe, arrancó “allá por el año 1982”. La calificó, a tal fin como un “aventura” para ella, acompañada de “familia, amigos, vivencias, infancia, mucho trabajo, amor y dedicación en varias generaciones”. Fue entonces cuando volvieron a la memoria aquella construcción noble de adobe, las fincas de olivos por entonces con turnos de riego, las acequias y los nombres que fueron usando para nombrar todo aquello: “Cochan; El gran Chaparral”. Y sueños, muchos sueños lanzados al mismo cielo en el que hoy revolotean los pájaros para dejar su vuelo posado en los árboles como sinónimo de la paz, la tranquilidad y la libertad que se encuentra y que, como trinos, se siente (en oídos y espíritu) en Mondo Espacio para Crear. “Ilusiones, anhelos, sabores de antaño, reinicios y mucha magia”, tal como también lo afirma su creadora. “La magia de los nuevos comienzos”.
Cuenta la escritora cordobesa María Teresa Andruetto que “había una vez una ciudad. Y en la ciudad un hombre, un hombre triste. Para escapar a su tristeza, el hombre huyó. Cruzó el centro, las veredas angostas, las calles llenas de gente. Dejo atrás letreros luminosos, ruidos de bocinas, chimeneas de fábricas, semáforos, atravesó los barrios, las casas chatas, los baldíos con paraísos, las esquinas llenas de chicos, sin detenerse ni una vez. Y, al atardecer llego al campo, una llanura verde donde las vacas pastaban, En el campo el hombre busco una piedra, no es fácil encontrar una piedra en la llanura, pero el hombre busco y busco hasta encontrarla. Y sobre ella se echó a llorar. El brazo en ángulo sobre la piedra y sobre el brazo la cabeza del hombre que lloraba. Ese atardecer, cerca de esa piedra, paso un chico. Cuando el chico vio al hombre llorando, sintió el impulso de preguntarle cuál era la razón de su pena. Pero se contuvo. Volvió a pasar junto a la piedra, unos días después y el hombre seguía llorando. Entonces el chico se animó: ‘Hace días que estas sobre esa piedra llorando, ¿qué es lo que te pasa?’ El hombre que lloraba levantó la cabeza y como quien cuenta un sueño contó: ‘Yo vivía en la ciudad. Y en la ciudad estaba triste. Para olvidar mi tristeza intenté escapar. Crucé el centro, las veredas angostas, las calles llenas de gente. Dejé atrás letreros luminosos, ruidos de bocinas, chimeneas de fábricas, semáforos, atravesé los barrios, las casas chatas, los baldíos con paraísos, sin detenerme ni una sola vez. Al atardecer llegué al campo, a estas llanuras donde las vacas pastan. Quise encontrar una piedra. No es fácil encontrar una piedra en la llanura, pero yo busqué y busqué hasta conseguirla. Y sobre ella me eché a llorar. El brazo en ángulo sobre la piedra y sobre el brazo mi cabeza. Lloré desconsoladamente. Las lágrimas resbalaron por mi rostro. Los rayos del sol se filtraron entre mi brazo y mi cabeza. Y la luz tocó mis lágrimas. Y el agua de mis lágrimas descompuso esa luz en mil colores. Y era tan hermoso que tuve que seguir llorando para verlo”.
En Mondo (y en la vida de su fundadora) cada espacio funciona como la piedra en el cuento de Andruetto, haciendo que la luz se descomponga en mil colores e invitando al ocasional visitante a quedarse allí, a disfrutar de un tiempo que corre en los relojes de manera muy diferente, entre brisas frescas y aroma a café que llega desde la cocina de la vieja casona ahora remodelada y reluciente de distintas tonalidades. “Mondo nació como un lienzo en blanco, para dar vuelo a la creatividad, al integrar. Lo que hace Mondo es crear el contexto para que estas cosas sucedan. El arte fue lo primero a convocar. Pero no es sólo el arte: es también el encuentro, el aprendizaje, el recuperar los valores. Hay muchas cosas con un propósito; en cada cosa que se va haciendo. Por eso Mondo es también muy versátil, muy adaptable y flexible. Muchas cosas suceden aquí. Es por eso que nosotros necesitamos enamorados para Mondo, gente a la que participar ya le genere un cambio en su vida; el solo hecho de convivir con esta apertura, con esta flexibilidad que mucho tiene que ver conmigo”, cuenta María Celia transmitiendo su experiencia personal en cada palabra.
Ubicado en calle Cotagaita esquina Curuzú Cuatia del barrio Cochangasta, en la capital riojana, Mondo abrió sus puertas en el mes de septiembre de 2017 con una muestra de la artista Flora Gómez y, a partir de allí, los proyectos no dejaron de sucederse unos a otros, siempre bajo un mismo concepto: congregar a través del arte. A su nombre, lo acompaña además una definición mucho más compleja e interesante que la que aparentemente encierra: es un espacio libre de cosas añadidas o superfluas. Es por eso que cada rincón de Mondo se afianza sobre una mirada que tiende hacia lo colectivo, sin que esto implique masificar livianamente. Bajo esa perspectiva, precisamente, en agosto de 2018 nació “Mondearte” y comenzaron a realizarse también las cenas temáticas. “Marcela Salomón trajo su propuesta. Ella venía de Buenos Aires. Entonces emprendimos esa aventura juntas que se daba todos los jueves, recuerda María Celia. “Siempre con arte en el medio”, añade, resaltando así esa visión ligada a lo cultural que envuelve este particular universo.
“Mondo está siempre lleno de cuadros, con caballetes por un lado y otro; con música. Me gustaría ir generando integración; hacer algo que resulte mucho más que lo individual. Falta, pero vamos bien”, asegura quien dio vida a este espacio a partir de vivencias personales, pero buscando siempre ensamblar otras miradas, otras perspectivas, tendiendo así hacia una construcción colectiva en tiempos de persistentes individualidades. Es por eso que Mondo cuenta además con la activa y necesaria participación de Mariana Catalán, Katia Carlucci, Florencia (Flora) Gómez y Marcela Salomón.
“Nos van uniendo los nuevos comienzos. El comenzar otra vez. Cuando viene el otro, el contacto se vuelve disruptivo. Eso me gusta también, me gusta aceptarlo, no que sea todo como yo lo haría. No es fácil lograr la apertura, pero tiene que ver con el desdramatizar. Necesito gente que empuje, que genere, que se adhiera, que se involucre, que tenga vuelo y que apueste como apostamos todos. Hay que encenderse. La motivación es parte de lo que nos une a nosotras, es nuestro motor”.
PARTE DE LA HISTORIA
Mondo Espacio para Crear envuelve a diferentes expresiones artísticas a las que, a su vez, fue anexando otras actividades que sirvieron para atraer a públicos diferentes. Ese es el concepto que le imprime María Celia Douglas (es absolutamente imposible disociar a Mondo de su creadora) a partir del desafío que implica el trabajo en grupo, desde la horizontalidad. “Cuando te alineas es fantástico. Es mucho más poderoso que trabajar individualmente, pero es siempre un desafío. Cada persona tiene lo suyo y hay que lograr que las cosas se hagan”, sostiene. Pero Mondo envuelve también a su propia historia, la de esta mujer oteando el horizonte de las posibilidades, vinculada también a los nuevos comienzos.
“Mondo nace a partir de un momento muy particular mío; un cambio en mi vida. Esta casa la hereda mi papá y aquí vivimos toda nuestra infancia, cuando todo era campo. Tengo muy lindos recuerdos, toda la familia reunida, todo lo que es sano para un niño. Para mí es parte importante de mi historia. Pero sin dudas que lo más importante de este lugar es lo que significó para mi papá. Él amaba este lugar y venía con mucho esfuerzo a trabajarlo. Siempre me gustó este lugar, así que me encontré entre la espada y la pared en cuánto a qué hacer con él. Al tener esta bisagra en mi vida comencé a desarrollar mis propios sueños y eso comenzó a desarrollar mi creatividad y a canalizar todo lo que vivía de manera positiva. Es así como los puntos se van uniendo”.
Es así, también, como María Celia Douglas hizo de su historia este presente repleto de proyectos, a los que también se sumó Lila Caffe, otra de las acciones que vino a darle más vida aún a Mondo. “El formato de la casa está igual, pero lo que más tiene es vida y yo creo que esto no es de uno, sino que se trata de una construcción conjunta. Yo soy la cara visible, pero detrás de mí hay mucha gente con muchas ganas, haciendo que las cosas sucedan”. Se evidencia, entonces con la claridad de un rayo de luz colándose entre las ramas de los árboles y el contorno del cordón del Velasco custodiando la mirada por encima del muro, que Mondo es para María Celia como la piedra para el protagonista del cuento de Andruetto: ese lugar en el que la luz se descompone en mil colores que, a su vez, son como pequeños abrazos para cada uno de los visitantes de este espacio abierto a la creatividad, pero también a la libertad plena.
“Mondo no tiene límites. Por mi formación (Contadora) suelo ser muy estructurada y los artistas vuelan, por lo que me costó integrarme a ellos. Pero aprendí que hay que respetar las formas en que cada uno elige para vivir”, afirma y va, incluso, un poco más allá. “Fue un desafío trabajar con los artistas. En el arte muchas veces ellos comunican y esa conexión con la comunicación es muy interesante. El arte es antisistema y se revela y es valioso en ese sentido, como en muchos otros. Diferentes, opuestos, vas aprendiendo y vas aprendiendo a relajarte también. Esto me pone en movimiento, es lo que a mí me genera el proyectar, esto es vida. Las experiencias te van determinando, pero soy una agradecida y me siento orgullosa de poder hacerlo, aunque el gran desafío es no atarme”.
Ese desafío, tal vez, es el que más se respira en el aire de Mondo, en donde las posibilidades aparecen como ilimitadas. Entre el verde del césped y la altura indescifrable de los árboles que cobijan cantos de pájaros, crecen y toman forma las ideas de un universo tangible en el que el arte suelta sus riendas, como si esa bicicleta interviniendo las columnas pudiera emprender el viaje hacia lo impensado, en una especial manera de generar oportunidades en lo constante y en lo diverso. “Todo lo que hacemos es a riesgo, pero me parece que es un camino en el que todo tiene también un claro propósito. Creo que hay una edad en que las cosas necesitan un plus. Y si va a ser para que nos unamos, entonces vamos. Muchas veces me pregunté para qué hago esto, pero me di cuenta que me gusta hacer cosas nuevas. Creo que esa es mi parte artística y creativa. La integración, mezclar, el reflotar algunos valores, generar espacios de encuentro. No se si está bien o mal, pero creo que necesitamos volver un poco a como éramos antes, usando la tecnología a nuestro favor”.
LIENZO EN BLANCO
Todo principio requiere de un punto de partida que, en muchas ocasiones, suele ser también un punto de quiebre en las vivencias personales. Mondo, en este sentido, está comenzando siempre, tal como fue concebido en su esencia por María Celia Douglas y por cada una de las personas que la fueron acompañando a lo largo del camino hacia un punto de encuentro que se renueva en cada proyecto emprendido. “De a poco vamos creciendo, vamos pisando más firme, con nuevos aprendizajes. Como esencia lo que buscamos es generar contexto, el encuentro, intercambiar públicos, que la gente esté más cerca de la parte artística, pero que también podamos hacer otras actividades sociales. Creo que es parte del encanto. Quiero que se hagan presentaciones de libros, talleres literarios, coro, algo de música, una escuela de aprendizaje emocional para adultos, entre otras cosas”.
Sin embargo, sobre ese lienzo en blanco que es Mondo, también se afinca el deseo de ver que el espacio no sólo crece de la mano de quienes gestan su día a día, sino que también puede caminar por sus propios medios, tener vida propia. “Mondo tiene todo mi concepto, pero cada vez tiene más de otros, y ahí es donde está la riqueza”, sostiene María Celia, y agrega: “Este lugar tiene toda mi vida acá, pero trato de desdramatizar las situaciones. Por ahora mi propósito ha sido hacerlo sustentable y generar estos espacios de arte. De hecho se inauguró con una muestra, pero este es un espacio para diferentes cosas, va cambiando, porque primero fueron muestras, después cenas, después cursos y en diciembre pasado se inauguró Lila Caffe, que fue un proyecto para sustentar la actividad artística que pusimos en marcha con Mondearte”.
“Mi necesidad particular es ser cada vez más libre, pero eso no quiere decir que esto no tenga vida, o que no continúe; sí que me gustaría que tenga vida propia, que no dependa sólo de mí. Cada vez me animo más, siempre buscando gente que lo quiera, que lo cuide, aunque sé que nadie va a querer de la misma manera que yo quiero esto. Lo que era y lo que es. De generación en generación cada uno fue aportando, queriendo y nutriendo el lugar, como el lugar nos nutrió a nosotros. Mi concepto es muy abierto, que sea ese lienzo en blanco, pero que no sea yo quien lo pinte, sino que sea la gente la que se apropie del lugar. Todo tiene su riesgo, pero si no soltamos no podemos tomar cosas nuevas”, afirma quien considera, además, que “cuando te concentrás en el otro las cosas van saliendo”. Es parte del creer, del crecer y también del saber soltar.
Y es que no resulta fácil encontrar una piedra. María Celia Douglas lo sabe, tanto como que cuando se la encuentra al fin, sólo basta con dejar que la luz se descomponga en mil colores y que la magia suceda. Que para todo lo demás, existe Mondo Espacio para Crear.
(La presente nota fue publicada en el suplemento 1591 Cultura + Espectáculos de diario NUEVA RIOJA)