«Para encontrar algo hay que estar dispuesto a buscarlo, a explorarse, a recordar y a tener el coraje de volver a pasar todo por el corazón», sostiene Delia Sisro en «500 palabras sobre la voz», uno de los textos que compone «500 palabras / Miniaturas literarias». Y en aquel sostener, puede que se sostenga mucho o casi todo o todo lo que cabe en esas 500 palabras a las que echa mano y en las que, según también afirma, «el mundo encaja hace tiempo».
Hay mucho de verdad en uno y en otro postulado. Mucho también de contundente determinación, no sólo respecto del decir, del escribir, sino además del vivir. Es por eso que caben en este punto, perfectamente, dos preguntas: ¿Acaso se escribe como se vive? ¿O acaso se vive como se escribe?
En el caso de Delia Sisro, ambos interrogantes asisten con delicada exactitud a su esencia narrativa. Tanto, que resulta prácticamente imposible disociar el vivir del escribir y el escribir del vivir, componentes ambos de la maquinaria de un puente que la atraviesa de lado a lado, de ida o de regreso, para llegar siempre a un mismo lugar: la búsqueda incansable de eso que le permite buscar, explorar, recordar. Y, en definitiva, encontrar.
Ese punto de contacto entre lo primero (vivir) con lo segundo (escribir) y lo segundo (escribir) con lo primero (vivir), según el cristal con que se mire, es tan estrecho que deja de ser un punto y se convierte, en todo caso, en una pulsión existencial, un latido acompasado que le permite hacer frente, con palabras, a lo cotidiano y, al mismo tiempo, inaugurar para lo cotidiano la palabra exacta. No es, en rigor de verdad, un ejercicio simple, sencillo, pero Sisro hace que así lo parezca.
Y así, relato tras relato, va envolviendo al lector en una atmósfera de familiaridad que desborda los sentidos por esa particular proximidad que establece, a través de la compleja simpleza de su pluma, entre lo rutinario y lo extraordinario que, no obstante y aún cuando en la mayoría de las ocasiones se nos escape, habita en lo cotidiano.
Hay una construcción muy particular en las miniaturas literarias de la autora de «Vidas pesadas» que, por esa misma razón, no pueden ser analizadas como miniaturas, sino como la posibilidad inigualable e intransferible de ensanchar al mundo desde el leer y el pensar al que nos convida generosa y sinceramente la escritora, en una especie de introspección que nos toca, casi necesariamente (cuando no necesariamente) en algún tramo del camino entre las páginas de «500 palabras».
Urde la autora con cautela una trama que va envolviendo al lector, como la araña con su tela a la ocasional víctima, aunque en el caso de Sisro no para asfixiar hasta el instante final, sino para intensificar la precisión de las puntadas que terminan por ubicarnos en un espacio y tiempo compartido. A todos nos puede pasar lo que finalmente pasa, antes o después, aquí o allá, solo que no todos tenemos la capacidad del decir a flor de piel, a través de las palabras que se vuelcan sobre una libreta, en un papel en blanco, como si de pronto fuera posible construir un universo personal y paralelo al que asistimos a diario, pero que no deja de ser nuestro universo, nuestro día a día, nuestra piedra en el zapato o nuestro vuelo de pájaro sobre las baldosas que nos llevan hasta casa.
«Vengo de ahí, de las palabras que me dijeron los libros, de ese diálogo incesante que es leer, y leerme, y de leerle a otros para seguir pensando, para tratar que las palabras que vengan nos sigan incomodando para hacernos mejores». Así define la escritora su destino irreparable. O solo reparable con la parcial sanación de las palabras porque «la literatura siempre ha sido un buen atajo para salir de lo que puede causar dolor», hasta que algo más vuelve a causarlo y entonces la pulsión de buscar la palabra perfecta para nombras a ese nuevo dolor se pone en marcha una vez más y una vez mas y una vez más, igual que el tic-tac en el reloj.
En lo constante. En lo sucesivo. En lo inacabado. Así transcurre la mayor parte del devenir y de la escritura de Sisro (y en nuestras vidas), interpelada desde pequeña por las palabras y por los lugares que habitan las palabras y por los lugares en donde no quedan, donde no caben. Entre la preguntas que ocupan la vida y el tiempo que lleva encontrar las respuestas para las preguntas que ocupan la vida. Entre llegar a descubrir si las rutinas nos salvan o nos desvían y creer que nada puede ser más perfecto que «leer un libro en medio del cielo y saber que, por un rato, no hace falta nada más». O asumir que «tal vez la soledad es una de las pocas verdades que puede llegar a hacernos encontrar algunas otras». O que «la mayor parte del tiempo alcanza con eso, con comprender algo, por poco que fuera».
Comprender. Y comprender que eso que nos conmueve puede ser una miniatura cotidiana (o literaria), pero al mismo tiempo adquirir dimensiones excepcionales porque «para encontrar algo hay que estar dispuesto -tal y como lo hace Sisro- a buscarlo, a explorarse, a recordar y a tener el coraje de volver a pasar todo por el corazón».
Y, si no fuera mucho pedir, tener a mano una libreta, una lapicera y 500 palabras.
LA AUTORA. Delia Sisro es Licenciada en Comunicación Social, asesora en temas de escritura, política y comunicación y docente de Derecho a la Información en Ciencias Sociales, UBA. Publicó «Vidas pesadas» junto a Nancy Buschenbaum, «Asesinaron al Fiscal Nisman. Yo fui testigo» junto a Waldo Wolf y «500 palabras. Miniaturas Literarias». IG: @delia.sisro