Decir Sarah Mulligan es decir literatura infantil. Poesías y cuentos arrojados al viento; palabras tendiendo puentes de imaginarios encuentros. Pero decir Sarah Mulligan es abrazar también el concepto más puro y esencial de lo que significa tomar una segunda oportunidad. Valentía y determinación para recorrer el camino hacia el ser lo que se quiere ser.
Un mulligan, en el lenguaje del Golf, es una segunda oportunidad para realizar una acción, generalmente después de que la primera oportunidad salió mal por mala suerte o por un error. Llevado a la vida, a lo cotidiano que nos habita y a lo cotidiano que habitamos, esa definición bien puede ser aplicada a una toma de decisiones casi constante, en la que muchas veces nos equivocamos, pero en la que muchas veces, también, carecemos del valor para asumirnos en esa equivocación y torcer, de alguna manera -y si esto fuera posible- el destino.
Sumidos, las más de las veces, en las urgencias de los mandatos y en las visiones acotadas de un tiempo que siempre apremia, perdemos de vista todo aquel paisaje que solíamos disfrutar cuando éramos niños y sólo (como si fuera poca cosa) respondíamos al llamado palpitante del corazón, repleto de esas sensaciones que invadían el aire cuando solíamos estar convencidos de que era posible aprender a volar. Perder de vista esas sensaciones, justamente, es lo que nos hace olvidar lo esencial en lo existencial, eso que nos devuelve al vientre de nuestra vida primigenia, cuando éramos, en lugar de aparentar que somos.
De segundas oportunidades, en definitiva, se trata. De tomarlas, de hacerlas propias, de darles sustancia desde un espacio muy profundo, desde ese lugar que conecta con el alma y se transforma en palabras que, a su vez, mutan en los colores que invaden un cielo en el que desplegar las alas sigue siendo posible, como cuando cerrábamos los ojos para escuchar aquellas historias, aquellos cuentos que nos contaban nuestros abuelos, nuestros padres y que nos llevaban a recorrer universos inesperados, sorpresivos, mágicos. Mundos únicos, irrepetibles.
En esos universos, en esos mundos habita una mujer -y en esa mujer una niña- llamada Sarah. Hacia esos universos, hacia esos mundos, nos invita a sumergirnos con cada aleteo de sus alas conectando con un tiempo que le es muy propio y al que supo volver luego de haber desviado el camino, tomando su segunda oportunidad como una oportunidad inigualable para, simplemente, ser. Y desde ese ser, ofrecer su corazón pleno, puro, devenido poesía, convertido en cuento.
Pero también, y por sobre todas las cosas, esenciales conceptos que comparte desde una integridad y una paz interior absolutas, alcanzadas luego de un arduo recorrido en el que finalmente decidió ir hacia quien quiere ser, aún cuando eso le haya significado tener que dejar atrás una labor y un reconocimiento que se había ganado a fuerza de un profesionalismo y un compromiso incuestionables que le habían otorgado, además, un nombre en el complejo e intrincado espectro de la Abogacía, en un terreno igualmente complejo e intrincado como el que supone la frenética ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe.
Precisamente desde su ciudad y desde su espacio, desde ese particular reducto en el que da vida a sus personajes, a sus poesías, a sus cuentos, a sus dibujos y a sus videos, Sarah Mulligan (la de las segundas oportunidades) nos abre las puertas de su territorio literario, pero también nos abre las puertas de su corazón, de su patria emocional. A la escritora, esa que escribe para los más pequeños, ya la conocemos (hace ya un buen tiempo que colabora con NUEVA RIOJA y con 1591 Cultura+Espectáculos). A la mujer, y a la niña que habita en esa mujer, estamos a punto de conocerla.
BIEN DEL CORAZÓN
Sonríe. Siempre sonríe antes de pronunciar cada palabra. Y en ese pronunciar, no se guarda nada. Expresa su sentir, su emoción, generosamente. Se muestra, en definitiva, tal cual es. Porque lo que es, es lo que quiere ser y en ese camino desanda su día a día, su cotidiano, buscando eso que siente que aún le falta, pero valorando muy especialmente todo lo que tiene, todo lo construido, como un puente inquebrantable hacia lo que queda por construir.
«Estoy pasando por un momento más teórico. Siento como que, si no paso por lo académico, me siento en deuda con algo. Además, me produce mucho placer aprender de literatura infantil y juvenil, de la evolución del lenguaje, de las teorías didácticas, es todo un mundo que se me abrió. Creo que estamos situados en un tiempo histórico en el que hay un montón de gente que nos precedió, que estudió, que preparó el camino del conocimiento, entonces entender todo eso y saber dónde uno está parado en la historia -en este caso de la literatura infantil y juvenil- es muy interesante», afirma en una primera instancia de acercamiento que, sin embargo, nos ubica de lleno en su manera de concebir su espacio y su tiempo.
De allí que, sin prisas pero sin pausas, completa su pensamiento: «Creo que quizás por esto del Derecho Procesal que yo estudiaba, confío en el poder de la técnica. El sentido común, la intuición, no es sólo intuición, es un conjunto de saberes, de experiencias que arman todo un background que hace que uno pueda saber por dónde viene la jugada en la vida. Eso es el entrenamiento, para mí; hay mucho de intuición, sí, pero también hay mucho de lo que uno aprendió y el cerebro es tan potente que nosotros no nos damos cuenta. Me parece que ese entrenamiento en la mirada de otras lecturas, de otros autores también te da una capacidad crítica y al mismo tiempo una capacidad para aplicar eso por osmosis o, más bien, por entrenamiento, que con el tiempo se automatiza y sin darte cuenta, eso que aprendiste se plasma en tu propia escritura. Como mi formación ha sido jurídica, la técnica en letras es algo que siento que tengo que transitar».
Señales. Pistas. Un antes y un después que son parte del proceso de reconocerse otra en una misma. Porque, y como bien afirma, está la formación, el entrenamiento, pero «por otra parte, está lo vocacional, lo que a mí me sale del alma, eso que tiene que ver con el corazón, con el contacto con mi propia infancia -que es mi patria literaria-; cada persona trae algo consigo, tiene su sello y deja su impronta que es original y única. Lo mío, siento, va por lo emocional, es bien del corazón y siento que mi propósito es ese, dejar una huella de amor en los corazones. Cada uno viene a algo». Más señales, más pistas. Pero, ¿cómo era Sarah cuando era niña? ¿Cómo construía esa «patria literaria» de la que habla y que ahora es el país en el que habita?
«Cuando era chica, era muy al estilo de Anne de los Tejados Verdes. Yo era muy así. Era muy mi personalidad, tenía como esa sensibilidad, sobre todo con la naturaleza. Tenía una gran sensibilidad y creo que tenía también algo espiritual desarrollado. Esas cosas creo que vienen con uno; tenía una conexión con todo lo artístico y una sensibilidad muy particular. Y también, si bien era muy sociable, recuerdo mucho los momentos de intimidad, cuando iba caminando, cuando pisaba las hojas del otoño en la vereda. En esos instantes se detenía el tiempo y yo vivía extasiada esos momentos, como en cámara lenta. Sentía que me entraba la emoción, la belleza de una manera muy especial; sentía lo sublime de lo pequeño. Mi mamá tenía un estilo más racional y mi papá era muy lúdico, pero nadie tenía esa cuestión con lo estético. Esa sensibilidad no la he percibido en mi familia, por eso entiendo que eso es algo que viene conmigo».
Algo que viene con ella, «bien del corazón», como lo afirma. Pero -nacen las preguntas-, ¿de dónde viene eso que la define, que la determina y que la invita a recorrer un camino de palabras?
«Para mí es el alma. No somos sólo un cuerpo, somos un conjunto. Las manifestaciones del ser humano no son sólo las manifestaciones de un cerebro, de una mente, son también la manifestación de un alma. Somos seres espirituales en cuerpos humanos y a mí me parece que hay una huella digital que viene con uno. Nuestro ADN marca que tenemos una determinada fisonomía física y de la misma manera yo creo que hay una fisonomía espiritual. Recuerdo que cuando me acostaba a dormir, cuando era chiquita, tenía apuro por crecer porque sentía que tenía que hacer algo. Me veía adelante de las personas, como si fuera en un escenario, hablándoles, y que la gente se emocionaba. Esto me pasa hoy cuando doy una charla o cuando leo mis cuentos y de pronto pasa algo con la gente. Lo mismo cuando un lector -grande o chiquito- me dice que se emocionó con un cuento o con un libro mío. Es como si lo hubiese sabido desde pequeña. Era muy consciente de las cosas que iba a hacer».
A Sarah le gustaba -y le sigue gustando- mucho dibujar. Y desde muy pequeña, lo hacía muy bien. Tanto que cada uno de sus dibujos sorprendían. Sin embargo, y como suele ocurrir en muchos de esos casos de talentos tan particulares, lo artístico estaba vedado como posibilidad de futuro. Sin embargo, eso no impidió que ese ser creativo se cultivara desde lo intelectual, pero también desde lo vivencial, desde ese tacto tan particular que ofrecen los sentidos cuando se despiertan a todo lo que ofrece el entorno más cercano. «Mi abuela, que vivía en una casa llena de flores, que era un puro jardín que ocupaba casi la mitad de la manzana, como una casa de los cuentos, era una gran narradora; no contaba cuentos, contaba historias familiares. Fue re interesante todo lo que ella me aportó y ella captaba que había algo en mí y me pagaba las clases de pintura en Venado Tuerto; después me pagó las clases con un gran artista argentino que es Juan Grela. Ella quería incentivar mi parte artística, pero creo que el mandato de mi casa era como muy potente; había que estudiar. Era otra época, otros parámetros, claro».
Otra época, otros parámetros, claro. Pero todo queda grabado en la memoria. Y no sólo en la memoria, sino también en el corazón, que es el que evoca desde las sensaciones, desde las percepciones internas, igual que cuando un niño o una niña se sumergen en las páginas de un libro y se le llenas los ojos de cielos. Por eso, cuando se le pregunta a la mujer, la niña no duda en responder: «En cuanto a las lecturas, me acuerdo de El principito, la saga de Sisi, me acuerdo de haber leído mucho Mafalda, porque mi mamá leía mucho Mafalda, me acuerdo de las colecciones amarillas Robin Hood. Mi mamá era muy lectora. Creo que esa combinación entre mi papá y mi mamá fue muy interesante porque mi mamá era muy lectora y era docente, entonces despuntaba su vicio educándonos a nosotros y yo que era una esponja, me encantaba aprender. Entonces estaba todo el tiempo queriendo aprender. Había una biblioteca en casa que el estante de abajo estaba accesible a nosotros y estaban todos los libros para chicos, las adaptaciones de los clásicos. Mi mamá se paraba delante de la biblioteca y miraba con una sonrisa y yo la imitaba; pararse ante la biblioteca era pararse ante una maravilla. Me metía también con los libros de ella, que ella daba historia. Aprendíamos por asociación, esta cosa que hoy se hace con Google, que los chicos van aprendiendo por curiosidad, y esa curiosidad estaba muy estimulada. Tenía además un tío que era vendedor de libros puerta a puerta y un día llegó a casa y nos regaló una biblia con muchos dibujos y que tenía el lomo dorado; me fascinaban los dibujos. Había también un diccionario de sinónimos de color celeste, que todavía lo tengo, entonces mi papá abría el diccionario en la mesa, después de comer, y nos decía de buscar sinónimos y tiraba palabras y todos lanzábamos sinónimos al aire. El desafío, después, era aplicar tres veces -durante ese día- alguna palabra nueva que habíamos aprendido en el juego. Todos estos juegos y este aprendizaje de las palabras eran muy ricos. Amo las palabras, me encanta la etimología de las palabras, esa combinación entre lo lúdico y lo formal. Todo el tiempo estaba inventando. Otro libro que me marcó, a los 11, fue Anne de los Tejados Verdes; antes Mujercitas también, por el personaje que termina siendo escritora y Anne termina siendo escritora también y su personalidad, que ella poetizaba la vida. Yo era así, una cosa muy llamativa. Fue una infancia muy especial, por eso creo que conecto tanto con la infancia».
Y es que todo queda grabado en la memoria. Sobre todo, en la memoria bien del corazón.
LA NUEVA NORMALIDAD
¿Pero qué ocurrió entre aquella niña que se quedaba a contemplar las flores en el jardín de la casa de su abuela y esta mujer que atravesó un extenso recorrido -y escarpado en muchos casos- para erigirse en una referente de la literatura infantil y juvenil? De aquella normalidad que para aquellos tiempos y para aquellos parámetros se ajustaba a lo esperado o previsible, a esta nueva normalidad a la que asiste con la convicción de ser quien marca el camino, hubo un tiempo en que Sarah Mulligan no fue Sarah Mulligan, sino su alter ego, una mujer de ficción que asumía ser real sin permitir que la otra, la real, pudiera proyectarse.
«Era como una variedad, y cuando una tiene esa ductilidad una tiene también una gran capacidad de adaptación, lo cual es un peligro, porque en esa capacidad de adaptación una también se sobreadapta; entonces una dice ‘ahora voy para allá’ y esa decisión, en realidad, es por conveniencia, porque se ve bien, y también porque estaba cansada de ser diferente en la familia, diferente en la escuela; yo quería ser igual y quería hacer todas las cosas que hacían las chicas de mi edad. Y quería ser normal, porque en mi casa no era visto como normal el arte. Si hubiera vivido en una casa en la que el arte era estimulado, eso hubiera sido lo normal», afirma desde un lugar en el que logra reconocerse, aún cuando no era el lugar en el que quería estar.
«Ser abogada me daba una sensación de pertenencia, me normalizaba. Armé muy bien ese papel. Pero mientras estudiaba abogacía tomé clases de arte con Grela, me había anotado en Letras, en Periodismo, hice cuatro años de Teatro. Cuando me recibí me quería quedar en Rosario y para eso tenía que trabajar. Así que empecé a ejercer la profesión de abogada y la desarrollé bastante. La carrera es exigente, y así fue como me fui desdibujando y en un momento te das cuenta que te perdiste; había cambiado mi personalidad, me sentía como enojada y no sabía por qué. Claro que ejercer me reportaba muchos réditos también, porque la abogacía me daba un sentido de pertenencia impresionante. Es una profesión muy social; divertida, me instaló en Rosario; después también escribiendo, la gente me respetaba, escribía sobre temas y me citaban, en fin. A los 30 años estaba dando charlas de Derecho, a los 27 había escrito mi primer libro de Derecho. También participé en concursos para ser jueza, pero gracias a Dios que no salí elegida. La adversidad a veces es una gran ayuda. La vida siempre juega a nuestro favor. Si yo hubiera entrado ahí no salía más, por la seguridad económica y por un montón de cosas más», reflexiona. Y en ese reflexionar, también recuerda, desde su interior.
«Gané un premio de derecho procesal que me dio la posibilidad de viajar a España a disertar y cuando caminaba por la calle, después de haber dado esa charla, ya en Praga, yo me decía ‘esto no está bien’. El hecho de viajar, de ponerte a distancia de tu propia vida, te acerca y te preguntás ‘¿qué estoy construyendo; quién soy?’; muchas preguntas existenciales que ya las había tenido cuando era chiquita. Sentía una gran angustia y lo único que hice en ese momento, en esa ciudad tan linda, fue llorar. Así fue como al año siguiente dejé la profesión de litigante. Hice algunos viajes al exterior, incluso África, donde estuve en una tribu con unas misioneras argentinas con las que me había puesto en contacto, me metí ahí y fue impresionante esa experiencia, me impactó la simpleza de las personas. Sentía como que se me caían mis demasías, que se derrumbaban partes insustanciales de mí, estructuras, frente a la simpleza y el amor de esas personas y ese contacto maravilloso con la naturaleza. El proceso duró de 2006 a 2014; no me animaba, estaba muy atada todavía a ese lugar que yo había construido. El desafío era hacerle lugar al corazón y darle autoridad por primera vez en la vida desde la infancia, porque en la infancia eso sí está permitido. Creo que siempre se trata de una cuestión de uno con uno mismo, es el encuentro, la relación de uno con uno».
Natural, surge la pregunta: ¿Cómo fue ese proceso de transformación; ese dejar de ser oruga para pasar a ser mariposa? Natural, nace la respuesta: «Ese proceso fue posible porque tenía más tiempo para mí. Creo que la clave fue que fui haciendo espacio en mi vida, en mi estilo de vida, para estar más en mi interior, para estar más con la gente que yo quería, para estar más íntima, en definitiva y no tan expuesta. En esa intimidad iban apareciendo cosas, pero por sobre todo lo que aparecía era mi deseo. Recuerdo uno de los últimos casos para los que me contrataron; recuerdo que sentí cómo iban creciendo los barrotes de mi cárcel. Me llegaba un caso que era algo bueno, porque me daba dinero para vivir, pero sentía que estaba presa. En ese tiempo también empecé a hacer un curso de guión en la Universidad de Letras y ese relacionarme con la ficción, con la profesora, con los compañeros, me hizo mucho bien. Era otro entorno, otro mundo, otros códigos. Después empecé con una profesora a hacer lectura crítica de literatura y eso me sumó. Fui abriéndole espacios, porque si tenés una vida inundada de cosas no podés dejar entrar algo nuevo, tenés que hacerle espacio, correr, seleccionar, siempre tratando de escuchar lo que me decía el corazón. Cuando uno tiene momentos de mucha angustia, empezás a buscar por otros lados, entonces empecé también una búsqueda interior y eso hizo que pudiera empezar a decir lo que yo siento. Escribía lo que sentía, necesitaba hacerle lugar a lo que sentía y ese fue como un camino de ida. Cuando empezás a escucharte, la voz empieza a ser más fuerte. No era tanto la visión de en quién me iba a convertir, sino la voz de mi corazón que me iba diciendo lo que deseaba, y era muy fuerte, por momentos no se aguantaba. Era la voz de mi alma que me decía que el camino no es por acá. En ese momento era muy nebuloso, no era nítido como lo es ahora. Pero la clave fue el haber seguido escuchando, porque esa nitidez llega con el tiempo, en la medida en que le seguiste la pista a eso que durante un tiempo aparecía confusamente. Es el día de hoy que estoy haciendo y hago lo que hago y me digo ‘cómo se puede ser tan feliz haciendo algo’. Yo me acuerdo lo infeliz que era haciendo lo que hacía y comprendo que estaba muy claro que no estaba en el lugar correcto. Ser artista de alma es muy potente. Es muy potente el arte». Tan fuerte como esa nueva normalidad, que termina por imponerse.
MÁS PARECIDA
Aprender a volar. Como el águila, que aún en su vejez resuelve regenerarse en lo más alto de la montaña. Aprender a volar, sin temor a despegar las alas frente al precipicio, frente a la caída. Aprender a volar, confiando también en el dejarse llevar como una manera de dejarse, finalmente, ser. De eso puede hablar, con sobradas muestras, Sarah Mulligan. Ese proceso le es tan cercano como la cercanía que logra con sus lectores, sean pequeños o adultos, a los que logra despertar a sus emociones. Igual que ella, a las suyas.
«Un día dije ‘voy a dejar’ y a partir de 2014 no trabajé más. Tenía una sensación de vértigo impresionante, pero sabía que no soportaba más recibir una hoja de Derecho, aunque no tenía en claro qué iba a hacer», recuerda la escritora. Y, desde allí, se reafirma, de alguna manera. «En ese momento la frase que me repetía por dentro era: ‘salta y aparecerá la red’. Desde que dejé hasta que definí que el camino era por el lado de la literatura infantil pasaron cinco meses. Me pasó algo muy fuerte; pasaba el tiempo y no hacía nada, lo único que hacía era leer literatura porque yo sabía que tenía de desintoxicarme de haber leído tanto derecho. Hoy miro esa etapa y puedo discernir que el aprendizaje es que hay que respetarse los tiempos gestacionales. Siempre fui muy exigida, persiguiendo zanahorias, esto de armar un currículum larguísimo; estar cinco meses en la nada para mí era incómodo, me preguntaba todo el tiempo ‘¿qué es esto?’, ‘¿qué estoy haciendo con mi vida?’. La gente me preguntaba ‘qué vas a hacer’ y yo decía ‘no sé’; hasta ese momento yo siempre había sabido hacia dónde iba. Me acuerdo que cuando se estaban por cumplir esos cinco meses llamo a una señora que me había prestado unos libros, nos quedamos charlando y me dice ‘este fin de semana viaje, y mi hermano me contó una historia: la historia que habla del águila que está muy viejita y se va a la montaña y se saca primero las uñas, luego las plumas, después el pico y se regenera; ese proceso dura cinco meses’, me dijo. Y me dijo también: ‘a mí me parece que a vos te está pasando eso; estás en un momento en el que te estás regenerando y necesitás estar resguardada en la cima de la montaña’. Días después, estaba con mi pareja en ese momento y empezamos a andar y llegamos a un bar que estaba en el medio de la nada, en Funes. En la parte de arriba no había nadie y había un mural con esa misma leyenda del águila. Habían pasado dos días. Y luego viene otra persona y me cuenta exactamente lo mismo. Las tres en una misma semana. Entonces dije ‘esto ya está, esto es así’. Y exactamente a los cinco meses escribí y publiqué un cuento para niños. En ese tiempo, algo adentro mío dijo ‘lo tuyo es la literatura infantil, vos vas a escribir para chicos’. También sucedió que una amiga me llama y me cuenta que comenzaba un curso y que era de literatura infantil y me preguntó si me interesaba. ‘Por supuesto’, le dije y empiezo a ir al curso y recuerdo que cuando la profesora hablaba, se me caían las lágrimas de la emoción; me tocaba el corazón. Ya había escrito cosas para chicos hacía algunos años pero esa semana, cuando ya se cumplían los cinco meses voy a la inauguración de un bar y ahí conocí a la dueña de una revista de Rosario, era una guía infantil, y le ofrecí escribir un cuento. La revista tenía una tirada de 14 mil ejemplares».
Metamorfosis. Cambio completo y abrupto. Nacer, a una nueva identidad que debía dejar atrás a la identidad anterior. Desprenderse. Florecer. Empezar a volar. «Al apellido Mulligan lo había elegido hacía tiempo, era un proceso que ya venía. Es el apellido de mi tatarabuela, la que vino de Irlanda a la Argentina, con mi bisabuela en brazos y toda su familia. Lo descubrí en un viaje a Dublín y me encantó. Ya lo tenía elegido. Resulta que esa semana que iba a publicar el cuento, empecé a googlearme y encontré que mi nombre aparecía en varias páginas por los artículos y libros de derecho. Era imposible que un cuento mío -infantil- tuviese algo de visibilidad entre tanta publicación jurídica. Había que despegarlo. Así que decidí el seudónimo con el apellido Mulligan y el nombre Sarah me surgió de adentro, del mismo lugar de donde vienen los cuentos. Después me enteré que el nombre quería decir ‘Princesa’ en hebreo. Me gustó. Es un nombre suave. Le mando el cuento a esta chica y al poquito tiempo me llamaron de una radio porque habían leído el cuento en la revistita y así arranqué. Lo más hermoso de esta segunda oportunidad es que soy más parecida a mí misma, a la de la infancia. Esta oportunidad de ser más parecida a mí misma me da tranquilidad. Me estoy siendo fiel. Uno en la infancia es quien es. Después podés ser las mil personas que te inventes si tenés la ductilidad».
UNA CORTINA QUE SE ROMPE
«Cuando escribo, lo hago desde mi infancia. Allí me remito, allí abrevo aguas. Es esa niña la que escribe; escribo desde esas sensaciones de la infancia», continúa con su relato Sarah Mulligan. Relato que, a esta altura, va alcanzando una sentida profundidad que, al mismo tiempo, la muestra íntegra y sincera en su sentir. «Silvina Ocampo decía que la infancia era su patria literaria. Yo siento eso, yo me voy ahí. Por ejemplo, yo me quiero inspirar y me voy -imaginariamente- a la casa de mi abuela, la del jardín, en Venado Tuerto, porque a mí ese lugar me inspiraba, era como una cuestión contemplativa, y me pasaban cosas adentro y me pasan cosas con las palabras y las sensaciones. Es una sinestesia. Vos me preguntás de dónde te viene el nombre Sarah y yo te digo que del mismo lugar de donde me viene el arte. Es algo que no tiene explicación. ¿Cómo explicás el amor? No se puede explicar. Se puede poetizar, pero no se puede explicar el proceso. La dimensión del corazón es muy potente en el ser humano y creo que los artistas somos artistas porque operamos desde el lugar del corazón; después viene el lugar de las palabras, la mente, el cerebro».
Desde la infancia, pero en constante proyección, su nombre ya se inscribe con fuerza en el escenario de la literatura infantil, donde sus personajes habitan universos en que la magia resulta tan simple como un abrir y cerrar los ojos. Casi en una misma dirección que el recorrido que sigue atravesando. «Me siento todavía en tránsito. Pude ver cómo hubiese sido mi vida si hubiera tomado otras decisiones en el momento de elegir mi carrera y claramente me veo en un determinado lugar, otro, no nítido, no con detalles, pero sí claro en mi interior y siento que esa persona que debí ser me está esperando. Y siento que trato de visualizar a esa que se me presenta, no a la que quiero crear. Quiero acortar camino hacia ese lugar. Todos tenemos la capacidad de diseñar nuestra vida y de armarla como tenemos ganas de acuerdo a la imaginación. Pero hay otra dimensión, que cuando uno va mucho más hondo y se entera nebulosamente de quién es en esa dimensión, entiende para qué vino».
Intuición. Esa a la que hacía referencia al principio de la charla, a la que sumaba la experiencia y la preparación. Pero intuición al fin, esa que la abraza y la refleja, en ese abrir las puertas del alma. «Hay algo que intuyo y es que existe un destino -no fijo ni predeterminado- que me gusta llamar ‘propósito’, que es aquello a lo que uno vino y también existe la libertad y las dos cosas conviven. Uno viene para algo, pero puede elegir no hacerlo, o puede confundirse, o puede perderse, distraerse, pero uno vino para algo y ese algo está grabado en el corazón. Cuando uno entra en el interior y entiende para qué vino, ese contacto con el propio ser es tan potente que es como una cortina que se rompe. Empieza con un agujerito chiquito y sin darte cuenta se rasgó la tela, y ya no hay manera de volver atrás, es un camino de ida. Cuando uno ve en sí mismo, cuando descubre en su interior ese propósito, ya no se trata de diseñar tu vida, como querés, sino que se trata de diseñar tu vida como ‘sos’. El desafío es diseñar tu vida para llegar lo antes posible a concretar aquello para lo cual viniste. Hay gente que lo hace naturalmente, porque tuvo la libertad interior y la decisión, la voluntad para hacerlo, pero hay personas que todavía seguimos buscando porque en algún punto nos hemos equivocado en el camino».
UNA LITERATURA PARA LOS CORAZONES
Los personajes de Sarah Mulligan, como ella misma afirma, suelen ser «idílicos». Pero en ese idilio va, sin lugar a dudas, una manera de concebir y una forma de asumir la vida. En este sentido, bien podría decirse que no hay distancias entre la escritora y sus creaciones, las que comparte también desde una generosidad que merece ser reconocida, muy especialmente como un punto de partida para terminar de comprender cuál es el mensaje que hay detrás de una poesía o de un cuento. Igual que cuando se arroja una piedra al estanque y se multiplican las ondas, como ecos.
«A mi propósito lo fui descubriendo con el tiempo y con mi búsqueda interior; mi propósito de vida es dejar una huella en los corazones a través de las palabras y a través de los dibujos. Los dibujos también pueden expresar muchas cosas. Prefiero decir que escribo para los corazones, que mi literatura no es específicamente una literatura para los niños y las niñas, sino una literatura para los corazones. Siempre fui muy consciente de que quien mediatiza el mensaje del cuento para el niño es el adulto. En general, en la infancia no hay una lectura solitaria de un libro; se comparten mucho los cuentos a la noche, la lectura en familia, al menos con un adulto que lee o provee los cuentos. Entonces siempre supe que estaba escribiendo también para aquel que transmitía, que leía. En ese momento al adulto se le despierta el corazón, al compartir el cuento con un niño, porque la infancia es el momento en donde el corazón tiene más vigencia y más poder. Entonces cuando vos encontrás que hay un corazón de niño en el cuerpo de un grande, y que ese corazón se conmueve, ahí es cuando siento que valió la pena todo el recorrido, el haberme despertado del letargo, del desvío».
Metamorfosis. Cambio completo y abrupto. Nacer, a una nueva identidad que debía dejar atrás a la identidad anterior. Desprenderse. Florecer. Empezar a volar. ¿Pero volar hacia dónde? «Al centro de mi ser, primero, porque si uno no vuela al centro de uno, al corazón, no puede encontrar la esencia y si no la encuentra no puede donarla. Uno vino básicamente a donar los dones y yo creo que aún no terminé de encontrar mis dones. Hay una canción que se llama ‘Aprender a volar’, de Patricia Sosa y hay una parte que dice ‘Y no apures el camino, al fin todo llegará. Cada luz, cada mañana, todo espera en su lugar’. Creo que al primer lugar donde volaría es al centro de mi corazón para poder animarme a ser en la dimensión que yo creo que estoy destinada a ser. Todavía me queda mucho de mi búsqueda y sé que no estoy en el lugar en donde quiero estar».
COMO TOCAR EL CIELO CON LAS MANOS
«Es cierto que los personajes de mis cuentos son un poco idílicos. Generalmente los escribo porque me está pasando algo con algún tema. Por ejemplo, ‘Justino el mezquino’ lo escribí porque veía la mezquindad de algunas personas y eso me hacía mal, entonces necesitaba restablecer la justicia de la situación. La injusticia es algo que siempre me indignó, porque la justicia es armonía, es dar a cada uno lo suyo y termina redundando en la belleza. La justicia ante todo es la verdad; dar a cada uno lo suyo es dar a cada uno lo suyo conforme a la verdad, a lo que corresponde. Es como que necesito poder decir algo en relación a eso. ‘La niña de los pájaros’ tenía que ver con un recuerdo muy recurrente de cuando me hamacaba en una hamaca de Venado Tuerto y sentía esa inspiración, esa cosa contemplativa, el detenerse de la hamaca allá arriba que era como tocar el cielo con las manos, el trino de los pájaros se hacía más fuerte y dulce, y después la hamaca volvía con esa cadencia y necesitaba decir algo de eso. También siento mucho esta conexión con la naturaleza, como si hubiese una belleza atravesándolo todo».
LA INFANCIA ME PERMITE SER
«Voy a talleres literarios, me sigo formando, leo mucha literatura en general, porque te nutre mucho. La literatura es el alimento del escritor. Escribir para adultos no es algo a lo que me cierro, como no me cierro a nada de todo lo que tenga que ver con el arte, porque nunca sé mi evolución, ni qué será lo que pueda necesitar crear más adelante. A lo mejor en algún momento lo siento como necesidad. Vaya a saber. Leo la literatura para adultos y aprendo un montón, y otras veces leo literatura para niños y me parece una literatura tonta, algo que no escribiría, o no me gusta porque no tiene corazón. Lo que yo creo que no voy a poder hacer en la vida es algo que no tenga corazón; si tiene corazón lo hago, si no tiene corazón no lo hago. Y haría una literatura para adultos si deja algo valioso. Siento que la literatura para niños, otra vez la infancia dando permiso, me deja ser. Yo ahí puedo ser. La infancia me permite ser. Siento que el mundo está muy oscuro en algún punto y que se necesitan esos toques de luz, de amor, de ternura, de restablecimiento de cosas que no están bien, de armonía, de belleza. Puedo ser en este lugar. Aspiro a convertirme en aquella que de verdad soy».
CUANDO LA LIBERTAD SE CRUZA CON EL DESTINO
«El hecho de haber seguido lo que me decía el corazón fue el camino correcto y a mí me deja tranquila. Hay un momento en la vida donde la libertad se cruza con el destino y a uno no le queda otra opción que elegir aquello para lo que estaba destinado. Y esa experiencia, esa decisión radical «sentó precedentes» dentro de mí misma, como se dice en el ámbito jurídico. Entonces, una se anima a hacer otros cambios, porque se basa en esos precedentes. Aquella primera decisión fue la difícil. Las que siguen son más sencillas justamente por eso. De alguna manera, una se da la derecha cuando ya probó y le fue bien. Lo bueno es que mientras estamos vivos, tenemos la posibilidad de ser. Es todo un recorrido hasta que uno se encuentra. Es el corazón el que te va llevando hacia tu destino, a concretar tu propósito de vida».
ARMONIOSO COMO EL CIELO
«Hubiera preferido ir directo al grano, hubiera hecho mucho antes todo y creo me hubiera sentido mucho más feliz, porque todo el tiempo que estás siendo quien no sos es de muchísimo dolor. Uno no se da cuenta que está sufriendo en realidad, es lo mismo que una persona que vive sometida, y no hablo de sometimiento de relación, sino porque uno se somete a trabajos que no le gusta o se somete a vínculos que no están buenos, o deja de ser quien es solo para ‘pertenecer’. Uno se somete por millones de razones, porque no tiene la lucidez o la libertad interior. Pero creo que vivimos en un mundo básicamente de sometimientos; una vida de personas que no escuchan su corazón. Por eso hay tantas guerras y tanta insatisfacción. Si las personas estuvieran en plenitud en el lugar en que tienen que estar sin dudas, el mundo sería tan armonioso como el cielo, cada estrella brillando en su lugar».
SARAH MULLIGAN es escritora e ilustradora de Literatura Infantil y Juvenil y disertante. Miembro de Número de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil. Corresponsal de ALIJ en la ciudad de Rosario, Pvcia. de Santa Fe. Vocal de la comisión directiva de ALIJ. Es autora de los libros: «El Niño De Los Ojos De Río Y Otros Cuentos», «El Niño Del Corazón De Fuego Y Otros Cuentos», «¡Al Agua, Patos!» y «Bernardita, La Estrellita». En 2019 obtuvo el Primer Premio de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil –ALIJ- de Argentina en el Certamen de Ensayos en Homenaje a Liliana Bodoc y disertó sobre el tema en la Biblioteca del Congreso de la Nación. En 2014 recibió el 2º Premio en el Concurso Literario «CON SO DIS» por su cuento: «La niña del cisne». Web: www.sarahmulligan.com.ar // Facebook: Los Cuentos De Sarah Mulligan // Linkedin: Sarah Mulligan // Blog: loscuentosdesarahmulliganmini.blogspot.com.ar