Ya no deberíamos ser los mismos

Una reseña sobre el libro «Roma incendiada de verbos» de la escritora María del Pilar Carabús.

¿Qué estamos esperando para ir siendo nuevamente ese milagroso ser sensible que nos da el nombre de humanos? (María del Pilar Carabús)

Uno o dos pasos más adelante. Uno o dos escalones más arriba. Una mirada más extensa y cercana a un horizonte posible. La visión exacta de lo preciso que no puede alcanzarse de otra manera que no sea abriendo mucho más que los ojos. La tecla justa, sonando. La melodía indicada. Pero también el dedo en la llaga. La percepción de lo incómodo, sacudiendo el aire que respiramos. Lo que fractura el entendimiento, en ese lugar en el que ya no debería ser posible ir nuevamente hacia atrás, repetir la historia, y sin embargo…

Todo eso, pero no sólo todo eso, es lo que ofrece (porque es un ofrenda de sí misma) María del Pilar Carabús en su más reciente libro “Roma incendiada de verbos” (Editorial Autores de Argentina, 2024).

Sumergirse en las páginas de la segunda publicación de María del Pilar -es importante señalarlo- no es una tarea para nada sencilla. Y no tiene por qué serlo, en realidad. Pero vale la advertencia, toda vez que “Roma incendiada de verbos” plantea, entre otras cuestiones definitivamente esenciales, un contraste fundamental respecto de lo intrascendente que suelen resultar las lecturas que ofrecen, por ejemplo, las redes sociales, en donde los mensajes llegan tan masticados como se puede y nada queda para saborear. Comida chatarra para un intelecto que, en ese contexto, tiende a un adormecimiento que mucho y peligrosamente se aproxima a lo espantoso de una afición por lo superfluo, por lo efímero y por lo que no requiere de ningún tipo de compromiso intelectual ni emocional.

Queda más que claro: María del Pilar se ubica exacta y definitivamente en la vereda opuesta a esa deshumanización que se aferra desesperadamente a la tecnología como una inyección de vacío, al capitalismo como un anhelo que se persigue en rapiña y a todo lo perjudicial, nocivo y alienante que pueda resultar de ello. Lo dicho: la escritora nacida en Catamarca, pero que desde su ser y su sentir es una ciudadana del mundo, se ubica uno o dos pasos más adelante, uno o dos escalones más arriba, y prolonga su mirada para posicionarse en un horizonte posible; esa visión exacta de lo preciso que no puede alcanzarse de otra manera que no sea abriendo mucho más que los ojos.

Ocurre que a Carabús no la toca lo intrascendente. Y desde allí, cabalmente, nace no solo su palabra, sino también una máxima que no puede ser dejada de lado bajo ningún punto de vista: quien no esté dispuesto a correrse del lado de lo nimio, de lo insignificante, de lo trivial o de lo mísero, muy difícilmente pueda abordar ese barco que la autora navega con quirúrgica pericia entre las profundidades en las que a diario nos sumergimos.

Claro que nada de esto puede ni debe ser considerado una novedad. Quien sigue las habituales columnas de María del Pilar Carabús en este suplemento, en la sección “La mirada sobre el mundo”, sabe a la perfección que su decir apela de manera constante a alcanzar una instancia superior (a la que no sólo alcanza, sino que también sobrepasa) y que en esa instancia superior el lector se ve interpelado por un pensamiento enriquecido intelectualmente, pero también al alcance de la mano, como una generosa invitación a ser parte de algo distinto, fuera de los cánones de lo redundante de lo cotidiano que termina por hacer tanto ruido que impide llegar a un punto de acuerdo, porque esa cotidianidad masificada hace de la discrepancia, del agrietamiento, su alimento más deseado.

En todo caso, lo que debe celebrarse en este punto, es la confirmación del camino de evolución de Carabús que no sólo viene a resignificar sus huellas anteriores, sino que la encumbran en un espacio al que asiste por determinación propia, pero también gracias a una sensibilidad extraordinaria en ese arte de hacer de su entorno un elogio de la incomodidad que sacude el aire que respiramos.

Ya en “Erótica sintaxis” (su primer libro) María del Pilar ofrecía su abrir mucho más que los ojos, su palabra desnuda, su alma al descubierto sobre el papel en blanco, a modo de espejo en el que la humanidad pudiera volver a reflejarse. Esa, y no otra, es su manera de reconocerse como parte esencial del arte que la envuelve y que la acompaña en ese recorrido que significa el buscar la esencia que la determina y que no está dispuesta a abandonar: encender las llamas, tocar las fibras, hasta llegar a lo más recóndito de los significados, partiendo siempre de una premisa que la caracteriza, y que deja a modo de presentación en “Roma incendiada de verbos”: “Pensamiento, ese diálogo viviente”.

LA EVIDENCIA DE LA CERTEZA

A partir de allí, desde esa base de sustentación fundamental para la autora, es que se deja llevar. Pero no es que se deje llevar en un simple discurrir de ideas lanzadas al viento como quien lanza una piedra para ver qué tan lejos puede llegar. María del Pilar acomete cada palabra con la conciencia plena de su razón de ser. Nada de lo expuesto en cada una de las páginas que componen su último libro puede asociarse a los efectos del azar, de la ventura o la casualidad, sino a la evidencia más precisa y contundente de la certeza, de la realidad.

Carabús enciende el fuego con “Amores, romances y realidades”, entre profética, punzante y alada. Es, tal vez, en este primer capítulo, en el que se permite mostrarse y verse vulnerable, frágil ante lo irresistible que es invisible a los ojos. Pero también fortalecida, revitalizada y decidida frente a las pocas ocasiones para amar que no dejará pasar, porque desde el calor de su piel de escritora eleva, precisamente, la bandera del amor como una respuesta inclaudicable ante el caos en que habitamos y que nos habita. Desde ese lugar, dice: “Será por ello / que llegará el día / En que ese maremágnum intelectual / Forme las sombras / Necesarias para migrar / Con la furia de un destino a besos / Hacia un eterno transcurrir”.

Ya en “Conciencia en perspectiva”, María del Pilar comienza a poner en evidencia esa capacidad tan suya, tan propia de migrar y transmigrar entre lo que se ata a nuestras raíces milenarias como humanidad y lo que traza los recorridos de una actualidad a la que observa en perspectiva, dejando para el lector claras señales respecto del abismo en el que orillamos, de las arenas movedizas en las que podríamos hundirnos, de no mediar ese efectivo e indispensable discernimiento sin el cual resultaría imposible evitar la caída hacia lo indeseable. “Cuando algo necesita ser impuesto / Un signo de interrogación / Debe abrirse a nosotros” sostiene, inaugurando así, todas las preguntas que deberíamos hacernos, pero que ella desparrama por nosotros ante nuestros ojos incrédulos. Igual que el chasquido de los dedos que despiertan de lo hipnótico.

Así, cuando se arriba a “Interregno” y se va dejando atrás “Esas voces diminutas / Acalladas con el trote / Que parecen inflarse en una danza comunal / Cuando el hechizo iluminado de protagonismo / Divisa un objetivo entre un antes y un después”, la escritora va tendiendo el manto de lo sublime de una voz que comienza a horadar cada vez con mayor intensidad en lo emocional, a penetrar en el sentir, a partir del desglose de los significantes en una secuencia que, de no mediar lo extraordinario en su concepción vital de lo que nos produce ese definir lo intangible, podría resultar absolutamente abrumadora al envolver al lector en el ardor de un fuego que -se sabe- ya no se va a extinguir, sino que va a tornarse voraz, ex profeso: “La consigna es ser feliz como dictamen predictatorial / Dice ser lo inacabado -evolución de masas alteradas- la / causa misma de una indeleble línea estereotipada / Conjuntamente la estupidez en serie crea el mismo producto / industrial que en este caso -humano- en vez de ser vendido / se usa para ser comprado por un sistema preestablecido / Llámese ceguera mental”.

De allí, sin escalas, a “Preludios e interludios”. La voracidad del fuego, en este punto, no puede aproximarse más a la voracidad lectora en el penúltimo capítulo de “Roma incendiada de verbos”, donde María del Pilar, a partir de una lucidez y una sagacidad implacables, comienza a culminar una obra que en nada puede pasar desapercibida.

Afina la escritora, aún más, la potencia de su palabra. Pero incluso más aún, la potencia de su visión exacta de lo preciso que no puede alcanzarse de otra manera que no sea abriendo mucho más que los ojos. Blanco sobre negro. Negro sobre blanco. No hay en María del Pilar Carabús ningún espacio para la duda, para el titubeo o la indecisión. Mucho menos para las concesiones. Dice lo que piensa. Dice lo que siente. Dice lo que es. Pero por sobre todas las cosas, dice lo que ve para hacernos ver lo que no vemos. “Lo inmediato, lo efímero mató el desarrollo, incluso han desaparecido ya los juegos de motricidad, donde nuestro cuerpo era la figura, suplantados por una pantalla que mata el manejo del cuerpo, arma primordial para la expresión de las emociones y la liberación de tensiones. Nuestra caja de resonancia no vibra más con el movimiento, sino que se intoxica y enferma con la radiación de todo artefacto empeñado en llamarse inteligente. ¿Existe algo más perjudicial, nocivo y alienante que ello?”

Y como si todo esto pudiera resultar poco, para finalizar, María del Pilar nos deja un último capítulo, el quinto, en el que desliza sobre su lienzo creativo una pregunta: “¿Quiénes estamos siendo?” Puede que ella ya tenga la respuesta. Puede que en un futuro próximo nos la comparta. Puede… Lo que queda de seguro y concreto, más allá de toda proyección hacia lo que viene, es que después de leer “Roma incendiada de verbos” nosotros, los de entonces, ya no deberíamos ser los mismos.

PRESENTACIÓN

El libro “Roma incendiada de verbos” de María del Pilar Carabús se presentará el próximo viernes 27 de septiembre, a partir de las 17, en Borges Espacio Cultural, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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