Una reseña para el libro «Demasiado infinito» de Pablo Esteban Gatica
Desmitificar al escritor. Traerlo al barro de lo cotidiano. Ponerlo frente a frente con las miserias del mundo (de las que no puede ni debe estar exento). Conminarlo a observar, con la atención de un animal voraz esperando agazapado por su presa, e invitarlo a decir. A decir desde adentro, desde su propio infinito, que es demasiado infinito en lo profundo de su ser, aturdiendo por igual a pasado, presente y futuro, con ensordecedores gritos de desesperación, como una angustia que resuelve su propio destino amalgamándose a las palabras que surgen, entonces, nóveles, vírgenes, palpables y únicas. Igual que un mendigo cuando revuelve entre las sobras y se da, de pronto, con un inesperado pero anhelado tesoro.
Todo esto ocurre, con artesana puntualidad, en la insidiosa pluma de Pablo Esteban Gatica, en la indagadora pluma del escritor que es el escritor, pero es también su otro yo, su alter ego, su doble de riesgo de película, desbocado cual potro puesto en la furia de un cuadrilátero de box, en donde quien golpea mejor es quien golpea primero. Así es la poesía de Gatica. Un mano a mano en el que el escritor lleva al límite al escritor, al borde de sus propias posibilidades, al margen de un abismo que se abre a ambos costados de su apesadumbrada existencia que es, en definitiva, la apesadumbrada existencia de todos.
El escritor pone contra las cuerdas al escritor, lo asfixia, lo ahoga, lo obliga a reaccionar, a ser lo que debe ser: el partícipe necesario. Ese que nos abre los ojos con un preciso cross de decencia a la mandíbula de la obscena realidad, luego de haber absorbido con habilidad de esponja, esa materialidad que lo conmueve, y con la que no puede ser indiferente. Y así es como logra, con precisión de bisturí de cirujano engendraletras, que el lector tampoco lo sea.
Quien lee “Demasiado infinito” de Pablo Esteban Gatica y no se siente tocado en su vena sangrante de identificación y compromiso con lo que nos pasa, con lo que nos toca (y golpea con puño cerrado), con lo irremediablemente cotidiano, sencillamente es porque no ha puesto aún los pies sobre la tierra.
Pero incluso si así fuera, esas pequeñas incisiones quirúrgicas del poeta, como precisas costuras para corazones atribulados por la abulia colectiva, prontamente lo pondrán en tiempo y forma frente a la peor versión de su humanidad y de la humanidad misma, tras lo cual surge con toda naturalidad la pregunta más lógica: ¿qué hacer con todo aquello?
En términos concretos, en “Demasiado Infinito” el poeta podría ser definido como un despiadado interpelador. Desde su propio infinito hacia el infinito de un todo abarcativo en sus temáticas, de absoluta y triste vigencia en la mayoría de los casos. Abruma el escritor con su puesta en escena, casi teatral, valiéndose de diferentes recursos y herramientas literarias para dar vida a una poesía incisiva y contundente, para concebir nuevos términos que se ajustan perfectamente a las intenciones de un mensaje direccionado a impactar de lleno contra las fibras íntimas del instinto más primitivo: el de sobrevivir en el reino de lo salvaje, aferrándose con fuerza a la fragilidad de una existencia signada por su permanente vocación autodestructiva.
Hay, también, por cierto, el necesario regocijo que se recuesta sobre exactas y necesarias dosis de una ternura a cuentagotas, de un amor lentamente fraguado al calor de la honestidad intelectual que da al lector (y también al escritor) el aire suficiente para la bocanada, por si fuera necesario volver a sumergir la cabeza en aguas profundas, para bucear entre las alimañas de un tiempo crudo como el más frío de los inviernos.
Y es que, como suelen comentar por allí, aunque no lo veamos, el sol siempre está. Y ese halo de esperanza deja una puerta abierta al secreto optimismo que se balancea entre golpe de puño y golpe de puño, un resquicio para la luz al final del camino, un guiño para cierto grado de certidumbre, entre tanta vacilación, un presagio.
Después de todo, el escritor empujó contra las cuerdas al escritor, hasta desmitificarlo. Hasta arrojarlo al barro y ponerlo de frente a las miserias del mundo (y ante sus propias miserias). Y desde su “demasiado infinito” interior, el escritor ha parido al escritor, y lo ha hecho pronunciar, con palabras de su otro mundo, el tesoro descubierto entre las sobras revueltas. Ha dado a luz al fin, entre ensordecedores gritos de desesperación, a la poesía.
En definitiva, Pablo Esteban Gatica, el escritor, el poeta, ha sido en “Demasiado infinito”, en su primer libro (al igual que lo será en los subsiguientes) lo que debía ser: el partícipe necesario.