Una reseña para el libro «El bruto muro de la casa propia», del escritor Alejandro Cesario
La vida se puede ver a través de un cristal, tocada por los reflejos de la luz que se refracta y construye visiones parciales, modificadas a veces por los efectos de un ojo que se contagia de lo superficial o lo aparente. La vida se puede ver también a través de la mirada que se agolpa en las páginas de diarios que dan cuenta, línea tras línea, de verdades formuladas a medias, impuestas por el autoritarismo de la conveniencia y la mezquindad de los intereses particulares. O se puede ver, la vida, a través de la crudeza de una palabra puesta a disposición, a servicio de la comprensión profunda y comprometida con lo que nos abarca, aún cuando pueda tratarse, el devenir, de un camino que se traza a partir de las experiencias individuales.
Esta última opción, la más plausible y honesta, por cierto, es la que toma el poeta Alejandro Cesario en su libro “El bruto muro de la casa propia” (Serie Poesía de Ediciones la yunta), donde expone al lector, sin miramientos ni concesiones, una precisa nomenclatura de expresiones que hablan en clave de radiografía sobre los quiebres de una Argentina empobrecida desde adentro, infectada por el virus mortal de la indiferencia.
Y lo hace, Cesario, apelando a la fina maestría del uso de un lenguaje que transporta al lector a lo más profundo de su esencia lingüística -olvidada tal vez-, interpelándolo a buscar casi con desesperación esas raíces que lo conectan con lo profundo del interpretar, del comprender, del saber y del sabernos parte de un viaje (de una profunda observación del escritor) en el que nuestros antepasados forjaron un mundo a la par de la tozudez y el sufrimiento descarnado de una piel rasgada, desprendida de sus pagos y conminada a la migración hacia lo desconocido. Hacia el nuevo mundo por descubrir y, tal vez, conquistar.
La poesía de Cesario se asemeja, así, a un peregrinar hacia la más descarnada de las objetividades; un muestrario lacónico pero contundente de la destemplanza de quienes, a corazón abierto, levantaron los muros de sus sacrificios para construir el hogar (la casa propia) en donde trascenderse y trascendernos.
El río corre / mira flotar sus cosas / la foto de su madre y padre / que se ahogan / quedan los despojos, dice el poeta entre nostálgico y desamparado, pero aferrado a una honradez suprema que hace honor al -como afirma Luis O. Todesco en la contratapa del libro- “esfuerzo atormentado de los constructores de la realidad”.
Esa es la manera en que Cesario decide ver la vida. Y esa es la manera en que decide mostrarla al lector, asumiendo los riesgos y las consecuencias con firme hidalguía de poeta, cual incalsable Quijote enfrentando a los molinos de viento del decálogo de fracturas de estos tiempo, en estas tierras.
Lejos de los reflejos de la luz que se refracta y construye visiones parciales; lejos de las páginas de los diarios, de las verdades formuladas a medias e impuestas por el autoritarismo de la conveniencia y la mezquindad de los intereces particulares. Cerca, muy cerca de la realidad. De la de Cesario, que es también la del lector. Y al final de cuentas, tal como lo evidencia el escritor al lector, sólo se trata de querer ver.
PRRFIL
Alejandro Cesario nació en Colegiales en 1967. Publicó: Esas miradas tristes – Un viaje por la Patagonia (novela – 2006); El humo de la chimenea (poemas – Ediciones del Dock – 2009); Fragor de borrascas (poemas – Ediciones del Dock – 2011); Ciervo negro (poemas – Ediciones del Dock – 2012); Estación de chapas (poemas – Ediciones del Dock – 2013); La última sombra (poemas – Ediciones la yunta – 2015) y El bruto muro de la casa propia (poemas- Ediciones la yunta – 2018).