El lienzo de la existencia

Artista en esencia, por herencia, vocación y elección, Maricel Andrada da forma y textura a su universo y, al unísono, moldea el nuestro empleando con minuciosidad las raigambres que la aferran a su sustancia, a su ser que se ancla a su tierra natal, pero que desde allí atraviesa todo tiempo y espacio, para convertirse en una especie de legado trascendente.

El cielo se encapota justo ahí, sobre el árbol que intersecta la brisa entre azules más intensos y azules más claros. La tarde comienza a agonizar y las primeras gotas armonizan una música que narra historias en la tierra que corona los contornos del aire en el patio. Esa melodía húmeda recuerda otras tardes como esta; otros cielos; otras brisas; otras historias surcando la tierra que corona los contornos del aire en el patio, pero con dibujos efímeros que, sin embargo, aún permanecen indelebles en la memoria.
La mujer viaja hacia el tiempo en que una niña, con gotas de lluvia cayendo desde sus dedos, pinta los orígenes de su existencia en las raíces de su mundo, en el pequeño pueblo de Aminga. Sus padres la llamaron Maricel; los pigmentos, vinieron a confirmarle la vida y la urdimbre artística, a llenar el latido de su corazón de los antepasados que la atraviesan. Desde entonces, ella juega a poner matices a nuestra historia en paralelo con la historia de los pueblos originarios, de los que se siente parte y a los que representa. De allí que muchas veces elija meterse en la obra para, desde adentro, parir las simientes de nuestros principios sobre una tela que es como el regaso de una madre, de su madre y de nuestra madre tierra con todos sus gritos de dolores y libertades lanzados al viento que, desde la naturaleza, la abrazan.
Artista en esencia, por herencia, vocación y elección, Maricel Andrada da forma y textura a su universo y, al unísono, moldea el nuestro empleando con minuciosidad las raigambres que la aferran a su sustancia, a su ser que se ancla a su tierra natal, pero que desde allí atraviesa todo tiempo y espacio, para convertirse en una especie de legado trascendental. Huella y sustento. Pero también camino que resta por recorrer. Entre parsimoniosa y mesurada, su voz se acopla al rumor de la lluvia y comienza a desandar, palabra tras palabra, el recorrido pleno de idas y regresos, como si fuera posible atravesar los caprichos del tiempo para llegar hasta los recuerdos, apretarlos contra el alma, y traerlos a un presente en el que todo se conjuga para dar rienda suelta al lienzo de su existencia.
“Para hacer esto necesito calma”, afirma y en esa condición fundacional para la artista, que mucho tiene que ver con ser, además, una observadora activa y comprometida con la realidad que la circunda, se trasluce la paz que busca alcanzar en cada una de sus obras. Cuenta que la experincia le hizo comprender que “los espacios de trabajo no tienen que estar en la casa; menos cuando sos mujer”, pero que eso no se contrapone con su maternal sustancia, que se expande tiernamente (tal se siente desde sus palabras) sobre sus hijos de 23 y 17 años.
Pero antes de los hijos fue su estrecha vinculación con el arte. Herencia familiar y, muy probablemente, vinculación nacida incluso antes de haber nacido, el arte la atraviesa al punto en que no duda en afirmar: “me quitan el arte un día y me muero”. ¿Pero cómo surge esa conexión? El diálogo con 1591 Cultura + Espectáculos desanda un recorrido pleno de historias, como una paleta cálida de colores.
¿CÓMO SURGE TU RELACIÓN CON EL ARTE; DE DÓNDE VIENE ESA RELACIÓN ESTRECHA?
Creo que el arte viene heredado; mi mamá dibuja y pinta de siempre, tiene una gran habilidad para eso, pero nunca estudió. Yo nací en Aminga y viví allá hasta los nueve años. Pero sin lugar a dudas que las grandes influencias fueron mi mamá y mi abuelo materno, y el amor de papá por la tierra.
¿CÓMO ERA AQUELLA VIDA EN AMINGA? ¿QUÉ RECUERDOS TENES DE AQUEL TIEMPO?
Viví en aminga hasta el año ‘80 en una casa enorme, en la que siempre había mucha gente que iba y venía. Recuerdo que mis padres y abuelos nos criaron con dulzura; nos inculcaron los buenos modales. Somos siete hermanos y nos amamos y nos defendemos como leones. En el año ‘80 mi papá nos trajo hacia la Capital (donde comenzó sus estudios en la Escuela Polivalente de Arte); pero después de muchos años, mis padres se volvieron a La Costa y yo siento que mi vida, de alguna manera está allá.
¿CUÁL ES TU PRIMER RECUERDO VINCULADO AL ARTE?
El dibujo y la pintura estuvieron siempre. Recuerdo que en aquella casa de Aminga había un patio muy grande y a mí me gustaba hacer dibujos en la tierra. Eran obras efímeras, porque luego se borraban con el viento o las barrían al limpiar, pero recuerdo que me gustaba estar en medio de esas obras, como una manera de estar dentro. Siento que en algún punto sigue siendo así, por eso me gusta tener este espacio, con este patio. Todo este espacio está pensado para trabajar y a veces suelo tirar el lienzo en el piso y trabajar desde allí adentro. En otros tiempos, también en Aminga, recuerdo estar rodeada de mucha gente que iba y venía por aquella casa, y a quien tenía la paciencia como para quedarse un rato quieto, lo retrataba. Mamá recuperó algunos de esos retratos y viéndolos, creo que estaban muy bien para una niña que aún no había tenido instrucción alguna.
¿Y CÓMO FUE ESE PASO DESDE AMINGA A LA CAPITAL RIOJANA?
La verdad es que mucho no lo recuerdo, por lo que creo que en aquel momento me debe haber costado demasiado. Sí recuerdo que era una niña que lloraba mucho, todo el tiempo y que eso tenía que ver con que no quería que me quitaran mi libertad de elegir y de tomar decisiones, y con que quería obtener todo lo que me proponía. Con el tiempo fui aprendiedo a templar ese carácter, pero sigo teniendo esa necesidad de poder elegir lo que hago y no permito que nadie quiera imponerme otra cosa.
¿DE ALGUNA MANERA ESO SE TRADUCE A TU OBRA?
Fuertemente mi obra habla de cómo soy, de mi manera de pensar. Como mujer me siento muy fuerte frente a un montón de desafíos que van surgiendo en la vida. Mi obra tiene muchas mujeres, con símbolos, con el tema de la tierra, paisajes y mi paleta es netamente cálida. Eso tiene que ver con la energía, con la dinámica. Los riojanos somos cálidos por nuestro clima y nuestro espíritu. En mi obra hay muchas lunas y muchos soles, y eso habla también de mi postura hacia la vida: la ternura hacia las mujeres que son madres y la defensa de los niños.
¿EL HECHO DE SER MUJER HIZO MÁS COMPLICADO O DIFÍCIL TU CAMINO CON EL ARTE?
Siempre costó un poco más; no sólo por el hecho de ser mujer, sino también por estar viviendo en el Norte del país, alejados de los centros comerciales más importantes. Todo sigue pasando por Buenos Aires, pero yo creo fuertemente que tenemos que imponer lo nuestro. Por eso a donde voy me presento siempre de la misma manera: soy de Aminga, departamento Castro Barros, La Rioja, Argentina y estoy súper orgullosa de ser de un pueblo pequeño, es mí lugar de origen, yo lo amo, no hay para mí mejor lugar en el mundo. Por suerte, creo que en este último tiempo se va revirtiendo un poco la tendencia, especialmente en lo que tiene que ver con el ser mujer. Antes era más difícil poder salir, mostrar tus obras, que te elijan, que te tengan en cuenta. Siempre se imponía la lógica que el hombre hace mejor las cosas; o que porque sos mujer no podés hacer determinadas cuestiones. Pero conmigo siempre fue diferente, porque a mi me encantan los desafíos y creo también que mucho tiene que ver con la energía que uno pone en todo lo que hace. Si uno pone energías positivas, eso vuelve y a mí siempre me funcionó de esa manera.

Creación
En el taller de Maricel Andrada las paredes hablan casi tanto como aquel patio de tierra en donde dejó, indelebles, sus primeras obras. Basta con hacer una leve recorrida visual para encontrar un universo en el que el eje es siempre el origen, el punto de partida, la creación. Y su creación, absolutamente particular y distintiva. Hay, allí, un proceso que la vincula con su ser interior. Y ese ser interior está en permanente ebullición y búsqueda, como quien precisa hallar su más primitiva identidad para descifrar y entender la identidad del mundo que hoy la rodea. Multifacética, Maricel deshoja sus horas entre su labor educativa y su proceso creativo, que incluye también extensas jornadas de investigación sobre las huellas de nuestros antepasados.
¿CÓMO SE DESARROLLA TU PROCESO CREATIVO?
Soy muy solitaria en mí trabajo y le dedico muchas horas. No hay un día de mí vida que me acueste sin hacer algo. Tengo distintas epocas para preparar mis tintas, por ejemplo, y soy bastante disciplinada. En este sentido, cuando tengo algo para hacer no me importa que sea sábado, domingo o feriado. Disfruto mucho de lo que hago, tanto que hasta eduqué mi brazo izquierdo, entonces puedo pintar con ambas manos.
¿Y SIEMPRE EN SOLITARIO?
La verdad es que siempre me costó asociarme, agruparme, porque también es cierto que siempre me rindió más trabajar sola que en grupo; tengo buena conexión con otras personas, pero no me gusta que no puedan seguir mí ritmo. Siempre me exigí demasiado y es como un hábito que ya tengo desarrollado. Y no me desvela esa idea de andar en manada.
¿QUÉ TE INSPIRA? ¿ESPERÁS QUE LA INSPIRACIÓN TE BUSQUE O VOS BUSCÁS A LA INSPIRACION?
Aquí (en su taller) me encanta este árbol, los pajaros, subir y ver el cerro, disfrutar de la lluvia; me gustan también el invierno y los días grises, la conexión con lo natural. Pero creo que la inspiración es un torbellino de información permanente porque considero que cuando más hacemos, más alimentamos nuestra creatividad y nuestra inspiración. Actualmente estoy interviniendo el Hospital de la Madre y el Niño por dentro. En 2011 hice el mural de ingreso con la temática Madres de América, una serie que comencé en 2009. Este año propuse hacer una donación al Hospital y trabajar desde la Guardia hacia adentro, haciendo murales educativos, que cuenten algo, y que esa tarea se pueda articular con la Biblioteca y la Escuela Hospitalaria. Siempre estuve conectada con el Hospital, al igual que con quien más necesita. Es una constante en mi vida: nuestro don o capacidad de hacer algo hay que ponerla al servicio de los demás.
¿ESA ACTIVIDAD MÁS LIGADA CON LO SOLIDARIO TE TRANQUILIZA, TE GENERA PAZ?
Sí. Crecí con esta enseñanza de mi mamá, que siempre nos inculcó que no hay que estar ciego, ni ignorar al otro. Más allá de mis acciones, dentro de mis posibilidades, mi obra también es de reclamo: por las necesidades de las madres; por la violencia que se ejerce sobre los niños; por los derechos de los pueblos originarios, que viven en un suelo sin ley. En este sentido, no veo diferencias con los tiempos de la colonización.
¿CUANDO COMENZÁS UNA OBRA LA TERMINÁS, O TRABAJÁS EN VARIAS OBRAS AL MISMO TIEMPO?
El mural que hice en el Hospital, por ejemplo, me llevó diez días. Puede haber días en que comienzo una obra y luego continúo con otra, pero siempre que empiezo algo lo quiero terminar. Soy muy ansiosa también. Cada espacio de mi taller, en ese sentido, es para trabajar.
¿TE PROYECTÁS HACIA EL FUTURO; PROGRAMÁS TUS OBRAS?
Hace bastantes años que trato de vivir el presente. Nunca me preocupó demasiado el tema de lo que puedo llegar a ser, porque de alguna manera siempre lo vi proyectado en mí obra. Por otra parte, no me importa mostrarme a mí como persona, me importa mí obra, y que mí obra llegue. Cuando hago mis series, que responden a un mismo patrón o temática, es cuando viajo y tengo alguna vivenvia. De cada viviencia yo traigo un mundo de cosas y siempre me quejo porque el día y la vida suelen ser demasiado cortos.
DECÍS QUE NO TE INTERESA MOSTRARTE A VOS COMO PERSONA, PERO ¿CÓMO TE GUSTARÍA QUE TE RECUERDEN?
Alegre, emprendedora, luchadora, pero desde mí obra. Siempre me preocupé por ser buena gente y por alimentarme, nutrirme de todo lo que me rodea. El arte me atraviesa y es mí vida. Muchos afirman que lo hacen como hobby, que cada tanto hacen una obra, y ya se dicen artistas; cada uno es dueño. Pero a mí me quitan el arte un día y me muero. Están mis hijos y está el arte para mí. Pero también sé que no haría ni la mitad de lo que hago sin el apoyo de mis padres, de mis hermanos, de mi esposo, de mis hijos, a quienes siempre agradezco fuertemente.
Identidad
Raíces. Orígenes. Puntos de partida. Nacimientos. Simientes. Todo es permanente búsqueda en la obra de Maricel Andrada. Búsqueda que no se detiene en su recorrido hacia atrás, hacia los antepasados, hacia nuestra más profunda identidad. Materia de investigación permanente, de indagación constante y una apuesta que no sabe de límites ni fronteras.
TU OBRA HABLA MUCHO DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS, ASOCIADOS A NUESTRA HISTORIA Y NUESTRO PRESENTE…
A donde voy, voy con ese mensaje. Tengo una conexión muy fuerte con los lugares donde hay originarios puros, y esa es una manera de llevar el mensaje de ellos: la voz de los pueblos acallados por la destrucción, el tiempo y la indiferencia, que es también mí lema. Toda mí obra habla de eso y lo trabajo fuertemente y me siento muy comprometida. Me llena de orgullo poder mostrar quiénes somos, de dónde venimos, aunque cuesta, costó y todavía sigue costando. Tenemos que cambiar; todos tendríamos que llevar adelante esa misma lucha, porque por eso es también que nos cuesta mucho tener una identidad propia.
¿ESA FALTA DE IDENTIDAD PROPIA ES LO QUE NOS TIENE AGRIETADOS?
La identidad es algo que se construye día a día, pero tenemos una identidad fragmentada, trozos que tomamos de un lado y de otro y que están agrietados, incompletos, porque también nos contaron las verdades a media. Tenemos que empezar a unir esos trozos, esos pedazos de nosotros mismos. Este crisol de razas que somos ahora tiene que defender nuestro suelo, nuestras tradiciones, nuestras costumbres y nuestras herencias.
PARTE DE ESA DEFENSA SEGURAMENTE TIENE QUE VER CON EL ARTE. ¿CÓMO VES LA ESCENA ARTÍSTICA EN LA RIOJA?
Estoy contenta porque veo que hay un semillero enorme de chicos que hacen arte y que las instituciones están trabajando fuertemente en eso. Por otra parte hay muchos talleres y una corriente en la que todos quieren hacer arte; además, a diferencia de lo que pasaba en otros tiempos, los padres también permiten hoy que sus hijos se dediquen a eso.

LA NIÑA QUE LLORABA RÍOS

Cuenta la leyenda que había una vez, en un tiempo no muy lejano, una niña que vivía en un pequeño pueblo llamado Aminga, una de las tantas localidades que dan forma a La Costa riojana, en la cabecera del departamento Castro Barros en donde, según narran, las brujas aún andan deambulando por las cuevas, planeando actos maliciosos y sellando pactos nefastos en el más profundo de los silencios. En aquella localidad, aquella niña gustaba de sentarse en el patio grande de la casa y, sobre la tierra, dibujar con sus manos mundos originarios en los que quedaba contenida, como si pudiera ser parte del principio mismo del universo que, en contacto con sus dedos, recuperaba las formas de los orígenes, las raíces vivas de los antepasados que la abrazaban, envolviéndola en un lienzo de caricias y susurros, al mismo ritmo en que las teleras desandaban sus vidas urdiendo tramas de colores entre los hilos. Tanta era aquella conexión con lo primigenio que un buen día, entre paisajes y rostros finamente trazados sobre la tela efímera del polvo, la niña terminó por ser sustancia de sus propias creaciones, transmigrando hacia otros mundos que la separaron de aquel patio, bajo aquellos árboles que se mecían al compás de la brisa que bajaba del cerro por las madrugadas. Ya habitando en otros espacios, se sintió completamente enajenada y sin poder comprender lo que ocurría, impotente, se echó a llorar. Lejos de todo aquel paisaje; foránea a todo su sentir, la niña lloró, lloró y lloró. Tanto, que sus lágrimas se derramaron por todo su cuerpo, bajando desde su cuello hasta sus brazos, desde sus brazos hasta sus manos, desde sus manos hasta sus piernas, desde sus piernas hasta sus pies, desde sus pies hasta la tierra, como torrentes de manantiales que surcaron el espacio y encausaron sus lágrimas, como ríos. Desde entonces, no importa el lugar en que la niña habite. Ni siquiera importa que aquella niña sea hoy una mujer que trasunta sus pasos con la madurez absorbida por la experiencia que templa los ánimos y amplía los horizontes. Sólo basta con que tome entre sus manos un pincel para que el agua vuelva a humedecer sus mejillas y el torrente de inspiración, como lluvia, la lleve hasta su centro, hasta su eje, hasta su esencia vinculada con la creación. Hasta el patio de la casa grande. (FV)

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