El viaje de Ada

Desde la esencia de sus genes a la consistencia de su compromiso con la noble tarea a la que fue convocada por una inspiración tan particular como profunda. Desde aquel Chilecito natal hasta este hoy en el que inscribe su propio nombre en el imaginario popular. Desde una sonrisa larga hasta la emoción que contagia. La vida que transcurre sobre un lienzo.

Raíces. Lazos. Sostenes. Igual que el caballete contiene a la pintura encendida en colores. Así es el viaje de Ada Mercedes Cid, estrechando abrazos con el universo que la rodea y al que observa con detenimiento, como quien quiere meterse de lleno en la realidad para dar a luz, luego, a las fantasías de los trazos de un pincel que da sustancia a aquella mirada que se compromete con los tiempos y los espacios que le tocan. Aquí y ahora, entre las huellas de unos pasos que la nombran. Desde la esencia de sus genes a la consistencia de su compromiso con la noble tarea a la que fue convocada por una inspiración tan particular como profunda.
Hubo un tiempo. Y Ada lo recuerda como si fuera hoy. Porque es el tiempo que la conecta con sus principios, con los orígenes, con ese lugar en el mundo que es punto de partida, pero también regreso constante, permanente, en el sentir. De aquel Chilecito natal, rodeada por el arte de su padre, el enorme Carlos Cid, hasta este hoy en el que inscribe su propio nombre en el imaginario popular, desde una emoción que contagia y que se vuelve palabra en el diálogo franco, sincero con 1591 Cultura + Espectáculos. La vida sobre un lienzo, y con una sonrisa larga, prolongada, plena de satisfacción.

TIEMPOS DE GENES Y BÚSQUEDAS
Ada Mercedes Cid nació en la Perla del Oeste, donde forjó una niñez pueblerina y desandó el camino hacia su futuro entre mañanas de sábado participando de los denominados “concursos de manchas”, que reunían a pequeños de la escuela Primaria para pintar en la plaza principal. Un espacio para compartir arte, pero también para descubrir esa vocación que, bien podría decirse, venía con ella incluso desde antes de ser. Desde su despertar, estuvo siempre rodeada de ese clima de artistas, de escritores, de poetas, como un designio inevitable del que supo alimentarse y disfrutar, a partir aquellos primeros garabatos que dejaron huellas en su memoria y que luego, como sustento vital, la acompañaron en su derrotero, en el que no faltaron páginas de distancias y desarraigos.
“Considero que Chilecito es mi lugar en el mundo”, afirma sin dejo de duda o incertidumbre. Sin embargo, la vida y sus propias elecciones la llevaron a salir de la Perla del Oeste a los 17 años, detrás de su convicción de crecer profesionalmente, ligada a la Arquitectura. De Chilecito a Santa Fe sin escalas, previo paso por la Escuela Polivalente de Arte. “Desde muy chica en casa estuvo eso de los cuadros, de verlo pintar a mi papá, creo que tiene que ver con los genes. La pintura siempre fue predominante, pero la danza también fue una inclinación”, continúa como tratando de trazar una línea del tiempo siempre vinculada al arte.
“Desde muy chica recuerdo los concursos de manchas que se hacían convocando a los chicos de la Primaria para pintar en la plaza, durante la mañana. Los chicos que querían participar dibujaban, era un ejercicio muy interesante y yo tomo ahora dimensión de eso. Era un evento muy rico y nos daban un premio cuando nos seleccionaban los trabajos. Empecé ganando menciones, hasta que gané el primer premio y fue para mí glorioso”, recuerda con una amplia sonrisa.
Y desde ese lugar de plenitud, se afirma en su visión actual. “En aquellos encuentros en la plaza predominaba el tema del incentivo, lo que yo trabajo ahora en los talleres; incentivar a los niños en su necesidad. Que no pase por alto eso de ‘le gusta pintar y solo pinta’. Es importante que puedan acceder a ese incentivo y llevar a los niños a que realicen actividades que son muy interesantes. Hay que estar atentos a eso; los chicos tienen una gran creatividad, que cuando somos más grandes la vamos perdiendo por los prejuicios, por el qué dirán”, define con conocimiento de causa.
Ada habla de genes, de herencias adquiridas y valoradas, pero también de búsquedas. Todo aquello que la acercó hacia la pintura, pero también hacia la Arquitectura y a esa apuesta que la llevó a distanciarse de sus pagos, con todo lo que ello podría implicar en aquel momento para una adolescente. “La decisión la tomo porque aquí, en La Rioja, no estaba la carrera de Arquitectura, y ya en el ‘97 me fui a Santa Fe con esa idea. Mi papá es maestro mayor de obra; siempre lo vi en esa parte sensible de la pintura, muy plástico, muy libre y también metido en esa cuestión totalmente racional de medidas y de planos. Me interesaban mucho esas dos cosas”, cuenta, dando señales respecto de sus inclinaciones artísticas y profesionales.
“Desde chica lo veía hacer muchísimos planos y me encantaba verlo, ver su tablero, sus herramientas. Siempre me pareció muy interesante. La Arquitectura es muy racional y muy medida, pero tiene mucho de creativo y de arte también”, explica y cuenta que su formación se desarrolló íntegramente en la Universidad Nacional del Litoral. En ese transcurso pudo también dar clases con su título de maestra de plástica y asumir así con más fortalezas las nostalgias de su tierra, en la distancia.
“Me veo y veo a mi papá en todas esas facetas que yo fui armando, sin ninguna imposición. Fui encontrando toda la esencia de lo que quería hacer. Me encontré con un montón de situaciones diferentes de Chilecito a Santa Fe. Fue muy fuerte. Me marcó en la maduración. Mis padres me dieron todas las herramientas previas, me acompañaron hasta esa edad y me dieron toda la confianza, que fue fundamental para mí. En todas las situaciones me aferre a eso, a todas esas enseñanzas para poder salir y volar”, resume sobre la experiencia de la soledad en otras tierras y, a partir de ello, no duda en afirmar: “somos por alguien que nos ayuda a ser; por todo el acompañamiento que tenemos para poder salir a enfrentar a la vida”.

TIEMPOS DE REGRESO
Volver, siempre se vuelve. Porque en realidad, uno nunca termina de irse. “Estando en Santa Fe seguí dibujando en pequeños formatos, siempre en bocetos. Vivía en una pensión muy chica, era otra realidad muy distinta a la de Chilecito, pero por eso fue tan rico el aprendizaje, porque uno empieza a valorar ese desarraigo que comencé a volcarlo en los dibujos y en los trabajos de la Universidad. Volvía a Chilecito siempre en esos momentos; esa añoranza de volver, de querer volver. Disfrutaba y vivía el momento, pero cada vez que volvía a mis pagos disfrutaba cada minuto que estaba acá. Y quería plasmar todo lo vivido cuando volviera a La Rioja”, cuenta Ada, conocedora de aquellos presagios de regreso que, con el tiempo, serían una realidad.
Volver, siempre se vuelve. Y en ese volver se escriben las nuevas historias y se trazan los nuevos recorridos, vivencias que se anclan a la tierra prometida, pero que son también nuevas instancias de despegue, de vuelo.
“Retorné a La Rioja en 2011 y en ese momento estaba muy desorientada en cuanto a lo que iba a hacer. Quería hacer algo artísitico y mostrar mi trabajo. Esa necesidad la tuve cuando volví y busqué lugares para hacer muestras y me dí con una situación real: la situación económica, los lugares, el tiempo. Muchas cosas que por ahí no se valoran cuando ya se ve el cuadro colgado. No tenía todas esas condiciones, entonces busqué la forma de empezar a mostrar y comencé con la pintura en caballete. A partir de allí surgieron muchos ámbitos: peñas, la Feria del Libro, músicos; comezó a ser algo novedoso”, recuerda sobre su tiempo de regreso. Y también de reconstrucción.
En ese camino, Ada se encontró también con la posibilidad de trabajar sobre el libro “Sin echar raíces, sigo caminando” de Rafael Sifre; un trabajo sobre la vida y la obra de monseñor Enrique Angelelli. “Lo acompañé en la presentación de ese libro y en ese momento me dije: ‘este es el camino a seguir’. A partir de allí se me abrió un abanico de situaciones y comencé a hacer más cuadros, a enmarcar, a vender. Hoy en día hago eso, la pintura en vivo en caballete. No me lleva demasiado tiempo de proceso y se puede vender rápido también; y pasa algo muy mágico con la gente que está viendo esa pintura; la sienten como propia porque estuvo presente en todo ese momento creativo; toma otro valor”.
Volver, siempre se vuelve. Y en ese volver quedan también suspendidas las vivencias previas, esclarecedoras, que dan lugar a otras instancias. “Tuve el acompañamiento de mis padres nuevamente, que me vieron volver hasta con familia, con un hijo, ya en otra situación de madre. Fue muy sustancial el tiempo transcurrido en Santa Fe, prácticamente 12 años haciendo amigos, lazos. Comienza a surgir una raíz ahí también y ahí quedaron los afectos, los contactos, familias que te adoptan; todo eso queda como una experiencia de vida”.

TIEMPOS DE CREAR
Lo que se lleva en la sangre no se dispersa; no se diluye. Muy por el contrario, retorna permanentemente para recordarnos de dónde somos y mostrarnos hacia dónde vamos. En la vida, como en el arte. Y viceversa. Así se construye la obra de Ada Mercedes Cid, aferrada a sus raíces más profundas.; abrazada a su identidad, que es también identidad riojana. “Tenemos una riqueza y un bagaje de muchas culturas también. Pureza en el sentimiento de pasiones que nos unen a nuestra tierra. Experimenté en Santa Fe que al haber una mixtura tan grande de inmigrantes, se fue desdibujando la identidad. Nosotros, en cambio, tenemos una identidad muy fuerte, con nuestras tradiciones, nuestra fe ferviente; algo que no sucede en otras provincias”, afirma desde una mirada que se extiende sobre su territorio y la define.
“Al retornar me dije ‘quiero mostras eso’. Siempre me preguntaban qué era la Chaya y por qué la sentía tanto, por qué la vivía de esa manera. Ellos no toman dimensión de la misma manera en que la toma uno; los corsos de Chilecito, toda una cuestión nostálgica”.
Ese amor por el terruño y sus tradiciones la fue llevando también hacia su destino de pintora de la “riojanidad”, como un principio rector para su obra. Así es como con su arte pudo ser parte de la Chaya, o representar a La Rioja en Cosquín “mostrando lo nuestro, nuestras tradiciones, nuestros paisajes, nuestros colores. Estando aquí el riojano no toma tanta dimensión, pero quien ha estado lejos lo pone en valor. Me he nutrido hasta de músicos que cantan a La Rioja, de vidaleros, de poetas, de escritores, de los pueblos originarios; tomé valor de todo lo nuestro. Angelelli, los mártires riojanos, San Nicolás; de eso se trata, de poder mostrarlo y de tratar de transmitirlo a la pintura que es otro lenguaje. La música tiene su lenguaje, la pintura tiene el suyo, el teatro también, pero cuando se complementan se enriquecen mucho más. Entonces, ¿por qué no pintar una Chaya? ¿Por qué no ilustrar a algún musico? Es la manera de llegar desde lo visual”, sostiene la artista.
Ahora bien, ¿desde dónde se para la pintora en sus tiempos de crear? La respuesta para Cid resulta tan simple como su facilidad para transmitir sobre el lienzo: “desde la emoción”. Esa sensibilidad con la que observa el mundo es la misma con la que domina las técnicas y plasma los colores. “Desde la emoción y desde la mirada del otro, que el otro pueda terminar esa pintura con su experiencia” reafirma y apela, de inmediato, a su propia experiencia. “Me pasó hace poco, cuando vino a La Rioja Mayra Arena, quien habla de la pobreza. Ella es de Bahía Blanca y estuvo contando su experiencia de vida. Me invitaron a que pinte algo y que ese sea el regalo para que se lleve algo que sea arte, que tenga contenido, como esa expresión invaluable. Cada obra es única, cada persona es única y por lo tanto cada expresión artística es única, desde lo especial, desde ese contenido que no se adquiere en ninguna otra parte. Ella habló de sus experiencias de vida, de cuando era chica y yo comienzo a dibujar, imaginando cómo habría sido su infancia. Cuando termina de hablar se acerca a ver la pintura, le muestro, le cuento lo que había plasmado y ella rompió en llanto. Vi la emoción de ella; lo que la emocionó fue la pintura, se vio reflejada, volvió a esa situación, volvió a acordarse de su hermana, de su madre. Fue una conexión que indudablemente la pude traducir en la pintura”.
La emoción como técnica. La técnica como emoción. Ambas se conjugan en una tarea minuciosa que termina de completarse en la mirada del otro. “En ese momento dije ‘cómo puede tocar las fibras más íntimas de una persona la pintura; algunas veces me sorprende. El arte es imprevisible, cada uno puede interpretarlo de maneras diferentes. Hay sensibilidad y subjetividad, pero no llega a cualquiera o a todos de la misma manera. Uno se da cuenta de lo que puede causar y a veces me sorprendo”. Sensibilidad y subjetividad. Y también una preparación intensa. Ada Mercedes Cid sabe de las técnicas con las que puede encarar una pintura en un tiempo determinado, pero también sabe de nutrirse en lo cotidiano.
“Hay una técnica, de acuerdo al tiempo en que tengo que resolver una obra, pero en lo que respecta a la preparación, creo que todos los días nos vamos preparando en lo conceptual. Tenemos nuestros conceptos, nuestra opinión sobre determinado tema; algo fundado. No es que uno deba estar preparadísimo, sino que uno se va armando durante toda la vida. Tengo la facilidad de poder expresarlo de esta manera; más allá de la información que me puedan dar y muchas veces el resultado me sorprendo hasta a mí”.

TIEMPOS DE RECONOCER Y PROYECTAR
Hablar de Ada Mercedes Cid se torna prácticamente imposible sin hablar de Carlos Cid, uno de los artistas plásticos más renombrados en la Provincia y con marcada trascendencia. Igual de imposible es no reconocer en la joven artista rasgos de una herencia dada sin imposiciones, con absoluta naturalidad. “Recuerdo cada vez que él llevaba su caballete y nosotras jugabamos a la vuelta. Cuando una es más grande toma dimensión de eso. Salíamos y lo acompañábamos a pintar. Tomar esa dimensiíon de amor a la pintura y del amor a su paisaje, sin duda me ha marcado y sin tomar yo del todo consciencia, pero cada vez que llevo el caballete pienso: ‘esto lo hacía mi papá’. Hago lo mismo y es muy natural”, sostiene Ada con la misma emoción que trasluce en sus trabajos. Y no es para menos.
Carlos Cid fue reconocido recientemente en Chilecito, en el Concejo Deliberante, donde se lo declaró “Ciudadano ilustre”. Pero el orgullo que siente Ada por su papá va mucho más allá de esa cuestión circunstancial que, sin embargo, dimensiona y valora. “Estoy orgullosa de mi papá; logró lo que siempre quiso lograr, que era el llegar a recibir un reconocimiento a la obra, no a su persona. La de él ha sido una generación muy rica de pintores que surgieron desde Chilecito. Pero lo mejor es ver que sigue pintando y ver su amor infinito por la pintura. Me incentiva siempre. El apoyo de él es el de estar, nunca me dijo nada sobre mi pintura y eso sumó mucho para que yo pueda tener una personalidad a la hora de pintar. Su apoyo es incondicional”.
Desde ese apoyo, precisamente, Ada traza su propio camino y se transporta hacia un futuro en el que el arte y la pintura tienen un lugar de privilegio. “Uno tiene que poder proyectarse y lograr una meta para luego logar otras; uno tiene que producir. Tengo objetivos de nuevas muestras, fuera de la Provincia, llegar a Santa Fe con mis cuadros, por ejemplo y que mis amigos, mi familia santafesina pueda compartir mi trabajo y mi pasión por La Rioja. Cada muestra es un punto de encuentro con alguien querido, con quien uno necesita que esté en ese momento. Volví a La Rioja para nutrirme y me gustaría llegar a muchos lugares mostrando lo nuestro, el valor y el orgullo de ser riojana y de ser chileciteña. Siempre hay expectativas, siempre nos ponemos más allá, queremos traspasar fronteras, que otra gente lo pueda ver y pueda emocionarse; eso es mágico, es parte de una vida”.

TIEMPOS DE SEMBRAR Y COSECHAR
La obra es lo que perdura. Y a eso Ada Mercedes Cid lo sabe mejor que nadie. En el proceso, sus manos serán la herramienta para lo que atravesará su existencia y ese es el rol que asume a la perfección, como si se tratara de un designio inevitable. “Siento que voy dejando raíces; ese es el trascender”, afirma cuando se le pregunta por su lugar en el mundo. “Estar en el lugar que tengo que estar es todo; cuando uno se encuentra cómodo en un lugar puede echar raíces, puede valorar, puede sentir la tierra, puede cuidar, puede sembrar, puede cosechar, hay esperanza. Creo que cuando uno está en el lugar que tiene que estar se siente parte de todo eso y se siente completo también”.
“Cuando volví a La Rioja sentí que podía agarrar esa parte que había dejado y completarme; creo que no hay nada más maravilloso que encontrarse y decir este es mi lugar, no divago más, no me pierdo más. Este es el lugar donde quiero estar y donde quizás quiera pasar mis últimos días. Muchas veces pasamos toda la vida buscándonos, pero cuando uno encuetra su lugar en el mundo se encuentra, entonces es parte de la jarilla, del cerro, de los animales, de la tierra seca, de la tierra colorada. Esto es lo que nunca quisiera dejar de ver, de sentir, sentirme siempre viva por esto, no es nada material. Uno puede ser feliz en la simpleza de la naturaleza”.
Claro que en esa naturaleza, la mujer en cuestión no está sola. Ni quiere estarlo. Cid está en constante viaje y búsqueda y en ese viajar y buscar va encontrando pares en el camino que comparten su arte y su experiencia, generando una especie de retroalimentación que luego se traduce en sus obras. Al respecto, la artista afirma: “observo; no sé si hay referentes, cada artista tiene sus etapas, sus criterios, sus conceptos. Al margen de los artistas plásticos, de los ceramistas de La Rioja, he aprendido a tomar también como referentes a los músicos; esa mágica conexión que se genera mientras ellos tocan y yo pinto. Uno de esos referentes es Lapacho Dúo; los escuchaba en Santa Fe, y volver a La Rioja y poder pintar a su lado, fue algo mágico. Considero que ellos son referentes porque ellos pintan a La Rioja, me dan muchas imagenes, son cuadros también desde la música, desde la poesía, desde las letras. Otro referente es Pancho Cabral. Tantos paisajes que pintan y yo los interpreto y los llevo al papel; mi trabajo es darle imagen a los paisajes que ya están pintados por las letras. Para mí referentes son los músicos, los poetas, más allá de los referentes en las artes plásticas como pueden ser Jorge Ponce o mi papá. Hay muchos artistas plásticos con una mirada comprometida con lo social, pero creo que en la mixtura está lo interesante, en la diversidad”. Y toda esa diversidad forma parte del viaje de Ada.

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